Hace un mes se fue mi abuelo:
Mingo, el piurano, decide partir a la costa para retornar su odisea marítima. Bien pije, agradece. Despide a Anchash con mucho cariño: extrañará el hermoso paisaje y sobre todo a su cholita, la Virginia.
Mira azul inestable. No sabe si el mar es el que se mueve o es el buque en el que se encuentra. Relájate, la brisa lo que lo roza le sugiere disfrutar el insistente sol. No queda más tiempo para juegos. Sigue las instrucciones de su capitán. No, no es una persona, es un escudo. Un símbolo que significa algo más grande que él: su bello Perú.
Se detiene en Ecuador. Atacar o morir, le enseñaron. No recuerda bien cómo acabó pero ganaron los peruanos. Ahora, Lima lo espera.
El aroma del océano Pacífico. Mira el horizonte. Está solo, no hay nadie en el buque, siente. Sólo él y los pocos días para pisar puerto. Saca la guitarra y viene la inspiración. Un valsecito para celebrar en el recorrido no viene mal.
El calor de su cholita lo recibe en el Callao. Un cielo limpio y despejado le revela que hay mucho por hacer. Ladrillo por ladrillo, ya está una pared. Sus pequeños hijos le imitan, le pasan los demás ladrillos y ya terminaron casa.
Se despide: volverá pronto, promete. Lo recibe otro buque, otro jefe y otros tripulantes. Esta vez será el panadero del buque. Moldea la masa, la estira. Un poco de ajonjolí y al horno. Humeantes y crocantes, salen los largos panes.
Mira el reloj y ya se ha detenido. No sabe cuánto tiempo ha estado en el buque. Recuerda puertos, sí, recuerda puertos que no puede tocar. Recuerda suelo. Recuerda hogar. Recuerda familia. Recuerda que sus hijos ya deben haber crecido bastante. Recuerda que tres de ellos se quedaron en Estados Unidos.
Ya ve Manhattan. Sí que es gigante, la Libertad, piensa. No puede salir de buque, el itinerario es inamovible. El vapor ya indica nuevo viaje. Cierra los ojos y los ve. Ellos tan jóvenes e inmaduros, tienen mucho por aprender.
Sus tres hijos están ahí, lo sabe. Se despide. Ellos, en su mente, también.
Estados Unidos, todo el mundo habla de ese país y del sueño americano. Todos menos él: hogar, hogar pronto.
La punta del buque genera una división en la superficie del mar. Se crean ondas que desaparecen luego de poco. Mingo las mira y cree encontrar algo diferente en cada una de ellas. Se confunden y vuelven al oleaje grupal.
Ya casi llega, y la Virginia lo espera. Ya casi llega, y la puerta de su casa chalaca abierta. Ya casi llega, y la soledad lo acompaña. Ya casi llega, y la melancolía que trastorna. Ya casi llega, y la fiebre comienza. Ya casi llega, y necesita un bastón. Ya casi llega, y no puede articular lo que piensa. Ya casi llega, y los nietos le cantan. Ya casi llega, y los bisnietos le abrazan. Ya casi llega, y las hijas que lo rodean en lágrimas. Ya casi llega, y el cielo no es más que el fluorescente del hospital Naval. Ya casi llega, y siente el cansancio. Ya casi llega, y la Virginia le llama sonriente… “Ven chancho, ahora sí. Tienes tus maletas listas ¿no?”.
Al fin… al fin llega el piurano Mingo y feliz se reúne con su cholita, para siempre.
In memoriam de Domingo Espinoza Quevedo. Leer más
Querido Peter,
Una amiga nuestra nos ha contado,
Que en Perú vive una persona muy estresada.
Que estudia día y noche enteras
Así, haciendo crecer mucho su cerebro.
Ella se preocupa si la bolsa de café venezolano no alcanza,
Dar energía, para libros y danza.
Como en una yunza con hachas y arboles,
O en la uni, cuando estés rodeado de admiradores.
Eres muy inteligente y con sueños increíbles
Por lo cual Hester te nos recomendó.
