En la sala de recursos electrónicos de “H” (cuarto piso) todas las noches se escuchan derrapes provenientes de la avenida Riva Agüero. Son los sonidos de las frenadas en seco las que sorprenden a los internautas. Los hacen imaginar escena desastrosas y emitir exclamaciones como “¡Auch!”, “Chesu‘, ya se mataron”.
Algo que no va a cambiar fácilmente. Estoy seguro que mañana en la noche escucharemos el mismo sonido cada tanto de minutos. Leer más
Dotado de una extraña personalidad, a veces indiferente, a veces apasionado, le gustaba la independencia. Le encantaba dormir casi todo el día, o al menos sus ojos -que se igualaban a dos ranuras horizontales- así lo aparentaban. Muchas veces, el sol que entraba por la puerta lo acariciaba dejando al descubierto su fascinación por el calor matutino.
Todo el tiempo, me gustaba acercarme a él así, en el suelo, y tirarme a su lado. Pensar como él, que no existe el tiempo. Y sentir esos rayos de relajamiento. Lo abrazaba en el suelo. Me respondía con un gruñido, sabía que significaba “Peter, no molestes… déjame dormir”. Pero no me importaba, yo lo abrazaba y así quería que terminara el día, en un momento congelado en el suelo.
Era alérgico a él, lo descubrí a las semanas que lo traje. Pero no me importaba, podía aguantar unas ronchitas en los brazos con tal de cargarlo y pasar mis manos entre sus rollos desiguales.
Recuerdo sus suspiros, los imito cuando algo no sale mal ¿O él imitaba los míos? No es importante saberlo. La perfecta combinación entre ronquidos y sueños -con sus respectivas movidas de patas- era su mejor amigo.
Aunque sabía que era diferente a los demás, nunca se consideró un perro. Nunca jugó con otros perros más que el perro de mi tía -al que igualmente, a veces no soportaba-. Sólo se sentaba en la calle al lado de mi abuelo y tomaba más sol.
Una noche, luego de haber estado lejos unas horas y sin preveer lo que ocurriría en la mañana, llegué a la casa y mis tías estaban en la puerta. Muy raro, pensé, algo habrá pasado. Me acerqué y me dijeron que Stocky había muerto. “Naaaa”, imposible, negué creerlo, me estaban haciendo una broma, cómo se iba a morir un animal tan cuidadoso.
“En serio”, confirmaban la noticia. “Bueno… de algo tenía que morir ¿no?” fui duro. No quería mostrarme, no quería que me vieran bajo. Mucho menos quería que realmente sintieran lo que sentía. Qué les importa al fin. Me miraron los ojos como si quisieran sacarme lágrimas para desahogarme. Pero no lo lograron.
“Está en la veterinaria, lo están alistando para el entierro”. En el jardín Michael estaba cavando un hueco lo suficientemente grande para su robusto cuerpo. Fui a la veterinaria y lo encontré tendido en la mesa de metal.
Estaba dormido, yo creí. Lo toqué, aún estaba tibio, tan tibio como siempre. Tan tibio como cuando lo dejé esa mañana. Pasé mis manos entre sus rollos y lo sacudí para que despertara. Le decía, “Stocky despierta, no seas tonto, despierta”. No lo hizo, en vez, mis lágrimas cayeron sobre su cuerpo. No había nadie más que él y yo en esa sala. En el fondo, así lo quería, durmiendo como le gustaba.
Cuando llegó alguien, que no recuerdo bien, lo tuve que cargar para llevarlo al entierro. Pesaba, siempre había ensayado cargarlo por última vez pero nunca pensé que sería tan horrible. Sus ojitos estaban cerrados, y su cuerpo aún emanaba ese olor fuerte característico de él.
Lo dejé en el hueco, ahí echado. Sabía que a él le gustaba estirar las piernitas de cerdo para dormir. El hueco no era lo suficientemente largo como para enterrarlo estirado, le encogimos las patitas y entró perfecto.
Empezaron a echarle cal y tierra. Cada montículo de arena sobre su cuerpo era como un golpe en el estómago, insoportable. Y ya sabía que nunca iba volver a verlo moviendo su espiralada cola o escuchar su ladrido jamás. Quizás, tal vez no acá.
