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La Pampa de Maíz

“Para él acaso. No para mí. Todo está calculado ¿Ve usted esa pampa donde el maíz crece tan alegremente? Tiene unos ciento cincuenta dueños, todos vecinos, señores arruinados. Mi hermano y yo poseemos una sexta parte. Los cubriremos de relave. La planta eléctrica habrá que construirla bajo ese lindo andén que es la pampa. (…)”

(Todas las Sangres pp. 50) ó también (J.M. Arguedas. Todas las sangres. Milla Batres: Lima 1980:40)

Las pampas de maíz es parte recurrente del paisaje que nos muestra el autor en “Todas las Sangres”. Esta cita específica nos hace referencia a acontecimientos reales de la experiencia minera de San Juan de Lucanas: El cubrimiento de las pampas de maíz con los residuos o relaves mineros.
Aquí se resalta con las palabras la belleza de los campos de maíz (…) dónde el maíz crece tan alegremente (…) para a continuación introducirnos al contraste violento, que genera un fuerte impacto al lector, al dibujarnos la imagen muerta de estos. Este efecto no parece ser casual, por el contrario parece ser representativo de lo que representa la disputa entre el mundo de don Bruno y don Fermín. Por un lado uno más entregado a la vida del campo, tratado de defender a sus indios de las cosas externas y dañinas, como queriendo resguardar lo que para él se presenta como “su naturaleza”. Por otro lado, don Fermín encargado de la explotación de la mina, ambicionando un mayor capital y rechazando lo tradicional. No ve de la misma manera que nos hace ver con aquella frase (…) donde el maíz crece tan alegremente (…) la imagen devastadora de la desaparición de la pampa de maíz.

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K`antu, flor de la cantuta

“¿Por qué no exprimes flores de k`antu hasta llenar un lavatorio de sangre, y bañas con ella todas las noches la piedra de la casa cural? Si no has conseguido aplacar con rezos el hielo que hace llorar a ese infante en el centro de la piedra porque tus oraciones son de lata y no llegan al cielo, obedece la receta de los layk`as; baña la piedra con zumo rojo de k`antu: el niño sentirá el calor del Apukintu hasta dormirse. Las campanillas del k´antu están bailando en el racimo a estas horas con el viento”

J.M. Arguedas. Todas las Sangres, Peisa 2001:110-12

La flor de la cantuta es un elemento recurrente a lo largo de la obra “Todas las Sangres” de José María Arguedas. Esta flor a sido bautizada como la “la flor nacional del Perú” se conoce también como la flor sagrada de los incas. Su uso es recurrente en festividades a lo largo del Perú, tanto como ornamento así como ofrenda. En la primera parte del libro se nos introduce a la vida del pueblo y a su ambiente festivo, donde la flor de la cantuta tiene un lugar protagónico.
Como se verá a lo largo de la obra de José María Arguedas, la animación y propiedades humanas de los elementos que componen el paisaje está presente. En esta cita en particular se hace referencia a la capacidad del zumo de la flor de la cantuta para dar calor a la piedra. Probablemente asociado su fuerte color rojo, con el color del fuego.

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Mina

“Cuando los setecientos hombres, y toda la población de la mina, colmaban la pequeña plaza, el caballo salió de la mina, solo, tan apresuradamente ensillado. Miró los campos, los techos de calamina, la profunda quebrada por donde el río grande corría, y descubrió a la multitud reunida frente a una pequeña iglesia (…)”

(José María Arguedas, Todas las Sangres, Ediciones PEISA: Lima, 1973:176)

La minería es parte de los tres temas centrales en la narrativa de Arguedas (Comunidad –Hacienda – Mina), en esta cita el autor no habla especificamente de la mina propia sino de la visión de un poblado cercano a ella. “Ver desde la mina” puede ser considerada una forma de aproximación a la vida de las comunidades dedicadas a la producción minera.

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Dioses

 

“Tomó la iniciativa Demetrio. Pidió permiso a don Fermín para levantarse; se dirigió a paso lento y solemne junto a la fogata:
– ¡Poderoso Apukintu!… –exclamó en quechua, cerca de las llamaradas bajas que no quemaban mucho.
Don Adrián se arrodilló. La masa de indios de hacienda también se puso de rodillas, cuidándose de no hacer ruido, en la sombra de los corredores.
– Sagrado Pukasira –continuó invocando Rendón, y nombró al poderoso wamani, al dios de los colonos; señor K’oropuna; más sagrado señor Salk’antay…
Pronunciaba los nombres de las lejanas, de las inalcanzables montañas nevadas, dioses de toda la tierra, y esparció con los dedos gotas de aguardiente en el aire.
– Padre nuestro, río Lahuaymarca; dios barranco negro de La Providencia; cascada de plata donde miran su destino los fuertes, los valientes colonos de los Aragón de Peralta; dioses grandes y menos grandes, cerro de Apark’ora también; aquí estamos tus hijos. Vamos a comenzar mañana otro destino. ¡Danos tu aliento, extiende tu sombra a nuestro corazón apacible!”
(Todas las Sangres 2001. p: 121)

