Tres preguntas sobre el futuro de las armas nucleares

9:00 p m| 21 jul 17 (AMERICA/BV).- Pese a la no participación de los Estados Unidos y los países de la OTAN -que criticaron el fin como “ingenuo” e “inalcanzable”- las Naciones Unidas han votado a favor de un tratado que prohíbe el uso y posesión de armas nucleares. Un voto histórico que Silvano Maria Tomasi, secretario delegado del Dicasterio vaticano para el Desarrollo Humano Integral, ha calificado como “un nuevo paso en la búsqueda de la paz”. Una reflexión del jesuita Drew Christiansen aborda los diferentes intereses encontrados de los gobiernos y traza un horizonte de lo que podría pasar en adelante.

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En la primera semana de julio, una conferencia especial de las Naciones Unidas aprobó un nuevo tratado para prohibir las armas nucleares. La gente naturalmente se pregunta, “¿Qué sigue?”. En primer lugar, durante la reunión anual de líderes mundiales en la Asamblea General de la ONU en septiembre, el tratado será presentado al Secretario General António Gutteres. Estará disponible para ser firmado a partir del 20 de septiembre. Luego, el 26 de septiembre habrá un evento ceremonial (Día Internacional para la Eliminación Total de las Armas Nucleares), que anunciará la aprobación del tratado y las primeras firmas.

Una vez firmado, deberá ser ratificado por los parlamentos u otras entidades gubernamentales con ese poder. El tratado “entrará en vigor” cuando 50 países lo hayan firmado y ratificado. Con 122 naciones no nucleares votando a favor del tratado al final de las negociaciones, no debería tomar mucho tiempo para que técnicamente “entre en vigor”. Para los otros 49 que no asistieron -entre ellos las potencias nucleares, sus aliados y los países de los denominados “paraguas nucleares”- tomará mucho tiempo más.

Dentro de un año el Secretario General Gutteres convocará la primera conferencia de revisión para examinar los progresos realizados hasta la fecha. En ese momento, uno de los temas prioritarios en la agenda será que los miembros participantes del tratado implementen “una autoridad internacional competente” para verificar “la eliminación irreversible de los programas de armas nucleares” cuando los países con armas nucleares se unan al tratado.

-¿Qué logrará que los países poseedores de armas nucleares también se unan al tratado?

Los defensores del tratado argumentan que con el tiempo el estigma de quebrantar el tratado hará que las naciones poseedoras de armas nucleares se unan también. Ellos citan los precedentes de anteriores tratados de control de armas, con la oposición de las potencias militares, que eventualmente se convirtieron en derecho internacional: la convención sobre armas biológicas, la convención sobre armas químicas y los tratados contra las minas antipersonales terrestres y municiones en racimo. Y aunque el Tratado de Prohibición de los Ensayos Nucleares no ha entrado oficialmente en vigor, sostienen que ya se está poniendo en práctica, incluso por países, como los Estados Unidos, que no lo han ratificado.

La estigmatización depende en última instancia de la fuerza de la opinión pública. Los signatarios volverán a invocar a la sociedad civil, organizaciones como el Comité Internacional de la Cruz Roja, la Campaña Internacional contra las Armas Nucleares y Pax, junto con grupos religiosos y movimientos para mantener la presión sobre los gobiernos para que se unan a la prohibición.

Holanda es un ejemplo del tipo de país en el que la presión popular puede llevar al cambio de políticas. Mientras que Holanda era un participante activo, aunque crítico, en la conferencia que negoció el tratado, votando en última instancia en contra, la mayoría de sus parlamentarios y población tienen posturas muy firmes en contra de la guerra y el armamento nuclear. Por esa razón, con el tiempo uno puede imaginar a los holandeses saliendo del paraguas nuclear de los Estados Unidos y optando por el tratado.

Nueva Zelanda, un aliado occidental, era un líder en el movimiento de “prohibición de la bomba”, y años atrás prohibió en sus puertos barcos que transportan armas nucleares. Nueva Zelanda muestra que es posible ser un aliado estadounidense y apoyar la prohibición de las armas nucleares.

-¿Tiene la religión un rol en el avance de la prohibición de las armas nucleares?

Sí. La conferencia sobre la prohibición era muy consciente de que la sociedad civil había desempeñado un papel importante al sentar las bases de la conferencia de negociación y preveía su participación futura en las reuniones de los estados partes en el futuro (párrafo 8 del artículo 8). Reconoció el papel de los líderes religiosos en este proceso (Preámbulo), invitando al Papa Francisco a pronunciar un discurso de apertura el primer día de la conferencia en marzo pasado.

