La crisis: una mirada desde lo espiritual y antropológico
9:00 a m| 20 feb 19 (SDT).- Las crisis son situaciones transitorias que son parte del propio crecimiento del ser vivo. Crisis se encuentran en la cosmología, en la biología, en la psicología, en la historia y en la sociedad. También en el progreso de los conocimientos y en el desarrollo de la vida espiritual. No son solo inevitables sino también necesarias: indican el paso de una etapa a otra.
Este paso es siempre incómodo, difícil e incluso peligroso, porque se desestabiliza lo que estaba en equilibrio. Tras la crisis, se necesita habilidad, valor, tiempo y paciencia para lograr una renovada armonía. Reproducimos extractos del texto de Javier Melloni Ribas SJ, publicado en “La Civiltà Cattolica” y traducido por “Selecciones de Teología”.
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El término “crisis” deriva del griego krinein (separar, distinguir). Se puede decir que crisis es cualquier cosa que implica una ruptura y lo que se rompe debe analizarse. De la misma raíz deriva el término “crítica”, como una observación que intenta comprender y tomar posiciones ante aquello que se le presenta.
En lengua china, “crisis” tiene dos acepciones: peligro y oportunidad. El peligro nos pone en guardia y esto tanto puede significar un retroceso o bien disposición a avanzar. El riesgo consiguiente estimula, pero su carácter amenazante puede paralizar. De aquí la segunda palabra: “oportunidad”, la cual indica que tal situación puede ser también una ocasión para realizar un salto de calidad y de crecimiento.
Este es el desafío que comporta toda crisis: puede provocar un retroceso y un decaimiento; o bien, al contrario, ofrece impulsos para avanzar. Para afrontar la situación en la segunda opción, se requiere una confianza que promueve una potencialidad latente, que todavía no se ha manifestado.
Las crisis son situaciones transitorias constitutivas del propio crecimiento del ser vivo, sea en la naturaleza o en los seres humanos, y en un ámbito que puede ser tanto personal como colectivo. Todos los sistemas conocidos participan en procesos de este tipo, que no se desarrollan sin períodos de ruptura y de discontinuidad. Todas las tradiciones de la sabiduría afirman que, de una manera u otra, las crisis no son solamente inevitables sino también necesarias.
El aspecto contrario de la crisis es la “homeostasis”, que pertenece también al orden de la naturaleza y de los seres vivos: es decir, la tendencia a la estabilidad. Sin esta característica, los procesos no se podrían consolidar. Al mismo tiempo, sin esta crisis, la estabilidad se convertiría en inacción o inactividad y se frenaría el crecimiento.
La vida está atravesada por un misterioso impulso, un “siempre cada vez más”, un dinamismo que caracteriza también la esencia del carisma ignaciano. La vida se mantiene en un continuo desarrollo y las tensiones forman parte del proceso de cambio y de crecimiento.
-Las crisis en el desarrollo del ser humano
El crecimiento del ser humano no es lineal sino que discurre a través de una serie de rupturas. La primera de ellas es el nacimiento, como la mayor crisis de nuestra vida, junto con la muerte, que es la última. Nuestra existencia constituye un segmento entre dos rupturas, entre las cuales tiene lugar un cambio cualitativo entre un modo de ser y otro diferente. El nacimiento comporta el abandono del seno materno para exponerse al desafío de la individualidad. El hecho de morir significa la separación de esta individualidad para entrar en otro modo de existencia.
Cada tipo de crecimiento comporta, asimismo, un tipo de crisis. La alimentación, por ejemplo, provoca una alteración al dejar la dependencia materna y se comienzan a ingerir alimentos sólidos, lo cual es paralelo a la aparición de nuevos órganos corporales como los dientes, que horadan las encías para aparecer. Con la pubertad experimentará el cambio hormonal -más turbador en las mujeres- y el despertar de la sexualidad, con todos los descubrimientos y turbaciones que ésta comporta.
Así avanza la vida, haciendo camino continuamente, aunque a costa de abandonar los ambientes familiares para adentrarse en otros inexplorados. Todo lo que hemos señalado respecto al desarrollo personal (ontogénesis), se puede aplicar también al desarrollo de la especie (filogénesis). Sin crisis, sin una discontinuidad que someta a prueba nuestra capacidad, continuaríamos siendo amebas (protozoos).
-La crisis en el campo del conocimiento
En los años sesenta del siglo XX, Thomas S. Kuhn (autor de la obra “La estructura de las revoluciones científicas”), sorprendió a la comunidad intelectual al señalar que las ciencias no avanzaban según un proceso acumulativo sino mediante crisis, discontinuidad y roturas. Su teoría relativa al “cambio de paradigma” mostraba que el conocimiento no progresaba o avanzaba de un modo lineal, sino mediante sucesiones de ciclos.