Sé que ese jardín era uno de sus lugares preferidos, y ahora, el mío también. Leer más
Lado A
En un bus de Lima a Tacna, una pareja de otra nacionalidad viajaba en los asientos números 29 y 30. Los jóvenes, ansiosos por el almuerzo -y en vista que ya se empezaba a comer en los asientos delanteros del bus-, llamaron a la señorita azafata.
La azafata, como se encontraba sirviendo los otros platos, no podía atenderlos inmediatamente, por lo que les rogó le regalen “un ratito” para ir con ellos.
La joven pareja bautizó como “miss Perú” a la azafata en sarcasmo a la fealdad física de la misma. “¿Qué tiene esta… miss Perú? ¿Nos quiere dejar sin almuerzo?”, risas cómplices.
Al fin llegó la azafata a sus asientos, sin conocimiento de sus burlas. “Disculpa, qué hay de almuerzo”, la entonación chilena de la joven se notó. “Tenemos arroz blanco con pollo al horno” respondió la azafata. “¿No hay almuerzo vegetariano?” se preocupó la muchacha. “Lo sentimos, este pasaje no incluye almuerzo vegetariano” le recordó la azafata.
Dado que parecía quedarse sin almuerzo, la muchacha preguntó “¿y de postre?”. La azafata respondió “Arroz con leche”. El hartazgo venció, “¿¡qué!? En serio ¿qué le pasa a este país? todo lo comen con arroz. Arroz con pollo, arroz con leche, arroz con mariscos, arroz con pato. ¡No entiendo!”, no hubo mesura alguna. Para cuando acabó tal objeción ya había retumbado en los demás oídos alrededor.
Su novio comprendió la exaltación y un descuido insensato en sus palabras. Por lo que decidió susurrarle ligeras advertencias en vista a la desaprobación de los otros pasajeros, que por cierto, eran peruanos.
Haciendo “oídos sordos”, la señorita azafata continuó repartiendo los almuerzos a los que faltaban. En sus mejías, el color rojo encendido aún tiritaba de cierta indignación.
En su turno, la joven aceptó el almuerzo con un gesto de repulsión y castigo, generada quizás por la insistencia de su pareja. Almorzó. Cuidó mucho en no probar el pollo, no así, devoró todo el arroz.
Lado B
En un bus de Arica a Santiago, un grupo de señoras peruanas –que, eran de la misma familia-, viajaba en los asientos 21, 22, 25 y 26. Estas señoras, de unos 30 a 40 años promedio insistían en la cena. Así, llamaron al terramozo.
“¿Joven, a qué hora sirve la comida?”, preguntó la más “criolla”. “Dentro de unos minutos señora”, respondió cordialmente el terramozo. “Huy, es que estoy con un haaambre” bromeaba la señora, su prima le regalaba una risita cómplice. El muchacho no respondió al chiste.
Antes de dejar al joven volver a su asiento de copiloto, la señora le preguntó “¿Y qué hay de cena?”. Le respondió “Bueno, en verdad, el refrigerio consiste en un alfajor, un refresco y un emparedado”. Hubo un pequeño mutis y un consecuente aire de estafa.
“¿Qué cosa? ¿Dónde está mi mazamorra morada, mi arroz con leche…, mi arroz zambito?” le exigió la señora. Los demás pasajeros pretendieron no intervenir, la consideraron imprudente. “¿Perdón?”, rió respetuosamente el chileno. “Nada joven, usted no tiene la culpa”, lo disculpó la señora.
Una vez el joven rumbo a su asiento, la señora le increpó a su vecina sobre la comida. “Con razón que los chilenos están tan flacos, si los tienen a punta de alfajores. Pobres. ¡No qué va! Conmigo no. A mí, me traen mi arroz con leche bien calentito si no nada”. Su prima, cómplice, le daba la razón con gestos.
