¿Cómo reformar el uso del poder en la Iglesia?

3:00 p.m. | 1 abr 20 (SDT).- La forma de valorar el poder en la Iglesia debe ser una cuestión en permanente discusión, con sus implicaciones complejas y difíciles de asimilar. En estos últimos años, el debate se abrió mucho más que en otros tiempos, aunque exclusivamente por la coyuntura de la investigación de delitos de violencia sexual en la Iglesia, vinculada precisamente al abuso de poder.

El sacerdote y experto en el Nuevo Testamento, Burkhard Hose, plantea que para discutir de manera amplia y real el ejercicio del poder en la Iglesia, es necesario erradicar la antigua costumbre de negar su existencia. Al mismo tiempo, hay que observar la vida de Jesús como modelo de una “autoridad genuina”, expresada en su relación con la gente y la confianza que ellos le tienen: “No existe ningún legítimo ejercicio del poder sin enlace con la comunidad”.

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El necesario adiós a la negación del poder en la Iglesia

“El poder no es una dimensión de la Iglesia”. Con esta formulación contrarrestaban los jerarcas de la Iglesia, en tiempos triunfalistas, las observaciones críticas sobre el tema “el poder en la Iglesia”. Si se insistía sobre el ejercicio del poder eclesial, se contestaba por parte de la jerarquía que no existía ningún poder en la Iglesia, sino que solo había servicio.

En la formación sacerdotal escuché entonces por primera vez el concepto “ministerio de servicio”. La interpelación de Jesús a sus discípulos “quien quiera ser el primero, debe ser el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9,35) engendraba una cantidad enorme de títulos de cargos que daban la impresión de que en la Iglesia no se ejercía poder de ningún tipo, sino que solamente había servicio.

Se puede afirmar la falta de poder y denominar “servicio” al ejercicio del poder. Se puede encubrir el poder con conceptos maravillosos. Pero continúa siendo poder. También bajo el disfraz de servicio. Incluso se puede negar su existencia. Y, sin embargo, en el mismo acto de negar su existencia, se desarrolla experimentamente un efecto especial y, a menudo, también devastador.

Entre tanto, se ha hablado con mayor apertura sobre el poder. Pero casi exclusivamente en el contexto del debate sobre delitos de violencia sexual y de la combinación abstracta “poder-abuso”. Y, naturalmente, en la mayor parte de los casos se trata principalmente de “los otros”. El abuso de poder podría conducir, en el peor de los casos, a que al final se confeccionen nuevos conceptos-disfraz para tapar el poder realmente presente con una nueva retórica de la discreción.

Si quiero enfrentarme realmente de forma eficaz con el abuso de poder en la Iglesia, he de comenzar por reconocer su existencia –en el mejor de los casos, no en otras personas sino en mí mismo. Pero ¿cómo puedo descubrir el poder en mí mismo de manera que la advertencia “entre vosotros no debe ser así…” (Mc 10,43) se vea ampliada con la idea de cómo debe ser? Podría ser que haya que desarrollar un nuevo concepto de poder y recargarlo con la exhortación de Jesús de forma que el poder pueda desarrollar un efecto –también aquí, en el mejor de los casos, en primer lugar, conmigo mismo.

En vez de una continuada renovada negación del poder en el ámbito eclesial es necesario nada menos que un concepto jesuánico positivo de poder. ¿Qué pasos hay que dar para poder contraponer al “no debe ser así” un “así debe ser”?

Paso 1: Solo el poder “en relación con” hace nacer una nueva autoridad (Mc 1,22)

Yo tengo poder. Cada domingo predico (en la misa) y los asistentes escuchan lo que tengo que decir. Se amoldan libremente a este reparto de funciones: solo yo hablo, los demás escuchan. Aunque muchos tendrían alguna observación que aportar, solo muy de vez en cuando sucede que algún asistente interrumpe a lo largo de los diez minutos de homilía y también dice alguna cosa. De esta forma, experimento directamente cada domingo la vigencia de una forma directa de ejercicio de poder eclesiástico.

