El nuevo cardenal japonés que desciende de los “cristianos ocultos”
3:00 p m| 17 jul 18 (VI/AH/LT).- La historia de fe y martirio que vivieron en los siglos pasados los católicos japoneses está bien presente en su patrimonio espiritual. E incluso se encuentra en su patrimonio genético. El nuevo cardenal de Osaka, el arzobispo Manyo Maeda, que recibió el birrete rojo en el último Consistorio, proviene de una familia de pescadores de la isla de Goto, en donde vivieron durante siglos los “cristianos ocultos”. Son esos creyentes que, frente a la feroz persecución que desencadenó el shogunato Tokogawa a principios del siglo XVII, conservaron y heredaron la llamada de la fe en el silencio del corazón, para que volviera a surgir a finales del siglo XIX, cuando fue cancelada la prohibición del cristianismo.
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Entre los “cristianos ocultos” estaba el bisabuelo de Maeda. Y muchas veces, cuando era pequeño, Manyo escuchó su historia, fuente de reflexión y semilla del florecimiento de la vocación sacerdotal. El ejemplo de tenacidad de los “kakure kirishitan” todavía sigue inspirando sus palabras y sus pasos: ha desempeñado una obra de investigación sobre ellos para reunir material que pueda ser útil para la causa de beatificación.
El nuevo cardenal a menudo reza en la catedral dedicada a Santa María, en Osaka. En la plaza que se encuentra frente a ella, se detiene para ver las estatuas de otros dos ejemplos de santidad entre los cristianos japoneses: Hosokawa Tamako (1563-1600) y Takayama Ukon (1552-1615). La primera fue una noble que se convirtió al cristianismo; el segundo fue un samurái que prefirió perder su estatus social con tal de no renunciar a su fe. Fue beatificado en 2017.
La comunidad de los bautizados que guía el arzobispo Maeda, de 61 años, cuenta con 51 mil almas, en un territorio diocesano que cubre las prefecturas de Osaka, Hyogo y Wakayama, con un total de más de 5,5 millones de habitantes, entre los que hay también 300 mil inmigrantes. Con alrededor de 150 sacerdotes, 600 monjas y 500 catequistas, la obra pastoral y social procede en la condición de pequeña comunidad, como para todos los fieles en la tierra del Sol Naciente, en donde los bautizados representan el 1% de la población.
Maeda tiene un estilo particular para llevar la Buena Noticia y ofrecer el testimonio de su fe en una tierra que durante siglos fue considerada “no adecuada” para recibir la semilla del Evangelio. Al llegar a Osaka, visitó todas las iglesias y parroquias llevando su cercanía y la sensibilidad de un pastor “con el olor de las ovejas”.
Su vena poética lo ayuda tanto en los sermones dominicales como en la relación con los no cristianos: compone haikús, breves poemas tradicionales, para ayudar la reflexión, abrevando en las ricas fuentes de la cultura nipona. Después de su inesperado nombramiento cardenalicio, acogido con sumo estupor, Maeda compuso un haikú titulado “El Pentecostés llega como un rayo en el cielo sereno”, en el que subraya el viento del Espíritu Santo que ha sacudido su vida.
Su fuerza espiritual siempre ha estado acompañada por un constante compromiso social. Fue ordenado sacerdote en la arquidiócesis de Nagasaki en 1975 y obispo en Hiroshima en septiembre de 2011. En las dos ciudades destruidas por las bombas atómicas, ha participado activamente en el movimiento por la paz que los líderes religiosos han promovido en Japón, pidiendo el desarme nuclear.
También esta profunda convicción nace, según el cardenal, de una dolorosa experiencia familiar: su madre sufrió los efectos del bombardeo atómico en Nagasaki. La mujer, que trabajaba en la ciudad, fue expuesta a la luz enceguecedora y al calor que provocó la detonación, y sufrió sus efectos en su cuerpo.