Incluirte en nuestro libro de niños dulces y malos,
De los que van a España y los que reciben regalos.
El cinco de diciembre es nuestro gran fiesta,
Cuando bajamos del chimenea a dejar muy modesta
Poemas, cajas y cartones.
Con recomendaciones de convivencia u otras anotaciones.
Debajo del papel de color brillante,
Hay escondida un regalo verdaderamente interesante.
Que se abren al día de mi gran salida
De vuelta a España… no muy preferida.
Un año entero en la fabrica de deseos,
Con autoridad sobre los niños malos y sus dedos.
A construir trenes y autos, ponis y Barbies,
Computadoras, cámaras y libros de artes.
Este año quiero dar una vuelta por tu residencia,
En consideracion del aprecio derivado de la correspondencia
Entre tú y una holandesa lejanos y cerca
Pronto probablemente de nuevo en Latín América.
Soy el patrón de los niños belgas y holandés
Naturalmente preocupado por todos sus trivialidades.
Un dedo cortado, un corazón roto, yo lo curo.
Pero lo que necesito de ti, no sé bien cómo, yo dudo.
¿Como resolver la falta insolucionable?
Mi caballo leal Amerigo no es culpable.
Se perderá en las calles de Lima.
¿Cómo asegurar que visitamos tu chimenea y no la del vecino?
Este mensaje es una petición de direcciones,
Para ayudar Pedro Paquete en repartir nuestros creaciones.
En tu casa, tu espíritu y tu boca,
Para que tu día de san Nicolas sea maravilloso.
Saludos,
San Nicolas y sus Pedros negros.
Por Hester, mi bella holandesa Leer más
«A mí no me descubrió Augusto Ferrando, pero era tan bueno el negro que se fue al cielo. Óyeme, el otro día Dios le pregunta “qué necesitas para que hagas tu show acá”.
Cómicos para descubrirlos, dijo. Así fue que Dios se llevó a Tripita, Tornillo y Loncherita.
Como la gente pedía rica música, Dios se llevó a Johnny Orosco. Pero no sólo a él sino a todo el grupo Néctar.
Como eran muchos hombres pidieron una bailarina. Pero Dios es tan bondadoso que no les trajo una simple bailarina sino el paquete completo: la muñequita Sally.
Como la muñequita Sally era la más achorada, le gustaba el fútbol. Así que se jaló a Micky Rospigliosi.
Como Micky era malo para el baile, pidió a alguien que le enseñe a moverse. Quién mejor que el rey de los pasos. Michael Jackson.
Como Michael Jackson era pituco, necesitaba alguien que lo peine y lo maquille. Así que se jaló al gran Marco Antonio.
Óyeme, me han dateado que andan buscando un payaso. No, tranquilos. A este pechito no se lo van a llevar así de fácil»
Cómico en el bus
No me gusta escribir. Me encanta. Por un lado tenemos al recolector de historias oscuras: disfruto narrar aventuras de personajes infinitamente peculiares, seres expulsados de la sociedad para terminar calificados como escoria. Mi técnica es “ponerme en los zapatos ajenos”. Es difícil a veces (por ejemplo, pensar como otros piensan), pero al menos lo intento. Creo que en el fondo me agrada el disfraz. Usar las vestiduras de estos fulanos sin nombres ni remordimientos. No ser yo.
Por otro lado, encontramos al escritor de historias propias. Exploro incontables palabras, pinto mis frases con emociones. Añado metáforas y armonía a ciertos momentos que quiero compartir porque sencillamente, afuera, siempre existe alguien que siente lo mismo. Y expresarme así, con una incógnita. Ser lo que quieren que sea. Que me busquen entre cada párrafo y no me encuentren. Aceptémoslo, es prácticamente imposible y aunque realmente lo hagan, negaré. Odio ser descubierto, por eso no me gusta ir al psicólogo.
Leo y releo las líneas buscando alcanzar esa imposible perfección. Me agrada equivocarme al escribir porque siempre aprendo de las críticas. Qué deliciosa es la libertad que obtengo mezclando símbolos tan sencillos. No me divierto al obligar leer mis experimentos. Si me van a leer, busco que lo hagan con el corazón tal como me esforcé escribiendo un pedacito de mí o del otro Peter.
