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Lo que NUNCA debes hacer al llevar a tu hijo a psicoterapia (2): no seguir las recomendaciones del profesional

Es decir, ¿para qué solicitar el cuidado de un profesional en salud si no se va a hacer caso a lo que recomienda?

Lo que sucede es que existe la fantasía en las cabezas de muchas personas de que los hijos son como televisores, celulares o computadoras, que se los lleva al técnico para que los arregle bonito, sin que los padres tengan que hacer nada al respecto.

Los niños y los adolescentes no son máquinas. Si tienen dificultades no es porque están fallados, es porque responden a hechos que muchísimas veces provienen de las acciones de los propios padres. Es más, muchas veces no sólo es el hijo el que requiere psicoterapia, sino los padres también, o la familia completa. Cuando se dice esto, muchos papás reaccionan mal: “pero el que se supone que tiene el problema es fulanito, no yo”.

Seguir las recomendaciones

Cuando el terapeuta da recomendaciones a los padres, es absolutamente necesario que éstos las sigan. Un niño o adolescente por supuesto que puede ser dado de alta de una psicoterapia, no es un imposible, lo digo por experiencia.

Ser dado de alta de psicoterapia es un gran logro y trae innumerables beneficios, pero esto es posible sí y sólo sí los padres siguen las recomendaciones del profesional.

Todos los casos de los que sé que han alcanzado un alta exitosa (incluidos los que yo mismo he llevado) tienen esa carácterística: los papás siguieron las recomendaciones del terapeuta.

No seguir las recomendaciones

De por sí, la psicoterapia no es un tratamiento fácil, porque la mayoría de veces toma tiempo, constancia y es costoso. No seguir las recomendaciones del profesional agrega más obstáculos, hace más complicado, hace más costoso y más largo un tratamiento que ya de por sí es complejo.

Lamentablemente algunas recomendaciones son difíciles, más para los padres que para los hijos, pues tocan hábitos perjudiciales que ya se han hecho costumbre o tocan acciones que los padres no desean modificar. Por ejemplo (un ejemplo frecuente), un terapeuta puede recomendar a un padre separado de la mamá de sus hijos que es mejor que deje de entrar a la casa donde viven estos y que mejor ceda la llave a la mamá. Algunos padres pueden resistirse a esta recomendación, les resulta difícil, no desean y, para validar su inacción al respecto, crean justificaciones o argumentan en contra del profesional.

Obviamente, el profesional no va a hacer nada más para que se cumpla su recomendación (porque no puede). Al final los que deciden sobre la vida de los hijos son los papás, y eso tiene que respetarse. Lo lamentable es que lo más seguro es que el profesional asista impotente a una serie de consecuencias negativas: alargamiento innecesario del tratamiento, estancamiento del proceso, empeoramiento de la salud del hijo, incluso la ruina o desbaratamiento del proceso.

La peor consecuencia es la que queda fijada en la biografía del hijo: “mi papá no fue capaz de hacer algo distinto por mi salud”. Muchas veces esto queda grabado inconscientemente, condicionando la vida de las personas, otras veces sale a la luz cuando las personas son adolescentes o adultos o incluso rápidamente siendo aun niños, generando cólera, resentimiento, relaciones ambivalentes, negativas o tóxicas con los padres, etcétera.

El absurdo

Llevar a tu hijo a psicoterapia y no seguir las recomendaciones es tan absurdo como ir con un contador, que te diga “fulano, no te olvides que en tal fecha tienes que pagar tus impuestos”, y tú te zurres en la noticia, y encima a propósito. Obviamente la consecuencia es nefasta: una multa enorme por parte de la SUNAT. Lo mismo sucede con la salud de tus hijos, sólo que como no se trata de dinero, es más fácil no darse cuenta (o hacerse de la vista gorda).

Conclusión

Conclusión: si llevas a tus hijos a psicoterapia, acuérdate de que no se trata de llevar una lavadora a un técnico, se trata de tu hijo y tú tienes parte activa en su salud; ¡sigue las recomendaciones!  Si te cuesta mucho, convérsalo, enfréntalo y si es necesario trabájalo tú mismo en tu propia terapia. No es un juego, es tu salud y la salud de tus hijos.

Y recuerda: los que salen de alta y más rápido, son los que siguen las recomendaciones. Los que no siguen las recomendaciones no salen de alta nunca (el tratamiento acaba siendo interrumpido), o lo hacen muchísimo más lento.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Lo que NUNCA debes hacer al llevar a tu hijo a psicoterapia (2): no seguir las recomendaciones del profesional” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

A ti te quiero más

Los papás podrían tener cuidado al decirle a alguno de sus hijos “yo te quiero más a ti”, comparando el cariño que sienten con respecto a su hermano o hermana. Este tipo de afirmaciones se puede dar en familias en las que los hijos mantienen una rivalidad en la que se disputan el cariño y los cuidados de los papás.

Algunos papás recurren a este tipo de afirmaciones para hacer sentir mejor a uno de sus hijos, pero puede no ser muy conveniente. En primer lugar, lo más probable es que el niño no le vaya a creer al papá o mamá que diga esto, por más que lo acepte con aparente gusto o alivio. En el fondo, el niño sabe perfectamente que no debería darse este tipo de preferencias, o, si fuera el caso, no se daría a su favor (si de verdad creyera que es el favorito no estaría en rivalidad con su hermano o hermana y no habría necesidad de consolarlo). Esto fija en la mente del niño la certeza de que su papá o su mamá miente y no es de confianza.

En segundo lugar, suponiendo que el niño le crea a su progenitor, se fija en la mente del niño la idea de que su papá o su mamá es capaz de parcializar su afecto en detrimento de uno de los hermanos. Esto desestabiliza el sistema familiar en la mente del niño, lo hace endeble y sujeto a favoritismos.

Lo más recomendable sería decir la verdad: que a ambos hermanos se los ama y que de ninguna manera a uno se le quiere más que al otro.

¿Y si es verdad que mamá o papá quiere más a alguno de los hermanos?

