Archivo por meses: octubre 2009

Hacienda ‘La Providencia’

“(…) con gran lucidez las extensas lomas de ‘La Providencia’; las ruinas de los centenares de andenes incaicos que bajaban desde la parte mansa de los cerros hasta el rio; toda una zona de rocas y tierras negras, escarpadas, casi abismales, ahora cubiertas de arbustos que permitían ver, sin embargo, la línea de los antiguos andenes, su altura, su ordenamiento.”

(José María Arguedas, Todas las Sangres, Ediciones PEISA: Lima, 1973:251)

La Hacienda, otro eje fundamental para la sierra peruana, no es solo una construcción contemporánea como espacio de producción. Tal parece recordar Arguedas en esta cita, que la agricultura articula la región desde hace mucho tiempo, haciendo un especial recuerdo en el incanato.

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“La Esmeralda”

“(…) en cambio habrá hecho el trabajo previo que para nosotros sería más violento: liquidar a ese loco fanático del Bruno y a la tropa de hambrientos cholos de San Pedro, que se hacen llamar “caballeros”, “señores”, “viracochas”. Necesitamos el agua del río y la pampa de “La Esmeralda”.”
(J.M. Arguedas. Todas las sangres. Milla Batres: Lima 1980:70)

La pampa de San Pedro era codiciada por su extensión y fertilidad. Empobrecidos los señores y vecinos no pudieron hacer nada frente a la industria y el capitalismo.

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“Moyas”

“Se llamaban “moyas” en esa región del Perú a las tierras de pasto de la zona fría, próxima a los nevados. Los “colonos” fueron arrojados cada vez más arriba, y no solo los siervos sino las comunidades libres.”
(J.M. Arguedas. Todas las sangres. Milla Batres: Lima 1980:32)
Al caer la producción de las minas que poseían de los “señores” de la zona éstos volvieron sus cabezas hacia las tierras de los indios y comuneros buscando en la agricultura su forma de mantenerse económica y socialmente. Las buenas tierras, cerca de las quebradas y valles, fueron usurpadas y en menor medida compradas por los “vecinos” de San Pedro y otros pueblos.

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“Kacharparly pata”

“Don Fermín entró al taller del platero por el patio. Ocupaba una de las últimas casas, hacia el oeste, camino de la costa; el patio era una especie de andén que formaba como el segundo piso de otro más bajo en que concluía el pueblo. Allí, en el bajo, solían despedir a los viajeros, antes de la construcción de la carretera. Los despedían con himnos tristes, especialmente a los reclutas. A ese andén donde se cantaba, siempre entre lágrimas de las mujeres y de los niños, se llama, como en todos los pueblos antiguos, “Kacharparly pata”, campo del desgarramiento.”
(J.M. Arguedas. Todas las sangres. Milla Batres: Lima 1980:43)

“Solían despedir”. Podría sugerir que antes de la construcción de la carretera la gente no dejaba tanto el pueblo, las despedidas eran entonces motivo de reunión de todo el pueblo, era la pérdida de parte de la familia y de la sociedad en su conjunto, por una lucha que no es la suya.

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La Pampa de Maíz

“Para él acaso. No para mí. Todo está calculado ¿Ve usted esa pampa donde el maíz crece tan alegremente? Tiene unos ciento cincuenta dueños, todos vecinos, señores arruinados. Mi hermano y yo poseemos una sexta parte. Los cubriremos de relave. La planta eléctrica habrá que construirla bajo ese lindo andén que es la pampa. (…)”

(Todas las Sangres pp. 50) ó también (J.M. Arguedas. Todas las sangres. Milla Batres: Lima 1980:40)

Las pampas de maíz es parte recurrente del paisaje que nos muestra el autor en “Todas las Sangres”. Esta cita específica nos hace referencia a acontecimientos reales de la experiencia minera de San Juan de Lucanas: El cubrimiento de las pampas de maíz con los residuos o relaves mineros.
Aquí se resalta con las palabras la belleza de los campos de maíz (…) dónde el maíz crece tan alegremente (…) para a continuación introducirnos al contraste violento, que genera un fuerte impacto al lector, al dibujarnos la imagen muerta de estos. Este efecto no parece ser casual, por el contrario parece ser representativo de lo que representa la disputa entre el mundo de don Bruno y don Fermín. Por un lado uno más entregado a la vida del campo, tratado de defender a sus indios de las cosas externas y dañinas, como queriendo resguardar lo que para él se presenta como “su naturaleza”. Por otro lado, don Fermín encargado de la explotación de la mina, ambicionando un mayor capital y rechazando lo tradicional. No ve de la misma manera que nos hace ver con aquella frase (…) donde el maíz crece tan alegremente (…) la imagen devastadora de la desaparición de la pampa de maíz.