Paredes verdes eléctricas, la rica chicha en el aire. El recinto parece que intentó ser adornado con motivos selváticos, no encontrando mucho éxito con el resultado final: El cuadro con una ampliación del Río Amazonas no concuerda con la atmósfera del lugar. En el ambiente se acumula una neblina de voces roncas conformadas por risas, brindis, reclamos y chismes.
En la barra, unos jeans apretados exageran el tamaño de su redondo culito. Ella sabe lo que quiere esta noche. De espaldas habla con el joven que vende las cervezas: “¿Cómo está la noche, Ricky?”. Permanece así mirando a los candidatos. “Ahí, maso, todos los miércoles son iguales”. Sigue analizando el lugar, sabe que ellos han notado su presencia. Igual que el cuadro, no parece armónico con el bar. Empiezan, tres borrachines de diferentes mesas la llaman con silbidos.
Comienza la actuación cariñosa de ella. Se acerca a una mesa repleta de unos tipos medianamente ebrios. Buscó al que menos asco le dio. “¿Hola preciosa, quieres un traguito?”, su nueva adquisición le propone, “claro guapo”, acepta. Debe dominar la situación, darle gusto pero nunca rebajarse ni beber demasiado, así ella trabaja.
Treinta y ocho minutos después, la calle “x” luce más vacía y sucia. El Hueco, que en las mañanas es el emporio de la piratería, se apaga avanzando la noche. La basura a su alrededor es abundante, la oscuridad la apiada.
Los tacones se escuchan bajando la escalera de metal, a su lado, el amistoso borrachín la abraza. Ella busca un taxi, él una esquina siniestra para orinar. Suben. Se dirigen a una posada mugrienta cerca de ahí.
Así es el Centro de Lima, barato. Un nuevo sol es una maravilla. Sobrevives al hambre: papa con huevo, dos causas rellenas, cinco humeantes huevitos de codorniz, rosquitas, dos panchos, ocho panes, etc. Sobrevives al desempleo: El Mercado Central te abre la posibilidad de encontrar chucherías que puedes vender al doble de su valor. Sobrevives a la soledad: a sol la barra.
Suben la escalera metálica nuevamente. Ha adquirido veinte nuevos soles más -una dama nunca paga los tragos ni mucho menos la cama-, se separan. A él lo esperan sus, ahora, más sazonados patas. Ella se acerca a la barra, voltea hacia las mesas dando la espalda al joven vendedor. Pregunta: “¿Cómo está la noche, Ricky?”.
Lleva en una mano un complejo aparato que lo eleva al espacio exterior, mientras que su otra mano siempre sostiene un sencillo pero cómodo cojín -creemos que sirve para hacerle más confortable el aterrizaje ¿cómo será realmente?-. Nosotros le damos cartas, escritas con mucho cariño a nuestros seres queridos, aquellos que extrañamos, que se fueron al cielo y ya no podemos ver.
Soy un intermediario, me dicen “el ángel”. Pero no hago más que otorgar las cartas que me encargan a los cuerpos celestiales. No tengo un lugar propio, soy del cielo y de la tierra.
Ha regresado y desde hace días está armada la fila de remitentes, todos con un sobre en la mano. Él nunca niega su misión, se lleva nuestras emociones. Y aunque nunca sabremos si realmente los llega a repartir, siempre la esperanza (que nuestras plegarias sean leídas) estará en la próxima fila que aguarde su nueva llegada.
Un día me pregunté ¿cuál es la peor muerte que alguien pudiera tener en esta ciudad? no me costó mucho la respuesta: ser atropellado… así bajo las ruedas de una rica combi limeña, o mejor, desparramado en la mitad de alguna ensangrentada carretera.
