Archivo del Autor: Patricio Alvarado Luna

¿Por qué el virreinato peruano se convirtió en el bastión del fidelismo en América del Sur?

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Antes de entrar de lleno a los motivos por los cuales el virreinato peruano se convirtió en el bastión del fidelismo en Sudamérica, es importante mencionar el contexto político europeo que desencadenó la denominada “crisis de la monarquía española” entre 1808 y 1810. En los primeros años del siglo XIX, el imperio español vivió un período de inestabilidad. Prácticamente todo el continente europeo estaba sumergido en la guerra para inicios del siglo XIX. El motivo fue Napoleón. En 1808, Napoleón solicitó al entonces rey Español Carlos IV permiso para que sus tropas atraviesen el territorio español con el fin de atacar a Portugal.

A pesar de la aceptación por parte del monarca a la petición de Napoleón, la población española se opuso. Esta inestabilidad política dentro de la propia monarquía se debió en parte a los consejeros y al primer ministro Godoy, así como también a una cierta ineptitud de parte del monarca, en este caso Carlos IV. Estos problemas llevaron a dicho rey a abdicar el trono favor de su hijo Fernando, quien se convertiría en Fernando VII. No obstante, Fernando no tenía la fuerza necesaria para gobernar. A pocos meses de acceder al trono, Napoleón citó a la familia real española en Bayona para tener una conferencia. Nadie sabe exactamente lo que se discutió en dicha reunión, no obstante, los resultados son muy conocidos: Fernando VII abdicó a favor de su padre; Carlos IV abdicó al trono español a favor de Napoleón; y este, le entregó la corona a su hermano José, convirtiéndose éste en José I de España.

En rechazo a este rey “intruso”, el pueblo español convocó en 1808 a Juntas de Gobierno y posteriormente llamó a la formación de las Cortes. A pesar de que esto sucedía en el Península, América no era ajena a este proceso. Tanto el virreinato del Río de la Plata, como el de Nueva Granada, así como las capitanías generales de Charcas, Quito y Chile, formaron juntas de gobierno desde 1809, en respaldo al rey cautivo. Sin embargo, con el paso de los años, estas juntas de gobierno proclamaron su autonomía frente a la administración española y posteriormente iniciaron su proceso de independencia. No obstante, esto no se produjo en todos los territorios de dominio español en América del Sur. El virreinato peruano fue la excepción; sin embargo, ¿a qué se debió esto? Fueron muchos los factores que permitieron – u ocasionaron-, que el virreinato peruano se convierta en el bastión del fidelismo en América del Sur. A continuación procederemos a enumerar y explicar estos factores

En primer lugar, hay que considerar que, en comparación con los virreinatos y capitanías previamente mencionados -los cuales tenían al momento de la crisis española algunos no más de cincuenta años-, el virreinato peruano llevaba casi trescientos años de formación. Durante este tiempo, tanto la élite como la población en general desarrollaron un fuerte vínculo con España, no solo en términos de parentesco, sino también comerciales. No obstante, O’Phelan sostiene que durante el siglo XVIII, e incluso durante los primeros años del siglo XIX, se produjeron más de un centenar de rebeliones anticoloniales, especialmente en el sur andino. A pesar de estas rebeliones, las cuales fueron rápidamente sofocadas, con excepción a la Gran Rebelión de Túpac Amaru en 1780 y posteriormente la de Túpac Catari, en general el territorio que comprendía el virreinato peruano deseaba mantener el orden previamente establecido.

Como segundo punto, hay que destacar a la figura que sin duda es de suma importancia –más no la única- para que el virreinato peruano sea considerado como el bastión del fidelismo es José Fernando de Abascal. Si bien Hamnett en su texto La política contrarrevolucionaria del virrey Abascal hace mención que no se le ha dado la importancia necesaria a dicho virrey en la historiografía sobre la independencia de América del Sur, al ser un texto editado en el 2000, su crítica no posee ahora mucho valor, dadas las recientes publicaciones sobre el tema. Abascal gobernó el virreinato peruano entre 1806 y 1816 y durante 1808 y 1810 –años en los cuales se produce la crisis española-, tal como sostiene Hamnett, el Perú no sucumbió a la subversión política.
Como sostiene dicho autor, entre 1810 y 1813, Abascal puso en práctica una política que dio como resultado una expansión territorial del Perú. El virrey Abascal se encargó de frenar cualquier intento de subversión en el territorio peruano y también en el resto de América del Sur. Así, aplastó la junta de Quito, Charcas y la de Chile- las dos últimas gracias al ejército del Alto Perú. Debido a esto, tanto Charcas, como Quito y Chile fueron anexados al Perú. Si bien no existió un fuerte intento en el Perú de crear una junta, como sostiene O’Phelan, y como ya se mencionó, existieron rebeliones durante el gobierno de Abascal; sin embargo, estas fueron silenciadas con relativa rapidez, como sucedió con la rebelión del Cuzco en 1814.

Ahora, es importante resaltar que Abascal no pudo imponer su política de gobierno sin el apoyo de la élite criolla, especialmente la limeña. A pesar de que se le ha considerado como absolutista y conservador, la política de “concordia” del virrey con los estratos más altos de la sociedad limeña, beneficiaron su gobierno. Así, como tercer punto –y estrechamente vinculada a la figura de Abascal-, se encuentra la élite criolla, la cual lo largo de los primeros veinte años del siglo XIX, se mantuvo con una postura inquebrantablemente fidelista hacia el rey. Esta postura se puede explicar debido a que la élite consideraba a la Corona como la única garante de una estabilidad política y la cual podía garantizar el orden social frente a la posible subversión de los grupos indígenas o de las castas. No obstante, este temor fue maximizado.
Así, la élite limeña vio en Abascal -y posteriormente en el virrey Joaquín de la Pezuela-, la figura de un gobierno “estable” que les podía garantizar que se preservaría lo que los revolucionarios intentaban destruir. Con la Constitución gaditana de 1812 –la cual Abascal hace cumplir a pesar de sus convicciones-, muchos sectores ven una oportunidad para un reformismo siguiendo fieles al monarca; no obstante, con la vuelta de Fernando VII al trono español en 1814 y el no reconocimiento de la Constitución de Cádiz la posibilidad de un reformismo pacífico –buscado por los liberales limeños-, como sostiene Fisher, queda descartada.