Por supuesto estamos exceptuando los casos en los que de verdad el papá o mamá siente que quiere más a uno. Nada de lo que hemos dicho arriba se aplica a estos casos. Aquí es verdad que hay favoritismo y es verdad que el sistema familiar no podría ser sólido para ninguno de los niños, ni para el favorito, ni para el que no lo es, ya que se está creciendo en un sistema familiar injusto, excluyente y parcializado (y por tanto eso es lo que se aprende).

En suma, los favoritismos de los padres hacia los hermanos son muy nocivos para los hijos, sean verdad o sean mentiras blancas.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“A ti te quiero más” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Papás: informándose acerca del desarrollo adolescente

A mediados del siglo pasado, se empezó a hacer popular entre los papás primerizos el ir a las librerías y comprar publicaciones que ofrecían guías para la salud de los niños y de la familia. También se hizo costumbre el adquirir libros dedicados exclusivamente a la crianza de los hijos, muchos de ellos muy centrados en el aspecto psicológico.

Aun ahora esta costumbre sigue, sólo que los papás, además de buscar libros impresos, acuden a internet, usan buscadores, ven vídeos o leen publicaciones en línea. 

 ¿Y en la adolescencia?

Sin embargo, este entusiasmo por la investigación y por aprender muchas veces se mantiene mientras dura la primera infancia del primer niño. Muchos papás, luego de superado el trance de mantener vivo a su primer hijo, se sienten más seguros y se olvidan de que hay muchas cosas que no saben.

De esta manera, al llegar la pubertad o la adolescencia, muchos papás ya no sienten el impulso por investigar, por leer, por hacerse esponjas que absorvan lo que haya que aprender en su rol de crianza. Y esto sucede a pesar de que la pubertad y la adolescencia pueden traer más problemas a los papás que la niñez.

Investigar, leer, aprender, también en la adolescencia

Cuando nuestro hijo llegue a la pubertad es importante que los papás dediquen algo de su tiempo a investigar, a informarse acerca del desarrollo adolescente. Si no quieren leer o no confían en las publicaciones, consulten con un profesional y manifiéstenle las dudas que quieran resolver. Si su pareja no desea, que no es lo ideal, no se frene y hágalo sola o solo.

La adolescencia suele traer cambios muy notorios y muy radicales en las relaciones, en las problemáticas, en las prioridades y en las costumbres de una familia, que no es poco común que dejen descolocados a muchos padres. Cuando los papás no saben cómo adecuarse a un cambio evolutivo tan notorio e intenso, se suelen dar luego problemas de salud mental en consecuencia, ya que el hijo todavía está en formación.

También para el otro sexo

En la adolescencia esto es aun más notorio que en la niñez: no basta con investigar e informarse cuando su primer hijo llega a la pubertad. Si le sigue otro del sexo opuesto, en realidad es como si no se hubiera informado antes. La pubertad y la adolescencia en hombres y mujeres es muy distinta, y es necesario saber muchas cosas en su momento por separado. Vuelva a investigar, vuelva a interesarse, vuelva a informarse cuando otro hijo llegue a la pubertad y es el primero de ese sexo que llega a esta etapa de la vida.

Espero posteriormente poder recomendar textos o material audiovisual que, en alguna medida, cubran la necesidad que he planteado aquí.

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

Papás: desacuerdos difíciles de resolver

En una entrada anterior hablamos sobre lo importante que es para los papás estar de acuerdo con respecto a la disciplina dada a los hijos menores. En aquella ocasion recomendamos, entre otras cosas, que se debía evitar que los hijos sean testigos de desacuerdos entre los papás a la hora de disciplinarlos.

Pero, ¿qué hacer con aquellos asuntos de disciplina en los cuales no se puede llegar a un acuerdo tan facilmente?

Posponer la discusión

De repente, por más que hayan intentado llegar a un acuerdo, los papás no han logrado un consenso con respecto a una situación que involucra al hijo. ¿Qué hacer si esa situacion se presenta frente a los hijos? Por ejemplo, la mamá considera que a su hijo, al haberse portado mal, se le debe prohibir jugar con el playstation dos o tres dias; pero el papá no esta de acuerdo con aplicar castigos tan prolongados. Pongámonos en el lugar del papá que llega a la casa y se encuentra con que el castigo ya fue aplicado por ella ¿Qué haríamos en una situación como esa?

En este ejemplo la recomendacion iría dirigida al papá. Es fundamental que si hay un desacuerdo, y los hijos están presentes, la discusión se posponga para otro momento. El papá no debe cuestionar la decisión de la mamá delante de su hijo, tampoco debe deshacer el castigo por más que la mamá no se encuentre en casa. El castigo se debe cumplir tal y como la mamá lo decidió, por más que el papá no esté de acuerdo con la aplicación del mismo. ¿Por qué? Porque es preferible un castigo inadecuado por tres días a que la disciplina del niño o del adolescente se vea marcada por haber sido testigo de los desacuerdos entre sus padres.

Conversarlo después

Los papás pueden retomar los intentos de solucionar sus diferencias de opinión cuando estén solos. Ahora, podría darse el caso de que el desacuerdo no se resuelva. Aquí lo importante es que se intente llegar a un acuerdo, incluso cediendo un poco ambas partes. Pero si al final esto no se da, y las situaciones de desacuerdo se van repitiendo, los papás podrían recurrir, tal vez, a algunas personas cercanas de confianza, para escuchar otras opiniones. Si aun así, no se encuentra resolución, se puede consultar con algún profesional recomendado para que haga de mediador objetivo, en ese caso sería ideal que se sigan las indicaciones de dicho profesional.

Los sentimientos de los papás

Decimos esto sabiendo y comprendiendo que, para el papá o la mamá, encontrarse con que su pareja está haciendo exactamente lo que él o ella no haría, genera sentimientos negativos, por ejemplo, de cólera. Aquí lo que se está recomendando es que los papás hagan el esfuerzo de no actuar impulsivamente, guiados por dicha cólera, para así poder llegar luego a un acuerdo conversado.