Según Maeda, el sacerdote no es solamente “un administrador de sacramentos”, concepción que a menudo se tiene en los países del Asia oriental y que aleja al clero del pueblo, provocando que los sacerdotes se encierren en sus iglesias. “Los sacerdotes, al ser agentes de paz, según el Evangelio, están llamados a elevar la voz y a hablar con los poderosos”, explicó.
Vicepresidente de la Conferencia Episcopal católica de Japón, el arzobispo no reniega sus humildes orígenes. Todo lo contrario: cuando era párroco, a menudo iba a pescar con su barca, pensando en el llamado de Cristo que un buen día lo convirtió en “pescador de hombres” en una tierra y en una sociedad que no parece estar muy interesada en la vida espiritual.
El contexto de Japón está marcado por una fuerte secularización, por la indiferencia religiosa, el subjetivismo ético y la pérdida del sentido de lo sacro. A más de cuatro siglos de distancia desde que el Evangelio fue anunciado por primera vez en el archipiélago, los cristianos representan una pequeña porción de la población, mientras la mayor parte del pueblo japonés todavía considera el cristianismo como un elemento “extraño” a la propia cultura.
Ante esta situación, Maeda está convencido de que la Iglesia debe volver a las fuentes: el encuentro con Cristo, la íntima relación con Él en la oración. De lo contrario, el rostro de la Iglesia se ofusca y la misión se debilita. En la actual sociedad japonesa, marcada por la soledad de los ancianos, por la reducción drástica de los nacimientos, por el elevado índice de suicidios, la Iglesia, indica Maeda, puede volver a ofrecer palabras de consuelo para todos, pero solamente si vuelve a proponer el mensaje de salvación en Cristo.
El cristianismo en Japón
Cuatro años después de que los primeros barcos portugueses avistaran las costas japonesas, en 1545, un sacerdote de la misma nacionalidad, Francisco Javier, fundador de la orden de los jesuitas, llegó a Japón al frente de una misión cristiana. La nueva religión fue inicialmente bien acogida, siendo apoyada de forma más o menos implícita por el daimyo Oda Nobunaga, fascinado por el armamento europeo.
Pronto la nueva fe comenzó a extenderse, de forma que a principios de la década de 1580 ya se habían convertido al cristianismo casi todos los daimyo de la isla de Kyushu. En la capital, Kyoto, existía una gran congregación cristiana, así como en otras grandes poblaciones. Se calcula que, en estas fechas, el número de conversos podía llegar al millón. No obstante, no está comprobado que el propio Nobunaga se convirtiera al cristianismo, aunque uno de sus últimos retratos lo muestra con un crucifijo.
El clima de tolerancia acabó en 1587 cuando Hideyoshi, sucesor del asesinado Nobunaga, puso fin a se estado de cosas. Algunos novicios jesuitas japoneses -los “mártires japoneses”- fueron crucificados y muchos misioneros expulsados. En 1596 el cristianismo fue oficialmente prohibido. Con el gobierno de Tokugawa Ieyasu la persecución perdió intensidad, aunque nuevamente el clima anticristiano renació con su nieto Tokugawa Iemitsu. Bajo pena de muerte en caso de negarse, los cristianos eran obligados a pisotear una imagen de la Virgen.
La represión hizo que la mayoría de los daimyo abandonaran la nueva fe, de tal forma que, hacia 1640, se puede decir que había finalizado el siglo del cristianismo en Japón. A pesar de ello, un pequeño grupo de fieles conservó su fe cristiana en secreto, especialmente en el entorno de Nagasaki.
“El cristianismo se convirtió en una amenaza para el Gobierno. Se creía, por ejemplo, que destruiría el orden existente. El Gobierno consideró que el cristianismo no sería capaz de convivir con las tradicionales religiones japonesas”, explica a Efe Yukihiro Ohashi, profesor de la Universidad de Waseda en Tokio.
“El cristianismo fue exitoso y justamente por eso fue perseguido”, defiende Renzo de Luca, sacerdote argentino y director del Museo de los 26 Mártires en Nagasaki. Algunas estimaciones hablan de alrededor de 5.500 cristianos asesinados en Japón. Ante la persecución, el cristianismo se vio obligado a disfrazarse.
