Month: abril 2008

Reflejo

Durante el resto de la mañana se dedicaron a nivelar el piso. Nos ha tocado un terreno recontra yuca, el jefe de cuadrilla no guardó su queja. Ella nunca había construido antes, no supo aquella dificultad de la que el jefe habló.

El sudor jamás impidió los vaivenes de los picos y la firmeza por lograr que el nivel de agua en la manguera fuera el mismo por acá y por allá, las bases de la futura casa.

Unos vasos empolvados por la nivelación los compadecieron sobre una pequeña silla fuera del terreno rectangular. A su lado, la botella de plástico contenía sólo unas gotas de gaseosa amarilla. Finalmente habían acabado de nivelar, los vasos desaparecieron de la silla.

Ahorita le digo a Lupe que compre otra gaseosa, ya debe estar por llegar de la casa de su amiguita, dijo Blanca mientras los chicos descansaban. Volvió a entrar. Se detuvo. La loseta del piso enterrada. Por más que hubo barrido su pequeña única habitación en pie siempre quedaba igual. Extrañó su casita antes del terremoto.

Decidió entonces conocer a Blanca. No supo cómo empezar la conversación. Luego de meditarlo, comenzó presentándose personalmente. ¿La puedo ayudar?, continuó con la pregunta al verla dividiéndose entre cortar cebolla y verificar la olla con lentejas.

Lupe pudo verlos, estaban ahí en su hogar. Mis propios ángeles, pensó. Se escurrió entre las pilas de adobes y llegó a la carpa donde guardaba la ropita que vestiría el día de hoy. La seleccionó desde ayer, agradeció a dios haber salvado esas prendas.

Le pareció escuchar una conversación. Al entrar a la habitación, que se confundía entre cocina y dormitorio, la vio. Su primer ángel.

Se percató de los enormes ojos infantiles y puros de la niñita. Lupe se ruborizó de la sorpresa. Ella es mi hijita Lupe, la presentó su madre. Hola Lupita, saludó la voluntaria. La niña quedó pasmada. Un corto silencio consumió a las tres.

Hola, le respondió. Recibió inmediatamente un beso. Qué bonito ángel, pensó.
Su mamá la llamó a un ladito de la cocina. Anda a comprar otra gaseosa, le ordenó.

¿A dónde va Lupita?, preguntó al verla salir de la habitación. ¿Puedo acompañarla? De pasadita que conozco el lugar, sugirió. La señora aceptó. La Marucha vende los marcianos más ricos de todo el poblado, Lupe conoce su tiendita, agregó Blanca.

El sol la ahogaba. En los labios de Lupe una amistosa sonrisa ya se dibujaba: quería conocerla. No bastaba con el nombre.

Empezaron con el clima. Continuaron con detalles comunes en ambas. ¿Cuántos años tienes?, le preguntó. Ocho, pero ya me falta poquititito para cumplir nueve, dos semanas, respondió la menor. Y… ¿tu cumple’?, rebotó la pregunta grabando cada palabra en su cabeza.

La gaseosa negra de tres litros y medio presumía su enfriamiento, fue el trofeo para el resto. Sobre vigas de piso brindaron todos por el avance del trabajo. Lupe conoció a sus demás ángeles. El almuerzo estuvo buenazo, coincidieron.

A la mañana siguiente volvieron para levantar los paneles. La ruta se hizo más corta esta vez. ¿Qué tal dormiste?, Lupe demostró cierta preocupación por la columna vertebral de su voluntaria.

Le agarró ternura a Lupe. Ella prácticamente la consideró su hermana menor. Tal vez, ella misma.

El sol se escondió tras las nubes por piedad para los voluntarios. El mediodía se había desvanecido hace un par de horas. Los paneles quedaron aplomados. ¿Por qué se llama aplomar?, preguntó para sí la novata.

En el piso de madera, los tornillos dispersos no tenían escapatoria ante la vista de Lupe. Eres toda una voluntaria techera Lupita, era su agradecimiento. Lupe sonreía y se sonrojaba. Qué bella sonrisa tiene, se dijo. Siguieron entre bromas atornillando las ventanas mientras decidieron cantar las canciones del momento. Lo desafinado en sus canciones motivó a las risas de los demás voluntarios. No escasearon las bromas.

La casa estaba casi terminada, faltaba únicamente inaugurar. Ya regreso techeritos, anunció Blanca una hora antes. Jugaron todos al jazz, lingo y el avión mientras el sol se sonrojaba ante la presencia de una hermosa luna.