Excepción

Como muchas veces, cuando se plantea una regla, se presentan excepciones, y en este momento se me ocurre una: si el papá encuentra a la mamá golpeando al hijo o viceversa, sí es necesario que se detenga esta acción y se sugiera, de la forma mas calmada posible, otra forma de sancionar la falta que el hijo haya cometido. ¿Por qué esta es una excepción? Porque a diferencia de los desacuerdos que se puedan dar por la comida, por el tiempo de ver la televisión o jugar con el playstation, o por el salir a fiestas, el maltrato físico a un niño o adolescente, necesariamente, va a ser más dañino para él que presenciar el desacuerdo entre sus padres. Por otro lado, como también vimos en una entrada previa, los hijos esperan de sus papás protección y cuidado y si uno de ellos se convierte en agresor físico, cosa que ya va contra este principio, es mucho peor que el otro padre se mantenga como testigo mudo frente al maltrato que el niño está sufriendo.

Para recordar

– Ante situaciones de desacuerdo que se presenten frente a los hijos, la discusión debe ser pospuesta para otro momento, no ceder ante la cólera.

– Si los papás ven que no hay forma de resolver una discrepancia durante mucho tiempo, y esto esta generando problemas repetidamente, se puede conversar del asunto con un profesional recomendado. Aquí lo que resuelve es seguir las indicaciones de dicho profesional.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

Dormir en la misma habitación que los padres

Ilustración: Lucía Fernández

La habitación donde una pareja sexual adulta mantiene su intimidad y sus comunicaciones privadas sólo debería ser de uso exclusivo de los dos miembros de la pareja en cuestión.

Dicho de esta manera, no se necesita mayores argumentos. Basta pensar en uno mismo. Me imagino que a muy pocas personas les agradaría que otro, que no sea su pareja, esté presente en la habitación mientras mantienen una discusión, o mientras se cuentan cosas personales, o mientras debaten acerca de una decisión importante, o mientras mantienen relaciones sexuales.

Y sin embargo…

Sin embargo, a pesar de esto, muchos padres, a veces innecesariamente, optan por instalar la cuna o incluso la cama de su hijo o hija en la misma habitación donde se encuentra el lecho conyugal.

Haciendo esto, seguramente sin querer, se expone a los hijos e hijas a ser testigos y partes de las discusiones, de los desacuerdos, de los conflictos, y, lo más grave, de las relaciones sexuales de sus padres.

¿Se dan cuenta o no se dan cuenta?

Muchas personas creen que los niños no se dan cuenta de lo que sucede a su alrededor. Esto es un error. Los niños se dan cuenta de lo que sucede, y no estamos hablando de nada sobrenatural ni de una especie de sexto sentido. Los niños se dan cuenta de la misma forma que un adulto se daría cuenta, sólo que la manera de procesar la información que recibe de su medio ambiente es distinta, y por ello, si se le pregunta, responderá de manera diferente a cómo respondería un adulto.

El hecho es que el niño experimentará malestar, al igual que cualquiera de nosotros, si es que se lo obliga a permanecer en el mismo ambiente en el que está una pareja que no se habla por estar peleada, con el agravante de que, además de la incomodidad natural, también seguramente experimentará tristeza, inseguridad, preocupación, miedo (de que por ejemplo se vayan a separar o se dejen de querer), ya que se trata de sus padres y no de cualquier otra pareja.

Asimismo, al igual que cualquiera de nosotros, experimentará una mezcla extraña de malestar y estimulación al saber que está en el mismo lugar en el que una pareja mantiene relaciones sexuales, con él presente. Muchos padres creen que sus hijos no se dan cuenta porque lo hacen silenciosamente y debajo de las sábanas, o porque los niños están dormidos. Eso es falso. Los niños son testigos de lo que sus padres les muestran. Los niños no son criaturas estúpidas. Los niños se dan cuenta de que algo sucede debajo de esas sábanas, escuchan los sonidos que se emiten, se despiertan ante la situación extraña, se hacen los dormidos, o se tapan con sus propias frazadas.

Aun en el caso de que estuvieran dormidos siempre (cosa extraña), los niños acaban siendo testigos en sueños de lo que sucede. Es probable que muchos de nosotros recordemos, por ejemplo, alguna situación en la que nos despertamos después de haber soñado algo relacionado a lo que efectivamente estaba sucediendo en el lugar donde dormíamos, tal vez relacionado a lo que se decía en la TV, en la radio, o a las voces de las personas presentes.

La necesidad de tener un mínimo de privacidad

Los niños, generalmente, no tienen forma de razonar como lo haría un adulto y pedir que se lo traslade a otra habitación porque no quiere seguir presenciando estos hechos, más aun cuando ha crecido así y no conoce otra opción posible. Pero su silencio o su dificultad para expresar racionalmente sus sentimientos o necesidades no significa que sean indiferentes a estas situaciones.

Muchos niños, por el contrario, no quieren dormir solos, pero esto tampoco implica que se deba mantener una situación de hacinamiento y de sobreexposición como esta. Más bien habría que pensar por qué es que el niño no quiere dormir en su propio ambiente. ¿Tendrá miedo? ¿Se sentirá inseguro? ¿Se sentirá demasiado apegado a alguno de los padres o a ambos, a tal punto que desea compartir estas situaciones íntimas con ellos?

En suma, hay que tener cuidado. Así como los niños no están preparados para ver determinadas películas, programas de TV o determinadas revistas o publicaciones, con mayor razón no están preparados para presenciar la vida íntima de una pareja sexual. Es más, parecería que nadie, por más adulto que fuese, debería estar preparado para presenciar y compartir la vida íntima de sus padres. Pensemos en nosotros mismos para entenderlo.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Dormir en la misma habitación que los padres” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

La poda sináptica

Nuestro cerebro y el resto de nuestro sistema nervioso está compuesto por neuronas, las células nerviosas más conocidas. Estas neuronas están conectadas entre sí a través de sus dendritas y axones, extensiones que se asemejan a cables. Es como si ellas estuvieran tomadas de las manos entre sí formando una red enorme. Ellas se comunican a través de esas conexiones y gracias a ellas se transmiten órdenes que se traducen en nuestros sentimientos, percepciones, acciones y pensamientos.

