Abusos: ¿Fallan intervenciones a instituciones religiosas?
10:00 a.m. | 13 abr 24 (RD).- En la actualidad, diversas instituciones, congregaciones y asociaciones religiosas están siendo examinadas de cerca por casos de abuso eclesiástico, ya sea mediante investigaciones preliminares o mediante intervenciones en su misma jerarquía. Sin embargo, hay una percepción de que estas medidas no resuelven los problemas. Sociólogos especialistas en temas religiosos argumentan sobre estas preguntas: ¿Son eficaces estos procesos de intervención? ¿Pueden cambiar la cultura organizacional de estos grupos eclesiales?
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Pareciera haber un consenso bastante grande entre los diferentes actores que intervienen en situaciones de abuso eclesiástico que existe un fracaso, o al menos, un relativo fracaso en la implementación de las intervenciones a las ordenes religiosas y movimientos motivos por denuncias de abuso espiritual, de poder y sexual.
El final del título de este artículo podría explayarse con otra pregunta que Ana Lourdes Suárez (2022) se hizo en el portal de información católica Religión Digital hace algún tiempo, refiriéndose al caso de Las Siervas del Plan de Dios: “¿Cuán factible es revertir una cultura comunitaria en la que desde su fundación se fueron legitimando prácticas y discursos abusivos?”. Los sociólogos saben que lo más difícil es cambiar una cultura organizacional porque requiere de intervenciones sostenidas en el tiempo y llevadas a cabo por un equipo especializado e interdisciplinar.
No debería ser sorpresa preguntarse por la eficacia de las intervenciones e investigaciones que hoy se plantean a las instituciones religiosas, por ejemplo, en las comunidades cuyos fundadores y sus seguidores han sido acusados de abusos sexuales a menores, abuso de autoridad y espiritual, malversación de fondos y de prácticas corruptas. La experiencia pareciera demostrar que es poco lo que se puede lograr si no se toman medidas de fondo. De hecho, aun con el nombramiento de un comisario apostólico y de colaboradores siguen persistiendo, en algunos casos, gobierno en las sombras con viejas prácticas y estilos de vida que no han cambiado en el fondo sino en las apariencias.
Como señala la socióloga especialista en temas religiosos Ana Lourdes Suárez, “una cultura institucional dañina (o tóxica como suele adjetivarse en la literatura académica), que marca a la organización desde las instancias fundacionales caracteriza a varias organizaciones religiosas. Tal el caso de algunos de los nuevos movimientos eclesiales fundados en el siglo XX. Estas comunidades se originaron en torno a un/una fundador/a carismático, que selló con su impronta toda la dinámica institucional. Libros testimoniales recogen una variedad de narrativas de exmiembros desnudando procesos abusivos (de conciencia y de poder) orquestados en torno al culto al fundador, a la obediencia ciega a su palabra, a la idea de ser el grupo de elegidos que renovarían a la Iglesia, al triunfalismo derivado de esta creencia, etc.”
Estas comunidades religiosas, describe Ana Lourdes Suárez (2022), se caracterizan por ser espacios de “control, sumisión, pérdida de autonomía, arbitrariedad, son algunos de los aspectos que emergen en cada una de las narrativas. Relatos de órdenes absurdas acatadas bajo el mantra ‘el que obedece nunca se equivoca’. Abusos de poder y de conciencia que generan sumisión emocional y afectiva. Pérdidas de autonomía que llevan a la infantilización”.
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Estas culturas institucionales abusivas, subraya Ana Lourdes Suárez (2022) terminan ocasionando en sus miembros “estrés, falta de autonomía, relaciones tóxicas, enfermedad y depresión”. En algunos casos se registra una sobrerepresentación de enfermedades psicosomáticas, lo que significa que existe mayor porcentaje de estas enfermedades en estos grupos que en la comunidad en general. Esto último, reflejo de un modo de vida controlado y coercitivo que daña a las personas integralmente y anula los carismas personales buscando la uniformidad y no la sinfonía poliédrica.
Me pregunto: ¿qué medidas de fondo podrían ser necesarias para modificar estas culturas institucionales? En algunos casos no quedará más remedio que la disolución de dicha institución. En otros casos, será necesario intervenir en la formación inicial de los candidatos a las sagradas órdenes o de los votos. No hablo solo de la formación intelectual sino también de toda la formación del seminario/noviciado en todas las dimensiones que señala la Pastores Davo Vobis (Nros. 43-59) y otros documentos de la formación religiosa.