Es el poder de las palabras que, en el mejor de los casos, pueden fortalecer a los humanos, les consuelan, colaboran a los procesos de sanación o también les estimulan a reflexionar. Yo he recibido este poder por transferencia, mediante la ordenación sacerdotal no por mi aptitud personal. No un obispo cualquiera, sino yo como predicador. Menciono este ejemplo no solo porque me afecta a mí mismo, sino porque la predicación es el lugar en el que, también en el más antiguo de los evangelios, precisamente en el primer capítulo, el poder se constituye como tema central.

Marcos (Mc) necesita solo algunos versículos de su primer capítulo para (en 1,22) tratar del poder de la palabra de Jesús. A diferencia de otros antiguos taumaturgos, el Nazareno en Mc no pone en funcionamiento fórmulas mágicas ininteligibles, sino el poder de las palabras comprensibles. No encontramos en el evangelio de Mc ningún milagro de curación sin predicación. El más antiguo de los evangelios sitúa al comienzo del camino de Jesús el poder de la palabra.

Inmediatamente después de la llamada de los discípulos tenemos una primera demostración del poder, tal como debe ser: «y la gente estaba maravillada de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, no como los escribas» (Mc 1,22). El evangelista utiliza aquí la palabra griega exousía y con ella define el poder de Jesús como ejercicio legítimo del poder. Exousía designa el derecho y la capacitación al ejercicio del poder.

En contraste con los escribas, el poder de Jesús se funda, en Mc, en la autoridad genuina. Y esta se manifiesta por primera vez en la efectividad de sus palabras ante los hombres que las escuchan. Ellos creen en lo que él dice. Esto, a los ojos del evangelista, le diferencia de los escribas. Al comienzo de la asamblea plenaria de los obispos, en setiembre de 2018, el cardenal Marx formuló una frase que desde entonces se ha citado muchas veces y que es como una actualización de Mc 1,22: «la gente ya no nos cree».

En el fondo de esta expresión hay una idea importante: el abuso del poder tiene como consecuencia la pérdida de la autoridad. Y, al revés: el ejercicio del poder que no está fundamentado en una auténtica autoridad; desarrolla una actuación abusiva y que se experimenta como arbitraria. Ya es hora de que recarguemos de nuevo el poder en la Iglesia en el sentido de la exousía de Jesús. Para ello, una justificación puramente formal no es suficiente a los ojos del evangelista Marcos. Los escribas eran los legítimos representantes del poder de la palabra. Pero, para el evangelista, simplemente no lo eran.

Por tanto, ya no basta con religar la legitimidad del ejercicio del poder con el estado civil, con la presencia de una consagración o con un encargo formal. Aquel en quien no se cree, cuyas palabras se han convertido en formas vacías que ya no tienen la fuerza sanadora y vigorizadora, no tiene la legitimidad para el ejercicio del poder.

En el primer capítulo del más antiguo de los evangelios se describe el sistema de coordenadas para la fundamentación del ejercicio del poder eclesial con el ejemplo de la predicación: el poder se legitima en último término como exousía del seguimiento de Jesús solo en relación con la gente. No existe ningún legítimo ejercicio del poder sin enlace con la comunidad.

Se podría hablar incluso de una necesaria democratización o desacralización del poder divino. El efecto del discurso de Jesús sobre las personas que se maravillan y creen en él, lo que él dice, fundamenta su legítimo poder. El poder de los escribas, en el evangelio de Marcos, se agota en la pretensión que reclaman para sí mismos. Su poder es una envoltura vacía, como un vestido que se ha hecho demasiado grande.

Se ha convertido en una realidad sin relación alguna, sin impacto en las personas. Le falta la autoridad. En contraste con esto, Jesús está investido con un poder fundado en la verdadera autoridad, porque las personas creen en él. Y, ¿por qué creen en él las personas? Porque él entabla una relación honesta con las personas, de modo que sus palabras provocan curación, liberación y nueva consideración. ¡Así debe ser!

ENLACE. Articulo completo “¡Así debe ser! Una Iglesia bajo la pretensión del poder de Jesús”, de Burkhard Hose, publicado en Selecciones de Teología (Dic. 2019)

Fuentes:

Selecciones de Teología / Pintura: “El Sermón de la montaña” de Carl Heinrich Bloch (1877)

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