Desde mover un brazo hasta sentir amor por alguien o desde despertar en la mañana hasta hacer una presentación ante tus jefes, todo ello, cada acción, cada sensación, cada idea, es ordenada por nuestro cerebro y efectuada a través de las neuronas y sus conexiones.

Son las neuronas las que hacen que nuestros músculos se muevan si queremos caminar o correr, y son las neuronas las que hacen que seamos capaces de ver u oir. Y todo a través de esta red de conexiones de la que hablamos, pues, por ejemplo, si tenemos la voluntad de mover el brazo, la orden se llevará a cabo gracias a que miles de neuronas “se pasarán la voz”, desde las que están en el encéfalo hasta aquellas que están conectadas directamente con el músculo.

Sinapsis

La conexión efectiva entre una neurona y otra se llama sinapsis y, así como nuestro sistema nervioso está compuesto por millones de neuronas, se podría decir que también está compuesto por millones y millones de sinapsis, incluso por más sinapsis que el total de neuronas.

Ahora bien, cuando uno es niño el número de sinapsis es enorme. Las sinapsis están ahí formándose o, si ya están formadas, están ahí preparadas para ser la vía para realizar muchos comportamientos. Es por eso que los niños aprenden mejor y más rápido que un adulto mayor. Es por eso, por ejemplo, que es común ver que un niño aprende rápidamente a manejar una computadora que un adulto que recién se encuentre frente a una.

La poda sináptica

Podemos pensarlo como una computadora que nos viene nueva con muchas aplicaciones instaladas, muchas más de las que usaremos. Esa computadora sería capaz de hacer muchas cosas, pero también tendría menos potencia, debido a la cantidad de programas instalados que tiene que preparar cada vez que la encendemos.

Entonces, con el tiempo, el sistema de esa computadora empezará a desinstalar automáticamente, sin preguntarnos, los programas que no utilizamos. Así será más potente y más rápida, pero, ¿qué pasaría si después de mucho tiempo queremos usar un programa y nos topamos con la sorpresa de que el sistema ya lo desinstaló por no haberlo usado nunca? Sería una lástima; tal vez diríamos “¡lo hubiera utilizado antes! ¡Ahora ya lo perdí!”.

Lo mismo pasa con las sinapsis. Conforme el niño crece, si una red sináptica no ha sido utilizada, el sistema nervioso optará por cortar las conexiones. Este es un fenómeno que se conoce como “poda sináptica”, es decir, el sistema nervioso poda, corta, las sinapsis sin usar para así obtener más energía y especialización en lo que sí hace la persona.

A diferencia de un programa de computación, que podemos volver a comprar en cualquier galería comercial, las redes sinápticas no se recuperan tan fácilmente. En realidad, muchas son muy difíciles o incluso imposibles de reestablecer.

Evitar que los niños pierdan la oportunidad

Ilustración: Lucía Fernández

La poda sináptica es un fenómeno necesario para la vida adulta, pero, al igual que cuando nos cuestionamos con la metáfora de la computadora, ¿qué pasa si nuestro niño pierde eficiencia, facilidad o incluso capacidad para hacer algo que sí le serviría, debido a que nosotros, como padres, no supimos estimularlo, enseñarle o permitirle hacer realidad sus potencialidades? ¿No sería una pena que tarde nos demos cuenta de ello o que tal vez nunca nos demos cuenta?

Pienso en los padres que, en un afán sobreprotector, no permiten a sus niños gatear o jugar en el suelo; o en aquellos papás que por falta de tiempo o ganas no se permiten jugar con sus hijos (imaginemos un hijo único que no pueda jugar ni siquiera con sus padres); o en aquellos papás que, por necesidad o sin ella, hacen que sus hijos trabajen como si fueran adultos, sin permitirles tener mayor tiempo para jugar o aprender acerca de otras cosas; o en aquellos papás que sabiendo hacer cosas muy bien, como tocar algún instrumento musical o realizar algún deporte, no lo comparten con sus niños, perdiendo la oportunidad de ser un maestro para ellos y limitándolos más a lo escolar, sin un horizonte más amplio.

Todos estos niños están en riesgo de perder los recursos que por naturaleza desarrollaron, la posibilidad de ser buenos deportistas, músicos, artistas, de tener pasatiempos interesantes y enriquecedores, incluso de ser buenos en lo que hagan para ganarse el sustento en su madurez.

Ojo, no estamos hablando de atiborrar a los niños de estimulación y actividades para que desarrollen todas y cada una de sus potencialidades. Recordemos que la computadora necesita mayor potencia; no se trata de agotar a nuestros hijos, como también muchos papás hacen, que el que mucho abarca poco aprieta. Se trata de tener cuidado de no perder oportunidades importantes o incluso de no perder habilidades necesarias para vivir más adelante en este mundo.

Si a un niño no se le permite moverse de su cuna, llegará un momento en el que perderá la posibilidad de caminar; si a un niño no se le habla nunca, llegará un momento en el que perderá la posibilidad de hablar; si un niño no recibe amor, ni cariño de nadie, llegará un momento en el que perderá la posibilidad de sentir y de dar esos sentimientos a un otro.

Conozco a una persona que no tuvo la oportunidad de aprender a leer ni a escribir en su niñez. Siendo adulta aprendió, pero le es imposible leer y escribir a la velocidad con que lo hacemos los que sí aprendimos siendo niños. De hecho, lo hace tan lento que sigue considerándose a sí misma analfabeta. Ése es el riesgo, con todas las cosas que un niño puede aprender, desarrollar y disfrutar.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
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Los papás deben estar de acuerdo

Con relación a la disciplina de los niños y adolescentes hay varias consideraciones que es necesario que ambos padres tomen en cuenta, si no desean tener problemas con el comportamiento y los límites de sus hijos. En esta oportunidad hablaremos muy brevemente, como para que quede lo más claro posible, de una de aquellas consideraciones, que podría funcionar como principio o base de la disciplina en la casa.