Quiero que sea mi hermana, pensó la menor. Mi ángel hermana.

Al fin, apareció Blanca con botella de cerveza a la mano. Un par de martillazos. La botella, envuelta en una bolsa, colgaba en la parte superior de la puerta. Comenzó la inauguración.

Durante, Blanca agradeció plenamente a sus techeros. Escuchó los discursos de sus adoptados, reflexionó, sonrió. Dijo sus palabras. Otro martillazo rompió la cerveza entre aplausos. Listo, bienvenida a tu casita Blanca, le dijo el jefe de cuadrilla.

Fue el momento, las lágrimas más bellas huyeron de los ojitos rasgados de Blanca. Lupe lloró al ver a su mamá llorar. Las voces se quebraron. Las emociones fueron mutuas.

Al finalizar los tijerales públicos, ella no encontró a Lupita. Temía no despedirse de su hermanita. Se había vuelto como una de sus mejores amigas. La iba a extrañar.

Luego conversó con Blanca acerca de los proyectos que tenía a futuro, qué iba a poner en la casita y sobre los datos para contactarla en unos meses.

Los pequeños pasos se apresuraron. En el suelo su sombra fue artificial, los focos de los postes estaban prendidos. Llegó. Estaba a punto de irse, pero logró detenerla a tiempo.

Le regaló una pulsera que había hecho la noche anterior. Gracias por todo, dijo Lupe mientras le entregaba la pulsera que decía con exactitud lo mismo.

Se abrazaron. Sus corazones palpitaron al mismo son. Los siete segundos del abrazo les pareció eterno, sus ojos cerrados las hizo olvidar de lo que ocurría a su alrededor. Una promesa se quedó con Lupe. La despedida, fue hora de partir.

Cepíllate los dientes antes de irte a dormir hijita, le pidió su madre. Un foco amarillo, colgado en un palo, iluminaba el agua de la batea a sus pies y su lozano rostro en el espejo, atrás, una pared de madera. Sonrió agradecida. No fue la única.

A decenas de kilómetros, otra sonrisa se reflejaba en la media empañada luna del bus de regreso. Por su muñeca los frescos recuerdos la hicieron palpitar tan fuerte como durante el abrazo.

La sombría noche de la carretera cubrió sus ojos. Durmió. Sin embargo, aquella misma sonrisa se estacionó en sus labios a lo largo de todo el camino.

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Objeto contundente

‘Cuando llegué de mi viaje por Alemania, no sabía ya como cruzar una pista’.

Nos dio a entender que en esta ciudad los transportes públicos no respetan peatón alguno.

‘Un día le pregunté [por fastidiar] al policía de tránsito de la puerta de la universidad por dónde debe cruzar el peatón siempre. Me respondió: ‘Por ahí… por los huecos en donde no pasen los carros’. Es decir ¡Tenía que esquivar los carros para por fin cruzar la pista! Lo peor de todo es que me lo explicó como si tuviera algún problema mental, que no entendía lo obvio. Yo no le respondí’.

Luego de mencionar, en un paréntesis, un conjunto sabotaje a la tentativa de la construcción un puente peatonal en la puerta principal de la universidad, continuó:

‘Es increíble. Los carros, entre ellos, guardan más espacio que el espacio necesario para con un peatón. Hasta te pueden rozar cuando cruzas sin mucho cuidado. Increíble, en verdad’.

Y al fin nos incluyó en un nuevo ‘sabotaje’ ante tal situación:

‘Sin embargo, yo creo tener una solución, pero tiene que ser conjunta, difundida y practicada por todos para que resulte. La idea es que cuando se cruce la pista en lugares tales como el óvalo Higuereta, llevar siempre un objeto contundente. Un día lo experimenté, me puse una comba al hombro, crucé la pista y ningún carro se me acercaba a menos de 20 metros’.

Las risas inundaron el aula. Imaginar al profesor cargando en el hombro tal ‘objeto contundente’ como una comba fue demasiado hilarante. Continuó:

‘Ya saben. La solución es un objeto contundente, puede ser un pico, una sierra, cualquier cosa. Incluso, con un ladrillo basta. Hagan la prueba’.

Las risas redoblaron las potencias, la de Esteban minimizó al resto. Mientras reía a carcajadas máximas, sus brazos simulaban el cargar del objeto contundente que él elegiría. El profesor Alegría entendió entonces que era momento de volver al tema central de la clase y tranquilizar el entusiasmo del buen Esteban… una vez más.

‘Bueno. Volviendo al tema de la moral de Kant…’

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