Month: mayo 2009

Tele Visión

Recuerda su primer verdadero encuentro con la televisión. Aún no articulaba correctamente las palabras, ¿cuántos años tendría? ¿Dos, tres, cuatro?

Sus padres carcajeaban en la sala frente a uno de los pocos objetos que aún no había investigado: una caja negra con un bailarín vidrio brillante que lo mareaba. Quizá esa fue la razón por la cual no la exploraba. Lo confundía, no entendía cómo -en ocasiones, cuando podía captar algo- gente tan pequeña vivía dentro de esa cosa. La mayoría de veces, la velocidad no le dejó comprender las figuras formadas en ésta. Qué raro que sus padres se divirtieran tanto, los juguetes eran más amigables.

Hubo ocasiones en que papá o mamá lo sentaban en el medio del mueble con ellos. No, ¡qué rara sensación, tratar de descifrar esos colores tan brillantes! Era mejor cerrar los ojos y pensar en volar sobre del océano… el sueño lo atraía.

Una tarde lo condujeron a la alfombra frente al televisor. Mamá lo encendió. Y vio algo curioso: dibujitos -sí, dibujos como los que él hacía- se movían y hablaban. Pero, todo seguía inexplicable ¿Cómo lo hacían?

De pronto, no supo por qué, se acercó al programa infantil y apagó el televisor. Un punto blanco fue consumido por un fondo negro. Luego, tocó el oscuro espejo y sintió que una película invisible lo cubría, le gustó el cosquilleo en su mano.

Prendió el equipo. Un sonidito veloz. Otra vez el ratón cantando. Se aproximó más y más a éste. Quiso tocar al roedor. Probar si era real.

No pudo. El vidrio se lo impidió. Pegó su cara a la pantalla, pero sólo veía cuadraditos que alternaban colores infinitamente. ¿Qué es esto? No le gustó tal simetría, no la entendía.

Se alejó y volvieron los animales de la granja. Lo encantaron. Se dejó llevar por las danzas, por la animación, no le interesó más el cómo fueron concebidos. Sus ojos cambiaron -eso sintió-, se relajaron.

El programa acabó. Los comerciales se repitieron, ya no le interesaron. Se puso en pie, presionó nuevamente el botón más grande de la caja negra. Otra vez el punto blanco desaparecía.

Miró a ambos lados; corrió por toda la casa gritando. No estaba papá ni mamá.

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La dama y el vagabundo

Falla. Otra vez Bomky lleva su pata a la mandíbula, nuevamente la fricción. Siente el alivio: ahora sí tal molestia debe desaparecer, anhela. Apoya el hocico al suelo rojo, lo quiere frío. Ya está acostumbrado a seguirla en estos gélidos lugares del infierno.

Trata de cerrar los ojos, pero el intenso coqueteo del nuevo amante lo aturde. En cambio, los jadeos de ella son un coro de querubines, quizás por ello le encante tanto estar a su lado; ello lo calma, lo calma más que todas las uñas limando su mandíbula.

Ya no le molesta que toquen a su ama, la primera vez saltó a la cama, ella lo castigó encerrándolo en el baño. Una tortura pensar que agreden a su dueña, esos gritos. Se encontraron solos cuando decidió liberarlo de su encierro. Ella lo llevó a sus sábanas con un abrazo y prosiguió una lluvia de besos. Algo parecía descubrirse tras una fina cascada de lágrimas: no sólo para ti es la primera vez, Bomky.

Ella ya conoce su esquina. Sabe quién es la nueva y quién no. No deja que otras tomen posesión de su oficio, es celosa. Una mala noche le enseñó el cuchillo a una aprendiz que quiso ‘dárselas de viva’. Ella se lo buscó, repuso a la mami mientras sostenía el arma ensangrentada. Le había dibujado una cicatriz a la altura del pómulo. Lo consiguió, la esquina sólo para Bomky y ella.

Recuerda la tarde aquella en la que lo encontró. Todavía no ejercía el oficio. Era el cachorrito más enjuto de la jauría, lo único que le daba vida era un diminuto estómago que aparentaba una pelota. Su madre lo abandonó en una rota sucia caja de cartón, se identificó tal vez. Lo recogió, no miró al resto de cachorros que corrían la misma suerte. Se lo llevó.

Bomky no puede vivir sin ella, siempre la acompañó al paradero cuando ella pretendía encontrar trabajo. Le es desesperante la soledad, sin ella. Pensar en esperarla en la entrada del apartamento, soñar esos pasos, sentir sus tacones cerca.

Un anuncio en el periódico más caro de la capital. Se requiere buena presencia. Esta puede ser su oportunidad. La misma danza: Bomky con los ojos puestos en la rendija de la puerta, esperándola. Llega ella con la mirada roja. Se tira a la cama y rompe en llanto maldiciendo a alguien. Bomky se aproxima y salta a su lado. Ella lo abraza, la tibieza del pelaje la adormece. Ambos duermen.

Dos noches luego se puso los tacones más altos, el perfume más caro de todos los que colecciona, el vestido más pequeño que pudo encontrar en el armario. Se despidió con la puerta cerrada. El miedo de Bomky hizo retumbar la puerta, los empujones estallaron a unos pasos de la casa. Hubo algo diferente: se volvían más intensos. Ella retrocedió; acompáñame, lo llamó a puertas abiertas.

La noche se volvió toda de ellos. Saludó a la señora que la cuidaría unas cuadras más adelante. No se preocupe por el perro, él se cuida solo, aseguró. Empezó a perder la timidez. Debía hacerlo.

Bomky tiene pulgas, le ha advertido ‘la Perli’, su compañera. El can no se resiste, el rascar emite un desesperante sonido rítmico cada vez más prolongado. Ella promete que lo llevará al doctor mañana ‘en la mañanita’, esta noche, le ha tocado un cliente difícil, de estos exigentes que quieren probar cosas nuevas.

Él llega en su propio taxi. Quiere irse del lugar lo más pronto posible. El precio está sobre la mesa. Tiene que ser con Bomky si no nada ah, le condiciona al parroquiano. Quién es Bomky, pregunta. Mi escolta, lo alza a la luna del taxi. El taxista ríe. Al cliente le da igual.

El hotel está cerca, Bomky no soporta los taxis. Las escaleras amarillas los conducen al lecho. Bomky ya los mira desde arriba, esperándolos. Ella va al baño, él enciende un cigarrillo, el perro encuentra un buen lugar a los pies de la cama. Todo listo: sobre la cama se exhiben los aparatos que él quiere explorar. Está obligada a lucir experta, no debe temerle a esos artefactos. Empieza el ritual sexual.

Ahí regresa, el malestar, el cosquilleo. Termina de rascarse pero ese gemido no sale de su hocico, es de ella. Ya sabe qué hacer, relajarse, no ocurre nada malo. Debe vencer por más que le fastidie el hormigueo… es imposible, no aguanta. Leer más