Month: agosto 2010

La reina del bar

Paredes verdes eléctricas, la rica chicha en el aire. El recinto parece que intentó ser adornado con motivos selváticos, no encontrando mucho éxito con el resultado final: El cuadro con una ampliación del Río Amazonas no concuerda con la atmósfera del lugar. En el ambiente se acumula una neblina de voces roncas conformadas por risas, brindis, reclamos y chismes.

En la barra, unos jeans apretados exageran el tamaño de su redondo culito. Ella sabe lo que quiere esta noche. De espaldas habla con el joven que vende las cervezas: “¿Cómo está la noche, Ricky?”. Permanece así mirando a los candidatos. “Ahí, maso, todos los miércoles son iguales”. Sigue analizando el lugar, sabe que ellos han notado su presencia. Igual que el cuadro, no parece armónico con el bar. Empiezan, tres borrachines de diferentes mesas la llaman con silbidos.

Comienza la actuación cariñosa de ella. Se acerca a una mesa repleta de unos tipos medianamente ebrios. Buscó al que menos asco le dio. “¿Hola preciosa, quieres un traguito?”, su nueva adquisición le propone, “claro guapo”, acepta. Debe dominar la situación, darle gusto pero nunca rebajarse ni beber demasiado, así ella trabaja.

Treinta y ocho minutos después, la calle “x” luce más vacía y sucia. El Hueco, que en las mañanas es el emporio de la piratería, se apaga avanzando la noche. La basura a su alrededor es abundante, la oscuridad la apiada.

Los tacones se escuchan bajando la escalera de metal, a su lado, el amistoso borrachín la abraza. Ella busca un taxi, él una esquina siniestra para orinar. Suben. Se dirigen a una posada mugrienta cerca de ahí.

Así es el Centro de Lima, barato. Un nuevo sol es una maravilla. Sobrevives al hambre: papa con huevo, dos causas rellenas, cinco humeantes huevitos de codorniz, rosquitas, dos panchos, ocho panes, etc. Sobrevives al desempleo: El Mercado Central te abre la posibilidad de encontrar chucherías que puedes vender al doble de su valor. Sobrevives a la soledad: a sol la barra.

Suben la escalera metálica nuevamente. Ha adquirido veinte nuevos soles más -una dama nunca paga los tragos ni mucho menos la cama-, se separan. A él lo esperan sus, ahora, más sazonados patas. Ella se acerca a la barra, voltea hacia las mesas dando la espalda al joven vendedor. Pregunta: “¿Cómo está la noche, Ricky?”.

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