Para concluir podemos mencionar que el virreinato peruano se convirtió en el bastión del fidelismo no solo por la figura de Abascal. Si bien el virrey es de suma importancia para entender el proceso de independencia del Perú, los intereses de las élites criollas, el temor a una revolución liderada por los sectores bajos de la población y la posibilidad de un reformismo debido a la Constitución de Cádiz llevaron al Perú a adoptar una política fidelista hacia la monarquía, en contraposición a los demás territorios Sudamericanos.

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Resumen Antecedentes españoles e hispanoamericanos de las intendencias de Horst Pietschmann en Anuario de Estudios Americanos XL. Sevilla 1983

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Según la bibliografía que se ocupa de las intendencias españolas e hispanoamericanas desde el punto de vista institucional suele atribuir la implantación de este nuevo sistema administrativa una influencia por parte de Francia. No se puede dudar de que el establecimiento de intendencias en España bajo Felipe V responde a sugerencias de consejeros franceses como Berheyck y Orry; sin embargo, esta influencia de consejeros franceses no excluye la posibilidad de que la nueva institución enlace con determinados desarrollos institucionales en materia de administración que son propiamente españoles. Así, Horst Pietschmann tiene como objetivo replantearse no es la influencia política de Francia en la España de principios del siglo XVIII, que sin duda la hubo, sino el problema de la novedad institucional del sistema de intendencias además de despertar el interés por una serie de fenómenos institucionales poco estudiados hasta el momento.

Por más que las intendencias sean un reflejo del sistema paralelo francés, esto no implica que esta nueva institución no tenga antecedentes hispánicos. El querer negar éstos antecedentes significaría la afirmación implícita de que en España, durante un siglo a lo menos, no se hayan planteado necesidades paralelas de gobierno y administración como se plantearon en Francia. El replanteo que propone el autor parece necesario no solo por el hecho de que hasta la fecha en que se escribió el artículo no se había intentado ninguna comparación sistemática entre las intendencias españolas y francesas.

Una prueba de que bajo la monarquía borbónica hay mayor continuidad institucional de lo que generalmente se supone también en el campo de lo relacionado con las intendencias, se puede encontrar en el hecho de que aparentemente en varios casos solo se produjo un cambio de nomenclaturas, variando de nombre a determinados oficios cuyas atribuciones quedaron más o menos iguales. En el siglo XVIII, se sintió una continuidad entre el oficio de veedor general de ejército y el de intendentes de ejército y provincias, no considerándose al último como una novedad dado que poseían las mismas atribuciones. Así, una prueba más convincente, según el autor, entre veeduría de ejército e intendencia de ejército, la constituye el hecho de que en un texto legal de principios del siglo XVIII se encuentra que ambos términos son empleados de forma sinónima.

El autor considera importante el preguntarse a qué tipo de intendentes en concreto se asemeja el antiguo veedor del ejército. Y llega a encontrar tres tipos de intendentes. Empezando con el funcionario de menor jerarquía, se tiene al intendente de provincia que ejerce las cuatro causas de justicia, policía, hacienda y guerra y que es en realidad una fusión de dos oficios: corregidor o gobernador y el de intendente, por lo cual ejerce las causas de justicia y policía solo en su calidad de corregidor gobernador, siendo las otras dos privativas de su cargo de intendente.

En segundo lugar, se encuentra el intendente de ejército y real hacienda, quien tenía asignadas las causas de guerra y hacienda pero ejerciéndolas en calidad de superior a nivel de una provincia autónoma y que se encontraba yuxtapuesto a un capitán general. En tercer lugar, y con mayor rango se encuentra a los superintendentes de real hacienda, generalmente también con graduación de intendente de ejército y real hacienda pero de mayor rango político, que igualmente ejercen las dos causas de hacienda y guerra pero a nivel de un reino, actuando siempre al lado de un virrey, si no es el mismo virrey quien ejerce el cargo. Con lo antes expuesto, se puede concluir que el tipo de intendente que más se asemeja al veedor es el intendente de ejército y real hacienda.

Aparte de la estrecha relación entre determinados tipos de veedores y los intendentes de ejército y real hacienda, se encuentran también otros antecedentes que se remontan incluso hasta el siglo XVI. Esto ocurre con el mismo cargo de intendente a quien se encuentra, tanto en España como en América, con la denominación de superintendente. El origen del término y cargo de superintendente en España aún queda poco claro, aunque es probable que se empezara a introducir en España en la época de Carlos V.

Los casos que se han hallado no se refieren a un oficio concreto, sino más bien a una determinada forma de ejercer autoridad superior, ya que está visto que los virreyes no recibieron nombramiento formal de superintendente ni llevaban tal título antes de que se les confiriera ese cargo en 1751. Así, lo que aparentemente quieren decir las referencias es nada más que los virreyes ejercen la supervisión o inspección de ciertas materias administrativa que no son de incumbencia directa de sus cargos de gobernador, capitán general y presidente de la audiencia. Según Montesclaros, la “superintendencia universal” de toda la monarquía pero deja el despacho de los negocios corrientes a los organismos ordinarios de administración y solo en casos muy graves se entromete en los asuntos de los órganos administrativos concretos.

Al lado del significado de superintendencia, se encuentra ya muy tempranamente el cargo de superintendente en una serie de casos muy variados. El conde de Chinchón, virrey del Perú, comunica en 1640 que nombró un superintendente de correos y menciona un superintendente de penas de cámara y gastos de justicia. También los gobernadores realizaban semejantes nombramientos, como suelen, por lo visto, hacer los gobernadores del Paraguay en la segunda mitad del siglo XVIII. Desde la época de Carlos II, al parecer, estos nombramientos de superintendentes para los asuntos más variados se encuentran con mucha frecuencia y se generalizan ya en el siglo XVIII.

