Archivo por meses: junio 2015

SER DEFENSOR

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La defensa en juicio es un derecho fundamental y legitima la actividad jurisdiccional del Estado, no solo ante el Poder Judicial sino ante toda la actividad pública y privada en que los derechos de los ciudadanos, y sus empresas, tengan que ser dilucidados, determinados, restringidos, otorgados, creados o sancionados, conforme al debido proceso. Por eso hoy no se puede negar la presencia de un defensor ante ninguna autoridad, de cualquier índole, sea pública o privada, so riesgo de incurrir en grave responsabilidad y generar indefensión viciando de nulidad e inconstitucionalidad el proceso de que se trate.

Y es que no solo la Constitución, sino todos los tratados de derechos humanos sin excepción, garantizan la presencia de un defensor, de libre elección; para validar la legitimidad del proceso de que se trate, sea judicial, fiscal, administrativo, arbitral, policial, militar e, inclusive, ante las comisiones investigadoras, acusaciones constitucionales y el “impeachment” a las altos dignatarios que tienen ese privilegio constitucional.

Existe la defensa en los diversos procesos judiciales, fiscales, administrativos, arbitrales, parlamentarios o aún en los privados.  Se estudia eso,  se escribe sobre eso y se enseña sobre eso. En la experiencia del litigio se ven muchos y de muy diversa índole.  El derecho procesal entrega herramientas con las que puede defender, dentro de los cauces legales y jurídicos, buscando una justa decisión para los patrocinados.  Pero las autoridades no siempre coinciden con eso y, al lado de los triunfos –como todo en la vida- también hay algunas decepciones.

Nada más significativo que percibir cómo una persona encomienda a otra su defensa, la de sus derechos, de su familia, de su integridad, de su libertad, blog aql 3de su honor o de su familia. Lo hace con esperanza, ansiedad y temor, ya que nadie puede asegurar de antemano cuál será el resultado final que la autoridad disponga para su caso, por más que se crea tener la razón. Hay una gran dosis de aleatoriedad.

No solo existen diversidad de criterios dentro de la propia ciencia jurídica, sino disímiles interpretaciones, posiciones y actitudes frente a ello. A ello se suma, en algunos casos, la baja formación profesional de quienes tienen encomendado, en tanto autoridades, resolver un determinado caso.  La venalidad, las presiones interesadas y la indudable presión mediática, hará otro tanto en la determinación de los procesos, sobre todo aquello de especial complejidad y/o trascendencia.  Y en medio de ello tendrá que discurrir la mejor y más apropiada defensa que, a la par, sea eficiente en su resultado.  Por definición, nadie busca a un defensor que pierde sus casos, así como nadie confiaría su salud al médico al que se le mueren los pacientes en el quirófano, o al arquitecto al que se le caen sus construcciones…

Pero lo que más mueve el espíritu es sentir cómo personas con poder, o que tuvieron poder, o con una importante posición empresarial, o con algún drama familiar, o simples desvalidos ciudadanos, funcionarios o profesionales buscan una defensa, aún quienes estén alejados al quehacer del defensor o hayan tenido posiciones disímiles –y hasta opuestas- en el pasado.  La ansiedad por obtener lo que consideran debe ser su mejor defensa, unida al acto de confianza que trasladan en cada una de las palabras con que relatan su caso, es -quizás- lo que más reconforta la certeza en de vocación y convicción del defensor.

Para lo que no prepara la escuela de leyes y sólo se aprende con la propia experiencia –con no pocos trompicones- es a lidiar con los medios y la presión mediática.  Muchos casos son anónimos y solo conciernen a sus interesados y a las autoridades que deben decidir el asunto. Pero algunos otros tienen una gran carga mediática frente a la que hay que procurar explicar en sencillo la técnica jurídica, haciendo prevalecer el derecho antes que mera sospecha, suspicacia, revuelo, el facilismo de la sanción moral o simple morbo. Pero claro, no siempre será una carga inocua, ya que a veces vendrá teñida de direccionalidad, ausencia de objetividad, nula imparcialidad –o franca parcialización-, notoria intolerancia y, ciertamente, muy mala leche.  Es lo que es y es con lo que hay lidiar debiéndose tratar entender todo el fenómeno en conjunto que -alrededor de un caso- se puede desplegar.

