¿Ama a tu enemigo? ¿A cuál?
Al respecto, Carl Schmitt señala:
“Enemigo no es pues cualquier competidor o adversario. Tampoco es el adversario privado al que se detesta por cuestión de sentimientos o antipatía. Enemigo es sólo un conjunto de hombres que siquiera eventualmente, esto es, de acuerdo con una posibilidad real, se opone combativamente a otro conjunto análogo. Sólo es enemigo el enemigo público, pues todo cuanto hace referencia a un conjunto tal de personas, o en términos más precisos a un pueblo entero, adquiere eo ipso carácter público. Enemigo es en suma hostis, no inimicus en sentido amplio; es πολεμιοϛ, no εχφροϛ. A semejanza de lo que ocurre también en muchas otras lenguas, la alemana no distingue entre “enemigos” privados y políticos, y ello da pie a multitud de malentendidos y falseamientos. La famosa frase evangélica “amad a vuestros enemigos” (Mt. 5, 44; Lc. 6, 27) es en original “diligite inimicos vestros”, αγαπατε τουϛ εχφρουϛ υμων, y no “diligite hostes vestros”; aquí no se habla de enemigo político. En la pugna milenaria entre el Cristianismo y el Islam jamás se le ocurrió a cristiano alguno entregar Europa al Islam en vez de defenderla de él por amor a los sarracenos o a los turcos. A un enemigo en sentido político no hace falta odiarlo personalmente; sólo en la esfera de lo privado tiene algún sentido amar a su “enemigo”, esto es, a su adversario. La cita bíblica en cuestión tiene menos que ver con la distinción política entre amigo y enemigo que con un eventual intento de cancelar la oposición entre bueno y malo o entre hermoso y feo. Y desde luego no quiere decir en modo alguno que se deba amar a los enemigos del propio pueblo y apoyarles frente a éste».