Iglesias del mundo: Una voz contra horrores que persisten

6:00 p.m. | 27 ago 25 (CMI/VTN).- Una reciente declaración del Consejo Mundial de Iglesias urge a prevenir los crímenes atroces que han marcado y siguen marcando la historia de la humanidad: genocidio, crímenes de lesa humanidad y de guerra. Lamenta que el olvido y la falta de reconocimiento de esos horrores en el pasado hayan “permitido y alentado su repetición” en el presente. Además, denuncia la complicidad de las iglesias y el fracaso internacional para impedir atrocidades más recientes.

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“No se oirá más violencia en tu tierra, ni devastación ni destrucción dentro de tus fronteras” (Isaías 60:18). Este versículo bíblico que abre la Declaración sobre la Prevención de Crímenes Atroces, publicada por el Comité Central del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) al término de su más reciente reunión en Johannesburgo, Sudáfrica, choca deliberadamente con el resto del texto, duro e inequívoco.

África y su explotación secular están en el punto de mira, pero no solo. La atención se extiende desde América hasta Asia y el Medio Oriente; los crímenes de ayer se funden con los de hoy: las víctimas de la trata transatlántica de esclavos y los pueblos indígenas de las naciones de colonización por asentamiento son uno con los migrantes en los Estados Unidos —cercados por operativos del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE)—, con los niños en Gaza, con los cristianos y miembros de otras comunidades religiosas atacados por su fe.


El llamado a la justicia y la reconciliación

Crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad. Personas y poblaciones enteras, exigen reparación por el legado perdurable de sufrimiento, por las tierras robadas, por las identidades heridas que sus descendientes han padecido hasta el día de hoy. Un legado que “continúa moldeando desigualdades a lo largo de generaciones, exigiendo actos tangibles de justicia y reconciliación”. La declaración del CMI es un puñetazo en el estómago. Nos sacude, por si estábamos dormidos, sumidos en un estado de letargo o, peor aún, de inconsciencia e insensibilidad, y nos muestra que los trágicos errores del pasado parecen haber sido olvidados, parecen no habernos enseñado nada.

A comienzos del siglo XX, en África —la dramática lista arranca allí—, asistimos al sufrimiento de pueblos sometidos a una brutal administración colonial y a campañas de exterminio étnico y castigo colectivo llevadas hasta la aniquilación de comunidades indígenas; a ello se suman las atrocidades sistémicas del colonialismo y de la esclavitud, con la complicidad histórica de iglesias, por la cual el arrepentimiento y la reparación son una responsabilidad constante.

Las consecuencias de guerras, conflictos y persecuciones —el atroz sufrimiento padecido en 1915 por armenios, cristianos siriacos/arameos/asirios y griegos del Ponto se recuerda como ejemplo emblemático— deben ser reconocidas explícitamente como parte del trauma duradero de tales crímenes, incluso cuando queden fuera del estrecho ámbito de las definiciones jurídicas convencionales. Estas incluyen:

  • El desplazamiento forzoso a territorios vecinos y espacios de la diáspora, incluido el desplazamiento interno, que a menudo desemboca en una situación de apatridia, de carencia de tierras y en vidas en asentamientos precarios e indignos.
  • La desposesión deliberada y el empobrecimiento estructural, orquestados mediante políticas económicas racializadas y expropiaciones coloniales.
  • La fragmentación cultural e identitaria, intensificada por las presiones en favor de la asimilación a las identidades etnonacionales dominantes, tanto en los países de acogida como en la patria histórica.
  • La cosificación de los sobrevivientes sometidos por la ciencia racial y la violencia experimental a estudios biológicos deshumanizadores destinados a afirmar la supremacía blanca.
  • La humillación transgeneracional y los traumas no procesados, a menudo borrados de la memoria pública y excluidos de los relatos históricos nacionales.
  • La minorización y la marginación, tanto en los países de origen como en la diáspora, que dejan a las comunidades sin voz política ni visibilidad social.
  • La perpetua marginación y exclusión social, en la que los sobrevivientes son tratados como usurpadores de recursos y oportunidades, y en la que la pertenencia está reservada al grupo dominante.
  • Vivir con la huella que dejaron las muertes masivas, atormentados por el legado espectral de la aniquilación y el duelo no resuelto de la memoria de desarraigo.
  • El exilio social, económico y político, y la relegación a enclaves aislados, por la que comunidades enteras siguen existiendo en los márgenes del Estado y del imaginario moral mundial, mucho después de que haya cesado la violencia formal.

 

Reconociendo los crímenes

La falta de reconocimiento, memoria y rendición de cuentas por estos crímenes cometidos en el pasado “es una vergüenza para la conciencia de la comunidad internacional” y, además, “ha permitido y alentado su repetición”, escribe el CMI, evocando la frase escalofriante con la que Adolf Hitler justificó sus males inminentes en 1939: “Después de todo, ¿quién habla hoy de la aniquilación de los armenios?”.

