LA PUCP Y EL VATICANO

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La Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) está de elecciones. Mediante el sistema indirecto que la ley prevé, su Asamblea Universitaria (AU) elegirá este 4 de julio la reelección del actual rector, y sus tres vicerrectores, o la elección de un nuevo rector que se ha atrevido a desafiar al poder constituido presentando una alternativa de cambio y necesaria renovación generacional.

En la PUCP nos hemos formado en los valores de la democracia, la transparencia, la alternancia en el ejercicio del poder y en los valores ético y morales que pretenden ser el norte de nuestra Comunidad Universitaria y proyectarnos, de ese modo, hacia la sociedad peruana. Pero, como a veces pasa, en la casa del herrero el cuchillo es de palo.

Así, la alternativa democrática a la reelección rectoral ha sido calificada de “oportunista” por el sólo hecho de desafiar la “escalerita” –que hace que los vicerrectores pasen a ser rectores, sin solución de continuidad-, de infraterna y atentar contra la unidad de la PUCP. Es decir, el ejercer un deber y un derecho (votar y ser votado) se ha traducido de modo intolerante en un acto reprobado. La pelea democrática con las autoridades que pugnan por la reelección (valor que en la política es recusado) resulta siendo desigual, ya que desde el manejo institucional, los candidatos a la reelección tienen mayores posibilidades y privilegios. Por ejemplo, pueden citar por anticipado a los nuevos representantes estudiantiles que recién se instalarán el 4 de julio para votar por las nuevas autoridades y bajo el eufemismo de darles “inducción a los principales temas de gestión institucional” hacer proselitismo puro y maduro, refrigerio de por medio, destacando las razones por la que ellos deben continuar en el cargo (“me deben reelegir”) y las razones por al cuales los otros no deben ser elegidos (no tienen experiencia”). Todo ello, con los recursos de la universidad.

Lo más llamativo de todo esto es que el actual rector, quien merece toda consideración personal, había en el pasado reciente que no iría a la reelección. Inclusive lo puso por escrito a finales del 2013, señalando: “tengo la convicción de que hay que dar espacio a otros para dirigir a la Universidad, entre ellos a los más jóvenes. Al mismo tiempo, es necesario mostrar desprendimiento del poder, enseñar con el ejemplo. En todo caso, la Universidad no es sino una eterna renovación de seres humanos a través de un proyecto cambiante por su adaptación a las nuevas circunstancias. (…) No en último lugar está el hecho de que, cuando postulé a rector, tuve la convicción de que debía ser por 5 años, además de mis 15 de vicerrector. Así lo dije siempre y creo en la ética de la palabra empeñada. Esta puede variar con las circunstancias, desde luego, pero no encuentro razones para hacerlo ahora. Quienes ejercemos estos cargos, más bien, tenemos el deber personalísimo de buscar argumentos de desprendimiento del poder, no los opuestos. (…) Mi razonamiento es que, en mí como persona, sería inconsistente decir que me debo quedar 5 años más como rector, cuando el plazo de resolución del problema con la jerarquía (de la Iglesia) no tiene forma de ser medido en base a la experiencia previa. Más bien, esa experiencia sugiere que este plazo tiende a ser inconmensurable”(sic).

Sin embargo, el 10 de mayo sorprendió a la Comunidad Universitaria con su decisión de declinar a la declinación y, por ende, postular a la reelección rectoral. ¿Qué había ocurrido para desdecirse en 180°? Pues que nada menos que el Santo Padre nombró una Comisión Cardenalicia, presidida por Monseñor Erdó, para negociar una solución consensuada y definitiva al diferendo existente entre la PUCP y el. En una interpretación unilateral y alejada de la realidad, el candidato a la reelección adujo que esta decisión es una señal del Papa de que la Comisión Cardenalicia negocie, haga consenso y dialogue sólo con las actuales autoridades de la Universidad (ya que por ello se la ha nombrado antes de la finalización de su mandato) y, por lo tanto, ante una señal divina tan clara, ha decidido retirar su declinación anunciada e insistir en la reelección rectoral.

Así, en el lanzamiento a la reelección de actual Rector se lee: “Este rectorado recibe con mucha esperanza el anuncio de la comisión cardenalicia, pues es una muestra palpable de que los aires de renovación del Papa Francisco están abriendo una puerta que había sido cerrada por el Arzobispo de Lima. Al nombrarse esta comisión de cardenales antes de que termine nuestro actual mandato, se ha puesto de manifiesto que para las actuales autoridades eclesiásticas en Roma este rectorado no solo no es la causa del conflicto sino que, además, es un interlocutor válido entre ellos” (sic).

Las autoridades designadas por el Santo Padre deberán conversar y consensuar el arreglo definitivo con quienes sean las legítimas autoridades de la PUCP, y no se entendería cómo ni por qué la Iglesia habría enviado un “mensaje” para que ello se haga -solo y exclusivamente- con determinadas autoridades, las actuales. Dicho sea de paso, son las mismas autoridades que en más de 5 años no han logrado ese arreglo consensuado ni definitivo, ni conforme para todos los involucrados, por lo que nada garantiza que su reelección vaya a permitir o propiciar o lograr que eso cambie. Tan sui géneris interpretación es el leitmotiv de la postulación a la reelección del actual equipo rectoral.

Las elecciones en la PUCP la enfrentarán a su futuro inmediato. Esperemos confiados en que su Asamblea Universitaria tome, democráticamente, la decisión más sabia a los intereses de toda la Comunidad Universitaria de cara a la preservación de su identidad institucional y dentro de la autonomía con que se han formado generaciones de profesionales peruanos.

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