En su Mensaje del Día Mundial de la Paz 2017, el Papa destacó el desarme nuclear como prioridad de su pontificado. La Santa Sede emitió su voto a favor del tratado en las Naciones Unidas hace dos semanas. Como muestra de la seriedad de su compromiso, el Vaticano celebrará una importante conferencia internacional este próximo noviembre sobre “las perspectivas de un mundo libre de armas nucleares”.

Pax Christi, otras organizaciones católicas y conferencias episcopales están actuando para apoyar la prohibición. El día antes de la aprobación del tratado, el arzobispo Jean-Claude Hollerich, presidente de las Comisiones de Justicia y Paz de Europa, y el obispo Oscar Cantú, presidente de la Comisión Episcopal de Justicia y Paz Internacional de los EE.UU., emitieron de manera conjunta una carta invocando a que los países de Europa establezcan junto a Estados Unidos “una estrategia creíble, verificable y aplicable para la eliminación total de las armas nucleares”.

-¿Qué pasa con Corea del Norte?

Esa es la pregunta en la punta de la lengua, incluso para aquellos que simpatizan con el tratado. El tratado no va a detener el programa de desarrollo nuclear de Corea del Norte en el corto plazo. Es probable que se comprometa más tarde cuando las potencias nucleares más grandes -los Estados Unidos, China y Rusia- hagan progresos evidentes hacia la abolición y cuando las relaciones con los Estados Unidos hayan sido normalizadas. Además el régimen de Kim tiene razones para temer a sus vecinos más grandes, y no se puede esperar que se desarme hasta que estos también estén en el camino hacia la eliminación de las armas nucleares.

Sin una solución militar viable al problema nuclear de Corea, cualquier esperanza para reducir las tensiones con Estados Unidos reside en las negociaciones. Los norcoreanos son negociadores excepcionalmente duros. Pero sus argumentos son conocidos desde hace mucho tiempo. Quieren reconocimiento y luego garantías de seguridad de los Estados Unidos.

A primera vista, es difícil saber qué contiene a los Estados Unidos. Se ocupa de todo tipo de gobiernos nefastos. La administración de Trump es inusualmente cercana a regímenes autocráticos. Gracias a la intervención del Papa Francisco, los Estados Unidos tienen ahora relaciones diplomáticas con la Cuba comunista. Lucharon una larga guerra con la Vietnam comunista, que ahora es un socio comercial y casi aliado. ¿Por qué no aceptar a Corea del Norte también? ¿Es difícil imaginar que con la ayuda de Corea del Sur, la península de Corea podría convertirse en el Vietnam del norte del Pacífico?

En segundo lugar, el nuevo gobierno surcoreano asumió el cargo con esperanzas de unificación y ha mostrado su renuencia a albergar instalaciones antimisiles norteamericanas. Si el Sur no quiere la protección de una alianza con EE.UU. o tropas o instalaciones norteamericanas en su territorio, entonces es más fácil para EE.UU. ofrecer garantías de seguridad para una desescalinización de las tensiones entre los dos países. Por consiguiente, la política surcoreana tiene un papel clave que desempeñar en la contención del programa nuclear del Norte. Pero Estados Unidos debe tomar la iniciativa en las conversaciones que conducen al reconocimiento y la normalización.


El Vaticano agradece a la ONU la aprobación del tratado antinuclear, “un nuevo paso hacia la paz”

Radio Vaticana conversó con mons. Silvano Maria Tomasi, secretario delegado del Dicasterio vaticano para el desarrollo humano integral:

“Esta votación, muy importante, es un nuevo paso en la búsqueda de la paz. Desde hace unos años se estaba trabajando en esto por parte de algunos Estados, incluida la Santa Sede, para llegar a prohibir no solamente el uso sino también la posesión de armas nucleares. Este camino se inició con el encuentro de Viena de noviembre de 2014, cuando con un mensaje del Papa Francisco se insistió que no es más razonable hacer depender la seguridad de la posesión de armas nucleares; adquirir y poseer armas nucleares o dispositivos explosivos nucleares ¡es verdaderamente inaceptable! Y con este Tratado no se puede hacer más”.

¿Por qué la Santa Sede y también los obispos europeos, los obispos norteamericanos, son contrarios al principio de disuasión que hasta ahora ha siempre justificado la posesión de armas nucleares? ¿Por qué este principio no es más válido?

Durante la guerra fría, la disuasión fue aceptada como una solución para establecer un equilibrio que previniese el uso práctico de las armas atómicas. Las circunstancias han cambiado: no obstante el “Non Proliferation Treaty”, el Tratado de No Proliferación, hay algunos Países que han sumado la bomba atómica a sus arsenales, como Paquistán, India, Israel y ahora Corea del Norte. Tenemos que tener en cuenta que esta amenaza recíproca de muerte no es el camino que debe tomar la familia humana; el camino a seguir es aquel de la colaboración y de buscar un diálogo permanente a través de estructuras internacionales eficaces. La seguridad se garantiza con el diálogo y no con la fuerza.