Como antecedentes más directos de las intendencias dieciochescas hay que considerar las superintendencias de real hacienda qu se introdujeron en el reinado de Carlos UII y que de forma muy escueta se mencionan en la literatura. Aparece en primer lugar en 1687 una superintendencia como órgano central de toda la administración de la real hacienda, institución cuyo establecimiento refiere el duque de Maura. Así, medio siglo antes de Campillo y Cossío se observa ya un programa destinado a procurar, mediante intervención estatal, la resurrección económica y fiscal de la monarquía. Es muy probable que este programa también sea inspiración francesa, pero responde, al mismo tiempo, a principios mercantilistas generalmente difundidos en Europa en aquella época.

En la parte meramente institucional se observan similitudes con los intendentes posteriores. Los nuevos funcionarios se subordinaron al consejo de hacienda, sin que se haga referencia a esta otra superintendencia de real hacienda creada pocos años antes como organismo central. Cada provincia tenía que dividirse en varios partidos en los cuales debía residir un administrador nombrado por el mismo superintendente y que tenía a su cargo la administración de las rentas en su partido. Si el intendente de ejército y real hacienda de los Borbones, en materia de asuntos militares, tenía un antecesor en el antiguo veedor de ejército, lo tiene en el campo de la real hacienda obviamente en el superintendente de real hacienda de 1691, cuando la Corona ordenó el establecimiento de 21 superintendencias de rentas reales en Castilla.

Si bien la estrecha relación entre estos superintendentes de rentas de 1691 y los posteriores intendentes de ejército y real hacienda y, más aún, los superintendentes de real hacienda del siglo XVIII, resulta perfectamente clara, cabe preguntarse si los otros también tienen algo en común con los intendentes del siglo XVIII. Aún sin poderlo probar en detalle, causa la impresión de que todos estos intendentes tienen un origen comisarial. A falta de estudios concretos, esta conclusión con respecto a los superintendentes del siglo XVII reviste desde luego un carácter previo o hipotético. Por otro lado, para los intendentes del siglo XVIII se puede demostrar este aspecto comisarial plenamente, a través de las ordenanzas que recibieron.

Si bien desde los superintendentes de rentas de 1691 todos los sucesores dieciochescos se crean ya con intención de que sean cargos definitivos, se nota una ambivalencia en sus deberes. Por un lado tienen encargos extraordinarios como todo comisario, por ejemplo tomar en administración tal o cual renta, poner nuevo sistema de recaudación o administración de intereses fiscales, etc. Por otro lado, se les encarga la administración ordinaria o rutinaria del ramo una vez cumplida la tarea extraordinaria inicial. Subsiste, permanentemente, el encargo extraordinario de fomentar la economía, infraestructura y población de la provincia mediante visitas regulares y disposiciones extraordinarias dirigidas a este fin.

Siendo cierta esta hipótesis, podía observarse en España un desarrollo paralelo al de Francia, en donde los intendentes también surgieron de unos comisarios reales preexistentes y en donde igualmente empezaron a aparecer hacia fines del siglo XVI intendentes o superintendentes de muy varia índole. Que en España no se haya producido ya en el siglo XVII este desarrollo ulterior de las intendencias, como ocurrió en Francia, se explica fácilmente si se toma en cuenta que en España no había mayor necesidad para dar este paso, porque mientras en Francia los gobernadores de provincia y muchos otros cargos administrativos se habían hecho venales, lo cual significó una merma de la influencia del rey, no había ocurrido tal fenómeno en España. Así que, políticamente no había necesidad de crear todo un nuevo sistema administrativo, sino que resultó suficiente crear nuevas comisiones para casos extraordinarios que se ofrecieron.

En resumen, se podrá decir que los intendentes españoles e hispanoamericanos del siglo XVIII, cuando ejercieron las cuatro causas de justicia, policía, hacienda y guerra, lo hacían en cuanto a justicia y policía solo en calidad de gobernadores o corregidores, no representaban, en este aspecto, ninguna novedad. Los intendentes de ejército y hacienda tuvieron como antecesores en lo militar a los antiguos veedores generales del ejército, con tal única diferencia que estos antecesores se encontraban solo en regiones donde había ejércitos acantonados. En el siglo XVIII se generalizaron poco a poco los nuevos intendentes. Los nuevos superintendentes de hacienda del siglo XVIII, finalmente, tienen varios antecesores en el siglo XVII y, además, como regla general, entroncan directamente con los diferentes tipos de superintendentes del siglo XVIII.

La causa de hacienda, ejercida por los intendentes de ejército y hacienda, tienen un antecedente inmediato en los superintendentes de rentas reales de 1691. Todo esto no implica que en el proceso de remodelación administrativa del siglo XVIII no hayan tenido influencia los consejeros de Felipe V. El sistema de intendentes españoles e hispanoamericanos siempre estuvo mucho más ajustado al sistema administrativo preexistente que los intendentes en Francia. Por esta razón no es conveniente fijarse únicamente en el nombre de estos funcionarios sino en las tareas que se les encargaron. Así, las reformas administrativas que llevaron a la introducción definitiva de estos funcionarios en el siglo XVIII parecen más un reajuste y una reorganización del sistema administrativo preexistente y no la introducción de un nuevo método de administración.

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Resumen de los capítulos 3 y 4 de Shaky colonialism. The 1746Earthquake-Tsunami in Lima, Peru, and its long aftermath (Charles Walker)

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El objetivo que se propone Charles Walker en el tercer y cuarto capítulo de Shaky colonialism… es proporcionar una visión detallada de la Ciudad de los Reyes hasta poco tiempo después del terremoto de 1746. Para esto, desarrolla en el tercer capítulo cómo ha ido cambiando Lima en el aspecto social, arquitectónico, racial y espacial desde su fundación hasta mediados del siglo XVIII. En el cuarto capítulo, desarrolla las medidas tomadas por el virrey Manso de Velasco, conde de Superunda, para la reconstrucción tras el terremoto.