La formación intelectual debería impregnarse de una fuerte impronta del Concilio Vaticano II y la eclesiología que de esta se desprenda, tendría que enseñar a discernir qué corrientes pastorales y espirituales son contrarias al espíritu conciliar o propias de otros momentos históricos. El Concilio Vaticano II nos presenta una Iglesia inserta en el mundo y en diálogo con todas las culturas. Nada más alejado de la teología de los padres del concilio que la apologética confrontativa y las lógicas discursivas anti-mundo. Esto último tan marcado en algunos de estos llamados “nuevos movimientos eclesiales” o en varias congregaciones surgidas en el posconcilio Vaticano II que podríamos preguntarnos si realmente fueron de renovación o terminaron con prácticas y discursos más cercanos al Concilio Vaticano I que al II.
Estos grupos o instituciones eclesiales poseen también grandes déficits en la dimensión humana en donde la fe y la espiritualidad vienen a ser algo así como una prótesis que cubre las faltantes de la humanidad, que no pocas veces, termina estallando o rompiéndose con consecuencias inesperadas.
La vida comunitaria, en donde también se fragua la dimensión humana, está marcada por un fuerte verticalismo y obediencia acrítica al superior, que es a través de quien Dios habla y expresa su voluntad. Este estilo de conducción fuertemente clericalista termina prestándose a todo tipo de abusos. La relación comunitaria entre pares no pocas veces supone una vigilancia mutua perdiendo toda frescura y naturalidad y alejándose de ser una comunidad discipular de Jesús.
Estas instituciones son fuertemente disciplinarias y con el objetivo de homogeneizar las conductas y las vivencias. Por eso, no sorprende encontrar a individuos que parecen “cortados con la misma tijera” y dando poco lugar para la diversidad de dones y carismas, no habiendo prácticamente espacios para desarrollar talentos y capacidades individuales que enriquezcan la pluralidad. Lo distinto y diferente no resulta admisible y es visto muchas veces como una amenaza. Predominan “los discursos integristas / triunfalistas, y a legitimar prácticas que ponen al carisma y a la organización por encima de sus miembros” (Ana Lourdes Suárez, 2022). Sería como un colectivismo eclesiástico que aplasta a las personas, con todas las consecuencias insanas que esto trae aparejado.
La dimensión espiritual adolece de un cierto angelismo, gnóstico, docetista y pelagiano, con un componente monofisita-2 que acentúa solo lo divino olvidando las naturalezas de Cristo. No hay que olvidarse que los monofisismos cristológicos se traducen en monofisismos eclesiológicos, espirituales y pastorales. La dimensión pastoral tiende a generar conductas defensivas, escasamente dialógicas, llevando a crear comunidades encerradas sobre sí mismas. El monofisismo eclesiológico, lleva a un monofisismo espiritual y, por lo tanto, pastoral en su praxis acentuándose una espiritualidad y pastoral desencarnada.
Entonces, retomando nuestras preguntas, un primer paso importante sería modificar la formación inicial, buscando universidades que ofrezcan una teología conciliar y sinodal, no académica de escritorio sino con impronta pastoral. Si estos grupos siguen teniendo sus propios centros de formación filosófica y teológica difícilmente puedan lograrse algún cambio.
Un segundo paso, unido al anterior sería reemplazar a los formadores del instituto por otros que no sean de la misma institución. Difícilmente se podría lograr un cambio real y duradero con los mismos de siempre y con aquellos que reproducirían los mismos discursos y prácticas abusivos. La formación espiritual y la dirección espiritual tendría que propiciar la libertad de conciencia y el acceso a toda la riqueza de la espiritualidad cristiana, mostrando los riesgos de una espiritualidad mutilada de encarnación.
Por último, no pocas veces las jerarquías medias de los institutos intervenidos continúan siendo el “gobierno de la vieja guardia” en las sombras, perpetuando así los modus vivendi más allá de la presencia de un comisario apostólico. Esta situación, muchas veces, dificulta el cambio de cultura institucional, lo que hace necesaria la formación permanente y continua en una nueva dirección y con una sana eclesiología y espiritualidad para aquellos que ya han finalizado su formación inicial. Quizás experiencias temporales “sanas” lejos de los círculos del instituto, en diócesis u otros espacios eclesiales puedan resultar beneficiosos para que quienes conocieron solo ese estilo de vida puedan ver otras formas de ser cristianos y consagrados en la Iglesia. Las experiencias pastorales en ámbitos sanos y eclesiales pueden resultar fundamentales en aquellos que están en formación.
Por último, resulta fundamental el acompañamiento y abordaje interdisciplinar, y con la colaboración de sacerdotes, consagradas y laicos en el gobierno interventor de estos grupos religiosos.
En definitiva, estas son solo algunas apreciaciones y sugerencias que pueden aportar para repensar caminos que ayuden a remediar situaciones dolorosas y poco sanas que se han generado en la comunidad de la Iglesia en estas instituciones que, buscando preservar la fe, terminaron ideologizándola y tomaron formas sectarias más que eclesiales.
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Fuentes
Religión Digital (2) / Videos: Nativa – La Nación / Foto: Benoit Tessier (Reuters)