La idea se puede resumir en una sola premisa:

«Los padres deben estar de acuerdo»

Si no es posible, es necesario minimizar los desacuerdos, y si aun así quedan algunos puntos irreconciliables, es fundamental que nunca, jamás, los hijos sean testigos de tales contradicciones entre sus padres.

¿Cómo minimizar los desacuerdos?

Para los futuros papás, prevenir podría ser una buena forma, conversar sobre cómo educar a los futuros hijos, detectar los desacuerdos desde antes y ver la forma de resolverlos conversando, asesorándose, investigando, preguntando a profesionales, etc.

Para los que ya son papás, es recomendable no dejar pasar un desacuerdo con la pareja. Nunca se debe olvidar que estas situaciones no se arreglan solas. Se puede igualmente investigar juntos o buscar consejo; y si es un consejo profesional, mejor. También se puede pedir ayuda, ambos al mismo tiempo, a las personas de más confianza.

Eso sí, nunca se debe dejar que un tercero decida, ni profesional, ni familiar, ni amigo, nadie debe decidir por los padres. Son los papás los que deben decidir cómo resolver su discrepancia.

¿Y si no hago nada?

Los desacuerdos en cuestiones de disciplina siempre traen consecuencias. Dependiendo del asunto sobre el que los papás discrepan, los hijos percibirán necesariamente (aunque no lo parezca) el problema, lo que los llevará necesariamente a afirmar algo como: “uno de ellos no tiene la razón, uno de ellos está equivocado, uno de ellos comete errores, uno de ellos no tiene autoridad”, originándose ahí mismo un problema de autoridad paterna y, por consiguiente, un problema disciplinario que si no se resuelve pronto podría empeorar.

Para recordar

– Los papás deben estar de acuerdo con respecto a la disciplina.

– Los desacuerdos deben resolverse pronto y juntos, ambos papás trabajando como equipo.

– Nunca dejar que decida un tercero distinto a los papás. Se puede escuchar ideas, pero sólo los papás deciden.

– Ambos papás deben estar de acuerdo en la forma de resolver una discrepancia.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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Una pareja y su bebé

 

Diego Fernández Castillo

No sin razón muchas personas suelen decir que la llegada de un bebé cambia por completo la vida de una pareja. La vida de aquellas dos personas, especialmente si la pareja se mantiene junta y se hace cargo de su hijo, ya no volverá a ser la misma. Este cambio tan radical, lógicamente, puede generar miedo. Uno de los temores que pueden aparecer en los papás tiene que ver con la posibilidad de que la relación de pareja deje de ser la misma, se deteriore o sufra una transformación no deseada. Este temor puede aparecer más fuerte mientras más placentera haya sido la etapa anterior a la paternidad.

Temores fundados

Lamentablemente, muchísimas veces este temor se hace realidad. El bebé mantiene ocupados a los papás, especialmente a la mamá, y uno de ellos o ambos pueden llegar a olvidarse la mayor parte del tiempo de que tienen una pareja y que con ella hay una relación que no se limita solamente a su rol de padres. Los papás pueden sentir celos de su propio bebé, que la vida cambió para mal, que la pareja se olvidó de uno.

Cuando esto se mantiene en el mediano o largo plazo, la relación entre la pareja puede verse afectada negativamente, y esto lógicamente afectará a la larga a la familia y al mismo niño más adelante. Por eso, es útil pensar la forma de salvaguardar la vida de pareja. Es verdad que ahora son tres, pero eso no quita que sigan siendo una pareja de a dos.

Seguir siendo una pareja

Para mantener viva la relación de pareja y preservar lo mejor posible lo placentero de la etapa anterior, pueden buscar una cantidad razonable de momentos en los que juntos hagan una pausa de su vida de padres y se dediquen a disfrutar de su vida de pareja.

Intenten establecer esos momentos como parte de su rutina semanal. Si se puede, tómense toda una tarde con parte de su noche del fin de semana, como lo hacían antes. Busquen el apoyo de familiares o personas de confianza para cuidar del bebé o del niño en esos momentos. Por ejemplo, a muchos abuelos les encanta estar con sus nietos (lo que no significa que se permita que ellos los críen). Esto ayudará también a que desde bebito, el niño sepa relacionarse con su entorno más cercano y no se limite siempre a su mamá. Además, el bebé vivirá la experiencia de que también puede apoyarse en otras personas que lo quieren, además de sus papás.

Durante la semana, después del trabajo o en algún momento libre, pueden ir a pasear o a tomar algo. Aquí no se trata de que se sienten en la mesa del comedor de la casa a escuchar música o a tomar un café. Lo más seguro es que la pareja sea interrumpida por el mismo hijo o que se la pasen hablando de las cosas que hay que hacer en la casa. De lo que se trata es que de vez en cuando se diviertan juntos, como lo hacían antes y como aún lo saben hacer.

Si no es posible apoyarse en nadie, ya que no hay familia de confianza y/o no hay recursos para contratar a alguien en esos momentos, pueden aprovechar los momentos en los que el bebé duerme para hacer algo juntos, aunque sea en la misma casa, si no hay más salida. Apenas el niño esté en edad para realizar actividades fuera (por ejemplo, el nido), pueden aprovechar esas horas para retomar sus momentos juntos y ver la forma de que se acomoden los horarios de trabajo a esta necesidad.

Traten de dejar todo listo para evitar interrupciones cuando salgan. Al comienzo será seguramente difícil mantenerse fuera de contacto con la casa, pero conforme se tome experiencia, habrá más confianza y seguridad en la responsabilidad de cada quien. De lo que se trata es de que los momentos juntos no sean perturbados, sin caer en la negligencia. Hay que hacer el acuerdo explícito con las personas que verán al bebé o al niño durante ese tiempo que si hay una situación que lo amerite ellos deberán comunicarse y no esperar a que sean los papás los que llamen. Esto permitirá que los papás puedan poco a poco olvidarse de estar llamando a la casa a cada momento para ver si todo anda bien.