Esa noche, la señora aceptó su refrigerio. Cuando acabó el alfajor y el emparedado, aún pensaba en el arroz con leche. Leer más
El jalador, el cobrador, el datero, los escolares, el canillita, el chofer, la emolientera, la seño del quiosco, el guachimán, el tío “Pare”, el tombo, don Filiberto, los patas, la tía, la madrina del Comedor Central, don Sósimo, la señorita Fénix, el tío Bigote, el canchero, los universitarios, el cobrador, el vende-caramelos, el chofer. Leer más
En el paradero de Veterans Memorial Boulevard ella espera el bus de las 7.45 pm, uno de los últimos de la noche. Arriba, el cielo oscuro ha empezado a llorar. Pronto se avecinaría una tormenta.
Llega el bus. Sube con una sonrisa amable y con un dólar 25 centavos en su puño. “Good night!”, saluda al moreno conductor. En un ademán de cortesía, éste asienta. Introduce las monedas en la máquina. Inspecciona el bus y los otros pasajeros. Los pocos que la acompañan en el viaje la miran con recelo, al menos eso cree ella. Busca el asiento vacío más próximo.
Se sienta al lado de la ventana. Carga la bolsa blanca con su uniforme dentro. Las gotas que explotan tras la ventana y el lejano recorrido de las calles a medio iluminar de Metairie, la hacen sentir segura.
8 horas de acomodadora en Dollar General, el cansancio la atrapa mientras el bus cruza David Drive.
Pequeñas risitas en un amplio patio, en el medio dos niñas saltan. La ve, su hermana bajo un sol panameño de Febrero. Habla con otra niña, en español. Esa niña a su lado, es ella de pequeña. Juegan al avión. Piensa “tan tranquilas, no lucen preocupadas”. Recuerda, no tenían por qué. Una sombra más grande se dibuja en el piso. Es mediana, con el cabello recogido y el uniforme de minimarket puesto. Es ella, se da cuenta.
Las niñas la miran y la invitan a jugar. “No puedo” dice, sin embargo se dirige al avión dibujado en el patio de lo que parece su antigua casa. Saltos, saltos. Las sonrisas de las infantes la contagian. Se siente feliz. Una felicidad que no sentía hace mucho en Estados Unidos. Estados Unidos, ¿dónde estaba ella realmente?
Un avión se escucha por los cielos del aeropuerto y ella no está en el suyo aún. La ve, su hermana al lado. Despegará en pocos minutos. Es mejor despedirse ahora. El cálido abrazo de su hermana la empapa, presiente que no la verá en mucho tiempo. En ese momento tuvo toda la razón, piensa ahora. Las lágrimas de su hermana la contagiaron. Ella ya sabía que se iba a quedar ilegal en Norteamérica. La soñada Norteamérica.
Despierta. Trata de recordar en qué calle se encuentra, con tal lluvia le es difícil. Logra identificar el cruce con Bonnabel Boulevard, felizmente no ha pasado su paradero. Da un fuerte suspiro. Abraza la bolsa que sostiene en su regazo. Se limpia la lagrimilla derecha. Leer más
¡Claro! De todas formas este año me va a ir mejor que el año pasado. Sobre todo porque ha caído 14 un sábado. Sí pues, las parejitas toman puro taxi para ir a los telos. Más que todo para impresionar a la flaca ¿no? Tú sabes, se ve bien llevarla a un telo una o dos estrellas en taxi.
Hace dos años me pasó una bien buena. Una pareja subió para que los lleve a un telo por ahí, cerca. Como conocía la zona, los llevé a un telo barato y bueno. Cinco solcitos, los dejé en la puerta. Cuando estaba apunto de arrancar salieron y me dijeron que estaba full el lugar. ¿Te imaginas cuántas parejas van a los telos el 14? Negocio redondito pe’. Les cobré otros cinco soles para llevarlos al telo siguiente. Nada, también estaba todo lleno. Chesu, lástima, más que todo por el pata porque estaba recontra arriola y la flaca parecía bien arrecha, tanto así que ya desde atrás le tocaba todo.