LA JUDICIALIZACION DE LA POLITICA

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Hoy ya no se persigue a los oponentes políticos con siniestros agentes de una policía secreta, ni se les expulsa del país a la medianoche, en pijama,  salvoconducto y $ 100 en el bolsillo.  Tampoco hemos llegado a la degradación de atentar, asesinar o desaparecer a los adversarios políticos (aunque íntimamente lo deseemos.  Nos hemos civilizado y refinado.

Hoy utilizamos el sistema jurídico para extender nuestra lucha política. Hoy hacemos un juicio, un proceso, una acusación fiscal o una comisión investigadora.   Hoy los procesamos y dejamos que el sistema se encargue de la vida, la libertad, la honra, la familia y el futuro de los políticos.

Eso se ha generalizado y sirve tanto a tirios y troyanos.  Todos recurren a eso y, lamentablemente, las instituciones jurídicas muchas veces se prestan, con diligencia digna de una mejor causa, bien cayendo en el juego político, bien haciendo de involuntaria comparsa al ajedrez político.

La receta  es simple: 1. Presente una denuncia penal ante un fiscal poco eficiente, poco diligente -sin futuro en su carrera- que ponto la acogerá; 2.  Denuncie por un delito genérico, algo como cajón de sastre, donde quepa un poco de todo; y, 3. Haga que la denuncia rebote mediáticamente, bien con un pantallazo, bien con un periodicazo. Chocolatee un poco, haga estridencia y súmese al corifeo sin desentonar (muy importante no desentonar). Los demás harán inmediato eco y tendrá pronto la mesa servida: una persecución judicial, fiscal o política que sin duda mellará políticamente en el oponente.  Sirva en porciones generosas en alta temperatura, sin permitir que se enfríe.   Semanalmente revuelva lentamente agregándole un poco de cada ingrediente y rendirá en abundancia.

El punto es que esta receta es usada indiscriminadamente, tanto por tirios como por troyanos, de manera que el método carece de bandería o de sello particular: comisiones investigadoras -mega, médium, small y petites-; carpetas fiscales sin contenido real, con gran arbitrariedad o sin contenido delictivo tipificado por la ley -lo que contraría a la Constitución-; juicios sin ton ni son que terminarán en archivamiento o en absolución, pero cuya intencionalidad es hacer daño al procesado con el proceso, no con su resultado.

El sistema jurídico se presentará invertido: ya no será el acusado, imputado o señalado quien goce de la presunción de inocencia, sino que habrá de arrastrar las cadenas de la presunción de culpabilidad, y serán las manipuladas autoridades y un sistema pervertido, alentado por la opinión pública, quienes exijan que acredite su inocencia, cuando la Constitución dice lo contrario (somos inocentes hasta que se declare, en sentencia final, la culpabilidad).  ¡Pamplinas! Si eres inocente, demuestra tu inocencia, renuncia a tus derechos y, si puedes, desnuda tu intimidad personal y familiar para que la opinión pública (no el sistema jurídico) se satisfaga y, si puede, te absuelva luego de la condena adelantada que traerá semejante enjuiciamiento.

La defensa en estos procesos también estará restringida. La condena -pública y adelantada- del procesado alcanzará, en lacerantes latigazos, a quien se atreva a defender a estos perseguidos (de uno y otro lado), a quien invoque derechos que están en la Constitución, a quien haga uso de las armas de la ley para procurar una defensa apropiada, adecuada y decente. Se sumarán diligentes coleguitas que públicamente harán de jueces y fiscales subrayando la culpabilidad del procesado y la descalificación de su defensa. ¡Plop!

Lo curioso es que los roles se habrán de trocar: cuando se defienda a los de acá, los de allá atacarán, pero cuando se defienda a los de allá, los de acá serán los atacantes; por más que en uno y otro caso, se invoquen o repitan los mismos principios  constitucionales.  Otro tanto ocurrirá con los agentes mediáticos y sus -a veces- estentóreas voces, llegando al maltrato, parcialización, intolerancia y mala leche.

