LOS INTOLERANTES

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Si algo distingue a la sociedad peruana es su profunda intolerancia y prepotencia. Y hay gente –de toda laya- que honestamente cree que la intolerancia es un signo de distinción, una expresión de democrático refinamiento.

Intolerante es aquel que en nombre de valores que –como dice Serrat- no tiene el gusto de conocer, ni de ejercer, niega derecho y oportunidades a los demás. Intolerante es quien en nombre de una mayoría desconoce los derechos de las minorías, olvidando que la verdadera democracia alcanza a la democracia de las minorías y que los valores constitucionales proscriben cualquier tipo de discriminación. Si no fuera así, toda minoría (los hispanos en los EEUU, los católicos en la India, etc.) estaría condenada a su extinción y aplastamiento.

Intolerante es el que desde las instituciones a las que pertenece (públicas y privadas) proclama los valores democráticos de apertura, tolerancia y democracia, pero reprime, aparta y castiga a los disidentes, por el sólo crimen de pensar distinto, creer distinto, querer distinto.

Intolerante es quien desde el poder responde con prepotencia sacando siempre su carnet de socio para recordarnos y recordarse el cargo que ejerce, mostrando -de paso- escasez de ideas y de recursos.

Intolerante es el que se llena la boca de democracia, participación y apertura, pero que se duele y agrede cuando en una lid electoral saltan a la palestra opciones diferentes de aquellas que su corazón e intereses le dicta.

Intolerante es el que llama a la petición de cambio y alternativa del poder “oportunismo electoral”, con desconocimiento supino de las reglas esenciales de la democracia y de la alternancia en el poder, sobre todo cuando su favoritismo tiene más de 15 años en el poder.

Intolerante es el que recusa el reeleccionismo, como una oscura necesidad de perpetuación en el poder, pero alienta ese reeleccionismo en casa.

Intolerante es aquel despistado ministro que ejerce su cartera sin vocación ni convicción, pero con golosa fruición, que se asume democrático, pero que necesita de la luz verde que está fuera de la Constitución y que con paranoia ve adversarios “fujimontesinistas” por cualquier lado, evidenciando su marcada escasez de ideas.

Intolerante es el medio que recusa el éxito comercial de los demás, y que ante la falta de recursos para ganar empresarialmente a sus competidores, corre hacia el poder a implorar una impropia ayuda gubernamental para su pleito empresarial.

Intolerante en grado superlativo es el intelectual que divide permanente y maniqueamente el mundo entre dos lóbulos: el del bien, donde él habita, y el del mal donde moran todos los que no sienten ni piensan como él. Todo esto arropado en las banderas de los más excelsos valores democráticos de libertad, tolerancia, inclusión y participación plural de todas las sangres y de todas las ideas liberales (¿?). Y también lo es quien en su trabajo intelectual sólo cita lo que le favorece, poniendo en el olvido toda opinión o posición discrepante.

Intolerante es la autoridad universitaria que niega cursos a profesores que no son de su agrado, que se rodea de su argollita, adláteres o adulones a su pensamiento segregando a todo lo que le sea diferente. “Members only”.

Intolerante es aquel que quiere instituciones monocordes, sin admitir ni aceptar una pizca de diferencia en el pensamiento, logrando que en una comunidad sólo se pueda hablar voz baja y con temor.

Intolerante es el que, frente a su incapacidad profesional, cree ver en sus colegas agentes del diablo, sin hacer en cuenta que representa, en sí mismo, a un pobre diablo.

¿Cómo superar estos factores negativos en la construcción de una sociedad verdaderamente democrática y con pleno ejercicio de los valores esenciales que la vida en democracia que debe proyectar un Estado de Derecho?

No es solo un problema de educación, porque muchos intolerantes son gente culta y preparada. Es un sentimiento mucho más profundo que se anida en las raíces del alma humana que quiere para sí lo que no reconoce a los demás, que sólo podrá ser superado con una docencia y liderazgo de vida, dejando de crear y creer en falsificados valores y artificiosos mitos. Y esa docencia y liderazgo incluye la comprensión de los intolerantes que, para bien, debieran ser solo una minoría, y que -después de todo- también sea tolerada y no reprimida como las minorías que él, profundamente, rechaza con tanta intolerancia.

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