Se volvieron a subir al taxi. Estaba buscando otro telo caleta para llevarlos pero me vino una idea. Telo-taxi. A sólo diez luquitas, hermano, ¿puedes creerlo? Ya pe’, entonces bacán dijo el flaco. Los llevé por un lugar oscuro pero ya estaban en pleno. Incluso el pata estaba tan agradecido que me jalaba la mano hasta la flaca y me decía “toca, con confianza tío, gánate con este tarrazo durito. Está rica ¿no?”. ¿Puedes creerlo?, encima salí ganado. Parecía incluso que a la chica le gustaba eso. Me bajé del taxi y los dejé solos hasta que el carro terminó de saltar. No quise meterme en esa relación porque de repente podría reaccionar mal el pata o la flaca, no quería problemas.
Así pues, hermano, me agradecieron y se fueron contentísimos. Además me dieron cinco luquitas de más porque les pareció que habían ensuciado mucho. Nada que no pudiera salir con agua. ¿Si fue peligroso? No, no creo que me quisieron robar, además yo saqué la llave del taxi y la plata. Era una pareja arrecha nomás, sin un lugar para tirar. La flaca estaba borracha, comprendía al pata. Sólo vi una oportunidad y ya. Esto es lo que tiene que hacer uno para ganarse unos solcitos de más. Leer más
Hace dos noches soñé que hubo un terremoto…
Soñé que corrí semidesnudo hacia la calle. Soñé que el terremoto continuaba. Soñé llanto, mucho llanto. Soñé árboles elásticos. Soñé con un cielo eléctrico nocturno. Soñé que el jardín no era más el cementerio de mi perro. Soñé un asfalto con olas. Soñé que mis vecinos no pudieron caminar. Soñé súplicas, rosarios y salmos. Soñé con mi familia incompleta. Soñé que el abuelo nunca salió de la casa. Soñé con postes de luz cayendo al suelo. Soñé oscuridad y gritos. Soñé con gente corriendo. Soñé alerta roja, se venía un tsunami. Soñé que muchas paredes de mi casa se habían caído. Soñé con vidrios rotos. Soñé con la primera réplica. Soñé que mi corazón seguía saltando del temor. Soñé una evacuación. Soñé con sobrevivientes, los que no querían quedarse. Soñé que caminábamos hacia Lima. Soñé con el dolor de los muertos en vida que prefirieron enfrentar la naturaleza. Soñé que estaba en otro mundo o eso quería. Soñé que vino la segunda réplica. Soñé con las heridas de mi madre. Soñé que tal vez nunca volvería a sonreír. Soñé que pasamos por lo que quedaba de la casa de mi abuela. Soñé destrucción y saqueo. Soñé con un papá resignado y sollozando en silencio. Soñé con una procesión llorosa. Soñé con adobe caído. Soñé con incendios. Soñé con más oscuridad. Soñé con sangre mezclada con tierra. Soñé con cadáveres. Soñé el abrazo de mis padres en la Plaza San Martín. Soñé la espera no sé de quién. Soñé con la réplica siguiente. Soñé agotamiento. Soñé un sueño que en ese momento hubiera querido sea eterno, ahí con ellos. Soñé que ellos desearon exactamente lo mismo.
No, todo fue un sueño.
Internacionales bombos y platinos dieron la bienvenida al estreno en pantalla grande de “La Teta Asustada” en Perú. La expectativa era tremenda. Decidimos, entonces, -mis padres y yo- asistir al cine para apoyar la producción nacional.
La película inició con una canción quechua de una mujer anciana en su lecho de muerte. El contenido de la película -está de más decirlo por estos días- trata la historia de Fausta. Una muchacha maldita con la teta asustada transmitida por la leche materna. El ideal colectivo que la rodeaba creía no poseía alma. Ella transmitía un pavor desmedido por los hombres, producto de su concepción. Así, siguiendo el ejemplo de una mujer que resistió a la violación en época de terrorismo, se introdujo una papa en la vagina.
Cuando terminó la película, se sentían rumores en el ambiente. Los espectadores susurraban en la sala sus gustos y disgustos por la cinta.
Uno de ellos, fue mi padre. Opinaba, le pareció que la película buscaba vender mucho de lo mismo, lo que la gente de afuera consume en exceso cuando visita un país tercermundista, lo autóctono. Le pareció además, que en este caso, disminuían potencialmente la imagen del peruano: lo dibujaban ignorante, desdentado, estigmatizado en el típico empleo de sirviente del personaje blanco. Se creaba, además, un submundo diferente a la tecnología y la educación. Un submundo localizado en los cerros más amarillos de la capital que se cierra a los conocimientos (como el doctor que informa sobre la infección del tubérculo).