El CMI es crítico: “con demasiada poca frecuencia e ineficacia” se ha invocado la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio (1948-1951), dado el número de casos cometidos —o plausible y gravemente alegados— en diversos continentes: “entre otros, en Camboya/Kampuchea, Srebrenica, Ruanda, Burundi, Darfur, Irak, Myanmar y Gaza (donde la Corte Internacional de Justicia ha declarado recientemente que los actos de Israel son susceptibles de constituir un caso de genocidio)”.

Asimismo, invoca el Estatuto de Roma (1998-2002), que establece la Corte Penal Internacional (CPI) para el procesamiento y enjuiciamiento de los crímenes más graves, a saber, el genocidio, los crímenes de lesa humanidad, los crímenes de guerra y los crímenes de agresión, y que establece la responsabilidad penal individual. Al mismo tiempo, también reconoce “los sesgos estructurales que han influido en el papel de la CPI, en particular, la relativa escasez de casos contra dirigentes del norte global en comparación con los del sur global, y la falta de cooperación o incluso la oposición directa de algunas de las principales potencias”.

Por ello, el CMI expresa gran preocupación ante los intentos de ciertos Estados de socavar los principios fundamentales del derecho internacional relativos a la responsabilidad por genocidio y crímenes internacionales graves, anteponiendo poder y privilegios a la justicia y a la independencia del sistema judicial; condena, en particular, las sanciones impuestas por el Gobierno de Estados Unidos a jueces individuales de la CPI.


Conclusiones del Comité Central del CMI

  • Condena los crímenes atroces históricos cometidos contra los pueblos herero y nama, la población del Congo, las víctimas de la trata transatlántica de esclavos, los pueblos indígenas de todas las naciones de colonización por asentamiento, las personas cristianas y los miembros de otras comunidades religiosas perseguidos por su identidad religiosa en Nigeria, Camerún, Pakistán, India y otros lugares, y muchos otros crímenes conocidos y desconocidos por la historia; y exige reparación por el legado perdurable de sufrimiento, las tierras robadas y las identidades fracturadas que soportan los descendientes de las víctimas hasta el día de hoy, y que perpetúa la injusticia a través de generaciones, lo que requiere actos tangibles de justicia y reconciliación.
  • Insta al CMI a que, junto con sus iglesias miembros y asociados ecuménicos y por medio de estos, y haciendo uso de los recursos de que dispone, y mediante el acompañamiento de largo plazo y el compromiso programático, desempeñe un papel central para abordar este legado de injusticias no resueltas, memorias no sanadas y comunidades fracturadas a causa de crímenes atroces históricos.
  • Conmemora el 110º aniversario de los genocidios armenio, siriaco/arameo/asirio (SAYFO 1915) y griego póntico, y el 80º aniversario de la liberación de los campos de concentración y el fin del holocausto.
  • Invita a todas las iglesias miembros del CMI y a sus asociados ecuménicos a unirse al recuerdo y la oración por las víctimas y los sobrevivientes de estos y todos los crímenes atroces —sin olvidar los crímenes atroces por motivos de género— y a llevar a cabo iniciativas de sensibilización y acción en favor de la justicia para las víctimas y la rendición de cuentas de los autores, así como de alerta temprana y prevención de esos crímenes.
  • Condena la promoción del odio hacia personas y grupos por su “alteridad” a través del “discurso de odio”, que históricamente ha demostrado ser el precursor del genocidio y de otros crímenes atroces, y subraya el principio fundamental de la fe de que todas las personas son creadas iguales a imagen de Dios.
  • Destaca la importancia de los mecanismos de prevención y alerta temprana, en particular los mecanismos regionales africanos, como los establecidos a través de la Conferencia Internacional de la Región de los Grandes Lagos (ICGLR, por sus siglas en inglés). Estos mecanismos deberían contar con mucho más reconocimiento, apoyo y financiamiento.
  • Recuerda el “Plan de acción para dirigentes y actores religiosos de prevención de la incitación a la violencia que podría dar lugar a crímenes atroces“, en cuya elaboración el CMI cooperó con la Oficina de las Naciones Unidas para la Prevención del Genocidio y la Responsabilidad de Proteger, junto con otros asociados ecuménicos e interreligiosos, y recomienda dicho documento a todos los miembros de la comunidad de iglesias del CMI.
  • Si bien reconoce las limitaciones de los mecanismos y definiciones legales existentes, insta a todos los miembros responsables de la comunidad internacional a que respeten y apoyen los principios y mecanismos destinados a proteger a todas las personas de los crímenes más graves según el derecho internacional, a que acaten las decisiones de los tribunales pertinentes y a que renueven su compromiso con el respeto del Estado de derecho y la independencia del sistema judicial, y denuncia las acciones dirigidas a socavar esos principios y mecanismos del derecho internacional.
  • Pide al secretario general que explore formas en que el CMI pueda implicarse y colaborar con gobiernos y otras instituciones en la promoción de estos principios y mecanismos esenciales.