Saben qué es lo peor de todo, la existencia de los famosos “bolsiqueadores“. Sí, esos asquerosos seres sin escrúpulos. Sólo imagine: el cuerpo tendido de la víctima y las despiadadas aves de rapiña que pelean por la obtención primera de la billetera, el reloj, la cadena… en fin, todo cuanto valor pueda ser apreciable y removible del inconsciente. Se abalanzan sobre la presa sin importar las miradas de indignados peatones, éstos ni se inmutan ante tal actuación. Sólo están ahí parados, viendo cómo corren estos malandrines. Qué bella función.
No sé cómo ni cuándo moriré -ni intento saberlo-. Pero pediré que si irónicamente, sucede ello en alguna avenida o carretera de nuestra querida Lima, me concedan un espacio chiquitico al lado de la misma en donde se construya un templo conmemorativo: ese altar en forma de casita coqueta, que cuando bien cuidadas, llaman tanto la atención de los reflexivos pasajeros interprovinciales.
Que tenga mi nombre en ésta y que cada año me dejen una florcita en mi memoria. Con tal gesto se amortiguaría el sufrimiento inicial de un fin tan horroroso, así, hasta daría gusto morir arollado.
“La persona más importante en tu vida, eres tú. Nadie más“
H.B.
Cuando los problemas acaben, cuando la marea se calme, al final siempre vas a quedar solamente tú en tu vida. Y la misma vida te pedirá cuentas, ¿qué has hecho contigo? ¿Realmente vale la pena dañarse en este momento por cierto dolor efímero? Piénsalo dos veces, por favor. Recuerda lo importante que eres para ti.
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“Siempre, cada día, se aprende algo nuevo“
Reeza
Un día le tocó trabajar de cajero a este personaje, ¿qué es lo que ganaste realmente, estudiante de leyes? Aprender, eso fue. Cada día siempre hay algo nuevo por aprender. El mundo es muy grande y el tiempo muy poco para todo ello, aprovéchalo al máximo. Leer más
El problema de llegar a los 90 años es que todos mis amigos ya se han muerto.
Ya no tengo a mi cholita, se me adelantó muy temprano. ¡Ah! a veces me siento en la misma soledad. Todo se mueve tan rápido, yo cada día estoy más lento. Me canso muy rápido, ya no recuerdo los nombres de mis nietos y me duele el pecho a cada rato.
A veces sueño que me viene a buscar la chola y dice “Vámonos Domingo, trae tu maleta”. La última vez le dije que todavía la estaba haciendo, que pesaba mucho, que me espere un poco. La próxima vez me iré con ella así no acabe mi maleta.
Tal vez ésta sea la última noche que me quede con ustedes, sé que ya me falta poco para partir. Muchas gracias por todo.
«-¿Qué estabas haciendo? -me preguntó Rosario.
Salía con una camiseta larga, sin nada debajo, con la sonrisa que se dibuja después de un sexo sabroso.
-Leyendo -le mentía.
Ella salía a fumarse un cigarrillo porque a Emilio no le gustaba que le fumaran en el cuarto. Yo no entendía cómo se le podía prohibir algo a Rosario después de hacerle el amor.
-¿Leyendo? -me volvió a preguntar-. ¿Y qué estás leyendo?
Yo la dejaba que fumara en mi cuarto. Nunca me pidió permiso pero yo la dejaba. Por la puerta entre abierta veía a Emilio, todavía desnudo, echado en la cama, saboreándose los últimos destemples del sexo.
Ella se sentaba en la mía, únicamente con su camisetica, se recostaba en la pared, subía los pies y los cruzaba y soltaba muy despacio las bocanadas de humo, todavía con goticas de sudor sobre los labios.
Me hacía cualquier pregunta tonta que yo a veces ni le contestaba porque sabía que no me oiría. No siempre hablaba. La mayoría de las veces se fumaba su cigarrillo en silencio y después se iba para la ducha.
Y yo siempre, después de verla salir, buscaba el sitio de la sábana donde se había sentado para encontrar el regalo inmenso que siempre me dejaba: una manchita húmeda que pegaba a mi nariz, a mi boca, para saber a qué sabía Rosario por dentro.»
En Rosario Tijeras de Jorge Franco. Leer más
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