El 28 de julio de 1963 Fernando Belaunde juramentó la presidencia de la república iniciando su primer gobierno (1963-1968). Lo hizo ante un Congreso dominado por una mayoría adversa a la que había ganado la carrera presidencial. Adquirió ese derecho en las elecciones generales de 9 de junio anterior –donde no votaron los analfabetos, ni aquellos entre 18 y 21 años, ni militares, ni policías- obteniendo un magro 39.1%, apenas un 6.6% del total de la población cifrada en casi 11’000,000 para entonces. Superó a Haya por escasos 4.7% y a Odría en 13.6%.
Con esas cifras no tenía mayoría en un Parlamento que dominaba la férrea oposición y sus escasas alianzas no lograron superar la fragilidad congresal. El resultado: lucha fratricida, censuras a ministros y gabinetes, ingobernabilidad y debilidad política que fueron el pretexto y coartada para el Golpe de Estado de 1968, impidiéndole cumplir los 6 años del mandato presidencial conforme a la Constitución de 1933.
La necesidad de una segunda vuelta en las elecciones presidenciales nace precisamente de la constatación anterior y la evidencia que un presidente no puede resultar bien elegido, ni tener solidez para gobernar, si no logra la adhesión de la mayoría de los electores. Por eso, precisamente, se prevé en las modernas constituciones -Argentina acaba de estrenar el balotaje-. Para eso se pacta en la Carta Política que si los contendores presidenciales no obtienen la mitad más uno de los votos (mayoría absoluta), entonces no habrá ganador y deberá hacerse una segunda elección solo entre los dos primeros, uno de los cuales se alzará con el resultado que forzosamente obtendrá mayoría absoluta en el electorado luego del repechaje. A eso se le conoce en la ciencia política como el balotaje.
Nacido en Francia (de allí su nombre) en la mitad del Siglo XIX con la Tercera República, tuvo gran auge en el resto de Europa, cundiendo como modelo. Pero quien fue su fervoroso partidario, imponiéndolo en la Constitución de 1958 que inauguró la V República Francesa, fue De Gaulle. Quizás impresionado por el desgobierno y fragilidad política de la IV República instaurada en la post guerra, durante la cual fue ingratamente postergado -pese a ser el vencedor de la Resistencia- su desquite llegaría cuando los fracasados políticos de la IV República le buscaron en su apacible retiro para que se haga cargo de las riendas de su zarandeada nación. Impuso condiciones, una nueva Constitución y se aseguró la elección por medio del sistema indirecto que luego reformó dando paso a la elección directa que rige hoy, con un mandato de 7 años (de los más longevos del mundo), generando una necesaria fortaleza al nuevo gobierno por medio de una esencial legitimidad. Esa es la clave del balotaje impuesto inicialmente para la Asamblea Nacional –logrando una mayoría legitima en el Congreso- extendiéndola a la presidencia con la reforma constitucional de 1962, con lo cual el sistema se consolidó y se volvió modélico al dotar de legitimidad al presidente que así resulte electo, evitándose que se le elija con un escueto 35% con el rechazo de más del doble del electorado.
Nuestra Constitución de 1979(D) instauró el balotaje por primera vez en el Perú para la elección del presidente de la república, con la finalidad de otorgarle legitimidad al necesariamente lograr la adhesión de la mayoría absoluta del electorado, reforzando –al mismo tiempo- la solidez institucional del nuevo gobierno. Y sí que ha dado resultado, conforme a las experiencias vividas desde 1990.
En el balotaje es usual que el segundo voltee al primero de la primera vuelta. Normalmente, al primer finalista le resulta más difícil hacer alianzas y lograr la adhesión de los votos de quienes se quedaron fuera del partidor para la segunda vuelta y de los indecisos. Suele darse el “Síndrome Pacheco”, aquel maratonista peruano del último panamericano que punteó toda la carrera hasta el kilometro final, llevando en la nuca al cubano Pérez para, en el rush final, ceder paso quedando relegado al triste consuelo del segundo lugar. Es la estrategia básica: pasar la valla de la primera vuelta y, en la segunda vuelta, hacer de la cosa otro cantar ya que el balotaje tiende a favorecer al segundo antes que el primero. A tener en cuenta.