Las pasiones y los intereses en el Perú: la degradación de la política, la democracia y el desarrollo[1]
Efraín Gonzales de Olarte
En su célebre libro Las pasiones y los intereses, Albert Hirschman explicó que el advenimiento del capitalismo y del Estado moderno fue posible porque las pasiones políticas por el poder de los señores feudales fueron controladas por los intereses económicos de la burguesía naciente. Es decir, el poder absoluto de reyes y monarcas (el príncipe) fue progresivamente contrarrestado por el comercio y por la expansión de los mercados. Así, se comenzó a establecer un balance de poderes que dio forma al Estado moderno y a la democracia.
El paso de la feudalidad al capitalismo y de los gobiernos absolutistas a gobiernos democráticos permitió reemplazar al Antiguo Régimen por el Estado moderno. El nuevo poder político se establecía a través de la participación de los ciudadanos que elegían a sus gobernantes y el Estado se conformaba por tres poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, con reglas de equilibrio entre ellos, para que las decisiones de uno u otro tuvieran controles, lo que permitiría una gobernabilidad estable. Las pasiones políticas y los intereses económicos se controlaban y regulaban el Estado democrático moderno.
Este balance se ha roto en el Perú de los últimos años, sobre todo recientemente, pues los intereses y las pasiones se han coligado y están destruyendo el poco Estado que tenemos y amenazan nuestra escuálida democracia. No de otra manera se puede comprender cómo el Poder Legislativo está reduciendo las competencias del Poder Judicial y del Poder Ejecutivo, con la complicidad del Tribunal Constitucional, para favorecer intereses particulares. Es decir, están erosionando el ya frágil equilibrio de poderes que había en el Perú.
La pregunta que se plantea es: ¿a qué se debe este proceso de degradación política y social al que estamos asistiendo? La respuesta no es fácil, pues la situación social y política del Perú se ha hecho muy compleja. Sin embargo, parece que la respuesta va por el lado de la crisis política, caracterizada por la atomización de la representación política, la polarización social y la extrema polarización ideológica, que impide cualquier acuerdo. Debido a la precariedad de la representación política los congresistas están enfocados en sus intereses particulares, es decir, sus sueldos y los negocios que se pueden hacer a partir de su situación de privilegio.
La demolición de la Sunedu es un buen ejemplo de cómo se usa el poder político para promover los intereses particulares de ciertos congresistas en la educación “superior”, aunque el resultado futuro sea el retroceso de la calidad de la enseñanza e investigación científica y aplicada. Una verdadera regresión que traerá consigo pseudo universidades de alta mediocridad, inútiles para promover el desarrollo y mejorar la vida política. Los intereses particulares son más importantes que la calidad futura del sistema universitario.
En este contexto, el bien común es una idea que les es extraña. Las pasiones (el poder político) se usa para favorecer intereses particulares; el Estado al servicio de los que gobiernan y no de los gobernados. Todo lo contrario de la idea de un Estado democrático.
Curiosamente, la atomización política y la casi desaparición de los partidos doctrinarios han permitido que la política se convierta en un mercado de prebendas y negociados, desnaturalizando la esencia del quehacer político, que es gobernar en función de las necesidades de las grandes mayorías sobre la base de los objetivos de la Constitución. Peor aún, una representación política atomizada será incapaz de llevarnos a una gobernabilidad democrática, pues su esencia es actuar en función de sus pequeños intereses y olvidarse del bien común. Nunca como ahora hacen falta verdaderos partidos políticos, con doctrina, organización, liderazgos y cuadros suficientes para poder gobernar. El patético gobierno de Perú Libre y Pedro Castillo ha sido el fruto de la atomización política.
La polarización ideológica es un retroceso a la barbarie. Tanto la extrema derecha como la extrema izquierda creen que su verdad es la única válida, por lo que es imposible el diálogo. Obviamente, tras de estas ideologías extremas la forma de gobierno será siempre una dictadura, tal como la experiencia histórica lo demuestra. Además, con su accionar han logrado no solo reducir el centro político, sino convertirlo en el enemigo común, para lo cual han inventado el adjetivo de caviar, caviarado, entre otros; significantes sin significado que muestran sus carencias ideológicas y su mediocridad política. Sin embargo, la palabreja les es útil para tener un chivo expiatorio rentable para sus intereses particulares. En el fondo, los caviares en general tienen niveles de educación mejores, se comportan con principios éticos adversos a la mentira (fake news), a la corrupción, al robo y piensan en el bien común como meta de la vida social y de la democracia. Es decir, están en sus antípodas; por eso los detestan.
Esta crisis política tiene como fondo y como causa las profundas desigualdades sociales y económicas provenientes de: las desigualdades patrimoniales, educativas y de productividades, que llevan a desigualdades de ingresos, disparidades de oportunidades en el acceso a “empleos decentes” y a bienes públicos, desigualdades étnicas y culturales, y las disimilitudes en el desarrollo de las regiones, de las ciudades y de las poblaciones rurales. Sin embargo, todos estos problemas están borrados de la agenda política del Congreso y del Gobierno; estos temas o no les interesan o son incapaces de comprender su dimensión y complejidad debido a la gran mediocridad de sus representantes. Tarde nos damos cuenta de que la crisis educativa es la principal causa de tener los políticos, dirigentes y gobernantes que tenemos ahora.
Las pasiones, basadas en la vanidad, la soberbia y el poder, son ahora utilizadas para favorecer los intereses particulares asentados en la avaricia y la envidia en un país altamente desigual. El resultado será el enriquecimiento de los que logren llegar al poder, que siempre serán pocos, y la espera de las grandes mayorías por algún gobierno que promueva el avance de todos, en democracia, con tolerancia y con ética. En todo caso, este no parece ser el futuro del Perú en lo inmediato.
[1] Artículo publicado en: “Crítica y Debates. Blog coyuntura”, IEP, abril 2023