SEMANA SANTA EN TIEMPOS DE COVID-19. ¿CÓMO FUNCIONA EL CEREBRO ENTRE LA ESPIRITUALIDAD Y EL MIEDO?

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El coronavirus nos hace vivir tiempos excepcionales. Una misa oficiada por el Papa Francisco en la Plaza San Pedro completamente vacía de fieles es una imagen que impresiona y sobrecoge, ya que hasta la fe tiene que ceder ante el temor a la muerte, aun cuando quien la ocasione sea un enemigo completamente invisible. Hoy y mañana en el Perú, los católicos celebraremos Jueves y Viernes Santo en aislamiento absoluto, sin poder salir ni un momento siquiera a persignarse a la iglesia de la localidad. Desde la perspectiva de la neurociencia queremos intentar una respuesta a la interrogante del título.

Neurología de la espiritualidad y el miedo. ¿Puede el cerebro humano explicar la espiritualidad? Sí. El cerebro humano está dividido en dos hemisferios, el izquierdo y el derecho. Está unido por el llamado cuerpo calloso que a través de las fibras comisurales los conecta y transfiere información en doble sentido vía impulsos nerviosos. Ambas mitades se complementan, cada una ha desarrollado su propia especialización en algunas competencias, y un hemisferio puede ser dominante en una forma única según cada persona. Dentro de cada hemisferio, el lóbulo frontal (el área del cerebro más “reciente” evolutivamente hablando) parece concentrar las principales funciones complejas. El cerebro actúa como una orquesta sinfónica, si un área falla otra puede reemplazar parcialmente sus funciones, y está probado que el hemisferio izquierdo controla el lado derecho del cuerpo y viceversa. Una teoría sostiene que el hemisferio izquierdo procesa la información como una “secuencia lineal” mientras que el derecho la procesa en el modo “simultaneidad visual”. Esto significa que el izquierdo procesa paso a paso, dato por dato, tiene que procesar el anterior para seguir con el siguiente. En cambio el derecho procesa varios datos en simultáneo, es multitarea, ve la totalidad, el conjunto. Esto tiene importantes consecuencias en la conducta del individuo: el izquierdo regula el lenguaje, la numeración y la memoria. Procesa la información mediante el análisis, examinando una por una las partes de un problema. En cambio, el hemisferio derecho integra, articula holísticamente los sonidos, imágenes, olores y sensaciones. Es el que desarrolla las habilidades artísticas, emocionales, visoespaciales y espirituales, entre otras. Procesa la información mediante la síntesis, desde las partes forma un conjunto. Así, el impulso espiritual parece darse por una interacción del hemisferio derecho (más holístico que analítico) con una mayor actividad del sistema límbico y una elevación de la producción de dopamina. Todas las religiones intentan responder a los grandes dilemas existenciales, por ejemplo, nuestra fragilidad ante la muerte. Una pandemia nos pone cara a cara ante ella, y sin duda, el cerebro activa el bagaje espiritual de nuestra memoria para reducir la ansiedad que ella nos produce.

¿Qué sucede con el miedo? Este es un recurso fisiológico de los seres vivos para preservar su supervivencia. El miedo puede hacerte huir, luchar o paralizarte. El sistema límbico del cerebro, compuesto por varias de sus estructuras, es el regulador de la respuesta fisiológica frente a los instintos y emociones humanas, una de ellas el miedo. Es la parte más primitiva del cerebro y activa tres impulsos integradores esenciales para la vida humana: motivar la preservación del individuo y la especie, integrar nuestra información genética con la del medio ambiente en el que estamos, y preparar nuestra respuesta interna ante los estímulos externos. El otro sistema que entra en acción es el sistema nervioso simpático que es el que prepara la reacción automática de todo el organismo con una activación masiva de varios órganos: se dilatan la pupila y los bronquios, aumenta la frecuencia respiratoria y cardiaca, se contrae el aparato digestivo y aumenta la adrenalina y el sudor. El miedo, al hacer visible nuestra vulnerabilidad, multiplica el deseo instintivo de que “algo o alguien” más fuerte que la amenaza pueda detenerla. Con frecuencia, el primer concepto que aparece en nuestra mente es “Dios mío”.

Un gran dilema existencial. Las pandemias han sido parte de la historia de la humanidad. De ellas el cerebro humano recogió enfermedad, dolor y muerte. Las conductas que vemos hoy (barcos con infectados que los puertos no aceptan, vecinos que repudian a afectados pese a que ya sanaron, dejar a los muertos en las calles, etc.) ya han sucedido antes, de otras formas pero en el mismo sentido: el pánico se apodera de la mente de las personas, las reacciones son instintivas y básicamente es la lucha pura y dura por la supervivencia. No obstante, toda pandemia también ha ofrecido las pruebas más excelsas de solidaridad y amor al prójimo que la humanidad es capaz de ofrecerse a sí misma. Instinto de supervivencia y sentimiento de solidaridad han sido los dos grandes impulsos que las pandemias nos dejan como grandes lecciones humanas. De ello emerge uno de los grandes dilemas que las personas nos hemos hecho siempre: somos la especie animal más poderosa de la naturaleza, la que ha subordinado a ésta (muchas veces de la peor forma) para nuestro beneficio aún a costa de la extinción de otras especies, incluso más antiguas que la nuestra. Y sin embargo, una pandemia (como un terremoto, un tsunami o un tornado), desnuda nuestra absoluta vulnerabilidad. Somos tan poderosos como increíblemente débiles. Y entonces, en ese momento de fragilidad, nos preguntamos por qué la divinidad a la que respetamos o adoramos se vuelve tan hostil contra nosotros. Es propio del ser humano el pecado de orgullo y su antropocentrismo desmedido, y sin embargo, es su mayor debilidad. Destruimos la naturaleza pero nos parece una insolencia que ella nos responda. Y entonces le pedimos a Dios, en condición de víctimas (sin ningún reconocimiento de nuestra culpa como agresores) que cese la pandemia, que se acabe el sufrimiento, que ya no sucedan más muertes. ¿Cómo resuelve nuestro cerebro el dilema de no respetar la Creación pero invocar de inmediato al Creador para que nos salve ante el peligro de morir? En plena Semana Santa y en plena cuarentena por el coronavirus, resulta oportunísimo reflexionar sobre ello. Es evidente que no hay una respuesta única, que cada persona tiene que responderse a sí mismo. También es evidente que está inscrito en nuestro ADN que somos parte de la Naturaleza (aunque muchos crean que ya no somos parte de ella), y por lo tanto, es esencial el reconocimiento de nuestra vulnerabilidad, no sólo individual, sino como especie. Por algo las pandemias han sido recurrentes en la historia humana, y no desgracias pasajeras.

Espiritualidad y Prójimo. Existe una extensa literatura sobre la intensa cohesión que alcanzan los integrantes de unidades militares durante una guerra. Al estar juntos con riesgo de muerte, la supervivencia colectiva depende de la máxima cooperación y coordinación entre los miembros del grupo ya que un error puede costar la vida a uno o a todos. El mismo proceso puede aplicarse a los profesionales de la salud que están en primera línea en la lucha contra el Covid-19. El cerebro procesa el miedo mediante la frecuencia de ondas gamma (ondas de alta frecuencia que dispara la acción neuronal), y éstas parecen sincronizar entre varios individuos cuando el peligro es común. Una amenaza puede dar lugar al sálvese quien pueda, pero individuos agrupados en algún sentido (una familia, una comunidad, una nación) pueden generar una interacción social que vía la sincronización cerebral ayuda a tomar decisiones mutua y dinámicamente entre los miembros del grupo. Lo curioso es que una investigación a monjes budistas registró también lectura de ondas gamma de mayor frecuencia y amplitud, lo que se relaciona con una alta activación emocional y procesos cognitivos superiores en situaciones místicas o espirituales. Karen Armstrong, una autoridad mundial en el estudio de las religiones, señala que no es la religión la que separa a las personas, sino nuestra naturaleza, ya que somos una especie violenta. Pero es nuestra capacidad de poder tratarnos como iguales lo que permite superar ese atavismo: “Todas las religiones sin excepción nos dicen que la espiritualidad no es un fin en sí mismo. No tiene valor a menos que se exprese en la regla de oro de la compasión: nunca trates a los demás como no quieres que te traten. La espiritualidad es innata en los humanos, todos buscamos experiencias trascendentes”.

Religiones y Naturaleza. Partiendo del concepto recientemente confirmado que el coronavirus tiene origen natural y no de laboratorio, no faltamos a la verdad al sostener que la humanidad es hoy una especie absolutamente depredadora del planeta que la acoge, incluyendo la extinción de especies animales y vegetales sólo por el valor económico de alguna de sus partes. Costumbres ancestrales de comer animales silvestres o salvajes van en ese sentido, y los gobiernos no las han combatido o sancionado. También es un hecho cierto que las religiones no han tenido la fuerza suficiente para impedir esa depredación. Pero sin duda su fuerza moral sería inspiradora para cambiar las cosas. El día de hoy el Papa Francisco expresó su consideración de que la pandemia del Covid-19 sería una respuesta de la naturaleza a la humanidad para poder reflexionar cómo utilizamos sus recursos, y que le llamaba la atención cómo la sociedad humana permite que la economía sea la primera consideración antes que la vida de las personas. La referida escritora británica Karen Armstrong dice sobre la actual crisis del coronavirus: “Las escrituras orientales, especialmente las chinas, siempre han estado muy preocupadas por el entorno natural, que consideran frágil. En cambio, en las escrituras budistas, la naturaleza puede ser feroz y aterradora. Ahora estamos encerrados, y sabemos qué son el miedo, la ansiedad y la pérdida de libertad. Las escrituras nos dicen que debemos sanar el dolor del mundo y que esta experiencia debe cambiar nuestra cortedad de miras (respecto a la naturaleza).

Epílogo. En esta Semana Santa nuestra espiritualidad debe expresarse en el respeto a quienes exponen su vida por cuidar la nuestra, en pensar nuestra responsabilidad personal en adelante frente a la Naturaleza, y en quedarse en casa como expresión de amor y humildad ante Dios, la Naturaleza y la Humanidad.

#YoMeQuedoenCasa

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Vicente Sánchez Vásquez

Presidente del Instituto de Neurociencias para el Liderazgo. Abogado y Magister en Gerencia Pública.

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