 

Era necesario hacer petición a los dioses, sagradamente y ante todos. Porque todos los indios eran sus hijos y porque hasta los señores miraban “su destino” en ellos. Dioses presentes e inalcanzables que dan protección y dan hálito, de cuya voluntad depende la vida. Eran todos lo que eran, siempre grandes, unos más pero todos siempre en la vida de los indios. Era necesario orar para poder trabajar en la mina, en nombre de los cerros de donde vivían los indios, en nombre de los cerros más grandes, de aquel a donde se cree van los indios a trabajar después de morir, de aquel también donde está la mina.

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Luz en Puquio

“Por la noche, en el corredor de la municipalidad, alumbraba una lámpara de gasolina. Los faroles de las esquinas de la plaza apenas aclaraban el blanqueo de las paredes; la gente se veía, en esa luz, como sombras. Los faroles de kerosene aumentaban la oscuridad en el centro de la plaza. La luz del municipio pasaba por alto, como saliendo por una ventana, llegaba a la torre y a la cumbre de la iglesia; la cruz de acero de la iglesia se veía claro, el trapo blanco que colgaba de uno de sus brazos temblaba con el viento.”


(J. M. Arguedas, Yawar Fiesta. Lima: Horizonte, 1980: 71)

La luz es más que un espacio, un lugar común para describir la atmósfera de la narrativa. Lo que hace en este extracto la luz, es alumbrar la plaza pero oscurecer a las personas: se está concentrando la descripción en el entorno a los habitantes del pueblo, los cuales pasan cual fantasmas anónimos.

Otro punto que sobresale es el de la Iglesia; pareciera que Arguedas nos estuviera indicando que en la noche, esta luz artificial se dirige a los lugares significativos del pueblo: el espacio comunal y el espacio religioso. La cruz que se ve clara a la vez tiembla, da la impresión de ser frágil, inestable. Bajo ella pasan los indios, los mistis, todos por igual. Todos bajo la misma luz que los ilumina y al mismo tiempo, los esconde.
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Puna

“En otros tiempos, todos los cerros y todas las pampas de la puna fueron de los comuneros. (…) La puna grande era para todos. No había potreros con cercos de piedra, ni de alambre. La puna grande no tenía dueño. Los indios vivían libremente en cualquier parte: en las cuevas de los rocales, los cerros, cerca de los manantiales. Los mistis subían a la puna de vez en vez, a cazar vicuñas o a comprar carne en las estancias de los indios. (…) De verdad la puna era de los indios; la puna, con sus animales, con sus pastos, con sus vientos fríos y sus aguaceros. Los mistis le tenían miedo a la puna, y dejaban allí vivir a los indios.
– Para esos salvajes está bien la puna – decían”

(J. M. Arguedas, Yawar Fiesta. Lima: Horizonte, 1980:30)

La puna es un lugar encontrado a lo largo de la producción literaria de Arguedas, pero en este caso específico parece representar una suerte de terreno para la utopía. Es allí donde “los indios vivían libremente”: antes de la propiedad privada y de la explotación del gamonalismo, existe una etapa indiferenciada donde todos aprovechan por igual de la tierra y de los recursos naturales.

Es paradójico que se señale a los mistis como contenedores de un discurso peyorativo hacia los “indios” según Arguedas, cuando al afirmar que ellos tenían miedo a la puna también se los está considerando como incapaces de dominarla. Los comuneros aparentemente vivían en paz y en armonía, es en el momento de la intervención activa de los mistis en espacios que no le corresponden dentro del imaginario cultural que se rompe el tenue balance.

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La naturaleza

“Al mediodía, durante los meses de invierno, el sol encendía las quebradas y las pampas. Las piedras de los campos, las piedras porosas o rajadas y la que tuvieron yerbas en el tiempo de lluvias, quedan como atontadas; el viento carga los tallos secos, los arranca y desparrama. Las piedras lustrosas de los ríos brillan, despiden a distancia el fuego del sol. En el mundo así quemado, las manchas de flor de k’antu aparecen como el pozo o lago de sangre del que hablan los himnos de las corridas de toros…”
(J.M. Arguedas,Todas las sangres. Lima: PEISA, 2001:19)
Arguedas siempre pinta los escenarios naturales en sus narraciones. Su manera de describir aún las texturas de las piedras nos hace pensar que los elementos de la naturaleza en sus narraciones son algo más que paisajes o escenarios donde ocurren los eventos. Son, en resonancia con la cosmovisión andina, acontecimientos en sí mismos y espacios para la contemplación de la belleza, del espanto y la serenidad, de la divinidad y la humanidad.

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