Concluido el terremoto de 1746, el virrey Manso de Velasco lamentó la ruptura de la disposición precisa de la ciudad y la organización. No obstante, para las autoridades borbónicas como el virrey, Lima ya era inaceptablemente desordenada, incluso antes del terremoto. La geometría regular, el Palacio Municipal, la Iglesia, y otras instituciones han sido debilitadas por la complejidad racial de la ciudad, el consumo excesivo de la religiosidad barroca, y el poder acumulado por las órdenes mendicantes y de los jesuitas, así como de la élite de la ciudad. En la primera mitad del siglo XVIII, las autoridades intentaron hacer las ciudades españolas e hispanoamericanas más manejables, colocando a la Corona y a sus representantes de manera firme en el control. Sin embargo, el terremoto amenazó con anular estos esfuerzos, desatando la crueldad de la clase baja, la independencia de la clase alta, y la búsqueda de la Iglesia por papel aún más importante.

La población de la ciudad creció y se diversificó. Tres grupos principales, españoles, andinos y negros, poblaban el Perú. En los alrededores de Lima, “indio” podía referirse a un residente de El Cercado, un sirviente en la casa de un miembro de la élite, un pescador en las cercanías del Callao, un mercader de los andes cercanos o incluso a los indios nobles del Cuzco o de la misma Lima. A pesar de la existencia de vecindarios para ellos, estos no fueron segregados del resto de la población. Por otro lado, aproximadamente cien mil esclavos fueron traídos al Perú procedentes del África entre los siglos XVI y XIX, de los cuales alrededor del 40% terminaron en Lima.

Tan pronto como el siglo XVI, los hijos de los españoles e indias –mestizos- provocaron muchos debates acerca de cómo deberían ser clasificados en la jerarquía social. Por su parte, el siglo XVIII fue testigo de dos tendencias contradictorias. Por un lado, la creciente complejidad de la población de limeña y peruana y el paralelo declive de la noción de las tres naciones. La raza era solo un componente de la identidad. No solo la clase, género y edad moldean la idea de identidad, también lo hacía la familia, el vecindario, las cofradías y otras instituciones.

Sobre la arquitectura, el autor hace referencia que los constructores se basaron en la práctica prehispánica de usar materiales flexibles como el adobe, barro y cañas de bambú o de otra índole. Debido a la ausencia de lluvias, las casas poseían techos ligeros, lo cual es una importante explicación para el bajo índice de mortalidad durante el terremoto. Durante el siglo XVIII, especialmente luego del desastre de 1746, la quincha se convirtió en un elemento fundamental para todo tipo de viviendas.

La mañana siguiente del terremoto, la ciudad “despertó de cabeza”. Las pilas escombros y desechos hicieron difícil maniobrar por las calles, a lo que se sumaron ruidos terroríficos y repulsivos olores. Según Llano Zapata, “las paredes y balcones colapsaron, matando muchas personas y bloqueando las rutas de escape”. Muchos reportaron un gran daño en los edificios y monumentos por toda la ciudad. Entre los daños más resaltantes se encuentran los ocurridos a la Catedral. Las torres cayeron dentro de la nave, mientras que el techo había aplastado a más de cincuenta pacientes en el hospital de Santa Ana para los indios.

El número de víctimas que cobró el terremoto varían y las tabulaciones –en ese entonces como ahora- representan un reto. Manuel Silva y la Banda, un prominente abogado, estimó la cantidad víctimas entre 16 000 y 18 000. Por otro lado, el padre Lozano estimó 7 000 muertos en el Callao y solo 5 000 en Lima. Las epidemias que azotaron a la capital en los siguientes meses y años añadieron unos 4 000 decesos.
El cuarto capítulo, como ya se mencionó, se enfoca-básicamente-, en las medidas adoptadas por el virrey Manso de Velasco en los días y meses que siguieron al terremoto. A pesar de lo ocurrido, el virrey como sus confidentes raras veces comentaron las implicaciones del desastre a Madrid, y aún más raramente sobre los enfermos heridos, y el duelo. Horrorizado por lo que vio, el virrey trató reconstruir la capital y el puerto de manera que sean menos vulnerables a desastres naturales y a la agitación social.

Manso vio el terremoto como una oportunidad para racionalizar Lima a lo largo de las líneas que los Borbones y los absolutistas ilustrados en Europa se imponían en las ciudades de toda Europa y, en menor medida, en América. Queriendo crear una ciudad más estable, buscó cambiar la arquitectura de Lima y otorgarse mayor poder en los asuntos urbanos. Sin embargo, los conflictos respecto a la reconstrucción de Lima, dicen mucho acerca de por qué los reformadores Borbones tuvieron tantas dificultades implantando sus reformas militares, fiscales y sociales en la segunda mitad del siglo XVIII.

Es importante mencionar que el Cabildo de Lima, a ojos del virrey, resultó ineficiente durante la crisis del terremoto, reuniéndose solo nueve veces en todo el año de 1746 y solo dos veces luego del 28 de octubre. Sin embargo, el virrey poseía un importante aliado en Madrid, Don Cenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada. Ambos compartían la convicción de que más poder debía ser concedido al virrey para así mejorar el sistema administrativo español en sus dominios americanos.

