150 años de infalibilidad: ¿Dogma escandaloso o profecía de salvación?
9:00 p.m. | 7 ago 20 (VI/RD).- Después de largas discusiones, fueron aprobados por el Concilio Vaticano I el dogma del primado del Papa sobre la Iglesia universal y el de la infalibilidad del magisterio pontificio cuando se pronuncia ex cathedra (con la autoridad de Pastor y Maestro en cuestiones de fe). Reunimos dos artículos que explican el origen, contenido y alcance de estos dogmas, y una reflexión que plantea una perspectiva distinta para uno de los fundamentos más polémicos en la historia de la Iglesia. Lo hace desde el Jesús histórico, que ni siquiera considera si es infalible o no, sino que cura y acoge a enfermos y excluidos. Así, solo se puede hablar de un dogma de infalibilidad si mantiene la experiencia y mensaje de Jesús: acción y esperanza para los marginados del sistema.
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Hace ciento cincuenta años, el 18 de julio de 1870, se promulgó la Constitución Pastor Aeternus (del Concilio Vaticano I) que definía los dos dogmas, del primado del Papa y la infalibilidad papal. La Constitución Dogmática fue aprobada por unanimidad por los 535 Padres Conciliares presentes “después de largas, intensas y agitadas discusiones”, como dijo Pablo VI durante una audiencia general, describiendo ese día como “una página dramática en la vida de la Iglesia, pero no por esto menos clara y definitiva”.
Los dos dogmas fueron proclamados después del de la racionalidad y sobrenaturalidad de la fe, contenido en la otra Constitución Dogmática del Concilio Vaticano I Dei Filius del 24 de abril de 1870. El texto afirma que “Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana a través de las cosas creadas; de hecho, las cosas invisibles de Él son conocidas por la inteligencia de la criatura humana a través de las cosas que fueron hechas (Rom 1,20)”.
Este dogma –explicó Pablo VI en la audiencia de 1969– reconoce que “la razón, con su propia fuerza, puede alcanzar el conocimiento cierto del Creador a través de las criaturas. La Iglesia defiende así, en el siglo del racionalismo, el valor de la razón”, argumentando por un lado “la superioridad de la revelación y de la fe sobre la razón y sus capacidades”, pero declarando, por otro lado, que “no puede haber contraste entre la verdad de la fe y la verdad de la razón, siendo Dios la fuente de ambas”.
El dogma del primado
En Pastor Aeternus”, Pío IX, antes de la proclamación del dogma sobre el primado, recuerda la oración de Jesús al Padre para que sus discípulos sean “una cosa sola”: Pedro y sus sucesores son “el principio intemporal y el fundamento visible” de la unidad de la Iglesia:
“Todos los pastores y fieles, de cualquier rito y dignidad, están vinculados a él por la obligación de la subordinación jerárquica y la verdadera obediencia, no sólo en las cosas que pertenecen a la fe y a las costumbres, sino también en las relativas a la disciplina y al gobierno de la Iglesia, en todo el mundo. De esta manera, habiendo salvaguardado la unidad de la comunión y la profesión de la misma fe con el Romano Pontífice, la Iglesia de Cristo será un solo rebaño bajo un solo pastor supremo. Esta es la doctrina de la verdad católica, de la que nadie puede apartarse sin perder la fe y peligro de salvación”.
El dogma del magisterio infalible del Papa
La infalibilidad del Papa y sus condiciones representaron la verdadera cuestión del Concilio Vaticano I. Ninguno de los obispos la negaba en sí, pero un cuarto de las intervenciones no consideraba oportuna en aquel momento la proclamación del dogma, mientras que diferentes prelados temían una excesiva reducción de la autoridad episcopal para aumentar la autoridad papal.
Existía el problema de especificar exactamente el objeto de la infalibilidad. ¿El Papa era infalible solo cuando promulgaba definiciones solemnes o también en el llamado magisterio ordinario, como por ejemplo en las encíclicas? Y luego, ¿las definiciones solemnes tenían que darse habiendo consultado previamente al episcopado o podían ser proclamadas solo por el Papa? La llamada “minorías anti-infalibilista”, compuesta por alrededor de 150 padres conciliares, deseaba limitar la infalibilidad a las definiciones ex cathedra, mencionando explícitamente la unión del papa con todos los obispos del mundo. También había una mayoría propensa a extender la infalibilidad también a las encíclicas que era contrario a cualquier condicionamiento de la autoridad papal por parte de los obispos.
La “línea intermedia”
La que resultó vencedora en el Concilio fue una postura intermedia, diferente de la que habría deseado el mismo Pontífice. Pío IX, de hecho, habría deseado una definición de la infalibilidad que incluyera también las encíclicas o documentos análogos doctrinales. Se precisó, en las discusiones, que la infalibilidad del Papa era la misma de la Iglesia y que tenía el mismo ámbito y el mismo objeto. El Pontífice, pues, en sus definiciones dogmáticas siempre está unido a la Iglesia.
