San Pablo VI: El gran llamado por una Iglesia que dialoga con todos
1:00 p m| 14 ago 19 (FP/VATN).- En la actualidad, en las grandes problemáticas del mundo, lo común es encontrarse con perspectivas cerradas, debates que derivan en monólogos y acuerdos que parecen una utopía. Sin embargo, debemos considerar que la Iglesia tiene la consigna de convertir al diálogo en el motor y el camino. Así, sostener el desarrollo de la humanidad y el bien común, muchas veces en riesgo por la gran diversidad cultural y religiosa, que puede generar tensiones y odio.
Precisamente, el pasado 6 de agosto se recordó el 55 aniversario de la publicación de la encíclica Ecclesiam Suam (1964), escrita por San Pablo VI -sucesor del papa Juan XXIII- y conocida como la Encíclica del Diálogo. Este documento, que demuestra vigencia, profundiza en las relaciones que la Iglesia debe establecer con el mundo, teniendo al diálogo abierto como eje de interacción con cualquier comunidad.
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En la existencia de San Pablo VI, el 6 de agosto no coincide sólo con su dies natalis (1978) pero también representa una fecha fundamental en el Magisterio de este Papa, sucesor de Juan XXIII y de quien había heredado el importante desafío del Concilio Vaticano II. La referencia es a la publicación de la primera Encíclica de Montini, Ecclesiam Suam.
El documento fue conocido como la Encíclica del Diálogo, aunque el “diálogo” no es la única línea programática trazada por el Pontífice. Fue el 6 de agosto hace 55 años. Vatican News conversó sobre eso con Don Angelo Maffeis, presidente del Centro de Estudios del Instituto Pablo VI de Concesio (Brescia), lugar de nacimiento de Giovanni Battista Montini.
-Don Maffeis, Ecclesiam Suam, además de ser la primera encíclica del papa Pablo VI, es el primer documento oficial del Magisterio en el que aparece la palabra “diálogo”.
Eclesiam Suam, fue la encíclica inaugural del pontificado de Pablo VI, la primera. Así, como siempre sucede con cada nuevo pontificado, se examinaron los temas que el Papa recién elegido abordará en su magisterio y en su acción pastoral. En el caso de Pablo VI, esto se entrelaza con el hecho que de su predecesor, Juan XXIII, había heredado el Concilio Vaticano II, que se había abierto en octubre de 1962 y que había dado sus primeros pasos.
De alguna manera Pablo VI quiere reflexionar sobre la Iglesia, proponer su reflexión y lo hace en un contexto en el que el Concilio Ecuménico se interroga sobre los mismos temas. Hay casi un juego de espejos entre el discurso del 29 de septiembre de 1963, cuando Pablo VI inauguró el segundo período del Concilio -el primero presidido por él- y la encíclica que apareció al año siguiente y que desarrolla, precisamente, los temas que ya había esbozado.
De hecho, el diálogo tiene un papel central, aunque no sea el único tema que se desarrolla en el documento. Esta centralidad ha sido confirmada también por una serie de notas de Pablo VI tituladas “Notas para una encíclica sobre el diálogo”. Montini, desde sus primeros años, sintió la necesidad de que la Iglesia y el anuncio cristiano, volviera a encontrar las vías de comunicación con la cultura contemporánea y llegó precisamente a la Cátedra de Pedro, con este concepto importante no sólo para la Iglesia, sino también para la cultura del diálogo.
-¿Qué entendía el Papa Pablo VI por “diálogo” y, sobre todo, a quién se dirigía?
Para comprender la naturaleza del diálogo -como Pablo VI lo quiso precisamente- hay que partir de lo que podríamos definir su dimensión vertical: para Pablo VI el diálogo es ante todo el coloquio salutis, el coloquio de la salvación, que Dios mismo comienza por la Palabra que se dirige a la humanidad, la Palabra de su revelación, la Palabra con la que dirige y salva a su pueblo.
Y precisamente porque Dios inició este diálogo, Pablo VI afirma que la misión de la Iglesia es introducir en la conversación humana esta Palabra que Dios le ha confiado, que los creyentes, en primer lugar, deben escuchar y que deben introducir en el circuito de la conversación y el diálogo entre los seres humanos.