Un dato curioso que se presenta es la manera en como Manso de Velasco ve el terremoto como un castigo proveniente de Dios. Para él, la vanidad de los habitantes de Lima, asó como sus despampanantes construcciones, habían molestado a Dios, quien había advertido a la ciudad de Lima con los terremotos de 1560, 1655 y 1687, pero la ciudad se había resistido a escuchar. Por otro lado, los puntos de vista del virrey sobre el terremoto muestran claramente la mentalidad de muchas autoridades borbónicas del siglo XVIII: el desprecio por el lujo de la clase alta, y el supuesto exceso de la Iglesia, sus edificios, fiestas, y el comportamiento de algunos miembros. Esta actitud muestra claramente el despotismo ilustrado.
Durante la reconstrucción, el virrey notó que muchas cases que se encontraban alrededor de la Plaza Mayor habían sido reconstruidas o reforzadas luego del terremoto de 1687. Su labor hubiese sido más sencilla de no haber recibo información contradictoria sobre el estado real de la ciudad. Muchos documentos describían la destrucción de edificios, casas de mercaderes y cuarteles, declarando que Lima había sido “completamente abandonada”.

Los días siguientes al terremoto, la Plaza Mayor estaba más desordenada de lo habitual. El virrey tomó las medidas necesarias para garantizar comida, la cual era la principal obligación, durante el siglo XVIII, de cualquier gobernante en Europa o América. Durante este tiempo, el precio del pan se elevó, causando sorpresivas revueltas que amenazaban el gobierno.

El virrey sufrió de muchos impedimentos para la reconstrucción de la capital, entre los cuales se encontraban las restricciones financieras. La reconstrucción de Lima y el Callao requerían una gran inversión, en el momento en que los centros de producción y distribución habían sido destruidos. Inmediatamente después del terremoto, el virrey llamó a un consejo de emergencia, la Junta de Tribunales, donde se un fondo proveniente de los corregidores para la reconstrucción de la ciudad. Por otro lado, Manso mejoró la recolección de la alcabala, casi duplicando sus ingresos. Los esfuerzos del virrey luego del terremoto confirman el papel central que los gobernantes modernos tenían en proveer recursos, un importante componente para mantener el orden. No obstante, las controversias económicas que se prolongaron durante años, sin embargo, no eran mucho más acerca de los presupuestos y los gastos como sobre la propiedad y el crédito.

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¿Cuál es el valor de la obra ‘El Perú’ de Middendorf para el estudio de la historia del siglo XIX?

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Entre los viajeros extranjeros que visitan y recorren el Perú en la segunda mitad del siglo XIX, quizás no haya otro tan importante como E. W. Middendorf. Nacido en Alemania en 1830 y tras graduarse de sus estudios en medicina, entre 1854 y 1855 emprende un viaje por Australia y Chile para llegar en 1855, por primera vez, al Perú. Entre 1855 y 1862 reside en Arica y Tacna, trabajando como empleado para una empresa norteamericana. Es durante esta primera estancia en el Perú que Middendorf entra en contacto con las ruinas prehispánicas, despertándose así su vocación por la historia peruana, especialmente la prehispánica.

En 1865, tras estudiar etnología, vuelve por segunda vez al Perú, residiendo en Lima hasta 1871. Durante esta estadía, se convierte en el médico personal del presidente Balta, adquiriendo información de primera mano sobre cómo se desenvolvía el Perú. Tras volver a Alemania en 1871, Middendorf vuelve por tercera y última vez al Perú y permanece aquí hasta 1876 y 1888. Ahora nos enfocaremos en su tercera estancia en el Perú.

Durante la guerra del Pacífico sur, entre 1881 y 1883, Middendorf realiza investigaciones sobre las lenguas nativas del Perú, dado que conocer la antigüedad de la lengua también permite conocer la antigüedad de los pueblos. Por otro lado, es durante este período que se comienza a interesar por temas arqueológicos. Como ya se mencionó, desde su primera visita al Perú, tuvo un interés por el tema prehispánico, llegando a considerar que en este período existía una realidad lingüística y cultural más compleja.

Culminada su última estancia en el Perú y de regreso en Alemania, entre 1893-1894 publica “El Perú“, una obra enciclopédica en la cual se encuentra una gran variedad de información, lo que demuestra la curiosidad de su autor. Entre la información que se encuentra en esta obra, se pueden destacar los temas arqueológicos; diversas fotografías; geografía; historia del Perú (prehispánica, colonial y republicana); las lenguas quechuas y aimara; la sociedad; costumbres; flora y fauna; las diversas vías de comunicaciones y la vida política del país -sobre el último punto, Middendorf obtiene información de primera mano. Como se puede ver, su obra es una descripción total del Perú.

Una vez mencionada toda la información que contiene la obra de Middendorf, podemos decir que se interés radica en que su autor es testigo directo de como va cambiando el Perú en tres décadas, entre 1855 y 1888. Testigo directo del período de llegada de inversionistas extranjeros al Perú durante el segundo gobierno de Cáceres, también es testigo del inicio de la guerra con Chile, la invasión de Lima y el posterior saqueo de la Biblioteca Nacional.

La obra de Middendorf termina siendo una obra de referencia con un visión completa sobre el Perú, donde se encuentra información de primera mano y de mucha utilidad para el estudio de la historia del siglo XIX, dado que, como ya se mencionó, el autor vive los cambios, tanto políticos como sociales, económicos y culturales, que pasa el Perú durante la segunda mitad de la centuria.

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¿Cuál es el interés de la obra ‘Paisajes Peruanos’ de José de la Riva-Agüero?

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José de la Riva-Agüero y Osma fue un político, ensayista e historiador peruano nacido en Lima en 1885. Graduado de Bachiller en 1905 y de Doctor en letras cinco años después con la tesis “la Historia en el Perú”, en 1912 decide realizar un viaje por el Perú, convirtiéndose así en uno de los primeros peruanos que viaja por el territorio nacional y que escribe un relato de viajes. El producto final de sus anotaciones que comprenden parte de su viaje por el Perú (de Cuzco a Huancayo) fue “paisajes Peruanos”. No obstante, es posible que el propio Riva-Agüero no haya tenido la intención de publicar sus apuntes como una obra total.

Antes de la primera publicación de “Paisajes Peruanos“, muchos de los futuros capítulos del libro fueron apareciendo en diversas revistas. Es importante mencionar en este punto que el texto final está armado siguiendo el itinerario de viaje de Riva-Agüero. Pero, ¿cuál es el interés de esta obra?

