Seguir a Jesús según el Evangelio de Marcos
8:00 p.m. | 14 may 20 (GCC/TF).- Los primeros discípulos de Jesús son personajes importantes en todo el Evangelio de Marcos, siempre están presente. En los primeros capítulos se les identifica de manera positiva, pero al avanzar la narración -de la mano con las vivencias de Jesús- se van exponiendo severamente todas sus debilidades y limitaciones. Según el teólogo Niall Leahy, esa es la manera en que Marcos busca enseñar y guiar a los que quieren seguir a Jesús. Nos encara a un doble desafío: ¿Somos capaces de reconocer a Jesús como el Hijo de Dios? ¿Podremos estar a la altura del discipulado?
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Marcos escribió su evangelio en algún momento durante -o poco después- de la primera guerra judeo-romana, entre los años 66-74. La opresión romana llevó a numerosos levantamientos judíos, que implicaron un gran derramamiento de sangre. Finalmente, los romanos destruyeron Jerusalén y quemaron el templo en el año 70. Esta destrucción traumatizó tanto a los cristianos como a los judíos. En este contexto, Marcos escribe su evangelio.
Una de las razones de la composición fue para tranquilizar e instruir a sus lectores en su fe. Su principal vehículo de instrucción son los discípulos. Marcos los presenta de una manera más dura que los otros tres Evangelios. Sin embargo, esta severa descripción que hace Marcos tiene un poderoso propósito: enseñar a los lectores sobre el verdadero discipulado.
Primero, Marcos presenta a los discípulos de manera positiva para fomentar su identificación. En 1:16-20, los discípulos responden al llamado de Jesús a seguirlo. Debido a que los lectores también son seguidores de Cristo, se identifican inmediatamente con los discípulos. Las escenas siguientes refuerzan esta imagen positiva. El nombramiento de los doce por parte de Jesús en 3:13-19 muestra que fueron especialmente seleccionados para sus papeles. La siguiente sección, 3:20-35, sugiere que los discípulos son la verdadera familia de Jesús.
En 4:11, Jesús dice que les dará el misterio del reino de Dios. Luego, en 6:7-13, los discípulos son enviados a una misión donde experimentan el éxito en la predicación, la curación y la expulsión de demonios. Después de crear una fuerte identificación entre los lectores y los discípulos, Marcos presenta los fracasos de los discípulos.
El esquema de Marcos
En los primeros ocho capítulos de su evangelio, Marcos se ocupa principalmente de exponer la identidad de Jesús como el Hijo de Dios, de tal manera que pueda ser fácilmente entendido por una mente judía del primer siglo. La divinidad de Jesús se expresa claramente cuando leemos sobre el respaldo del Padre a su Hijo (1:11) y el subsiguiente ministerio público de Jesús en la región rural de Galilea. Ahí manifiesta repetidamente su poder y autoridad, en primer lugar sobre los espíritus malignos, que han mantenido atadas las almas y los cuerpos de numerosas personas durante años, pero no tienen más remedio que obedecer el mandato de Cristo de marcharse.
De hecho, el primer reconocimiento de Jesús como Hijo de Dios viene de un demonio que encuentra su presencia insoportable (1:23-28). Luego, Jesús reclama y ejerce la autoridad para perdonar los pecados (2:1-12) y, también sobre el sabbat (2:23-28). Dado que el sabbat tiene su origen en la historia de la creación del Génesis, no es de extrañar que Jesús muestre entonces la capacidad de calmar el mar tempestuoso (4:35-41) -incluso el mundo natural es obediente al que estaba presente en el principio. Finalmente, cuando Jesús regresa a la vida a la hija de Jairo (5:21-43), Marcos nos muestra que la autoridad de Jesús se extiende incluso más allá de este mundo y en el reino de la vida después de la muerte.
Mientras que Jesús da testimonio de su filiación divina, la característica que define a los demás personajes de la narración es su fe en Él, o la falta de ella. Simón, Andrés, Santiago y Juan muestran signos tempranos y prometedores de fe. Una vez que reciben una invitación para seguir a Jesús, abandonan inmediatamente su trabajo como pescadores, incluso, en el caso de Juan y Santiago, sin haber esperado la aprobación de su padre (1:16-20).
En general, los galileos de zonas rurales son presentados como abiertos a Jesús y a su autoridad. Una población que conocía la precariedad de la vida habría tardado en dejarse engañar, pero reconocen la integridad de Jesús por su voluntad de ayudar a los más necesitados: los enfermos, los cojos, los leprosos marginados, los poseídos e incluso los muertos. Marcos retrata a los galileos como un pueblo muy comunicativo, y es a través del boca a boca que la fama de Jesús se eleva.
La fe y la lucidez de la gente del campo resaltan el cinismo y la ceguera voluntaria de aquellos que cuestionan y rechazan a Jesús. En lugar de abrirse a él, los escribas y fariseos se dedican a encontrar cualquier cosa que pueda debilitar la imagen de Jesús. Cuestionan su decisión de comer con los recaudadores de impuestos (2:13-17) y de dar de comer a los discípulos hambrientos en lugar de cumplir con las normas del sabbat (2:23-28). Incluso llegan a acusarlo de ser un agente de Belcebú (3:22). A medida que la autoridad de Jesús se hace más evidente y se expande, la mentalidad de los escribas y fariseos se vuelve cada vez más rígida y estrecha.
