Romero, Montini: Santos y guías para la Iglesia hoy
9:00 p m| 11 oct 18 (TDA/VATN).- Pablo VI y el arzobispo Óscar Romero estarán unidos en la celebración de su canonización. Es una cercanía significativa. Son dos grandes testigos del siglo XX: dos santos del Concilio Vaticano II. El uno porque lo llevó a término y el otro porque vivió el espíritu hasta el final. La unión en esta celebración refleja también el vínculo que tuvieron en vida. Romero fue elegido en 1977 por el papa Pablo VI para ser arzobispo de San Salvador, y en unas palabras que el arzobispo salvadoreño le dedicó al pontífice italiano, expresó su admiración y cómo fue inspiración para su vida sacerdotal.
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Una reflexión sobre dos nuevos santos: Pablo VI y Romero
Unidos en la vida y en la muerte. Unidos en la santidad que un Papa latinoamericano proclamará el domingo a la mañana. Y unidos por el martirio, como dirá el postulador de Romero, el obispo italiano Vincenzo Paglia. Esa comparación también la comparte el jesuita Bartolomeo Sorge, porque “uno dio la vida por la Iglesia promoviendo el Concilio Vaticano II a pesar de las críticas, las ofensas y los ataques contra su persona; el otro, amando a Pablo VI y la ruta por la cual quería encaminar a la Iglesia”.
Y de martirio, como se recordará, habló también el Papa actual a los integrantes de la peregrinación proveniente de El Salvador para agradecer la beatificación de Romero, el 30 de octubre de 2015: “El martirio de Mons. Romero no fue puntual en el momento de su muerte, fue un martirio-testimonio, sufrimiento anterior, persecución anterior, hasta su muerte. Pero también posterior, porque una vez muerto –yo era sacerdote joven y fui testigo de eso– fue difamado, calumniado, ensuciado, o sea que su martirio se continuó incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en el episcopado”.
La relación de Romero con Pablo VI tiene una extraordinaria importancia en la vida del santo salvadoreño. Fue para él una fuente de inspiración en los años de su juventud, consuelo en los momentos difíciles y defensa contra los ataques. “Entre ellos hubo una relación de maestro-alumno” dice el padre Rafael Urrutia, quien trabajó toda su vida por el resultado al que se ha llegado hoy, con un Papa latinoamericano. “Romero se había aficionado mucho a las enseñanzas de Pablo VI, quien lo elevó al episcopado como obispo de Santiago de María, luego auxiliar y finalmente arzobispo de San Salvador”.
Urrutia considera que no se puede comprender a Romero sin “las tres devociones principales que nutrían su fecundo ministerio: el Santísimo Sacramento, la Santísima Virgen María y la Iglesia, la que concretaba en la persona del Papa”. Su lema episcopal Sentir con la Iglesia se traducía para Romero en un “sentir con el Papa”. “Más tarde añadirá en su vida arzobispal una cuarta devoción al Sagrado Corazón, a quien le había consagrado toda su vida, consagración que renovada cada mes”.
Urrutia es párroco de una populosa parroquia que hoy lleva el nombre de Romero. Allí guarda archivos importantes que han sido fundamentales para la causa de canonización. Elije algunas hojas de un grueso libro que reúne todas las homilías pronunciadas por Romero. “El 2 de julio de 1978, Monseñor Romero retomó su habitual predicación dominical, después de un viaje que debió realizar a Roma para aclarar al papa Pablo VI ‘algunos malos entendidos’, surgidos de informaciones falsas o interesadas”, explica Urrutia.
“Monseñor disfrutaba mucho pasar unos días en Roma junto al sucesor de Pedro, eso le daba la oportunidad de sentir con la Iglesia y vivir la comunión con el Romano Pontífice muy de cerca, ‘porque allá donde ya saben cómo amo y soy solidario de la Sede del Sucesor de Pedro, no podrían dudar de mi fidelidad al Papa’ comentaba con sus amigos”. En Roma tuvo un encuentro reconfortante con Pablo VI.
“Cuando volvió a su patria, en la celebración de ese día habló a su pueblo de la experiencia vivida en Roma como una vuelta al corazón de la Iglesia, a nutrirse de la sangre misma de la Iglesia personificada por Pablo VI. Urrutia lee: “Cuando yo veía circular junto a la tumba de San Pedro o junto a la cátedra del Papa peregrinaciones llegadas de todas partes del mundo, me parecía algo así como el torrente sanguíneo de la humanidad que pasa por el corazón para oxigenar después a toda la Iglesia. Porque eso es el Papa: ¡El corazón de la Iglesia!””. Las nueve fotografías de aquel día en Roma con Pablo VI son las que cuelgan en la minúscula habitación donde vivió Romero los últimos años.
Preguntamos a Urrutia si imagina cómo se comportaría hoy Romero frente a los ataques contra el papa Francisco, el último de los cuales provino de un colaborador muy cercano, el exnuncio en Washington Carlo María Viganò. “Seguramente lo hubieran hecho sufrir, lo hubiera sentido como un ataque a toda la Iglesia, y nos hubiera puesto a todos de rodillas para rezar por el Papa”.
