Por una nueva alianza entre los jóvenes y los mayores
10:00 a.m. | 4 ago 21 (VTN).- Se celebró la primera Jornada Mundial de los Abuelos y los Mayores convocada por Francisco. En la homilía para la ocasión, el Papa subrayó la necesidad de dar vida a una nueva relación intergeneracional: “Los abuelos y los mayores no son sobras de la vida, desechos que se deben tirar”, recordó. Ver, compartir, custodiar: tres verbos que Francisco considera pilares para la relación entre generaciones, junto con el llamado a una nueva alianza para “compartir el común tesoro de la vida”, para “soñar juntos” y “preparar el futuro de todos”, superando el egoísmo y la soledad.
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La santa misa celebrada en la Basílica Vaticana fue presidida por monseñor Rino Fisichella, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, quien además pronunció la homilía de Francisco, inspirada en el pasaje del Evangelio de Juan que narra uno de los milagros de Jesús impulsado por la compasión hacia la multitud que le seguía: “¿Dónde compraremos pan para que coma esta gente?”, le pregunta Jesús a Felipe. Jesús no se limita a enseñar, sino que se deja interrogar por el hambre que anida en la vida de la gente. Y, de ese modo, da de comer a la multitud distribuyendo los cinco panes de cebada y los dos pescados que un muchacho le ofreció.
Ver, con una mirada que sabe captar la necesidad de cada uno
El Evangelista Juan señala este particular: Jesús levanta los ojos y ve a la multitud hambrienta después de haber caminado mucho para encontrarlo. Así inicia el milagro, con la mirada de Jesús, que no es indiferente ni está atareado, sino que advierte los espasmos del hambre que atormentan a la humanidad. Él se preocupa por nosotros, quiere saciar nuestra hambre de vida, de amor y de felicidad. En los ojos de Jesús descubrimos la mirada de Dios: una mirada que es atenta, que escudriña los anhelos que llevamos en el corazón, que ve la fatiga, el cansancio y la esperanza con las que vamos adelante. Una mirada que sabe captar la necesidad de cada uno. A los ojos de Dios no existe la multitud anónima, sino cada persona con su hambre.
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Esta es también la mirada con la que los abuelos y los mayores han visto nuestra vida. Es el modo en el que ellos, desde nuestra infancia, se han hecho cargo de nosotros: Habiendo tenido una vida a menudo muy sacrificada, no nos han tratado con indiferencia ni se han desentendido de nosotros, sino que han tenido ojos atentos, llenos de ternura. Cuando estábamos creciendo y nos sentíamos incomprendidos o asustados por los desafíos de la vida, se fijaron en nosotros, en lo que estaba cambiando en nuestro corazón, en nuestras lágrimas escondidas y en los sueños que llevábamos dentro. Todos hemos pasado por las rodillas de los abuelos, que nos han llevado en brazos. Y es gracias también a este amor que nos hemos convertido en adultos.
Seguidamente el Obispo de Roma nos invita a preguntarnos “¿Cuándo fue la última vez que hicimos compañía o llamamos por teléfono a un anciano para manifestarle nuestra cercanía y dejarnos bendecir por sus palabras?”. Y agrega: Sufro cuando veo una sociedad que corre, atareada e indiferente, afanada en tantas cosas e incapaz de detenerse para dirigir una mirada, un saludo, una caricia. Tengo miedo de una sociedad en la que todos somos una multitud anónima e incapaces de levantar la mirada y reconocernos. Los abuelos, que han alimentado nuestra vida, hoy tienen hambre de nosotros, de nuestra atención, de nuestra ternura, de sentirnos cerca. Alcemos la mirada hacia ellos, como Jesús hace con nosotros.
Compartir, lo que somos y lo que tenemos
Francisco evidencia que Jesús, después de haber visto el hambre de aquellas personas, desea saciarlas, y realiza el milagro de la multiplicación de panes y peces “gracias al don de un joven”, que comparte lo que tiene: Hoy tenemos necesidad de una nueva alianza entre los jóvenes y los mayores, de futuro, de soñar juntos, de superar los conflictos entre generaciones para preparar el futuro de todos. Sin esta alianza de vida, de sueños y de futuro, nos arriesgamos a morir de hambre, porque aumentan los vínculos rotos, las soledades, los egoísmos, las fuerzas disgregadoras. En nuestras sociedades hemos entregado la vida a la idea de que “cada uno se ocupe de sí mismo”. Pero eso mata. El Evangelio exhorta a compartir lo que somos y tenemos, solo así podemos ser saciados.
“Jóvenes y ancianos juntos”: esta es la invitación de Francisco, que cita una vez más las palabras del profeta Joel (cf. Jl 3,1). “Los jóvenes, profetas del futuro que no olvidan la historia de la que provienen; los ancianos, soñadores nunca cansados que trasmiten la experiencia a los jóvenes, sin entorpecerles el camino”.
Custodiar a los ancianos
“A los ojos de Dios nada se debe descartar”. Es así el corazón de Dios, afirma Francisco, no sólo nos da mucho más de lo que necesitamos, sino que se preocupa también de que nada se desperdicie, ni siquiera un fragmento. Es una invitación profética que hoy estamos llamados a hacer resonar en nosotros mismos y en el mundo: recoger, conservar con cuidado, custodiar. Los abuelos y los mayores no son sobras de la vida, desechos que se deben tirar. Ellos son esos valiosos pedazos de pan que han quedado sobre la mesa de nuestra vida, que pueden todavía nutrirnos con una fragancia que hemos perdido, “la fragancia de la memoria”.
No perdamos la memoria de la que son portadores los mayores, porque somos hijos de esa historia, y sin raíces nos marchitaremos. Ellos nos han custodiado a lo largo de las etapas de nuestro crecimiento, ahora nos toca a nosotros custodiar su vida, aligerar sus dificultades, estar atentos a sus necesidades, crear las condiciones para que se les faciliten sus tareas diarias y no se sientan solos.
Concluyendo su homilía, Francisco nos invita a preguntarnos cuánto tiempo hemos dedicado a nuestros mayores y exhorta a custodiarlos, para que no se pierda nada. Nada de su vida ni de sus sueños: “Por favor, no nos olvidemos de ellos. Aliémonos con ellos. Aprendamos a detenernos, a reconocerlos, a escucharlos. No los descartemos nunca. Custodiémoslos con amor. Y aprendamos a compartir el tiempo con ellos. Saldremos mejores. Y, juntos, jóvenes y ancianos, nos saciaremos en la mesa del compartir, bendecida por Dios”.
Una oración con los abuelos y ancianos del mundo
Una voz, muchos rostros, para una oración que tiene como protagonistas al Papa y a los ancianos del mundo. Abuelos: hombres, mujeres, matrimonios, de diferentes orígenes y colores, físicamente distantes pero cercanos en la fe y en la fuerza de la oración que los hace uno con Francisco y la humanidad. De ellos surge, en un vídeo, la invocación al Señor para que calme la pandemia y acabe con todas las guerras, pero también la acción de gracias por los momentos de alegría y dificultad, por la bendición de una larga vida en la que nunca ha faltado el consuelo y la presencia viva del Señor. Así, las voces se alternan y entre ellas está también la de monseñor Laurent Noël que, a sus 101 años, es el obispo más anciano del mundo.
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Fuentes:
Revista Vida Nueva / Vatican News (1 y 2) / Videos: Oficina de Prensa Vaticana / Rome Reports