Impacto del Sínodo en el gobierno de la Iglesia
10:00 p.m. | 20 feb 24 (NCR).- La síntesis final de la Asamblea del 2023, “Una Iglesia sinodal en misión”, pide de manera directa un cambio estructural significativo que tendría una marcada influencia en el funcionamiento del gobierno y el ministerio eclesial. Destaca además la exigencia de mecanismos de evaluación y rendición de cuentas para sacerdotes, diáconos y obispos. Todo lo anterior va a demandar una revisión del derecho canónico y de otros documentos eclesiásticos autorizados. Reproducimos una reseña de esas propuestas que se incluyen en la síntesis.
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El objetivo de la renovación solicitada en el documento de síntesis, es crear estructuras más inclusivas y responsables que garanticen el ejercicio efectivo de la corresponsabilidad dentro de la Iglesia católica. El teólogo brasileño Leonardo Boff fue uno de los primeros en identificar a la voz del Espíritu en el pueblo de Dios como camino para esta renovación.
En la Introducción de su libro Iglesia, carisma y poder (1985) escribió: “Hay fuerzas vivas, especialmente en las bases, que no son adecuadamente acogidas en los conductos tradicionales de la organización eclesiástica y que están exigiendo una nueva reestructuración y una nueva división eclesiástica del trabajo y del poder religiosos. Para ello, se precisa una visión diferente de la Iglesia, la cual aún no ha sido sistematizada de manera que responda globalmente a las exigencias de la realidad”. Hay razones para creer que la eclesiología de Boff influyó en la visión de Francisco sobre la sinodalidad y el gobierno de la Iglesia. Al igual que Boff, Francisco es famoso por reconocer la acción del Espíritu en los católicos de a pie.
A continuación se presenta una muestra de aspectos significativos del informe de síntesis.
En la primera (de las 20) áreas temáticas aprobadas por mayoría de dos tercios de los votos, los miembros del sínodo afirmaron que “la prospectiva sinodal representa el futuro de la Iglesia”. La necesidad de crecer como Iglesia sinodal aparece repetidamente a lo largo del texto de 41 páginas.
El tema 8 (“Iglesia es misión”) nombra un acuerdo fundacional sobre la base y la necesidad de la corresponsabilidad:
“Los sacramentos de la iniciación cristiana confieren a todos los discípulos de Jesús la responsabilidad de la misión de la Iglesia. Laicos y laicas, consagradas y consagrados y ministros ordenados tienen igual dignidad (…) El ejercicio de la corresponsabilidad es esencial para la sinodalidad y es necesario a todos los niveles de la Iglesia. Cada cristiano es una misión en este mundo”.
El tema 9 (“Las mujeres en la vida y en la misión de la Iglesia”) pide:
“Evitar la repetición del error de hablar de las mujeres como de una cuestión o un problema. Deseamos, en cambio, promover una Iglesia en la que hombres y mujeres dialoguen, a fin de comprender mejor la profundidad del designio de Dios, en que aparecen juntos como protagonistas, sin subordinación, exclusión ni competencia”.
Además, es necesario un cambio estructural:
“El proceso sinodal muestra que hay necesidad de renovación de las relaciones y de cambios estructurales. De este modo estaremos en situación de acoger mejor la participación y la aportación de todos los laicos y laicas, consagradas y consagrados, diáconos, sacerdotes y obispos, como discípulos corresponsables de la misión”.
Sumado a la consideración permanente de las diaconisas, las propuestas sinodales piden un lenguaje inclusivo en los textos litúrgicos, la ampliación del acceso de las mujeres a los estudios teológicos, la igualdad de remuneración por el trabajo pastoral y la autorización de que las juezas presidan los procesos canónicos. El tema 8 también pide que se considere la predicación laica.