La proclamación y los disidentes
Se llegó así al 18 de julio de 1870. Una tormenta azotaba la ciudad de Roma, la Basílica de San Pedro estaba envuelta en la oscuridad, y solamente se veían las débiles luces algunas pocas velas. La constitución “Pastor Aeternus” obtuvo 535 consensos y dos “non placet”, que fueron retirados inmediatamente. La minoría anti-infalibilista no se presentó al aula conciliar, pero por respeto al Papa decidió abandonar Roma sin manifestar su disconformidad en la sesión pública.
La definición
“Por ello nosotros —se lee en la parte final de la Pastor Aeternus—, manteniéndonos fieles a la tradición recibida desde los albores de la fe cristiana, por la gloria de Dios nuestro Salvador, para la exaltación de la religión Católica y para la salvación de los pueblos cristianos, con la aprobación del sacro Concilio proclamamos y definimos dogma revelado por Dios que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, es decir cuando ejerce su supremo oficio de Pastor y de Doctor de todos los cristianos, y, en fuerza de su supremo poder Apostólico define, una doctrina sobre la fe y las costumbres, vincula a toda la Iglesia, por la divina asistencia a él prometida en la persona del beato Pedro, goza de esa infalibilidad con la cual el divino Redentor quiso que estuviera guarnecida su Iglesia al definir la doctrina sobre la fe y las costumbres: por lo tanto tales definiciones del Romano Pontífice son inmutables en sí mismas, y no por el consenso de la Iglesia”.
Infalible, pero solo bajo condiciones muy precisas
Infalibilidad, sí, pero solo si el Papa habla “como Doctor y Pastor universal; debe utilizar la plenitud de su autoridad apostólica; debe manifestar la intención de definir’ debe tratar, en fin, de fe o de costumbres”. El mismo Pío IX, en varias intervenciones de los años posteriores al Concilio, se distanciará de las interpretaciones maximalistas del dogma, alabando, por el contrario, la exégesis de los obispos alemanes, que en un documento insistieron en que el primado no atribuía al Papa ningún poder sobre las autoridades civiles, que estaba delimitado por la constitución divina de la Iglesia y que no convertía al Pontífice en un soberano absoluto, ni sofocaba el poder de los obispos que no se reducían a simples funcionarios papales.
ENLACE: Más información sobre ambos dogmas (Vatican News / Vatican Insider)
Convertir un dogma en profecía de esperanza (extracto)
El Jesús histórico de los evangelios sinópticos no fue diciendo por ahí “soy infalible”, ni “lo que yo digo ex cathedra no puede reformarse”, sino que iba curando a los enfermos, acogiendo a los excluidos y ofreciendo a todos la promesa de la vida de Dios. No le podemos imaginar definiendo un dogma así, donde el Papa recibe directamente el rayo de la luz/verdad del Espíritu Santo, sentado en la sede suprema del poder.
Pero el evangelio de Juan, retomando en otro plano la vida de Jesús (amor a los pobres, comunión de todos, luz de Dios en el camino de la historia), proclama por boca de Jesús: Yo soy, la verdad, el camino y la vida (Jn 15, 4). Quizá el papa Pio IX quería decir lo mismo, cuando afirma que la Iglesia es infalible cuando habla ex cathedra, es decir desde la cátedra (en nombre) de las víctimas, de los crucificados y los pobres, queriendo vincular desde los pobres a todos los cristianos (católicos, protestantes, ortodoxos), en contra de unos poderes del templo y del imperio que son falibles y perversos pues condenan a muerte a Jesús con los pobres y excluidos de la historia.
Un dogma escandaloso
Parece que aquel Papa y Concilio se oponían, de manera escandalosa, al despliegue trabajoso de la razón humana, con la búsqueda compartida de la verdad y la autonomía del pensamiento humano. En esa línea se ha dicho, y, en un sentido, puede decirse que la proclamación del dogma, precisamente el año 1870 (con la victoria de Alemania sobre Francia y la caída de los Estados Pontificios) era un escándalo:
1. La iglesia católica y el Papa rechazaban de un modo directo a la autonomía del hombre de la modernidad, a la democracia, al pensamiento compartido, como diciendo, en contra de todo el espíritu de la Ilustración, que sólo ellos (Papa y obispos) tenían el monopolio de la verdad, como si dijeran: nosotros tenemos la respuesta a todos los problemas. Eso era un escándalo para el “buen” pensamiento liberal moderno.