Yo diferí el punto de vista de mi padre. Primero porque considero que películas como éstas no deben ser un reflejo de la sociedad peruana -o limeña- en general, sino de particulares historias escondidas entre la masa de una sociedad “x”. Sobre esto, considero que la misma idea de “ficción” ya nos lleva a buscar alejarnos de lo posiblemente real. Y comprender que si bien hay elementos reales dentro de la misma, podrían llevar a una historia relativamente alejada de lo que realmente existe.
Segundo, me encantó la calidad de la película. Las actuaciones fueron excelentes. Magaly Solier muestra una persona completamente diferente a Madeinusa. La naturalidad de la familia de Fausta es admirable. Y los símbolos, los significados. Las pausas. La dirección -si supiera de esto mi crítica podría tener más cabida y ser más aburrida-. La calidad, sí, la calidad. En cierto aspecto, estaba acostumbrado a ver del cine peruano las escenas explícitas de sexo (quizá por ello nunca pude ver en su momento “Ciudad de M“, ni “Pantaleón y las vistadoras“, ni “No se lo digas a nadie“, la infancia), cámaras con bajo presupuesto, sonidos difícilmente reconocibles e historias poco apetecibles.
Respetando las críticas favorables o desfavorables hacia esta película -y es que todas lo merecen-, considero que tal discusión surge por la poca cantidad de películas nacionales en las últimas décadas y su precario reconocimiento internacional (exceptuando excelentes películas como “Días de Santiago“, “Paloma de Papel“, “Madeinusa” y “Contracorriente“). Es así que cada vez que se estrena una película nacional, se crea la expectativa de dejar un mensaje positivo -“El Perú avanza” pasa por mi mente en este momento como un acto reflejo- para los extranjeros, los de afuera. Si pasa por ese filtro, la película es “buena”. Por ello, apostaría que si apareciera la campeona Kina Malpartida en la pantalla grande ganando trofeos en nombre el Perú, la película es buena porque deja “bien parado” al peruano. Debemos tener claro que los puntos de vistas son infinitos, los mensajes también. Dios, estoy seguro que si tuviéramos la inversión adecuada para crear películas independientes con diferentes perspectivas, diferentes historias, diferentes directores -apostar por nuevos nombres-, podríamos lograr cosas inigualables a ojos cerrados.
Por ahora, Perú figura entre los nominados al Óscar por primera vez. Y esto, sera sólo un hito fílmico peruano, un impulso para los estudiantes interesados en apostar por el cine nacional. Leer más
Los ojos bien atentos a los labios de los gigantes. Especial atención en el baile de la lengua con los dientes. “Esos sonidos… sí, esos sonidos tienen mensajes”. Pero él todavía no comprendía cuándo empieza y termina cada sonido; cuándo cambia de significado para los demás. Prefería seguir escuchando. Así, imitando los sonidos, que salga cualquier cosa. Tienen que entenderlo de algún modo, lo volvía a intentar.
Luego de un tiempo empezaba a articular sus primeras palabras. Descubrió que con pequeños sonidos breves, el universo de invenciones es infinito. Sí, le gustaba crear palabras, mensajes cortos. Primero dentro de sí, y luego los exteriorizaba. Encantado al tener un idioma con significado conocible sólo por él.
Un día, entendió que las palabras le eran robadas. Misteriosamente, los gigantes parecían usar algunas de sus invenciones. “No, no puede ser cierto”; aún no las decía, estaban todavía en su cabeza. La rutina era la siguiente: los gigantes comienzan con palabras ininteligibles a las que él ya estaba acostumbrado a tratar adivinar para después, repentinamente, introducir aleatoriamente sus invenciones. “Oigan, no es justo. Yo he inventado esa palabra… y esa otra también”.
Qué es lo que pasa, ¿cómo pueden saber mis secretos? ¿Escuchan mis pensamientos?
Sí, posiblemente eso debe ser. Leer más
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