Sobre la aprobación del tratado

El Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares que los países miembros de las Naciones Unidas adoptaron por gran mayoría el pasado 7 de julio de 2017 constituye un elemento fundamental para la toma de conciencia del hecho que una guerra nuclear tendría consecuencias catastróficas para la humanidad entera.

En base a esta toma de conciencia, los 122 Estados que votaron a favor del Tratado se comprometen a no producir ni poseer armas nucleares, a no utilizar ese tipo de armamento y a no amenazar con recurrir a él, así como a no ponerlo en manos de alguien, ni a recibirlo directa o indirectamente. Este es el punto fundamental del Tratado, cuyo objetivo es crear “un instrumento jurídicamente vinculante para la prohibición de las armas nucleares, que lleve a su eliminación total”.

Aunque reconozcamos la gran validez de este Tratado –que entrará en vigor el 20 de septiembre de este año, después de su firma y ratificación por parte de 50 Estados– es importante tomar nota también de sus limitaciones.

A pesar de ser jurídicamente vinculante (de obligatorio cumplimiento) para los Estados que lo firman, este Tratado no les prohíbe ser miembros de alianzas militares junto a Estados poseedores de armamento nuclear. Además, cada uno de los Estados que adhieren al Tratado “tiene derecho a retirarse del Tratado si decide que acontecimientos extraordinarios relativos a la materia del Tratado han puesto en peligro los intereses supremos de su país”. Esa oscura fórmula permite a cualquier Estado firmante retirarse del mismo en cualquier momento, dotándose de armas nucleares.

La limitación más importante del Tratado es el hecho que no lo firma ninguno de los Estados dotados de armas nucleares. O sea, no lo firman EEUU ni las otras dos potencias nucleares miembros de la OTAN, que son Francia y el Reino Unido, 3 Estados que poseen en total alrededor de 8 000 ojivas nucleares.

Tampoco lo firmará Rusia, que posee la misma cantidad, ni China, Israel, la India, Pakistán y Corea del Norte, poseedores de arsenales menos extensos pero no despreciables. Tampoco firmarán el Tratado los demás miembros de la OTAN, como Italia, Alemania, Bélgica, Holanda y Turquía, países estos últimos que albergan armamento nuclear estadounidense. Después de haber participado en las negociaciones, Holanda se expresó en contra del Tratado en el momento del voto. En definitiva, no firmarán el Tratado 73 países miembros de la ONU, entre los que aparecen los principales socios de EEUU y la OTAN, como Ucrania, Japón y Australia.

En su estado actual, el Tratado no será por tanto capaz de frenar la carrera armamentista en el sector nuclear, que se hace más y más peligrosa, sobre todo en el aspecto cualitativo. A la cabeza de esa carrera está EEUU, país que ha iniciado, con técnicas revolucionarias, la modernización de sus fuerzas nucleares. Así lo documenta Hans Kristensen, de la Federación de Científicos Estadounidenses (FAS), señalando que esa modernización “triplica el poder destructivo de los misiles balísticos estadounidenses ya existentes”, como si el objetivo fuese disponer de “la capacidad de combatir y vencer en una guerra nuclear desarmando al enemigo con un primer golpe por sorpresa”. En esa capacidad se incluye también el “escudo antimisiles” destinado a neutralizar las represalias del enemigo, escudo que EEUU está desplegando frente a Rusia y, en Corea del Sur, frente a China.

Rusia y China también están inmersas en la modernización de sus arsenales nucleares. En 2018, Rusia desplegará un nuevo misil balístico intercontinental hipersónico, el Sarmat, con un alcance de 18 000 kilómetros, capaz de llevar entre 10 y 15 ojivas nucleares que, al reingresar en la atmósfera terrestre a una velocidad más 10 veces mayor que la velocidad del sonido, es también capaz de maniobrar para escapar a los misiles interceptores, lo cual le permitiría atravesar el “escudo”.

Italia está entre los países que, siguiendo los pasos de EEUU, no firmarán el Tratado de Prohibición de las Armas Nucleares. Es evidente la razón: si firmara el Tratado, Italia tendría que poner fin al despliegue de las bombas nucleares estadounidenses ya existentes en territorio italiano.

Aunque dice estar plenamente comprometido con la “plena aplicación del Tratado de No Proliferación Nuclear, pilar del desarme”, el gobierno del primer ministro italiano Gentiloni define el Tratado de Prohibición de las Armas Nucleares como “un elemento fuertemente divisorio” (?).