En su estado normal, la ciencia no permite descubrir cualquier novedad práctica o teórica. Gradualmente, empiezan a aparecer anomalías, las cuales muestran que la naturaleza ha violado las expectativas con las que venía siendo observada. Cuando aparecen nuevos fenómenos, al principio suelen ser ignorados, pero con el tiempo es preciso cambiar el método de abordarlos. Esto significa, a la larga, un cambio de paradigma. Hasta que no se haya producido este cambio, no se logra ver la importancia del descubrimiento que lo ha provocado.
-Pasos necesarios para que se produzca un cambio de paradigma
Sintetizando el proceso, los pasos necesarios para que se produzca un cambio de paradigma son los siguientes: 1) en primer lugar, existe la situación previa de la anomalía. Se percibe solo aquello que se espera, puesto que solo a esto se presta atención. 2) En segundo lugar, se manifiesta la aparición de la irregularidad y esto comporta un reconocimiento lento y gradual, sea intelectual o por la observación. 3) En tercer lugar, se produce el consiguiente cambio de la categoría y del desarrollo del paradigma, acompañado de la inevitable resistencia de quien sostiene todavía el paradigma precedente.
-El sentido de la crisis en la psicología contemporánea
Stanislav Grof, uno de los fundadores de la psicología transpersonal, ha destacado la importancia de la crisis en el desarrollo de la vida espiritual. Frecuentemente éstas se presentan como una presión que ejercen en el yo consciente, que no cede fácilmente ante estas irrupciones. Es indispensable saber reconocer estas crisis de transformación. Grof distingue dos tipos: el surgir y la emergencia espiritual.
El surgir es fluido y fácil de integrar. Comporta una introducción gradual de nuevas ideas e intuiciones, con expansiones emotivas que son fáciles de controlar; otorga confianza al proceso y no es necesario hablar de cambio. En cambio, las emergencias son explosivas y traumáticas puesto que superan el cuadro de conocimiento del que se dispone; las nuevas intuiciones amenazan el mundo que se conoce.
-Crisis existencial entre los cuarenta y los cincuenta años
La crisis de la mitad de la vida ha sido denominada por algunos autores el “segundo viaje”. El primero sería el proceso que abarca de la infancia hasta la madurez, pasando por la adolescencia. El tercero sería la ancianidad con los últimos años antes de morir. Vamos a ilustrar este “segundo viaje” mediante tres testimonios distantes en el tiempo.
1) Dante Alighieri: La crisis se presenta a Dante como una selva oscura, salvaje, áspera y fuerte. Recordar este extravío le espanta, porque tiene un sabor de muerte. En realidad es así: el yo debe morir. Y en esta muerte está el camino hacia la vida. Sin esta toma de conciencia, la vida se estanca en repeticiones continuas. Solamente el verdadero encuentro con uno mismo permite avanzar hacia la plenitud.
2) Pierre Teilhard de Chardin: En el libro “El medio divino” expresa muy bien aquello que experimenta una persona en una crisis. Desaparece aquello que la sostenía hasta aquel momento, y esta persona percibe cómo su camino se angosta a sus pies. Una discontinuidad que Teilhard describe como una caída en el abismo. Pero, en lugar de retroceder, desciende hasta el fondo, sin refugiarse en las evidencias convencionales. Solamente hasta haber alcanzado el fin de esta exploración y de esta expoliación, puede surgir el hombre nuevo.
3) Juan de la Cruz: Otro autor que trata de las crisis como de elementos ineludibles del propio camino es san Juan de la Cruz. Las llama “noches” y distingue entre las noches del sentido y las del espíritu que, a su vez, se dividen en activas y pasivas. Esto indica una sucesión de crisis cada vez más profundas, donde la transformación es más radical y se pasa del escoger al sufrir.
El paso por la pasión originó la crisis de Jesús y también la de los discípulos. Solo prescindiendo de sus expectativas mesiánicas pudieron acceder al Cristo revelado y no proyectado. También san Ignacio de Loyola sufrió la herida que le hizo cambiar radicalmente el sentido de su vida. Sin la fractura (que fue real en su caso), no se hubiese cuestionado su pasado y no habría cambiado de camino.
-Ante la situación colectiva actual
Todo esto se puede –y se debería- aplicar al ámbito colectivo y al momento actual. La economía no está separada de los procesos de transformación social y humana. Nos vemos empujados a caminar hacia una nueva sociedad, que no se fundamente en la avidez del tener sino en la cualidad del ser. El decrecimiento sostenible, del cual han hablado hace cierto tiempo economistas como Serge Latouche, comienza ahora a ser escuchado. Lo ha expresado bien el cantautor argentino Facundo Cabral : “Poseer menos para tener más”.
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Fuente:
Selecciones de Teología