2. La iglesia católica y el Papa se encerraban en un tipo de pasado, queriendo conservar y ratificar su autoridad suprema en un momento en que estaban perdiendo toda autoridad política, intelectual y social. La nueva humanidad triunfante se separaba de la Iglesia, y ésta, en un gesto desesperado, respondía condenando a la modernidad.
3. Muchos pensaron que el Papa de la infalibilidad decía no sólo “yo soy la Iglesia” (la comunidad de salvación), sino también yo soy la Verdad, en un estilo de absolutismo propio de reyes como Luis XIV de Francía que podían decir “yo soy el Estado, yo soy el Poder”. Algunos dijeron entonces que ese dogma era no solo escandaloso sino (lo que es peor) ridículo. Parecía que la Iglesia del Papa estaba cavando su propia tumba.
Pero ese dogma puede ser profecía de esperanza
Si la Iglesia católica supone que su Papa es infalible en línea de poder e interpreta esa infalibilidad como un privilegio que le permite situarse sobre las restantes instituciones o movimientos religiosos, no sólo se opone a su historia, volviéndose peligrosamente orgullosa, sino que niega el evangelio, rechaza a los pobres y se alza contra Dios.
La iglesia “católica” sólo puede hablar de infalibilidad cristiana allí donde, renunciando a ponerse por encima de las restantes iglesias, religiones o culturas, mantiene su anuncio de Reino a favor de los más pobres, compartiendo su vida con ellos (que son los infalibles), en comunión de búsqueda las religiones e iglesias, con todos aquellos que ponen su vida al servicio de la fraternidad y justicia entre los hombres.
La infalibilidad del Papa (de la Iglesia, de los pobres) como profecía de vida
1. La Iglesia es infalible en la medida en que renuncia a serlo de un modo impositivo, dejando de situarse por encima de otras confesiones cristianas o de otras religiones y, sobre todo, por encima de los pobres.
2. La infalibilidad está en la escucha dialogada y compartida de la Palabra, al servicio del mensaje de Jesús. La iglesia es infalible en la medida en que no dicta nada desde arriba.
3. El dogma de la infalibilidad expresa el poder de la impotencia y la razón de una gracia que está por encima de toda las razones impositivas. Esta es la infalibilidad de la pobreza y de la pequeñez del hombre, abierto al don del Padre.
4. Sólo quien renuncia a tener razón y a dominar sobre los otros a través de sus razones “superiores” puede ayudarles; sólo quien renuncia a imponer su razón es (puede ser) infalible.
Contrapunto Histórico
Como representante de una razón del mundo, la iglesia papal de los últimos siglos ha sido ha sido bastantes veces muy poco racional muy falible. Ha dicho que el hombre puede buscar a Dios por la razón, y eso es bueno, pero ella ha impuesto muchas veces un tipo de racionalidad impositiva y violenta.
Pero, en otra línea, la Iglesia ha sido y puede ser infalible porque, a través de caminos tanteantes y equivocaciones ha venido expresando y concretando a lo largo de la historia el proyecto de Jesús, es decir, la llamada del Reino.
La infalibilidad como profecía de vida
Esta declaración de infalibilidad, que el Vaticano I ha centrado en el Papa, como signo de una iglesia que promueve el evangelio de los pobres, ha de entenderse como expresión gozosa de vida y esperanza, que se vincula al mensaje del Reino y a las bienaventuranzas.
La infalibilidad pertenece a la iglesia de Dios, de manera que ella ha de entenderse, antes que nada, como una afirmación sobre el Dios de amor encarnado que es infalible amando a los hombres. Un Papa que hablara por si mismo y no en nombre de los pobres, llamados por Jesús al Reino (como si él tuviera la Palabra y los demás no la tuvieran), un Papa que organizara las cosas desde arriba e impusiera su dictadura espiritual sobre los creyentes, no sería infalible según Cristo sino todo lo contrario, un hombre no sólo falible sino equivocado, opuesto al evangelio, opresor de otros hombres.
En este contexto recibe su sentido la palabra ex cathedra, que alude al hecho de que el Papa no habla como un simple particular, sino en nombre de la iglesia “católica”, desde un espacio de encuentro que se abre a todos los creyentes, en la cátedra o silla del diálogo universal cristiano.
Y sólo puede ofrecer la verdad de Jesús quien asume el riesgo de la vida, la posibilidad de equivocarse, en un camino donde no existe más dogma que la gracia, ni más “costumbre cristiana” que la entrega de la vida a favor de los otros, desde la esperanza del Reino de Dios. En ese sentido, sólo puede ser infalible una iglesia que acepta su radical falibilidad, siempre que se abra a la esperanza, desde los pobres y expulsados del sistema.
ENLACE. Reflexión completa de Xavier Pikaza sobre el dogma de la infalibilidad
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Fuentes:
Vatican Insider / Religión Digital / Vatican News