Si hay deseos de pasarla juntos, pero cierto temor o inseguridad en uno o ambos papás, intenten salir sin alejarse mucho de la casa, de tal forma que si hay alguna emergencia, puedan acudir rápidamente. Más adelante, con más confianza y de repente con una situación más estable y segura, puedan alejarse un poco más o ir tranquilamente al teatro, al cine o a algún concierto, situaciones que implican una mayor desconexión y que despiertan también mayores temores.

Sentir que no se puede

Muchas situaciones pueden generar la sensación de que no se puede hacer nada de lo dicho arriba. Una de ellas es la inseguridad. El miedo excesivo, esa aprehensión de padres que lleva a la sobreprotección puede volverse uno de los peores enemigos para la relación de una pareja con niños pequeños. Si alguno de los papás no puede dejar de tener miedo o inseguridad, no puede dejar de pensar en cómo estará el bebé o niño, no puede confiar en nadie que cuide de su hijo, siente mucha culpa por no estar con él y no puede disfrutar de estos pequeños momentos con su pareja, sin una razón suficiente que justifique estos sentimientos negativos, es preciso tomar el hecho como un problema y ver la forma de resolverlo.

Si pasa el tiempo y la situación no cambia y genera desgaste en la relación de pareja, aunque sea indirectamente, sería muy provechoso consultar el asunto con un profesional. Si uno de los papás no quiere hacerlo, no hay que temer hacer una consulta solo, como papá o como mamá, ya que se trata de la salud emocional de la familia, de la pareja, de uno mismo y del propio bebé. Lo más seguro es que el papá o mamá excesivamente temeroso esté arrastrando problemáticas anteriores, muy posiblemente ligadas a su propia infancia.

Diego Fernández Castillo

¿A dónde apuntar?

Una relación de pareja viva, apasionada y placentera ayuda a que estén contentos como papás y cumplan con su rol más despejados y con menos tensiones, además de que sean unos papás que se proveen de placer mutuamente y que se relacionan bien entre ellos.

En cambio una relación de pareja ahogada en la rutina, en los deberes y responsabilidades, sin momentos de soledad e intimidad fuera de las horas de sueño (que además son interrumpidas constantemente por las necesidades del niño), caerá más fácilmente en el tedio, en el hartazgo, en el aburrimiento, en la monotonía y en el sedentarismo. ¿Cuántas veces se ve a mamás o a papás que, habiéndose olvidado de que tienen una pareja sexual, acaban subidos de peso y en fachas cómodas pero impresentables, como si no existiera alguien del sexo opuesto a quién atraer? Este tipo de situaciones más bien atrae tensión, fastidio, estrés, depresión, y los papás pueden acabar cumpliendo su rol de padres cargando afectos negativos, que evidentemente su hijo percibe, por más que se esfuerzen en ocultarlos.

Muchas veces, lamentablemente, he visto a niños diciéndome que por su culpa sus papás no están contentos entre ellos, otras tantas veces acompañado esto del clásico “mejor no hubiera nacido” o “¿para qué nací?”. Hay que evitar estos resultados, y ¿qué mejor forma que simplemente pasándola bien juntos?

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
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He decidido

Ilustración: Lucía Fernández

Si alguna vez su hijo o hija adolescente ha utilizado la frase “he decidido” para comunicarle algo a usted, bien podría estar preparado para una próxima vez en que la escuche de su boca y pensar qué es lo que más conviene en ese caso.

Las decisiones graduales del adolescente

Cuando las personas dejan de ser niños o niñas, poco a poco empiezan a adquirir la necesidad, el deseo o el impulso de tomar decisiones propias acerca de su vida. Si esto no aparece en un adolescente podemos empezar a preguntarnos qué sucede, pues lo esperado es la adquisición de una mayor autonomía conforme pase el tiempo. Pero, ¿hasta dónde llega el límite de lo que un adolescente puede decidir o no?

Por ley, en nuestro país, los padres o sus sustitutos adultos son los responsables de la manutención de los menores de 18 años. Ellos obligatoriamente deben cuidar de la salud y educación de los menores, lo que incluye vivienda, vestido,  alimentación, integridad física y psicológica, y demás. Por tanto, corresponde a ellos otorgar gradualmente el poder de decisión acerca de tales o cuales áreas de su vida a sus hijos.

Hay momentos, sin embargo, en que el adolescente o incluso el niño pasa a probar si puede prescindir del acuerdo de sus  papás y simplemente tomar una decisión de forma unilateral. En el mejor de los casos, el adolescente comunicará a sus papás  la decisión y ahí escucharemos probablemente una expresión similar al consabido “he decidido…”.

Ahora, ¿qué pueden decidir y qué no? ¿Hasta qué punto su determinación para decidir puede ser permitida por sus papás? A continuación presentaremos algunos casos en los que creemos que el adolescente no debería poder decidir por su cuenta. Pueden parecer situaciones demasiado obvias para algunos papás, pero que sí suceden en la realidad de muchas familias.

He decidido no ir al colegio

Es posible que alguna vez el adolescente o niño anuncie esta decisión. Como ya se dijo, son los padres los responsables de la educación de sus hijos menores de edad, por tanto no le corresponde al adolescente tomar una decisión así, ni por un día. Los padres y el hijo pueden hablar de por qué no quisiera ir al colegio, pero ese “he decidido” está de más.

He decidido no estudiar por un año

Esta “decisión” es relativamente común en los adolescentes que terminan la secundaria. Pueden ser muchas las razones que lleven a un joven a desear y a sentirse con la necesidad de parar toda responsabilidad por un año. Podemos mencionar algunas: temor frente a la incertidumbre, inseguridad por sus decisiones futuras (recordemos que en este momento el adolescente ya no tiene la guía y las pautas de la época escolar), necesidad de darse un tiempo para definir claramente sus planes, sensación de incapacidad frente al nuevo momento del desarrollo, deseos de probar la autoridad de los padres en esta etapa, necesidad de reclamar por un pase a la adultez que no se desea, depresión por el fin de la vida escolar, entre otras.