Religión híbrida
El aislamiento exterior japonés hizo que este cristianismo, ajeno a cualquier contacto con Roma, fuera adquiriendo características particulares, de forma que, por ejemplo, los cultos a Jesús y María acabaran por parecerse al de los poderosos kami sintoístas o bosatsu budistas.
“La gente veía el cristianismo como una ‘secta’ del budismo. Lo más difícil para los misioneros europeos fue hacer entender a los japoneses el concepto de su Creador”, afirma Ohashi. “Dado que la mera traducción produjo muchos malentendidos, se tendió a usar palabras extranjeras (latinas, portuguesas, españolas)”, explica a Efe De Luca.
Entre las oraciones de estos creyentes se escuchaban “padrenuestros”, “avemarías” y “salves”. Con el paso del tiempo, sin embargo, las figuras de los santos y de la Virgen María fueron adquiriendo una apariencia cada vez más similar a las tradicionales estatuas de Buda.
“Sus oraciones y celebraciones fueron disfrazadas para que no desvelaran su contenido cristiano y evitar sospechas y persecución. Por ejemplo, en vez de usar pan y vino, celebran la misa con arroz y sake japonés”, añade De Luca. Tras la prohibición del cristianismo en el país, la ausencia de sacerdotes dejó en manos de personas ajenas al clero el bautismo de nuevos cristianos.
En 1872 las disposiciones anticristianas fueron revocadas, pero los cristianos locales se negaron a unirse a la Iglesia de Roma. Actualmente esta rama cristiana es un minúsculo elemento en el complejo mapa de las religiones en el Japón. Se calcula que en la actualidad existen 600000 cristianos en Japón, de un total de 130 millones de habitantes.
La cara secreta de los cristianos
Los “kakure kirishitan”, o cristianos ocultos, rezan en idiomas que ni siquiera conocen, se preservan únicamente en la memoria de estos creyentes nipones, descendientes de quienes en el pasado se vieron obligados a esconder su fe para huir de la persecución, la tortura y el asesinato.
El cineasta estadounidense Martin Scorsese recuperó su historia en la obra “Silencio” (Silence, 2016), una película protagonizada por Andrew Garfield y Liam Neeson. El filme, basado en la novela homónima del nipón Shusaku Endo (1923-1996), publicada en 1966, narra la desesperación de los misioneros jesuitas portugueses en el siglo XVII al toparse con el silencio de su dios frente a las torturas infligidas por las autoridades japonesas a los cristianos.
El concepto “kakure kirishitan” se remonta a los años posteriores a la derrota de los campesinos japoneses -en su mayoría cristianos- frente al shogunato (gobierno militar nipón) Tokugawa en la Rebelión de Shimabara (1637-1638).
Con la reintroducción -por parte de los franceses- del cristianismo en Japón a mediados del siglo XIX, algunos “kakure kirishitan” volvieron a unirse a la Iglesia; en la actualidad, los cristianos representan menos del 1 por ciento de la población.
Otros, sin embargo, no reconocieron al catolicismo como la fe original de sus ancestros. Siglos de ocultación y aislamiento habían transformado su religión en un culto totalmente diferente, rodeado aún en la actualidad de un aura de misterio.
“Hay quien opina que los ‘kakure kirishitan’ no son cristianos. Sin embargo, si todos aceptamos que el cristianismo se ha transformado según la época y el lugar, debemos considerar el contexto (de los cristianos ocultos) con una mayor flexibilidad”, defiende Ohashi.
“Las nuevas generaciones de ‘kakure’ no han mostrado interés en continuar la tradición. Creo que estamos llegando al final de un movimiento religioso que tuvo su significado en una situación social que ya no existe. Por lo tanto, ha perdido gran parte de su significado”, concluye De Luca. Con el estreno de “Silencio”, Scorsese cumple ahora su sueño de casi 30 años: llevar a la gran pantalla el origen de este misterioso culto nipón a punto de desaparecer.
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Fuentes:
Vatican Insider / Artehistoria.com / La Tribuna.hn