El tema 10 (“La vida consagrada y los movimientos laicales: un signo carismático”) hace referencia a los modelos de discernimiento ya utilizados por la mayoría de las comunidades religiosas y reconoce que nuestros grupos viven la sinodalidad desde hace mucho tiempo:
“La comunidad cristiana mira también con atención y gratitud las experimentadas prácticas de vida sinodal y de discernimiento en común que las comunidades de vida consagrada han madurado durante siglos. También de ellas podemos aprender la sabiduría de caminar juntos”.
Una propuesta pide una revisión sinodal de Mutuae relationes, un documento de 1978 que aborda las relaciones entre los obispos y las comunidades religiosas. En 2013, el papa Francisco prometió dicha actualización tras el desastroso intento del Vaticano de desacreditar a las comunidades religiosas femeninas de Estados Unidos.
El tema 11 (“Diáconos y sacerdotes en una Iglesia sinodal”) coincide en que el clericalismo es un obstáculo para el ministerio y la misión. Dice así:
“En una Iglesia sinodal, los ministros ordenados están llamados a vivir su servicio al Pueblo de Dios con actitudes de cercanía a las personas, de acogida y de escucha a todos (…) Sobre todo, están llamados a repensar el ejercicio de la autoridad desde el modelo de Jesús que, ‘a pesar de su condición divina (…) se rebajó a sí mismo, tomando la condición de esclavo’ (Fil 2, 6-7)”.
Una propuesta valiente -y que cambia paradigmas- dice:
“Pedimos a las Iglesias locales que establezcan procesos y estructuras que permitan una regular verificación de las modalidades del ejercicio del ministerio de sacerdotes y diáconos que tienen roles de responsabilidad”.
Otra propuesta digna de mención pide que los sacerdotes que han dejado el ministerio activo sean incluidos en “servicios pastorales que reconozcan su formación y experiencia”. Resulta llamativo que a los sacerdotes que dejaron el ministerio activo se les prohíba actualmente servir como lectores y ministros de la comunión, ministerios comúnmente desempeñados por laicos.
El tema 12 (“El obispo en la comunión eclesial”) dice:
“Como principio visible de unidad, tiene particularmente la tarea de coordinar los diversos carismas y ministerios suscitados por el Espíritu para el anuncio del Evangelio y el bien común de la comunidad. Este ministerio es realizado en manera sinodal, cuando el gobierno se ejercita desde la corresponsabilidad”.
Una de las propuestas más sustantivas sugiere crear mecanismos legales para garantizar la responsabilidad de los obispos:
“Que se activen, en formas que jurídicamente hay que definir, estructuras y procesos de verificación regular de la tarea del Obispo, con referencia al estilo de su autoridad, a la administración de los bienes de la diócesis, al funcionamiento de los organismos de participación y a la tutela respecto a todo tipo de abuso. La cultura del rendir cuentas es parte integrante de una Iglesia sinodal que promueve la corresponsabilidad, además de un posible baluarte contra los abusos”.
La Asamblea también pidió que se revisaran diversas enseñanzas autorizadas sobre “la relación entre el sacramento del Orden y jurisdicción”:
“Es necesario profundizar en ello a la luz del magisterio conciliar de Lumen gentium y de las enseñanzas más recientes, como la Constitución apostólica Praedicate evangelium, para precisar los criterios teológicos y canónicos que están en la base del principio de compartir las responsabilidades del Obispo y determinados ámbitos, formas e implicaciones de la corresponsabilidad”.
Mientras se desarrolla la segunda sesión del sínodo del próximo mes de octubre, el tema de la jurisdicción es uno de los que habrá que vigilar. Si se envía la correspondiente propuesta al Papa, podría tener amplias implicaciones para el ministerio eclesiástico y la toma de decisiones. Teniendo en cuenta todo lo anterior, hay buenas razones para esperar que el sínodo sobre la sinodalidad recomiende a Francisco cambios estructurales sustanciales el próximo mes de octubre.
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Fuentes
National Catholic Reporter / Foto: Sarah Webb (CNS)