Es verdad, como veremos de forma detallada en otra entrada, que este momento de transición es delicado y que, efectivamente muchos adolescentes necesitan sus tiempos, para definir su vocación, para ganar experiencia laboral (si es que decide trabajar), para probar fracasos de admisión en la universidad o en el trabajo deseado; del mismo modo que el bebé necesita caerse para poder caminar después.

Sin embargo, de comprender esta realidad a tolerar que el adolescente decida no hacer nada durante tanto tiempo hay una distancia demasiado grande. No es necesario tomarse un año completo para madurar una transición como esta. Parte de ese primer año bien puede ser para tomarse unas vacaciones de verano en las que el adolescente tenga como objetivo madurar su decisión de qué hacer a continuación, pero el resto del año debe ser utilizado para hacer intentos, para poner en práctica las decisiones, si es necesario, para fracasar, y, si todo sale bien, para comenzar una vida adulta con un primer triunfo.

Finalmente, otro punto importante es que el adolescente no puede tener la experiencia de que con desearlo y decidirlo, puede tomar los recursos (económicos) de alguien, por más que sean sus padres, y beneficiarse de ellos. Definitivamente una experiencia así no sería formativa; por el contrario sería bastante dañina para un ser humano todavía en formación.

He decidido estudiar solo

Nos referimos a los adolescentes preuniversitarios que “deciden” estudiar solos después de un primer fracaso de postulación, lo que prácticamente garantiza un segundo fracaso (si está postulando a universidades cuyo proceso de admisión es muy competitivo). Lo que posiblemente suceda es que el adolescente, frustrado por el fracaso previo, crea que reforzando lo previamente aprendido sea suficiente para conseguir el objetivo final, lo que no necesariamente es así.

El nivel de competencia en las universidades, especialmente en las más importantes, es duro. Con la formación escolar no suele bastar y lo común es que la exigencia universitaria sobrepase largamente el nivel académico con el que egresan los escolares. De ahí que generalmente lo de “prepararse solo” no funcione y sea augurio de fracaso, ya que el adolescente está compitiendo con cientos o miles de chicos preparados en academias preuniversitarias.

Estudiar solo antes de un primer fracaso de postulación podría ser útil para que el adolescente “pise tierra” y se dé cuenta de que las cosas en realidad no son tan fáciles, y aun así los padres bien podrían y deberían guiar al estudiante para que tome una vía más segura. Pero para un estudiante que ya ha pasado por la experiencia de no haber alcanzado vacante una vez, optar por un camino tan riesgoso representa más un retroceso que un avance. Una decisión así no debería permitirse de forma tan simple. En este caso pareciera que el adolescente está necesitando justamente de la guía y el soporte de sus padres. Dejar que tome una decisión tan peligrosa es como decirle “estás solo, cáete de nuevo”.

He decidido dejar el ciclo

A veces es verdad que un ciclo universitario o preuniversitario está perdido. A veces es imposible que el estudiante  apruebe sus cursos o que ingrese en el próximo examen de admisión. A veces las razones que explican estas situaciones son comprensibles, una enfermedad, un viaje repentino, un problema familiar. Pero la mayoría de veces, se trata de un mal manejo de los estudios por parte del adolescente. Sea como sea, y debido a que el joven está aún bajo las reglas y manutención de sus padres, una decisión así no puede ser unilateral. ¿Cuánto falta para que finalice el ciclo? ¿Realmente ya no hay opciones de conseguir un buen resultado o tal vez lo que sucede es que hace falta un esfuerzo que el estudiante se siente incapaz de desplegar? ¿Qué va a hacer el joven mientras el ciclo continúe? Son cosas que tienen que discutirse y que deben tomarse en consideración antes de decidir esto. No hacerlo, especialmente cuando no hay hechos que justifiquen el mal rendimiento del estudiante es como inculcarle que su incapacidad en el mundo real adulto puede no tener consecuencias, y eso, ya se sabe, no es verdad.

¿Sobre qué está decidiendo mi hijo?

Estos han sido unos pocos ejemplos de decisiones adolescentes que deberían ser tomadas con mucha cautela por los papás. No hace falta escuchar al menor decir la frase para darse cuenta de que está tomando una decisión. Vale preguntarse entonces sobre qué está decidiendo mi hijo. ¿Le corresponde decidir sobre ese asunto o más bien es un tema que debe ser conversado? O tal vez es un tema sobre el que un hijo de tal edad y en tal situación no debe decidir.

Finalmente, es importante en todo esto rescatar el valor fundamental que tiene la prudencia en todo esto, el justo medio. No se trata de convertirse en un ogro para evitar ser demasiado permisivo, se trata de conversar las cosas y pensarlas juntos, tanto entre papás como entre ellos y los chicos.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

Licencia Creative Commons
“He decidido” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Un día de descanso, un día invalorable

Ilustración: Lucía Fernández

Hace poco vi un anuncio publicitario en un periódico que me chocó de primera instancia. Se anunciaba un modelo de camioneta “para cubrir todas las necesidades de tu empresa”. El anuncio ponía arriba, muy visiblemente lo siguiente:

“UN DÍA DE DESCANSO, ES UN DÍA PERDIDO”

Debajo de semejante sentencia aparecían dos de las camionetas y al costado un modelo haciéndola de empresario de saco y corbata mirando al lector con rostro solemne.

Lo poco que sé de publicidad me recuerda que los anuncios nos presentan un mundo deseado pero que no es real. Por ejemplo, un detergente que hace magia o un desodorante para hombres que hace que supermodelos caigan a los pies de quien lo usa. La publicidad utiliza esas ilusiones para recordarnos nuestros deseos y necesidades y vendernos u ofrecernos sus productos o servicios.

Ahora bien, para un mundo empresarial puede ser verdad que se desea el máximo de productividad, la máxima ganancia, el día de 36 horas y la semana de 8 días. En parte, por ahí se puede entender la sentencia “un día de descanso, es un día perdido”; no es nada grave, es como decir que si un hombre destapa un par de cervezas aparecerán dos chicas a cada lado. Lo grave se puede dar cuando efectivamente, queriéndolo o no, funciona esta idea, fuera del anuncio, en la vida real y cotidiana de muchos hombres y mujeres. Veamos algunas áreas que pueden verse afectadas por esto.