Al ser un viajero peruano en su territorio, muy culto y leído sobre el pasado del Perú, Riva-Agüero en su relato reivindica el pasado colonial, tema dejado de lado, tanto por los viajeros como por la clase dirigente del país, a partir de la Independencia del Perú, sin dejar de lado el interés por la historia prehispánica. La historia sobre el Perú prehispánico despertaba el interés de muchos de su generación. Este interés radicaba porque se consideraba este período como los orígenes de la nacionalidad. Por otro lado, tanto los viajeros extranjeros de la época, como el mismo Riva-Agüero, sienten un peculiar interés y preocupación por reivindicar el pasado indígena; sin embargo, en ciertas partes de su relato, por ejemplo cuando se encuentra en la Iglesia, el autor realiza ciertos comentarios despectivos y prejuiciosos sobre la población andina. Así, el interés por el pasado preshispánico de Riva-Agüero se da por el contexto, al ser este un tema de moda.

Otro de interés, y a mi parecer el más importante en la obra de Riva-Agüero, es el paisaje. El paisaje termina siendo en la obra, el personaje principal del relato. Al realizar su recorrido por el Perú a lomo de mula, Riva-Agüero tiene la posibilidad de observar y posteriormente describir el paisaje que lo rodea, describiendo el cielo, clima, la flora y fauna y los avatares de su viaje: “los cerros descomunales muestran sus dorsos pelados y hostiles, como una manada de monstruos antediluvianos” (R.A. pág. 48). La selección de los paisajes descritos en “Paisajes Peruanos” son muy específicos y estos evocan los sucesos históricos que ahí se llevaron a cabo. Al descubrir lo que veía, Riva-Agüero contrastaba la información contenida en los libros que llevaba consigo. Este contraste entre lo contenido en la fuente escrita y lo visto por el autor permiten ver como se ha ido modificando no solo el paisaje, sino como ha cambiado -si es que lo ha hecho- la población.

Así, llegamos a un tercer punto de interés de la obra de este autor: la sociedad y las costumbres que observa en su recorrido. Es importante mencionar en este punto que en varias ocasiones, él es alojado tanto por hacendados como por la gente del común. Si bien a lo largo de su relato describe festividades -civiles y religiosas- en los pueblos o ciudades que visita, la población andina prácticamente no es mencionada en el relato, salvo en pocas ocasiones donde se compara su situación actual con el pasado prehispánico. Esto puede tener una explicación si situamos a Riva-Agüero en el contexto de su época. Tanto en el siglo XIX como a inicios del siglo XX, muchos consideraban a los andinos como aquellos que generaban el retraso en llegar al progreso en el Perú, siguiendo el discurso oficial de los gobiernos desde mediados del siglo XIX

A manera de conclusión, “Paisajes Peruanos” posee un interés particular al haber sido escrita por un peruano que se adentra en el territorio. Gracias a esta obra, se puede saber cómo venía la sociedad limeña -y los miembros de la élite- a la sierra del Perú. Por otro lado, la obra permite conocer la erudición de su autor sobre los acontecimientos históricos que se llevaron a cabo en los lugares que visita, convirtiéndose la obra en un texto muy informativo pero sencillo de leer.

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Juan Pablo Viscardo y Guzmán

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No solo en el Perú, sino también en el amplio marco hispanoamericano del siglo XVIII, es singular el pensamiento y el ideal de Juan Pablo Viscardo y Guzmán . Sin embargo, ¿qué de especial tiene Viscardo para el pensamiento de dicha centuria? Juan Pablo Viscardo y Guzmán nació en Pampocolca, distrito de la Provincia de Castilla- en la intendencia de Arequipa- el 26 de junio de 1748 . Viscardo procedía de una antigua familia avecindada en el valle de Camaná hacia más de un siglo y enlazada con la flor y nata de los vecinos de aquella villa, cuna de hombres ilustres.
Viscardo ingresó a la Compañía de Jesús, desarrollando en el Cuzco sus estudios eclesiásticos. El Real Colegio de San Bernando del Cuzco fue, desde su fundación en 1619, el centro adonde acudían los jóvenes de todo el sur del Perú que deseaban seguir estudios mayores. Un acontecimiento inesperado vino a dar un rumbo definitivo a la vida de Viscardo y Guzmán.
Hacia 1760, fallecía su padre, Gaspar Viscardo y Guzmán, dejando por tutor y albacea de sus menores hijos a su hermano Silvestre. Su madre, con siete hijos a su cargo, no estaba en condiciones de poder afrontar la situación que se le presentaba, aún cuando entonces los bienes de la familia hubieran bastado. Así, en 1761, tanto Juan Pablo como su hermano Anselmo, decidieron entrar a la Compañía de Jesús, en el Noviciado del Cuzco. Su ingreso, venía a solucionar por lo pronto el problema económico de su educación y, además, aliviaba a la madre de uno de sus más graves cuidados .
Como ya se mencionó previamente, Juan Pablo había nacido el 26 de junio de 1748 y, por consiguiente, en 1763 y en idéntica fecha, cumplía los quince años de edad. Sin embargo, en el registro del Noviciado se le escribe el 24 de mayo de 1761, cuando aún le faltaban dos años y días para llegar a la edad canónica . Sobre este tema, Pacheco anota que frente al tema de la vinculación de Viscardo con la Compañía de Jesús, hay una clara discrepancia en las interpretaciones de sus dos principales biógrafos, ambos jesuitas.

“Vargas Ugarte encuentra muy explicable y comprensible la actitud de los hermanos Viscardo, tanto por la corta edad a la que ingresan a la Compañía, cuanto por las posteriores y definitivas circunstancias del destierro, abolición de la orden y prohibición de retorno a su patria. El P. Batllori, en cambio, no encuentra del todo clara la conducta de los hermanos Viscardo y considera interesados y no plenamente sinceros los argumentos que ellos alegan para solicitar su desvinculación de la Compañía.”

