Ella insistió en ubicarnos ahí, en la oscuridad. Accedí por la seguridad para nuestros hijos. Tan ansiosos los dos por el nacimiento de éstos, buscábamos todas las mañana comida para llevarles. El clima ha cambiado, nosotros debemos adaptarnos o morir en el intento, nuestros nenes no merecen lo mismo. Al menos no aún.
De repente ocurrió. No estábamos en nuestro sitio cuando sucedió. Parece que “ellos” habían demorado toda la mañana poniendo una barrera para no poder entrar al recinto donde estaba nuestro nido. Me acordé, hay otras entradas por ahí. Ella estaba nerviosa, no podía concebir dejar a sus hijos sin protección. Yo la tranquilizaba, quizás era momentáneo, quizás no han descubierto aún nuestro nido. Seguía gritando desesperada.
Al llegar más alto encontramos un espacio abierto en la parte alta del recinto, la luz se proyectaba hasta el suelo. Nos metimos con toda velocidad al hueco donde estaba nuestro nido. Los encontramos, indefensos, nuestros hijos estaban tibios aún. Habían estado llorando toda la mañana por los ruidos de tal edificación. Desnudos, con los ojos cerrados, nos sentían. Los alimentamos.
¿Escuchaste eso? Parece que se ha metido un pajarito a la casa. Sí, me he dado cuenta que por acá hay un nido. ¿Un nido? ¿Dentro de la casa? Sí, en el hueco del ladrillo del techo. Los escucho, sí, en ese hueco ¿no? Ajá. ¿Y cuándo vendrá el maestro a trabajar el techo? La próxima semana, les queda una semana más para ser felices.
Mañana yo solo iré a buscar comida para los polluelos, ella se quedará cuidándolos. Ojala “ellos” se vayan, siempre destruyen todo. Siempre. Leer más
«Era un organismo descomunal.
Una gorda de brazos como oleoductos, embolsada en un traje negro, estaba a mi lado. La azafata le dijo que le iba a traer un cinturón especial.
La vi apenas por el rabillo del ojo, pues no quería llamar su atención.
Sentí un estremecimiento helado.
¿Era ella? Sí, era ella, claro.
Movía uno de los brazos, del que colgaba una lonja sobrante de carne. Estaba rebuscando algo en su cartera, insistiendo con los dedos, arañando algún objeto en el fondo de la cartera una y otra vez. Tenía la piel tostada, como si estuviera recién llegada de unas vacaciones playeras. Me concentré en mi libro. Las letras me temblaban.
Después de un rato comprendí que en realidad mi compañera de asiento no parecía estar buscando nada.
Estaba entregada, más bien, a un ejercicio repetido y desesperado. Solo quería seguir rasgando los objetos que guardaba en el bolso -tenía un sonido a peines, pomos, chisguetes, un monedero. Era como si quisiera romperlos.
El bolso parecía un animalito de cuero muerto que ella gozaba torturando. Llevaba anteojos de lunas oscuras, con aspecto de antifaz»
En El susurro de la mujer ballena de Alonso Cueto. Leer más
“¿Ven? Ese es el problema con los universitarios de ahora. El típico alumno promedio: el que busca sentarse al final. Miren cuántos asientos vacíos acá delante.
¿Han calculado lo tanto que pagan sus padres al año para que puedan estar sentados en esta clase? y sobre todo ¿en esta universidad?
Si ustedes estuvieran en mi posición verían una masa estudiantil arrinconada al final del aula, así, lejos del profesor y de su clase. Con miedo a participar” Leer más
«No fue solamente un edificio derrumbándose, hubo personas involucradas en esto. Esta fotografía muestra cómo ello afectó la vida de la gente en esos momentos, y creo que eso explica por qué es una imagen importante. No fotografié la muerte de esta persona. Fotografié parte de su vida. Esto es lo que decidió hacer, y creo que conseguí inmortalizarlo»
Richard Drew Leer más
Don Juan casi acababa de barrer el local adjunto a la Estación de West Esplanade cuando entonces preguntó: “¿De dónde viene usted, muchachito?”.
Parecía extraño que me haya preguntado esto. Con el tiempo que venía conociéndole pensé habérselo dicho antes.
“De Perú”, respondí. Los gringos suelen asociar inmediatamente Perú con algún imponente cobrizo y magestuoso Inca. Yo les cuento más acerca de las maravillas geográficas del país. Se sorprenden extasiados. El panameño don Juan, en cambio, no.
“¡Ah!”, exclamó triunfante, como si hubiera recordado algo. “Que pase el peruano”, cantó.
No le encontré significado a lo que dijo. “¿Perdón?”, expresé mi incomprensión.
“¿Cómo? ¿Acaso no conoces a la señorita Laura?”, preguntó sorprendido, quizá algo ofendido.
“Ah, Laura Bozzo. Bueno, ella es peruana”, lo primero que me vino a la mente. “¿Cómo sabe de ella?”
“La tele: ¡Que pase el borracho, que pase el mujeriego, que pase el amante!”. Imitaba a la Bozzo sonriente.
El negro humo escapa de las largas y viejas chimeneas, se dispersa en un cielo marrón grisáceo. Donde estoy me encuentro seguro de no respirar directamente ese tóxico elemento. Antes de desaparecer, intentan formar amigables figuras; no lo logran. Usualmente me gusta imaginar objetos con las nubes. Pero aquí, en Distrito industrial, esas oscuras nubes horrorizan.