El encuentro con uno mismo

El no tener un día, un tiempo, un espacio para uno mismo, puede traer muchas consecuencias; una de ellas es que la persona se desconecta de sí misma, no tiene tiempo para pensar en ella, en su vida, en sus deseos, en sus fantasías, en sus placeres y en aquello que lo hace sentir mal o le preocupa. Es así que si hay algún problema personal o dificultad, la persona no podrá resolverlo, pues no tendrá un momento para darle la atención necesaria, trayendo como consecuencia que la dificultad se perpetúe, evolucione o, en el peor de los casos, se agrave.

Lo dicho anteriormente no se limita al plano psicológico; también alcanza a la salud física. Esto lo podemos entender desde el momento en que utilizamos la palabra “descanso”, donde el cansancio se entiende, en un primer momento, como un fenómeno físico. Si no paramos un momento, si no nos damos un tiempo regularmente, más allá de las horas de sueño, nuestra salud física se verá deteriorada y tendremos más probabilidades de que tarde o temprano aparezcan enfermedades o afecciones dolorosas y lamentables.

El encuentro con nuestros seres queridos

No parar más que para dormir lo básico también nos deja solos. Nos quedamos sin amigos, sólo con contactos, sombras de viejas amistades. Nos quedamos sin la familia extensa, a la que no tenemos tiempo de ver más que en los compromisos. Se pierde toda posibilidad de hacer algo sorpresivo y refrescante, aquello que une más a las personas, un sorpresivo fin de semana fuera de la ciudad, una noche de diversión, una inesperada salida al cine, al bar, al teatro, al concierto o al club.

El combustible para la pareja

La pareja hundida en la rutina laboral y doméstica también puede verse afectada. Se pierde la sensación de complicidad de los años previos a la convivencia, se pierde la pasión que se alimenta de lo inesperado (muchas mujeres sabrían de esto, especialmente a aquellas que les gustan los “detalles”). Esto se agrava si hay conflictos domésticos sin resolver. La relación se vuelve, más que una vida de pareja, una sociedad conyugal fría en constante tensión.

Preguntémonos cuán placentero sería darse un tiempo a solas con la pareja, como aquellos momentos de pareja que disfrutan los jóvenes despreocupados. Ahora preguntémonos cuántas veces se dan casos de infidelidad por asuntos como “no me prestaba atención”, “me sentía sola”, “¡siempre llegaba tan tarde!”, “siempre estaba trabajando”, “no quería que la tocara”, “siempre le dolía la cabeza”, “siempre estaba preocupada”, “ya casi no nos veíamos”, y demás.

Unos hijos con padres que existen

Tener a papá y/o a mamá trabajando siempre y durmiendo cuando están en casa tiene un nombre: se llama tener un papá o mamá ausente. Como diría la canción de Franco de Vita, “no basta” con la manutención para ser padres efectivos. Los niños necesitan jugar con sus papás, necesitan divertirse con ellos, ser sorprendidos por ellos, tener oportunidad de admirarlos y de aprender de ellos, y eso sólo se logra en los tiempos de descanso de los padres. Creo que ningún papá podría hacer nada de esto con sus hijos mientras trabaja, y si lo hiciese me sonaría a falsificación o, en todo caso, a aprendizaje de oficio de los niños más que de disfrutar de ocio con los papás; y esto los niños lo sienten y lo resienten.

Más allá del déficit que trae el hecho de tener papás ausentes, se puede hablar también de riesgos más concretos. Si papá y/o mamá no tienen tiempo para ociosear con sus hijos, estos quedarán expuestos más fácilmente a una serie de situaciones que van desde el acoso escolar no comunicado por falta de confianza, hasta el abuso sexual de personas que se aprovechan de la ausencia de los padres, pasando por un sinnúmero de situaciones peligrosas, como exposición a drogas, “malas amistades”, delincuencia, accidentes, crianza cuestionable de terceros, maltrato físico y psicológico, y un extenso etcétera. La ausencia de los papás puede derivar incluso en la muerte de su hijo o hija, sea accidental, provocada o autoprovocada, como se da en los casos de suicidio de menores.

Ilustración: Lucía Fernández

El ocio con los niños o adolescentes permite alimentar la confianza, el diálogo, puede permitir al padre o madre darse cuenta del estado de ánimo de su hijo o hija, puede permitir que ellos les cuenten a sus padres aquello que les preocupa o que les hace sentir mal, detectando así amenazas, muchas veces antes de que estas se realicen. Y lo más importante, permite disfrutar con ellos.

El invalorable día de descanso

¿De verdad un día de descanso es un día perdido? No lo creo. Es posiblemente el día más valioso de la semana, es el día en que podemos saborear el fruto de lo que hemos trabajado el resto de días, es el día que nos salva del “vivir para trabajar” y que nos permite “trabajar para vivir”. Es verdad, lamentablemente, que muchas veces la situación real de las personas adultas hace que el descanso sea casi una utopía, pero es importante intentarlo, hacer lo posible para atender esas otras áreas de nuestras vidas que pueden sentirse tan abandonadas.

Para los que tienen la suerte de poder descansar, háganlo, sin culpas, pensando que es una necesidad básica. Si hay hijos, es necesario luchar para organizarse y darse también momentos en pareja o para uno y sus otros seres queridos (amigos, familia). Hay que intentar no exponer a los niños a tener unos padres que se sienten obligados a sólo descansar para sus hijos. Los niños se dan cuenta de esto y pueden sentirse culpables o pueden sentir que tienen el control de los papás, lo que no es lo más saludable. En fin, pensemos que hasta Dios, en la tradición judeocristiana, descansó el séptimo día, y no sólo descansó sino que “lo bendijo y lo hizo santo”.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Un día de descanso, un día invalorable” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.