Montini también rechaza una visión de los círculos concéntricos con los que debe desarrollarse este diálogo. Es un diálogo que se desarrolla en primer lugar con los cristianos, luego la impronta y la importancia del tema ecuménico para el Vaticano II, que expresa todo su pontificado. Diálogo que se manifiesta entonces con todas las demás religiones y, finalmente, con toda la humanidad. Podemos decir que Pablo VI nos invitó a compartir esta confrontación y este esfuerzo, por un lado, para responder a la Verdad que Dios ha manifestado y, por otro, para cooperar por el bien de la humanidad.
-55 años después, ¿podemos decir que Ecclesiam Suam, precisamente porque es la “¿Encíclica del Diálogo”, tiene aspectos actuales?
Por supuesto que los contextos han cambiado, pero la demostración más obvia de la importancia del diálogo es la alternativa al diálogo. Hoy tendemos a excluir el punto de vista de los demás, una alternativa que en su raíz compromete la posibilidad de que los seres humanos vivan juntos. Por tanto, nada de esta actitud nos hace comprender que, por difícil que sea el camino del diálogo, requiere paciencia y, por un lado, fidelidad a las propias convicciones -porque, ciertamente, nada está más lejos de la idea de Pablo VI de fracasar en las condiciones de la fe cristiana- y, por otro lado, está convencida de que el mensaje cristiano debe llegar a la humanidad, y que la humanidad es lo que se nos da en un momento histórico determinado.
Hay otro gran recuerdo de Pablo VI cuando, al concluir el Concilio, en vísperas de la última sesión pública del 7 de diciembre, comparó el trabajo del Concilio con el acto por el que la Iglesia, como el Buen Samaritano, se inclinó por la humanidad contemporánea.
Dice que simplemente quiere “servir a la humanidad” y me parece que esta conciencia, por un lado, de la Palabra de la que la Iglesia es portadora y guardiana, y por otro de la humanidad a la que es enviada, son los grandes temas universales, pero que reflejan la situación particular en la que se desarrolló el pontificado de Pablo VI.
Diálogo en la Iglesia: adaptarse al interlocutor
Reconocer como maestro a una persona es probablemente uno de los mejores títulos que podemos otorgarle. Maestros que en algún momento abrieron ventanas que parecían cerradas y que, sobre todo, nos enseñaron a mirar. Con sus palabras descubrimos que lo de siempre podría ser distinto. Nos hablaban como nadie lo había hecho antes y, en cierta forma, cambiaron a mejor nuestra vida.
Cuando el 21 de junio de 1963 el mundo recibía al Papa que llevó a la iglesia hacia la modernidad, Jorge Mario Bergoglio se licenciaba en Filosofía en Argentina, sin imaginar siquiera que sería él quien declararía Santo a Pablo VI.
Entre medias, 55 años de historia de la Iglesia, 15 de ellos guiados por un Papa gigante, que se anticipó al pontificado del diálogo y de los gestos que hoy vemos en Francisco. Cuando te asomas a las páginas de la primera encíclica del Papa Montini, Ecclesiam suam, te preguntas por qué tardaste tanto en descubrirla. Te encuentras ahí con un maestro de la comunicación que, de forma visionaria, nos advertía que en el diálogo está la palanca capaz de poner en marcha el motor para que la Iglesia lleve a término su misión de Evangelizar.
Pablo VI preparaba así el terreno de los años turbulentos que siguieron a 1968. Reconoce que la Iglesia no puede mantener un “diálogo uniforme”, sino que hay que adaptarse al interlocutor, porque “una cosa es dialogar con un creyente y otra con uno que no cree”. Palabras como reforma o renovación no entraban dentro del vocabulario habitual de los Papas hasta que llegó Pablo VI. La Iglesia que ahora vemos es, en buena parte, mérito suyo. Gracias a su apuesta por poner en práctica una comunicación traducida por el compartir juntos, y al impulso que dio al diálogo dentro y fuera de los muros vaticanos, allanó el sendero del ecumenismo que transitaron después sus sucesores.