La receta se completa con los figurettis (jueces, fiscales, políticos) que matarán por una primera plana o entrevista a página entera.  Serán capaces de afirmar, acusar o sostener cualquier cosa por 15’ efímera fama, creyendo que así hacen una mejor carrera judicial, fiscal o política, sin comprender que al final todo se sabe, todo se aclara y se evidenciará la verdad detrás de la persecución política, tanto en tirios como en troyanos.

LA HUMILDAD Y LA POLITICA

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La humildad es una virtud cristiana, pero también un valor humano universal.  Es la actitud opuesta al pecado de soberbia. Por eso se dice que la humildad es la ausencia de soberbia.

Es la virtud que exhiben aquellos que –al margen de los logros obtenidos en la vida- no se sienten ni más importantes, ni mejores, que los demás.  Miguel de Cervantes, en el famoso “Coloquio de los perros”, dijo: “La humildad es la base y fundamento de todas las virtudes, y que sin ella no hay alguna que lo sea”.  Desde la filosofía, Kant definió a la humildad como la virtud central de la vida, aquella que brinda una perspectiva apropiada sobre la moral.

La humildad y la política no se llevan. Llevan actividades contradictorias. Los políticos no son, ni serán humildes.  Por definición, no podría haber un político que sea humilde. La soberbia, la vanagloria, el sentirse más o por encima de los demás, el pensar que uno es quien tiene la fórmula salvadora y que desde allí se erigirá –con legitimidad- sobre los demás, es la característica esencial del político. Un político de espíritu humilde, no sería político o sería un fracasado en la política.

El político nunca se equivoca, siempre hace ponderaciones de alcance general y, desde allí, fulmina con su desprecio –o sus epítetos- a los que no piensen como él, a los que no sigan su pensamiento.  Además, tienen lengua filuda y rápidamente buscarán el argumento ad-hóminem para fulminar al adversario de turno o al obstáculo del momento. El político jamás se retracta, jamás se equivoca y siempre lleva la razón.  Para asegurarse de ello, siempre  estará rodeado de un corifeo que le adule permanentemente y le entregue la razón sin ambages ni cortapisas, encontrando siempre en este un eco receptor a sus definiciones, elucubraciones, denostaciones y vindictas.  Y cuando alguien del serrallo lo contradiga, será rápidamente  fulminado y apartado del círculo de la confianza, sufriendo el destierro del paraíso del poder.

En la profesión también existe mucho personajillo ajeno a esta virtud.  ”¡Es Ud. Abogado…!”  le espetó, una vez, un personajillo, a su colega que osó contradecirlo en un directorio cuando pretendía convencer que le correspondía un suculento honorario de éxito, no obstante que el resultado judicial había sido adverso a la empresa.  El solo hecho cuestionar una alambicada interpretación que pretendía convencer de que lo negro era blanco, y que el fracaso era éxito, bastó para que el soberbio le saltara a la yugular al humilde que solo quería defender la verdad y los intereses de su empresa. Para ello, no dudó en fulminarlo con el rayo de la soberbio: si así piensas, entonces no eres abogado, pretendiendo desacreditar ante la empresa al díscolo opositor.

Existe también la falsa modestia de aquel que siempre se presenta con hábito de humilde, pero que no es otra cosa que el ropaje de una enorme soberbia.  “Yo, que nada se…”, “Yo, que sólo soy un simple soldado del derecho…”, “Yo, que sólo soy un humilde ciudadano, un humilde servidor…”; para luego, como el alacrán en la fábula de Esopo, blandir la ponzoñosa cola y herir de muerte a quien ose cruzarse en su camino, en su sino, en su destino.

Sin embargo, en todas las actividades -menos en la política- siempre habrá gente valiosa que recusen la soberbia y hagan de la  humildad una forma y ejemplo de vida.  Y a pesar de ello, o quizás por ello mismo, se harán grandes y serán plenamente reconocidos por su grandeza, la que brillará con luz propia, fuera de los reflectores de la adulación y de la efímera popularidad.  No son, ni serán, muchos, ni abundan, pero los hay.  Como bien dijo Jorge Basadre en su día: “Riqueza de subsuelo, sin el abono de calores multitudinarios ni belleza ornamental…”