Ilustración: Lucía Fernández
Hay un dicho que reza “toda comparación es odiosa”. En parte tiene razón, aunque, de otro lado, tal vez se trate de una exageración. Sin embargo, cuando se trata de la crianza de niños y adolescentes este dicho adquiere un peso enorme, a tal punto que, en el momento en que escribo esto, no se me ocurre una comparación que no lo sea.
Las comparaciones negativas hechas por padres desesperados
A veces el comportamiento del hijo es tan repetitivo, tan constante y tan aparentemente invencible, que los padres caen en la desesperación.
Cuando los papás se desesperan tienden a realizar acciones típicas, como golpear, gritar, poner castigos exagerados que después retrucan o, lo que nos toca ahora, comparar. Los papás le acaban diciendo a su hijo cosas como “mira a tu hermano como hace” o “mira a tu amigo fulano como se porta”. Algunas veces la comparación es más dolorosa: “mira como es tu hermano” o “mira a tu amigo fulanito como es“. Esto es más ofensivo porque va directo a lo que es la otra persona, que es mejor que yo para mis papás, que yo soy malo y que mis papás me preferirían si fuera como es mi amigo o mi hermano.
Estas comparaciones negativas bombardean la autoestima del hijo porque enuncian directamente que la forma de ser de las otras personas es mejor o que lisa y llanamente los demás son mejores y lo que es el hijo no está bien y no es deseado.
Por supuesto, lejos de remediar las cosas, estas comparaciones fácilmente pueden arruinarlas más. De hecho, no he visto caso alguno en que esto haya funcionado.
La comparación del padre que vive haciéndolo
Hay papás que no necesitan entrar en desesperación para comparar negativamente a sus hijos. Es más, viven comparándolos con la mayor tranquilidad. Es como si la comparación fuera una estrategia de crianza establecida y validada en la cotidianeidad.
“No, hijo, tienes que llevar el balón como lo hace tu hermano”, “aprende a tomar el cubierto, mira a tu primo”, “acaba la tarea, mira como tu amigo ya la hizo y está afuera jugando”. Todo el tiempo, o cada tanto, estos papás comparan y comparan y no paran de hacerlo.
Aquí el problema radica en el énfasis en la imitación, en el vivir mirando afuera, como si uno no pudiera nunca aprender la acción misma, como si siempre necesitara modelos que imitar.
De otro lado, dependiendo de cómo se haga, también fácilmente la autoestima del hijo puede acabar dañada, dependiendo de qué palabras y qué tonos de voz se usen, dependiendo de cómo es la relación entre este papá y este hijo, y dependiendo de cuánto se lo compara con hermanos o amigos de su misma edad (pueden ser más factible tomar como modelos a gente mayor; con los de su misma edad el niño se puede sentir fácilmente disminuido o atrasado).
En este caso es mejor enseñarle directamente cómo se lleva el balón, cómo se toman los cubiertos, o enseñarle lo conveniente de hacer la tarea antes; las comparaciones son innecesarias.
Las comparaciones positivas
Cuando arriba dije que no se me ocurría alguna comparación buena para los hijos, por supuesto que también pensaba en las comparaciones positivas. Cosas como “tú eres mejor que él” son muy nocivas y más aún cuando se denigra a uno de los hermanos.
La comparación positiva, al contrario que las anteriores descritas, no denigran al hijo, sino a otra persona, un amigo, un hermano, un primo, o un grupo de personas (“tú eres el mejor de tu clase”), y pretende enaltecer al hijo por sobre estas otras personas.
Este comportamiento de los papás es peligroso por muchas razones, por ejemplo, estimula una competitividad a rajatabla, una competitividad negativa en desmedro del propio desempeño (no se valora lo bien que lo hizo sino que es mejor que el otro) y en desmedro del trabajo para el grupo (el hijo aprende a dar lo mejor para vencer él y no para otro fin más útil a su sociedad o comunidad).
Cuando el denigrado es un hermano, la acción de comparar positivamente es doblemente dañina, porque instaura una alianza diferencial entre el padre y el hijo triunfador. Los hermanos de por sí tienden a competir por el amor a los papás, y ellos tienen más bien la tarea de neutralizar la fantasía de que van a ser los preferidos por sobre el otro. Con este tipo de comparaciones, los papás no hacen lo que les toca, sino que mas bien refuerzan esa competitividad individualista en la misma familia, creando un caldo de cultivo ideal para la formación de conflictos familiares y resentimientos.
En este caso es mejor valorar el desempeño del hijo y no el puesto en el que quedó o a quienes superó.
Conclusión
En la crianza de niños y adolescentes el dicho “toda comparación es odiosa” vendría a ser bastante oportuno. Sigue sin ocurrírseme alguna comparación que sirva con los hijos. Tal vez haya alguna. En todo caso las comparaciones que sean útiles y buenas no parece que sean mayoría ni mucho menos. En honor a la lógica podríamos decir “en la crianza de niños y adolescentes, casi toda comparación es odiosa”. Es mejor evitar hacerlo.
Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe