Benedicto XVI: Un legado atento al mundo y al hombre

2:00 p.m. | 3 feb 23 (LCC/NYT).- El 31 de enero se cumplió un mes del fallecimiento del papa Benedicto XVI. Innumerables publicaciones han recordado su vida y su legado. Compartimos partes del testimonio sobre su trayectoria preparado por el P. Federico Lombardi SJ, quien fue portavoz de durante su pontificado. El jesuita comenta con cercanía momentos importantes, algunos notables también para la Iglesia. Además, compartimos un análisis de lo que significó el inédito escenario de dos pontífices vivos, y qué podría cambiar con la partida de Joseph Ratzinger. Por último, reunimos enlaces con mucha más información que nos recuerdan su labor, pensamiento y controversias que le tocó enfrentar.

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Benedicto XVI nos ha dado un hermoso testimonio de cómo vivir en la fe la creciente fragilidad de la vejez durante muchos años hasta el final. El hecho de haber renunciado al papado en el momento oportuno le ha permitido -y a nosotros con él- recorrer este camino con gran serenidad.

Tuvo el don de completar su camino manteniendo la mente clara, acercándose con experiencia plenamente consciente a aquellas “realidades últimas” sobre las que había tenido como pocos el valor de pensar y hablar, gracias a la fe que había recibido y vivido. Como teólogo y como Papa nos habló de ello de manera profunda, creíble y convincente.

De las muchas cosas que se pueden recordar de su pontificado, la que sinceramente me pareció y me sigue pareciendo más extraordinaria fue que precisamente en esos años consiguió escribir y completar su trilogía sobre Jesús. ¿Cómo podía un Papa, con las responsabilidades y preocupaciones de la Iglesia Universal, que en realidad llevaba sobre sus hombros, llegar a escribir una obra como esa?

Ciertamente, fue el resultado de toda una vida de reflexión e investigación. Pero, sin duda, la pasión interior y la motivación, debieron de ser formidables. Sus páginas salieron de la pluma de un estudioso, pero al mismo tiempo de un creyente que había comprometido su vida en la búsqueda del encuentro con el rostro de Jesús, y que veía en ello al mismo tiempo la realización de su vocación y su servicio a los demás.

No cabe duda de que el pontificado de Benedicto XVI se ha caracterizado más por su magisterio que por su acción de gobierno. “Era muy consciente de que mi punto fuerte -si es que tenía alguno- era el de presentar la fe de una manera adaptada a la cultura de nuestro tiempo”. Una fe siempre en diálogo con la razón, una fe razonable; una razón abierta a la fe.

No temía confrontar ideas y posturas diferentes, miraba con lealtad y clarividencia las grandes cuestiones, el oscurecimiento de la presencia de Dios en el horizonte de la humanidad contemporánea, los interrogantes sobre el futuro de la Iglesia, particularmente en su país y en Europa. Y buscaba afrontar los problemas con lealtad, sin rehuirlos, aunque fueran dramáticos; pero la fe y la inteligencia de la fe siempre le permitieron encontrar una perspectiva de esperanza.

El valor intelectual y cultural de Joseph Ratzinger es demasiado conocido como para que sea necesario repetir sus elogios. Quien supo comprenderlo y valorarlo para la Iglesia Universal fue Juan Pablo II. Durante 24 de los 26 años de pontificado de su predecesor, Ratzinger fue Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Dos personalidades diferentes, pero que fueron -permítanme decirlo- un “ensamble formidable”.

 

Fue un servicio a la unidad de la fe de la Iglesia en las décadas posteriores al Concilio Vaticano II, afrontando tensiones y desafíos de época en el diálogo con el judaísmo, el ecumenismo, el diálogo con otras religiones, la confrontación con el marxismo, en el contexto de la secularización y la transformación de la visión del hombre y la sexualidad. También logra proponer una síntesis doctrinal tan amplia y armoniosa como la del Catecismo de la Iglesia Católica, acogida por la inmensa mayoría de la comunidad eclesial con un consenso inesperado, para llevar a esta comunidad a cruzar el umbral del tercer milenio sintiéndose portadora de un mensaje de salvación para la humanidad.

En realidad, esa larguísima y extraordinaria colaboración fue la preparación del pontificado de Benedicto XVI, visto por los cardenales como el más idóneo continuador y sucesor de la obra del Papa Wojtyla. Una mirada global al camino que recorrió Joseph Ratzinger no escapa a la continuidad de su hilo conductor y, al mismo tiempo, a la progresiva ampliación del horizonte de su servicio. Es algo que impresiona.

La vocación de Joseph Ratzinger es, desde el principio, una vocación sacerdotal, al mismo tiempo al estudio teológico y al servicio litúrgico y pastoral. Progresa en sus distintas etapas, desde el seminario hasta sus primeras experiencias pastorales y la enseñanza universitaria. Luego, su horizonte se amplía primero a la experiencia de la Iglesia Universal con su participación en el Concilio y su relación con los grandes teólogos de la época; después vuelve a la actividad académica del estudio teológico en profundidad, pero siempre en medio del debate y de la experiencia eclesial. Posteriormente, ensancha de nuevo su horizonte en el servicio pastoral de la gran arquidiócesis de Múnich; y pasa definitivamente al servicio de la Iglesia Universal con la llamada a Roma para la dirección de la Doctrina de la Fe. Al final, una nueva llamada lo lleva al gobierno de toda la comunidad eclesial.

Este horizonte se hizo total no solo para el pensamiento, sino también para el servicio sacerdotal y pastoral: servir a toda la comunidad eclesial, guiarla con inteligencia por los caminos de nuestro tiempo, preservar la unidad y la autenticidad de su fe. El lema elegido con ocasión de su ordenación episcopal, “Cooperadores de la verdad” (3 Jn 8), expresa muy bien todo el hilo conductor de la vida y la vocación de Joseph Ratzinger, si se comprende que para él la verdad no era en absoluto un conjunto de conceptos abstractos, sino que se encarnaba en última instancia en la persona de Jesucristo.

El pontificado de Benedicto XVI es y será también comúnmente recordado como un pontificado marcado por tiempos de crisis y dificultades. Esto es cierto y no sería justo pasar por alto este aspecto. Pero hay que verlo y evaluarlo no superficialmente. En cuanto a las críticas y oposiciones internas o externas, él mismo recordó con una sonrisa que varios otros papas habían tenido que afrontar momentos y situaciones mucho más dramáticas. Sin necesidad de remontarse a las persecuciones de los primeros siglos, basta pensar en Pío IX, o en Benedicto XV cuando había condenado la “matanza inútil”, o en las situaciones de los papas durante las guerras mundiales. Así que no se consideraba un mártir.

 

Ningún Papa puede imaginarse no encontrarse con críticas, dificultades y tensiones. Esto no quita que, llegado el caso, supiera reaccionar a las críticas con vivacidad y decisión, como ocurrió con la inolvidable Carta escrita a los obispos en 2009, tras el asunto de la remisión de la excomunión a los lefebvristas y el “Caso Williamson”, una carta apasionada de la que su secretario me comentó que expresaba a “Ratzinger en estado puro”.

Pero la cruz más pesada de su pontificado, cuya gravedad ya había empezado a percibir durante su etapa en la Doctrina de la Fe, y que sigue manifestándose como una prueba y un desafío para la Iglesia de proporciones históricas, es el asunto de los abusos sexuales. Esto fue también causa de críticas y ataques personales contra él hasta sus últimos años, y por tanto también de un profundo sufrimiento.

Habiendo estado también muy implicado en estos asuntos durante su pontificado, estoy firmemente convencido de que vio cada vez con mayor claridad la gravedad de los problemas y tuvo un gran mérito al abordarlos con amplitud y profundidad de miras en sus diversas dimensiones: la escucha de las víctimas, el rigor en la búsqueda de la justicia ante los crímenes, la curación de las heridas, el establecimiento de normas y procedimientos adecuados, la formación y la prevención del mal. Este fue solo el inicio de un largo camino, pero en la dirección correcta y con mucha humildad. Benedicto nunca se preocupó por una “imagen” de sí mismo o de la Iglesia que no correspondiera a la verdad.

Cuando me pidieron que resumiera la historia del pontificado de Benedicto XVI con un episodio, recordé la Vigilia de oración durante la Jornada Mundial de la Juventud en 2011, a la que asistieron cerca de un millón de jóvenes. Era de noche y en un momento dado, se desató un auténtico huracán de lluvia y viento. Los sistemas de iluminación y sonido dejaron de funcionar y muchas de las carpas situadas al borde de la explanada se derrumbaron. La situación era realmente dramática. Sus colaboradores pidieron al Papa que saliera y se pusiera bajo techo, pero él no quiso. Permaneció paciente y valientemente sentado en su lugar en el escenario abierto, protegido por un simple paraguas que ondeaba al viento.

Toda la inmensa asamblea siguió su ejemplo, con confianza y paciencia. Al cabo de un rato, la tormenta amainó, dejó de llover y se impuso una gran e inesperada calma. Las instalaciones volvieron a funcionar. El Papa terminó su discurso y se arrodilló en silencio ante el Santísimo Sacramento y detrás de él, en la oscuridad, la inmensa asamblea se unió en oración en absoluta calma. En cierto sentido, esta puede seguir siendo la imagen no solo del pontificado, sino también de la vida de Joseph Ratzinger y de la meta de su camino. Mientras él entra ahora en el silencio definitivo ante el Señor, nosotros también seguimos sintiéndonos detrás de él y con él.

 

El deceso de Benedicto deja a Francisco solo y sin ataduras

Desde el primer día de su papado, hace casi una década, el papa Francisco ha tenido que sortear una complicación sin precedentes en la Iglesia católica: coexistir con su predecesor jubilado en los mismos jardines del Vaticano. Los partidarios de Francisco le restaron importancia a la anomalía de que hubiera dos pontífices, pero esto generó confusión, en especial cuando los acólitos conservadores del papa emérito Benedicto XVI trataron de envolver su ferviente oposición en la túnica blanca de su líder.

Con el entierro de Benedicto, Francisco, que nunca ha tenido reparos en ejercer su poder, por primera vez está libre de ataduras. “Ahora, estoy seguro de que tomará las riendas”, comentó Oswald Gracias, arzobispo de Bombay, mientras caminaba por la plaza de San Pedro antes de la misa funeral de Benedicto. Algunos partidarios liberales de Francisco, quien a menudo se ha resistido a impulsar grandes reformas, esperan que se produzca un cambio de última hora.

Muchos obispos y cardenales en el Vaticano están convencidos de que “está pensando en el futuro”, dijo Gerard O’Connell, corresponsal en el Vaticano de la revista America. “Lo que cambia ahora es que la oposición no tendrá a Benedicto como la figura central y manipuladora. Francisco tiene una agenda muy clara”. O’Connell vislumbra en el futuro inmediato una agilización en las decisiones de personal y el nombramiento de más católicos laicos en el poder. Dijo que había rumores de un nuevo documento sobre moralidad, sexualidad y anticoncepción. También predijo la revisión de temas importantes.

 

Francisco ya ha permitido el debate sobre temas clave que antes eran tabú, como ser más inclusivo con los homosexuales y dar a las mujeres un papel más importante en la Iglesia. En 2020, parecía dispuesto a permitir el sacerdocio a hombres casados en zonas remotas como el Amazonas. Aunque una inesperada expresión de oposición por parte de Benedicto —o de quienes escriben en su nombre— quizá contribuyó a que Francisco diera marcha atrás pero, de cualquier manera, dejó la puerta abierta.

Ahora el liderazgo de Francisco en la Iglesia se ve cada vez más reforzado por una jerarquía a su imagen y semejanza. Para fines de este año, es casi seguro que Francisco habrá ocupado el Colegio Cardenalicio de personas designadas por él mismo. Ese número podría ser aún mayor si permanece en el poder hasta finales de 2024, cuando finalice la segunda de las dos grandes reuniones de obispos del mundo que convocó. Esos sínodos, tan despreciados por el ala de Benedicto, son el cumplimiento de la visión de Francisco de fomentar un consenso para crear grandes cambios en la Iglesia.

Aunque todo eso aún está por verse, lo que sí es seguro es que Francisco parece estar listo para dejar atrás los agravios del pasado. El viernes, al día siguiente del entierro de su predecesor, Francisco pareció intentar acallar las quejas de los allegados a Benedicto, quienes lo habían acusado de menospreciarlo en su homilía fúnebre y de haber decepcionado al papa emérito en repetidas ocasiones durante la última década, citando las propias palabras de Benedicto sobre evitar lo mezquino y mundano y poner la fe por encima de todo.

En un comentario que ha sido ampliamente interpretado en el Vaticano como una respuesta directa a las quejas del más estrecho colaborador de Benedicto, el arzobispo Georg Gänswein, Francisco dijo durante la misa: “Adoremos a Dios, no a nosotros mismos; adoremos a Dios y no a los falsos ídolos que seducen con el atractivo del prestigio o del poder, o con el atractivo de las noticias falsas”. El cardenal Gracias dijo que había continuidad entre Benedicto, a quien admiraba y quien lo había hecho cardenal, y Francisco, de quien aseguró que Benedicto era un “gran seguidor”.

“El papa Francisco no se dejaba influir” por Benedicto o su camarilla, afirmó el cardenal Juan José Omella, de España, el día del funeral de Benedicto. “No había dos papas”, coincidió Mario Iceta Gavicagogeascoa, arzobispo de Burgos, España. Benedicto se había retirado a su monasterio, por lo que “solo había un papa, Francisco”. Pero, tras la muerte de Benedicto, es indudable que la balanza en el Vaticano ha cambiado. “Sería difícil tener dos papas eméritos”, dijo el jueves un obispo francés, Jean-Yves Riocreux, y agregó que la mayor diferencia para Francisco tras la muerte de Benedicto era que “ahora puede dimitir”.

Pero algunos analistas vaticanos sostienen la opinión contraria de que Francisco no será ahora la única fuerza con mayor libertad. Los conservadores y tradicionalistas frustrados, explicaron, ya no se sentirán escarmentados por Benedicto, quien a veces le cubría las espaldas a Francisco cuando les decía a sus propios seguidores que se calmaran. Más bien, como Francisco ya ha dado un mazazo a sus queridas y antiguas misas en latín, algunos predicen que librarán una guerra aún más abierta contra el papa.

Francisco no parece demasiado preocupado. Casi siempre ha ignorado sus críticas y, en 2019, respondió a una pregunta sobre una posible ruptura por parte de los ultraconservadores de la Iglesia católica diciendo: “Rezo para que no haya cismas, pero no tengo miedo”. Más que la oposición conservadora, lo que ha frenado a Francisco en los grandes temas, según O’Connell, ha sido la búsqueda de un consenso colegial que haga avanzar a toda la Iglesia conjunta en los grandes cambios.

 

Información adicional
Antecedentes en Buena Voz Noticias
Fuentes

La Civiltà Cattolica / Vatican News / The New York Times / Videos: Vatican Media – Rome Reports – DW – F24 / Foto: Europa Press

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