Pablo VI y monseñor Romero se vieron por última vez el 21 de junio de 1978, un mes y medio antes de la muerte de Montini. En su diario, Romero recordará aquel encuentro con particular afecto. Cuenta que el Papa fue con él “cordial, generoso, la emoción de aquel momento no me permite recordar palabra por palabra”. Montini le dijo que sabía lo difícil que era su trabajo, “que puede no ser comprendido, necesita tener mucha paciencia y mucha fortaleza”. Y las palabras de aliento al final, que fueron tan importantes para Romero: “Ya sé que no todos piensan como usted en su país, proceda con ánimo, con paciencia, con fuerza, con esperanza”.
Al año siguiente Romero volvió a Roma. Estuvo con Juan Pablo II y después fue a rezar a la tumba de “su” Papa para recibir ese consuelo que probablemente no había recibido. “Me ha impresionado, más que todas las tumbas, la sencillez de la tumba del papa Pablo VI”, le confesó al viejo grabador Bigstone. “Sentí especial emoción al orar junto a la tumba de Pablo VI, de quien estuve recordando tantas cosas de sus diálogos conmigo, en las visitas que tuve el honor y la dicha de ser admitido a su presencia privada”. El diálogo sigue ahora, entre dos santos.
La homilía del 2 de julio de 1978: De Romero a Montini
“Cuando yo veía circular junto a la tumba de San Pedro o junto a la cátedra del Papa peregrinaciones llegadas de todas partes del mundo, me parecía algo así como el torrente sanguíneo de la humanidad que pasa por el corazón para oxigenar después a toda la Iglesia. Porque eso es el Papa: ¡El corazón de la Iglesia!
Y todo aquel que oxigena su sangre, su vida, su piedad en esa unidad con el Papa, es un miembro sano, vivo de esta Iglesia que estamos viviendo esta mañana en esta Catedral de San Salvador; y a través de la radio, en muchas comunidades allá lejanas, o junto a muchos enfermos, o junto a tantos seres queridos que no han podido venir, pero que siente este momento de plegaria, que juntos con su Pastor, estamos todos elevando al Señor ‘pro Pontífice nostro Paulo’, por nuestro Pontífice Paulo, en el quince aniversario de su elección y de su coronación como Romano Pontífice, ¡Ese hombre de Dios es un santo!
Es un santo, en su fragilidad, en sus 81 años atormentados por la artritis, casi arrastrando sus pasos, ¡pero con una mente lúcida! ¡Y sobre todo un corazón que es todo un volcán de amor para la humanidad! ¡Es un santo! ¡Es un discípulo verdadero de Cristo! El Papa; un hombre que no vive para sí, un hombre que todas las palpitaciones de su amor son para sentirse padre, conductor, guía, pastor de la humanidad.
Un hombre bueno y santo, que sabe que el precio de amar al Señor es apacentar al mundo entero con un corazón gigante para no acobardarse ante las embestidas de tanta maldad, de tanta indiferencia de un mundo que se desacraliza, que le da la espalda a lo divino. Pero un Papa que siempre está en busca de ese mundo, para traerlo a su verdadera felicidad.
Al mirar a Pablo VI, cada católico debe sentirse como aquella águila de los salmos a la que un águila más grande lo provoca a volar. Las alturas de la santidad. Las ha escalado. Su fidelidad a Cristo, su amor al pueblo, la perfección de una persona que ya no vive para sí, sino que vive para ser ejemplo y meta de todos aquellos que quieren seguir a Nuestro Señor Jesucristo. Él es el verdadero seguidor.
Decía: ‘Cada uno tiene que seguirlo en su propia vocación: los sacerdotes con una santidad sacerdotal; los religiosos y las religiosas, con una santidad de vida consagrada; los casados con la fidelidad santa de su matrimonio; los solteros con la castidad propia de quienes deben de hacer a Dios el homenaje, el holocausto de su propia carne; la juventud, la niñez’. Por eso el Papa a todos nos quiere santos; y cada uno en la propia meta de su propia vocación.
El Papa es roca, es piedra, es solidez, es fundamento. Por eso, cuando uno, predicador de esta Iglesia, siente la dicha de estar en contacto directo con esa roca que es el Papa, cuando sientes al Pastor que te estrecha las manos y te fortalece el ánimo, se siente que uno está a plomo sobre una construcción inmortal que, aun cuando soplen los vientos del infierno, no prevalecerán. Porque es Cristo el que está construyendo sobre esa roca firme la santidad de su propia Iglesia”.
Los santos, uno de los mayores regalos de Dios para la Iglesia (Texto de Mario Arroyo – Lucidez)
Parece que está de moda declarar santos a los Papas. Con Pablo VI, Francisco ha conferido el título de santo a 3 pontífices. ¿Se está abaratando la santidad?, ¿ya está incluida en el título de “Papa” a la manera de combo espiritual? Podría parecer así para una mirada superficial. Otros, en cambio, considerarán sospechoso que se declare santos, justo a la mitad del Sínodo sobre los Jóvenes y el discernimiento vocacional –el 14 de octubre- a dos pastores asociados por algunos al “ala izquierda” de la Iglesia, como serían Monseñor Romero y Pablo VI.