Como todos los buenos maestros, fue siempre por delante. Quienes le conocieron aseguran que el diálogo fue su modus operandi antes y después de ser elegido Papa: escuchaba, alentaba, preguntaba y exigía, pero siempre con respeto. Convencer sin imponer. Llamaba a las puertas sin forzar la libertad de las personas. No sorprende que Francisco se refiera a él en tantas ocasiones. Los dos papas encontraron el equilibrio necesario para que el deber evangelizador propio de la Iglesia no entorpeciera el diálogo con el mundo.
Digamos que Francisco aprendió de Pablo VI a situar a la Iglesia en coloquio constante con la sociedad en la que vive. El día de su beatificación, Francisco le lanzó el mejor de los piropos que se pueden decir de un Papa: “Supo de verdad dar a Dios lo que es de Dios, dedicando toda su vida a la sagrada, solemne y grave tarea de continuar en el tiempo y extender en la tierra la misión de Cristo”.
El pasado 6 de agosto, día en el que se cumplían 40 años de su muerte, Francisco bajó a las grutas vaticanas para rezar a solas ante la tumba del santo que decía que “todo lo que es humano tiene que ver con nosotros”. Nada tan simple como programático. Hoy Francisco comparte también con él su anillo del Pescador. Escogió el de Montini entre todos los que le ofrecieron. Allí, entre los pilares de la Basílica de San Pedro, tan cerca de la tumba de Pedro intercambiaron confidencias. Diálogos entre dos papas que funcionan con una lógica distinta a la que andamia el mundo. La lógica de Jesús de Nazareth. Papas hechos de esa pasta de la que tanto necesita el mundo.
La Encíclica del Diálogo: una mirada desde la Doctrina Social de la Iglesia (Texto de Jorge de Juan Fernández)
La encíclica Ecclesiam Suam no aborda temas concretos del mundo social: derecho a la asociación de trabajadores, desarrollo y subdesarrollo económico, remuneración justa, agricultura, industria, etc. sin embargo ha sido considerada como uno de los grandes mensajes sociales puesto que aborda las relaciones que debe entablar la Iglesia con el mundo, lo cual constituye el escenario base donde se debe desarrollar la Doctrina Social de la Iglesia.
A los cincuenta años de su publicación, efectuamos una relectura del contenido de la misma, desde el punto de vista social, y podemos comprobar la plena vigencia de toda su argumentación, pues el diálogo, eje central de la encíclica, siempre será un instrumento eficaz entre las comunidades cristianas y la comunidad civil y política, un instrumento idóneo para promover e inspirar actitudes de correcta y fecunda colaboración, según las modalidades adecuadas a las circunstancias.
Publicada el 6 de agosto de 1964, la Ecclesiam Suam no es propiamente hablando una encíclica social pero, al igual que Juan XXIII, la dirige también a todos los hombres de buena voluntad. De forma prudente y sabia Pablo VI afirma en la encíclica, en varias ocasiones, que no pretende “decir cosas nuevas ni completas; para eso está el concilio ecuménico”, pero abre su corazón de pastor y comunica a la Iglesia entera tres pensamientos que agitan su espíritu y que en el desarrollo de la encíclica los concierne en tres ejes fundamentales del documento:
- El primero es el convencimiento que este es un momento en que la Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma.
- El segundo es el deber de la Iglesia, de corregir los defectos de los propios miembros y de hacer tender a éstos a una mayor perfección.
- El tercero brota de los dos anteriores. ¿Qué tipo de relaciones debe establecer hoy la Iglesia con el mundo que la rodea, donde ella vive y trabaja?
ENLACE. La Encíclica Ecclesiam Suam a los 50 años de su publicación. Una mirada desde la DSI (Documento de Jorge de Juan Fernández)
Enlaces relacionados:
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- Hace 50 años, la “Ecclesiam suam” de Pablo VI: el diálogo con la modernidad
- La Iglesia, servidora del diálogo. Teoría y praxis del diálogo social según el papa Francisco
- Diálogo… pero, ¿qué es dialogar?
Fuentes:
Fundación Pablo VI / Vatican News / Institutos Pontificios de Filosofía y Teología (España)