En 1767, con casi veinte años de edad, sufre los efectos de la expulsión de los jesuitas, suceso considerado injusto que dejaría una huella imposible de borrar en este pensador. Todos aquellos a quienes no detenía la enfermedad o la calidad de su cargo, debían partir el día 16 de septiembre –ocho días más tarde-, rumbo a la villa de Moquegua.

Él se pregunta en diálogos con amigos y en íntima reflexión personal por las razones de algo que responde a la crisis y a las contradicciones intelectuales del tiempo, y que se muestra, a la postre, sin fundamento lógico . Tras la expulsión, se muda a Europa, desconcertado y sin arraigo. Posteriormente, corta su vínculo jurídico con los jesuitas. Siempre con la mirada puesta en el Perú y en Hispanoamérica, alienta la esperanza de servirla .
En sus cartas de 1781 al cónsul británico en Livorno, aparece su voluntad “de informar a V.E. completamente sobre la situación y desordenes del Perú”; añadiendo posteriormente: “No hay ninguna duda sobre la gran revolución acaecida en el Perú (…) Digo pues que los vejámenes inferidos a esos pueblos no han hecho más que acelerar una revolución.” En palabras de De la Puente Candamo, “en 1781 Viscardo vive una clara decisión separatista. La rebelión de Túpac Amaru lo conmueve y es esperanza e ilusión que alienta en sus años de soledad europea.

Pacheco, en el estudio preliminar a la obra de Viscardo y Guzmán de la Colección Documental de la Independencia, sostiene que
“En los decenios finales del siglo XVIII resulta claro, que el fervor regionalista, la introspección de lo vernáculo, el patriotismo nacional que florece en el clima de la Ilustración, alcanza, con todas las limitaciones, a las sociedades hispanoamericanas en un estadio de inquietudes políticas y de reformas administrativas y económicas que precisamente la rebelión [de Túpac Amaru] acelera y profundiza.”

En septiembre de 1783, los hermanos Viscardo piden un subsidio para retornar a su patria; subsidio que tardará en llegar. En ese mismo mes, se firmará en Versalles la paz entre Inglaterra, Francia y España. Por este motivo, no eran las circunstancias propicias para los planes revolucionarios de Viscardo y de otros criollos hispanoamericanos.

Tras una estancia en Londres, Francia y nuevamente en Inglaterra, su ocaso vino a ser tan doloroso como lo había sido el curso de su vida. Sin un amigo que en sus últimos momentos le sugiriera unas palabras de consuelo, pasaba sus días en Londres. Dándose cuenta de su fin, resolvió confiar sus papeles a un ministro norteamericano y entre ellos figuraba su célebre Carta a los españoles americanos , que Viscardo no llegó a ver publicada. Poco tiempo después, en 1798, moriría.

Fuentes:
BELAUNDE RUIZ, Javier de
2002 Juan Pablo Viscardo y Guzmán: ideólogo y promotor de la Independencia
hispanoamericana. Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2002

BRANDY, David A.
1999 Juan Pablo Viscardo y Guzmán (1748-1798) :el hombre y su tiempo. Lima: Fondo Editorial
del Congreso del Perú: Consorcio de Universidades

PACHECO, César
1975 Los ideólogos. Juan Pablo Viscardo y Guzmán. Lima: Colección Documental de la
Independencia del Perú

PUENTE CANDAMO, José Agustín de la
1971 Notas sobre la causa de la Independencia. Lima
1993 La Independencia. Lima: Brasa S.A.

VARGAS UGARTE, Rubén
1954 La carta a los españoles americanos de Don Juan Pablo Vizcardo y Guzmán. Lima:
Editorial del CIMP

VISCARDO Y GUZMÁN, Juan Pablo
s/f Carta a los españoles americanos. s/d
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La defensa del Virreinato del Perú (siglos XVI-XVIII)

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La defensa de un territorio tan amplio como el que comprendía el Virreinato del Perú, demandó desde su creación, un amplio presupuesto de la Caja Real. Durante el siglo XVI, el presupuesto destinado a la defensa del naciente virreinato fue destinado a la conquista y colonización de los territorios sudamericanos por parte de los españoles. Por otro lado, las campañas emprendidas por el virrey Francisco de Toledo contra los incas de Vilcabamba fueron un amplio gasto para la Caja Real durante la década de 1570. Como último punto, y especialmente, el presupuesto de la defensa fue destinado a fijar las fronteras del naciente virreinato.

Para el siglo XVII, el gobierno virreinal tuvo que afrontar varios problemas referentes a la defensa del territorio provenientes, especialmente, de naciones extranjeras. El inicio de la colonización del territorio americano del norte, por parte de Inglaterra en 1620, significó un problema para la Corona española debido a la necesidad que tuvieron de crear nuevos espacios para proteger sus fronteras. Por otro lado, la Guerra de los Treinta años supuso un fuerte gasto para el Imperio Español, llevando al fin de la Unión Ibérica y al surgimiento de Holanda como una potencia marítima. Son las incursiones de piratas y corsarios holandeses e ingleses los que generan no solo un amplio gasto fiscal en defensa, especialmente de Lima, sino un temor en la población.

Sin embargo, es en el siglo XVIII donde se produce un mayor gasto en defensa. La Guerra de los Siete años (1756-1763), en la cual la España de los Borbones se vio directamente involucrada en sus fases iniciales también tuvo una repercusión para el Perú, dado que piratas y corsarios merodearon las costas del virreinato peruano. Es importante recalcar en este punto que con las reformas realizadas por los Borbones durante esta centuria, el territorio del Virreinato del Perú se ve reducido de una forma considerable, creándose, en 1739 el virreinato de Nueva Granada y en 1777 el Virreinato del Plata. Es durante esta centuria, que se produce el mayor levantamiento en la América española en los últimos 200 años, la Gran Rebelión de Túpac Amaru II.