Sin embargo, una mirada de fe -imprescindible si uno quiere comprender la compleja realidad de la Iglesia, donde se encuentran inescindiblemente entreverados el elemento humano y el elemento divino- muestra otra realidad. En primer lugar, el fenómeno sobrenatural de la Iglesia es extraño al esquema filosófico, político, sociológico, que etiqueta y simplifica la realidad en izquierda, centro y derecha. Las etiquetas simplifican y sirven, con frecuencia, para discriminar y descalificar al interlocutor antes de que pueda afirmar nada; son una sutil herramienta de manipulación.
En segundo término, la canonización de un Papa y de un obispo constituyen una particular muestra de la Misericordia de Dios con su Iglesia. En efecto, los santos constituyen uno de los mayores regalos de Dios para la Iglesia y el mundo por su impacto benéfico, la huella de bondad que deja su vida. Más urgente e importante resulta el regalo si el beneficiado es miembro de la jerarquía eclesial, tan vilipendiada y desprestigiada por los recientes escándalos de pedofilia y encubrimiento.
Es particularmente necesario y urgente que se propongan como modelos a pastores santos, como lo fueron Pablo VI y Romero. Al mismo tiempo, es prioritario difundir su vida y su ejemplo, en un mundo donde solo las malas noticias parecen merecer el título de “noticia.” Por el contrario, resulta urgente proclamar: “también hay buenas noticias”; “también existen pastores ejemplares en la Iglesia”; “la Iglesia sigue difundiendo un mensaje divino y liberando al hombre al hacerlo.” Se alimente así una auténtica esperanza.
A la necesaria confesión de culpa, que el Papa en primera persona ha hecho, o que han realizado conferencias episcopales enteras, como la de Chile, debe unirse una “confesión de santidad”, como lo será la canonización de Pablo VI y Monseñor Romero. Otra cosa implicaría contentarse con una imagen sesgada, reductiva y por ello manipuladora de la Iglesia, extraña a la verdad.
La realidad incluye las dos caras de la moneda: la culpa y la santidad. En ellas se observa, misteriosamente, cómo el elemento humano de la Iglesia puede oscurecer al divino hasta hacerlo irreconocible, pero también cómo el elemento divino puede transfigurar al humano, convirtiéndose así en un ejemplo vivo de la redención y de la virtualidad salvífica de la Iglesia. Por eso, ambas canonizaciones son importantes.
Ahora bien, una canonización, es decir, la proclamación solemne por parte de la máxima autoridad de la Iglesia de que uno de sus hijos es santo, es decir, goza ya de la visión de Dios, es un asunto serio, constituye un elemento de fe, no puede dejarse al arbitrio de complejos cálculos coyunturales de conveniencia. No se declaran santos porque “resulta oportuno” sino porque fueron santos. Esa santidad resulta providencial, muy oportuna para la Iglesia y el mundo de hoy.
Somos así testigos de la historia de la salvación, que Dios entreteje a través de los libres avatares de la historia humana. No es, entonces, una santidad oportunista, y por ello falsa o devaluada, sino real. La voz de Dios se expresa a través de los milagros atribuidos a la intercesión de los nuevos santos, muy elocuentes, cargados de mensaje y similares entre ellos: para Pablo VI la curación de un feto en el quinto mes del embarazo; para Monseñor Romero, la curación inexplicable de una mujer embarazada.
El estudio desapasionado de su vida nos proporciona la certeza moral de la santidad de la misma. Pablo VI fue un Papa valiente, que no tuvo miedo de elevar su voz profética en contra de lo “políticamente correcto” al publicar su polémica Encíclica “Humanae Vitae”, prefiriendo así agradar a Dios que a los hombres. Fue el Papa que llevó a buen término el Concilio Vaticano II, que abrió a la Iglesia a un diálogo más vivo con la cultura, y tuvo que soportar el silencioso martirio espiritual que supuso el postconcilio.
San Pablo VI sufrió mucho, por la incomprensión de la Iglesia, del mundo, y la dolorosa sangría de sacerdotes que colgaron la sotana en los años 70 del siglo XX (4222 solo en 1973). Ese fue su calvario, que llevó en el silencio de la oración: firmaba personalmente cada dispensa de los compromisos sacerdotales. Romero, por su parte, tuvo que refrendar con la sangre su profética denuncia de la injusticia y su desvelo por los pobres. En ambos casos la santidad fue certificada con la Cruz.
Serán 7 nuevos santos, entre ellos Pablo VI y el arzobispo Romero
También serán canonizados la monja española-boliviana Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús, los sacerdotes italianos Vincenzo Romano y Francesco Spinelli, la monja alemana María Caterina Kasper y el laico italiano Nunzio Sulprizio.
ENLACE: Quiénes son los nuevos santos que canonizará el Papa Francisco este domingo
Fuentes:
Tierras de América / Vatican News / Lucidez