* * *
“Agg, qué asco me da este distrito. ¿Han visto? tan pequeño y con tantas asquerosas fábricas. Lo peor de todo es que no hay un adecuado control municipal: no se renuevan los filtros que se deben poner en las chimeneas de las grandes fábricas. Y para colmo, por un poco más de dinero la Municipalidad se hace la ciega. Cuánto hollín expiden… cuánto de eso respiramos, Dios mío”. El profesor Huertas se queja.
* * *
Una bandera peruana negra cuelga sin vida de un segundo piso construido a medias, hace más de tres meses que terminaron las “Fiestas Patrias”. Algunas sucias fachadas quieren acompañarla. Paredes claras contrastan con el polvo negro que las cubre. No, la culpa también la tienen carcachas antiguas que aún circulan expidiendo pura agonía venenosa, el smog. Una agonía que por necesidad económica, los choferes prefieren arriesgar a conducir. Un botón, se dice que la Avenida Abancay es la más contaminada de Lima y posiblemente del Perú.
* * *
“Si regresas del Centro de Lima y te limpias la cara con un trapo blanco, verás que el trapo quedará negrísimo. La contaminación es insostenible”. Afirma Sara en la Feria de Ciencias del colegio.
* * *
Casi salgo del Distrito Industrial. Volteo y el infierno sigue saliendo de la chimenea primera. ¿Debo cerrar los ojos y pensar que nada ocurre también? Leer más
A mi lado, las gigantes rocas hacen juego con este desierto amarillo. No hay un pueblo cerca -el mapa lo corrobora-, mejor ir a la carretera más cercana.
Dejé la rutina del gimnasio hace mucho y la comida chatarra no me ha ayudado estos días, mi trote es más pesado.
Algo me detiene: en el cielo naranja aparece una estela. Saco la cámara. Aumento el zoom, parece que se trata de un objeto rojo.
¿Podrá ser cierto lo de los OVNIs? Ciertamente estoy muy cerca al área 69, una peculiar base militar que no admite visita alguna. Ya me daré tiempo para explorar dentro. Coleccionar estrellas por entrar a áreas prohibidas es mi especialidad.
Al fin aparecen los autos. Prefiero sentir el aire en mis oídos. Elegiré una moto. A estas alturas no importa si es una Sánchez o una FCR-900 (mi favorita).
Un buen tramo luego encuentro la primera. Es una Freeway negra. La patada voladora sobre el volante, cae el papanatas. Te lo mereces, idiota.
Dejo atrás al ranchero y su “K-Rose”, cambiemos a “Radio Los Santos”: Snoop Dogg suena mejor con velocidad.
La carretera es mía. Esquivo un carro tras otro. Aún falta mucho para llegar a la verdadera Las Venturas -diversión garantizada: casinos y más misiones-.
No vi al vehículo delante, el impacto me hace volar. El cretino baja de su carro (trae un bate de baseball). Hace poco que no peleo, nunca es suficiente.
Se acerca amenazante, mi manopla será suficiente. La sangre vuela a mi lado. Un par de golpes más y caerá. Pisotones en el pecho aseguran que no se levantará.
Un Buffalo rojo, mediocre auto, será mi trofeo por asesinar un sujeto más. Buenos gustos, otra canción de Snoop me acompaña.
Diablos, no había percatado la estrella que me han puesto. Un carro de policía estaba cerca.
¿Escapar? No lo creo, quiero acabarlos. Bajo la velocidad, el coche está a mi lado.
Empieza la lluvia de balas, acaba con una explosión. Tan sencillo destruirlos, a ellos y a esa horrenda patrulla.
Las estrellas aumentan. Apenas entro a la ciudad misma y aparece otro carro policial.
Me bajo del Buffalo, sé que me expongo pero muy cerca habrán otros carros con mi nombre en ellos.
Primero acabaré con estos uniformados. Saco la AK 47. Mi puntería es buenísima. Aparecen más policías. Aparecen más muertos.
Pocos minutos más, ¿hasta cuánto podré soportar? ¿Podré llegar a seis estrellas y sobrevivir para contarlo?
Un helicóptero me apunta con una luz blanca. Dispara. Esto se puso feo. Mejor escapo por ahora.
El aluvión de proyectiles ha hecho correr a todos al rededor. Los carros escapan y ellos no dejan de seguirme.
Mi línea de vida está muy baja. Creo que no aguantaré mucho…
Se me ocurre algo, ir a Burger Shot y subir esa línea roja. Mientras tanto las estrellas desaparecerán, ahí estaré seguro.
Por ahora, debo despistar a los que me atacan. Empiezo con las granadas. La calle tiembla.
Luego el lanzamisiles. ¡Qué espectáculo! Los cuerpos carbonizados volando ante el impacto.
El helicóptero, mi siguiente blanco. Trato de apuntar lo mejor posible ignorando a los que me disparan en tierra. Me las quiero cobrar como sea.
Y ahí va. Escucho el BOOM en el aire. Va a caer en cualquier momento. Cae.
Qué ironía… se desmorona encima mío. Sí, ya estoy muerto. Desde aquí arriba me veo aplastado por el negro esqueleto de un helicóptero.
Eliminado. Game Over.
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