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K`antu, flor de la cantuta

“¿Por qué no exprimes flores de k`antu hasta llenar un lavatorio de sangre, y bañas con ella todas las noches la piedra de la casa cural? Si no has conseguido aplacar con rezos el hielo que hace llorar a ese infante en el centro de la piedra porque tus oraciones son de lata y no llegan al cielo, obedece la receta de los layk`as; baña la piedra con zumo rojo de k`antu: el niño sentirá el calor del Apukintu hasta dormirse. Las campanillas del k´antu están bailando en el racimo a estas horas con el viento”

J.M. Arguedas. Todas las Sangres, Peisa 2001:110-12

La flor de la cantuta es un elemento recurrente a lo largo de la obra “Todas las Sangres” de José María Arguedas. Esta flor a sido bautizada como la “la flor nacional del Perú” se conoce también como la flor sagrada de los incas. Su uso es recurrente en festividades a lo largo del Perú, tanto como ornamento así como ofrenda. En la primera parte del libro se nos introduce a la vida del pueblo y a su ambiente festivo, donde la flor de la cantuta tiene un lugar protagónico.
Como se verá a lo largo de la obra de José María Arguedas, la animación y propiedades humanas de los elementos que componen el paisaje está presente. En esta cita en particular se hace referencia a la capacidad del zumo de la flor de la cantuta para dar calor a la piedra. Probablemente asociado su fuerte color rojo, con el color del fuego.

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Mina

“Cuando los setecientos hombres, y toda la población de la mina, colmaban la pequeña plaza, el caballo salió de la mina, solo, tan apresuradamente ensillado. Miró los campos, los techos de calamina, la profunda quebrada por donde el río grande corría, y descubrió a la multitud reunida frente a una pequeña iglesia (…)”

(José María Arguedas, Todas las Sangres, Ediciones PEISA: Lima, 1973:176)

La minería es parte de los tres temas centrales en la narrativa de Arguedas (Comunidad –Hacienda – Mina), en esta cita el autor no habla especificamente de la mina propia sino de la visión de un poblado cercano a ella. “Ver desde la mina” puede ser considerada una forma de aproximación a la vida de las comunidades dedicadas a la producción minera.

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Paisaje

“Contempló, entonces, el paisaje como si la compañía tan reverente de los comuneros le infundiera un sentimiento nuevo, un modo diferente de apreciar el aspecto tumultuoso y silente de ese mundo; la faz desnuda del oscuro Pukasira en cuya cima nevaba y especialmente en sus paredes de roca, parecía que latía el eco de sus palpitaciones, del ritmo con que corría su sangre.”
(José María Arguedas, Todas las Sangres, Ediciones PEISA: Lima, 1973:212)
La descripción del paisaje es sin duda una forma reconocerse dentro de los lugares narrativos de Arguedas. Sobretodo en Todas Las Sangres, es importante ubicar la belleza e importancia del paisaje, pero más que ello el autor decide resaltar un elemento característico del paisaje serrano: la montaña, el cerro, finalmente el Apu

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Dioses

 

“Tomó la iniciativa Demetrio. Pidió permiso a don Fermín para levantarse; se dirigió a paso lento y solemne junto a la fogata:
– ¡Poderoso Apukintu!… –exclamó en quechua, cerca de las llamaradas bajas que no quemaban mucho.
Don Adrián se arrodilló. La masa de indios de hacienda también se puso de rodillas, cuidándose de no hacer ruido, en la sombra de los corredores.
– Sagrado Pukasira –continuó invocando Rendón, y nombró al poderoso wamani, al dios de los colonos; señor K’oropuna; más sagrado señor Salk’antay…
Pronunciaba los nombres de las lejanas, de las inalcanzables montañas nevadas, dioses de toda la tierra, y esparció con los dedos gotas de aguardiente en el aire.
– Padre nuestro, río Lahuaymarca; dios barranco negro de La Providencia; cascada de plata donde miran su destino los fuertes, los valientes colonos de los Aragón de Peralta; dioses grandes y menos grandes, cerro de Apark’ora también; aquí estamos tus hijos. Vamos a comenzar mañana otro destino. ¡Danos tu aliento, extiende tu sombra a nuestro corazón apacible!”
(Todas las Sangres 2001. p: 121)

 

Era necesario hacer petición a los dioses, sagradamente y ante todos. Porque todos los indios eran sus hijos y porque hasta los señores miraban “su destino” en ellos. Dioses presentes e inalcanzables que dan protección y dan hálito, de cuya voluntad depende la vida. Eran todos lo que eran, siempre grandes, unos más pero todos siempre en la vida de los indios. Era necesario orar para poder trabajar en la mina, en nombre de los cerros de donde vivían los indios, en nombre de los cerros más grandes, de aquel a donde se cree van los indios a trabajar después de morir, de aquel también donde está la mina.

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Apukintu

 

“Tras de la iglesia, el cerro protector del pueblo aparecía rojo, cubierto a mantos por las flores del k’antu…El viejo miró hacia la alta montaña.
– ¡Yo te prefiero, Apukintu! Te han robado flores – dijo.”
(Todas las Sangres 2001. p: 8)
La primera mención de alguno de los cerros, en la primera escena de todo el libro. El viejo se encuentra en el campanario, antes de sorprender a todos los que saldrán de la iglesia. El “gran señor” Aragón de Peralta prefiere al Apukintu, que está detrás; pues sus hijos son para él caínes y parricidas, el cura es anticristo. El viejo se reclama desde una altura que “no es solo de Dios”, desde su altura de caballero, de noble, cuya sangre se encuentra en la fundición y en la materia de las campanas. El viejo anuncia y repica su muerte, su voluntad de entregar todo a los indios, a aquellos que dependían de él, y que eran limpios. El viejo dejará para entregarse. Dicen que se ha vuelto como indio, cree en los cerros, pero no deja de ser señor por Dios y no deja de juzgar en su nombre. Dios se encuentra más alto, el Apukintu detrás; los hombres libres son caínes y anticristos, los indios son hijos de Dios y del Apukintu. El “gran señor” se hace hijo del Apukintu porque los hablan de Dios atentan contra él.
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