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LEER. Declaración sobre la prevención de crímenes atroces (completa)

VIDEO. Reunión Comité Central del CMI – Discursos de inauguración

Para una paz justa: Recordando las lecciones de la historia

En la misma reunión en Sudáfrica, el CMI anunció otra declaracion, incluso previa, que situó el motivo del encuentro bajo el signo del Evangelio de Lucas —”¡Oh, si conocieras tú también lo que conduce a tu paz!” (Lc 19,42)— y de la memoria del Documento Kairós de Sudáfrica, que hace cuarenta años denunció el apartheid como desafío teológico. Desde esa clave, las iglesias reconocieron este momento como un kairós, “un momento crítico que exige una acción urgente y fiel para construir una paz justa y duradera o enfrentarse a una crisis y un juicio cada vez más profundos”

Desde esa convicción, el CMI denunció con dureza la creciente militarización global. “La peligrosa erosión del derecho y las normas internacionales, la creciente militarización, la proliferación de armas, las crecientes amenazas nucleares y el fracaso de un diálogo significativo” configuran, según el texto, un escenario que pone en entredicho la protección de los más vulnerables. En palabras de la declaración, la doctrina de la disuasión nuclear es “ilógica y fundamentalmente inmoral” y su renovado protagonismo en la estrategia geopolítica constituye un signo alarmante de retroceso. El poder militar, advierten las iglesias, se ha convertido nuevamente en “la herramienta preferida para perseguir los intereses nacionales”, en abierta contradicción con el testimonio evangélico y con los principios del derecho internacional humanitario.

La declaración recorrió además los principales escenarios de sufrimiento actual. Advierte la posible “inestabilidad y un conflicto más amplio” derivada de las acciones militares de Israel en Gaza. También se denunció la intensificación de la invasión rusa en Ucrania, con misiles dirigidos contra comunidades civiles, hospitales y trenes de pasajeros, así como la continuidad de masacres sectarias en Siria tras la caída del régimen de al-Asad. En África, se subrayó la magnitud de la catástrofe humanitaria en Sudán, la reanudación del conflicto en Sudán del Sur, la brutalidad persistente en el este del Congo, y las tensiones en Etiopía y Eritrea. El texto mencionó también la persistente división de la península de Corea, donde “las antiguas y renovadas tensiones militares continúan amenazando la paz regional y mundial incluyendo el riesgo de guerra nuclear”, y reconoció avances parciales y desafíos graves en los procesos de paz en Colombia.

En este contexto, el Comité Central afirmó que “la violencia engendra violencia y la hostilidad ahonda la división, pero el diálogo, la cooperación, la justicia, el respeto mutuo y la responsabilidad compartida de la vida en sociedad hacen posible la paz”. Por ello, reiteró “el llamado de la 11ª Asamblea en favor de un alto al fuego mundial, como imperativo moral urgente”, al mismo tiempo que exigió el respeto de los principios del derecho internacional humanitario y de los derechos humanos, diseñados precisamente para “proteger a las personas y a las comunidades del azote de la guerra”. La solidaridad ecuménica, añadieron, debe expresarse en acompañamiento concreto a las iglesias de los países más golpeados por la violencia y en una renovada cooperación internacional por el desarme.

El llamado final del Consejo Mundial de Iglesias subraya la dimensión histórica de este compromiso. “Recordemos las lecciones de la historia, invirtamos el rumbo alejándonos de la guerra y acercándonos a la paz, detengamos nuestras renovadas carreras armamentísticas, alejémonos del precipicio de la confrontación nuclear y descubramos los verdaderos fundamentos de una paz sostenible”, afirma el documento.

Esta paz, insiste el CMI, “no está en la fuerza de las armas, sino en la búsqueda de la justicia y la igualdad de derechos para todos, y en el reconocimiento de nuestra humanidad común”. De ahí que invoque también la necesidad de una “paz justa con la tierra”, que asuma el desafío del cambio climático y la vulnerabilidad de los pueblos insulares del Pacífico. En palabras de la declaración, se trata de un verdadero kairós ecuménico: un tiempo en el que “el amor de Cristo impulse a este mundo dividido y sufriente hacia la reconciliación y la unidad”.

LEER. Declaración sobre las amenazas a la paz y la seguridad de las personas: Un momento oportuno para la paz justa

VIDEO. Conoce algunos colaboradores del encuentro del Comité Central del CMI

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