Con ese escenario, Marcos presenta la parábola del sembrador (4:1-20) para ayudar al lector a comprender la variedad de respuestas a Jesús. Jesús atribuye los resultados mixtos de su misión hasta ese punto a la calidad del “suelo” interior del corazón y el carácter de cada persona. La superficialidad, la inconstancia y el materialismo en los corazones de la gente conspiran para negar la fecundidad de la acción de Dios en sus vidas. La calidad y la distribución universal de la semilla -las palabras y acciones de Jesús- no se cuestiona.
Podemos medir la fuerza de la propia fe de Marcos por el hecho de que parece asumir que cualquiera que se encuentre con Jesús debería haber captado su identidad divina. Sin embargo, las imágenes que pinta de algunos personajes del Evangelio son tales que podemos perdonarles fácilmente por no hacerlo. Poncio Pilato sirve como un ejemplo. Su concepción romana de los dioses habría obstaculizado su capacidad de percibir la divinidad de Jesús: Jesús no actuó o habló como un dios del Panteón.
Sin embargo, las palabras y acciones de Jesús en los primeros ocho capítulos sugieren que estaba revelando su identidad de una manera que sería fácilmente entendida por el pueblo judío. Sus palabras y actos de convocar, guiar, curar, ordenar, enseñar y perdonar son todos propios del Dios de Israel tal como se revela en el Tanakh. La reacción de los escribas y fariseos a la afirmación de Jesús de que puede perdonar los pecados atestigua el hecho de que su afirmación de ser divino no se perdió en la traducción. En el punto medio del Evangelio, la equivalencia de las palabras y acciones de Jesús con las del Dios de Israel es obvia y deliberada.
La profesión de fe de Pedro (8:27-30) representa el ápice de la historia. Desde este punto, mientras Jesús se dirige primero hacia Jerusalén y finalmente hacia el Gólgota, una sensación de presentimiento reemplaza el brusco tono anterior. La Cristología del siervo sufriente pasa a primer plano y Jesús reitera una y otra vez que debe morir para luego resucitar.
El lector puede sentir los matices fúnebres de su entrada en Jerusalén. La superficialidad de una bienvenida por todo lo alto se hace demasiado evidente cuando sus discípulos lo abandonan uno tras otro. Al igual que con Juan el Bautista, las autoridades políticas eligen la conveniencia política en lugar de la justicia. Lo entregan, solo y abandonado, para ser ejecutado. La falta de coraje de los discípulos debe haber sido chocante para los cristianos del primer siglo, que también fueron perseguidos.
Si la respuesta deseada al ministerio público de Jesús en primer lugar es la fe en el sentido de asentir a su divinidad, en segundo lugar es el discipulado: la fidelidad en el seguimiento de Jesús. Esto lo deja claro Jesús cuando exhorta a los discípulos a “tomar su propia cruz y seguirme” (8:34). El Padre no envió a Jesús al mundo en una misión solitaria: también hay una dimensión cooperativa en su misión, en la que reunirá a una comunidad de discípulos que trabajarán con Él para difundir el Reino de Dios en la Tierra.
Se nos da una pista temprana sobre la prioridad de esta cooperación en el primer acto del ministerio público de Jesús, que no es la realización de un milagro sino el llamado de los primeros discípulos. Desde el principio, Jesús trabajó bajo la suposición de que el discipulado no sólo implica conocerlo como el Cristo, sino también seguirlo como el Cristo. La profesión de fe de Pedro, que aunque le ordena no repetirla es la primera profesión que Jesús acepta, por lo tanto sirve como un momento de enseñanza donde aprendemos que la fe debe movernos al discipulado y a tomar la propia cruz.
Inmediatamente después de la profesión de fe de Pedro, Jesús explica muy claramente que está destinado a sufrir, morir y resucitar, y que sus seguidores participarán tanto en su sufrimiento como en su gloria (8:31-9:1). Los discípulos encuentran esto difícil de aceptar y el soldado romano al pie de la cruz es el primero en comprender la naturaleza kenótica de la misión de Jesús (15:39).
Marcos no comunica el ideal del discipulado a través de la exposición de casos positivos sino más bien a través de los ejemplos negativos de los discípulos que continuamente no están a la altura. Aspiran secretamente a la grandeza y los honores en lugar de al servicio y la humildad. Su incapacidad para seguir a Jesús en las buenas y en las malas culmina en los lamentables llamadas en la cruz al Padre que revelan su sentido de abandono total.
El interrogante sobre la idoneidad de los seguidores de Jesús se extiende incluso a la narración de la resurrección: las dos mujeres, que en ese momento son los únicos miembros de la naciente Iglesia en la Tierra, están abrumadas y paralizadas por una combinación de miedo y temor (16:8). ¿Tendrán el valor de hablar o no? El abrupto y fascinante final original del evangelio deja al lector enfrentado a las mismas preguntas existenciales que los primeros creyentes. Marcos nos deja en la cúspide de una nueva era, con todo en su lugar para la realización del reino de Dios en la Tierra, pendiente de la cooperación de sus discípulos, incluido el lector.
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Fuentes:
Thinking Faith / Global Christian Center / Pintura: “Vocación de los apóstoles” de Doménico Ghirlandaio
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