Como es sabido, la Gran Rebelión afectó no solo al Sur Andino- en lo referente al comercio – sino también tuvo repercusión en la Caja Real de Lima debido a los grandes gastos que se generaron al tratar contenerla, llegando a elevarse a 1 551 432 pesos el gasto en defensa de 1780. Por otro lado, es en el último decenio del siglo XVIII cuando comienzan a vislumbrarse en el horizonte político y militar los tiempos “revueltos”, que habrán de alcanzar su máxima intensidad a partir de 1810.

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COMISIÓN NACIONAL DE SESQUICENTENARIO- Colección Documental del Sesquicentenario de la Indep. del Perú

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TOMO XIX: LA UNIVERSIDADVols. 1° y 2°. Estudio preliminar y edición por Carlos Daniel Valcárcel. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1971; 500pp. – 609 pp.

Vol. 1°. “Libros de posesiones de cátedras y actos académicos 1789 – 1826. Grados de Bachilleres y Leyes. Grados de Abogados”. Investigación, recopilación y prólogo por ella Dunbar Temple. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1972; 570 pp.

Vols. 2° y 3°. “Libros de posesiones de cátedras y actos académicos 1789 – 1826. Grados de Bachilleres y Leyes. Grados de Abogados”. Investigación, recopilación y prólogo por ella Dunbar Temple. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1974; 647pp. -624pp.

TOMO XX: LA IGLESIA

Vols. 1° y 2°. “La acción del Clero”. Compilación, edición y prólogo por Armando nieto Vélez S.J. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1971; 438pp. – 390pp.

TOMO XXI: ASUNTOS ECONÓMICOS

Vol. 1°. “Informes y oficios del Tribunal del Consulado”. Edición y prólogo por Alberto Tauro. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1971; 470pp.

TOMO XXII: DOCUMENTACIÓN OFICIAL ESPAÑOLA

Vols. 1° y 2°. Compilación y prólogo por Guillermo Lohmann Villena. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1972; 248pp. – 416pp.

Vol. 3°. “Gobierno Virreinal del Cuzco”. Compilación y prólogo por Horacio Villanueva Urteaga. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1973; 461 pp.

TOMO XXIII: PERIÓDICOS

Vol. 1°. “El Pacificador – El Triunfo de la Nación – El Americano –Los Andes Libres – El Sol del Perú”. Edición y prólogo por Alberto Tauro. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1973; 435 pp.

Vol. 2°. “El Peruano”. Edición y prólogo Carmen Villanueva. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1972; 367 pp.

Vol. 3°. “El Peruano”. Edición y prólogo Carmen Villanueva. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1973; 530 pp.

TOMO XXIV: LA POESÍA DE LA EMANCIPACIÓN

Vol. 1°. Recopilación y prólogo de Aurelio Miró Quesada Sosa. Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1971; 550pp.

TOMO XXV: EL TEATRO DE LA INDEPENDENCIA

Vols. 1° y 2°. Investigación, recopilación y estudio preliminar por Guillermo Ugarte Chamorro. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1974; 402pp. – 386 pp.

TOMO XXVI: MEMORIAS, DIARIOS Y CRÓNICAS

Vols. 1°2° y 3°. Recopilación y prólogo de Félix Denegri Luna. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1971; 582pp. – 625pp. – 569 pp.

Vol. 4°. “Historia de la Revolución de la Independencia del Perú” por Mariano Torrente. Edición y prólogo de Félix Denegri Luna. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1971; 358 pp.

TOMO XXVII: RELACIÓN DE VIAJEROS

Vol. 1°, 2° y 3°. Estudio preliminar y compilación de Estuardo Núñez. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1971; 324pp. – 499pp. – 355 pp.

Vol. 4°. Estudio preliminar y compilación de Estuardo Núñez. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1973; 385 pp.

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COMISIÓN NACIONAL DE SESQUICENTENARIO- Colección Documental del Sesquicentenario de la Indep. del Perú

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TOMO XII: MISIONES Y DOCUMENTACIÓN DE CANCILLERÍAS EXTRANJERASVol. 1°. Edición y Prólogo de Félix Denegri Luna. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1976; 377 pp.

TOMO XIII: OBRA DE GOBIERNO Y EPISTOLARIO DE SAN MARTÍN

Vols. 1°. Investigación y prólogo por José A. de la Puente Candamo. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1974; 575 pp.

Vol. 2°. Investigación y prólogo por José A. de la Puente Candamo. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1976; 576 pp.

TOMO XIV: OBRA GUBERNATIVA Y EPISTOLARIO DE BOLÍVAR

Vol. 1°. “Legislación 1823 – 1825”. Edición de Félix Denegri Luna. Con la colaboración de Margarita Guerra. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1975; 886 pp.

Vol. 2°. “Legislación de 1826”. Edición de Félix Denegri Luna. Con la colaboración de Margarita Guerra. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1975; 439 pp.

Vol. 3°. “Libro de decretos 1824”. Edición de Félix Denegri Luna, Guillermo Durand Flórez y Alberto Rosas Siles, con la colaboración de Margarita Guerra M. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1975; 485 pp.

Vol. 4°. “El congreso de Panamá”. Recopilación y prólogo de Raúl Porras Barrenechea. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1974; 563 pp.

TOMO XV: PRIMER CONGRESO CONSTITUYENTE

Vol. 1°. Edición y prólogo de Gustavo Pons Muzzo y Alberto Tauro. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1973; 466 pp.

Vol. 2°. Edición y prólogo de Gustavo Pons Muzzo y Alberto Tauro. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1974; 450 pp.

Vol. 3°. Edición y prólogo de Gustavo Pons Muzzo y Alberto Tauro. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1975; 536 pp.

TOMO XVI: ARCHIVO RIVA AGÜERO

Vol. 1°. Investigación y prólogo por José A. de la Puente Candamo y Carlos Deustua Pimentel. Lima, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, 1976; 943 pp.

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