Pero el hecho es que Italia está violando el Tratado de No Proliferación, a pesar de haberlo ratificado en 1975, ya que ese primer Tratado compromete a los Estados no poseedores del arma nuclear a

“no recibir armamento nuclear de quien quiera que sea, ni el control sobre ese armamento, directa o indirectamente”.

A pesar de ese compromiso internacional, Italia ha puesto a la disposición de EEUU el suelo italiano, donde hay al menos 50 bombas atómicas (en Aviano) y otras 20 (en Ghedi Torre) [1], donde pilotos italianos incluso se entrenan para utilizar ese armamento nuclear.

Y a partir de 2020 se desplegará en Italia la bomba atómica B61-12, un nuevo armamento estadounidense destinado a la realización de un primer golpe nuclear. Italia, país no nuclear, se verá entonces en primera línea de una confrontación nuclear cada vez más peligrosa entre el ente EEUU-OTAN y Rusia.

Para que el Tratado de Prohibición de las Armas Nucleares adoptado por la ONU, pero ignorado por Italia, sea algo más que un simple pedazo de papel, tenemos que exigir que Italia aplique el Tratado de No Proliferación, definido por el gobierno como “pilar del desarme”, o sea tenemos que exigir la desnuclearización total de nuestro territorio nacional.


Antecedentes

El tratado considera que un mundo libre de armas nucleares es un bien público mundial y se basa en los principios y normas del derecho internacional humanitario. Fija la prohibición de “desarrollar, ensayar, producir, fabricar, adquirir de cualquier otro medio, poseer o almacenar armas nucleares u otros dispositivos explosivos nucleares” y también prohíbe “el emplazamiento, la instalación o el despliegue de armas nucleares u otros dispositivos explosivos nucleares en su territorio o en cualquier lugar bajo su jurisdicción o control.”

Este objetivo de eliminar las armas nucleares ha sido un elemento fundador de las Naciones Unidas. De hecho, su primera resolución, el 24 de enero de 1946, ya hacía un llamamiento a la eliminación de las armas nucleares y, a trancas y barrancas, muchos gobiernos han aprobado –con lagunas y agujeros- otros tratados como el Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares, o de prohibición de armas biológicas, químicas, minas anti-personas y bombas de racimo.

También hay que recordar los precursores tratados de zonas libres de armamento nuclear, como los de Tlatelolco que hace 50 años prohibió la introducción de armas nucleares en América Latina y el Caribe, tras la crisis de los misiles en Cuba en 1963; el del Pacífico Sur (Rarotonga,1985); Sudeste Asiático (Bangkok, 1995); África (Pelindaba, 1996, posible tras el abandono de construcción de bombas atómicas por parte de Sudáfrica, aunque no pudo evitar los escarceos de Libia); Asia Central (2006); y por último, Mongolia.

En total, son 116 los países los que forman parte de los tratados de zonas de libres de armas nucleares. En esos países, y otros, como Irán, puede intervenir la Agencia de Energía Atómica para realizar inspecciones y verificar la inexistencia o no de armas nucleares. No así en otros, particularmente en los que no han suscrito el tratado de no proliferación de armas nucleares, como Israel.

El movimiento contra las armas nucleares es casi tan antiguo como su existencia. Entre las personas que han tirado de este carro se cuentan desde los hibakusha, aquellos supervivientes japoneses de Hiroshima y Nagasaki, Bertrand Russell y Albert Einstein, y sus continuadores de las conferencias Pugwash

Pero también ha habido gobiernos remisos y contrarios al tratado, encabezados por las potencias con capacidad nuclear actual: Estados Unidos, Rusia (Bielorrusia, Kazajistán y Ucrania, acordaron con Rusia la transferencia de sus ojivas nucleares), Reino Unido, Francia, Israel, China, India, Pakistán y Corea del Norte. Junto a éstas sus aliados próximos, países de la OTAN en los que Estados Unidos tiene depósitos de armas nucleares, Bélgica, Holanda, Alemania, Italia y Turquía.

Pero, por fortuna, han sido mayoría los estados que han apoyado el tratado. Empezando por el que se considera promotor, Austria, después de organizar la tercera Conferencia sobre el Impacto Humanitario de las Armas Nucleares (2014). A continuación, fue la Asamblea General (saltándose los criterios del Consejo de Seguridad, siempre dirigidos por las potencias nucleares más antiguas) la que asumió la responsabilidad y ya en el año 2016 propuso un grupo de trabajo para la elaboración del tratado jurídicamente vinculante.

La UE ha sido desde el principio renuente a este tratado. Así, en la votación de la formación del grupo de trabajo, 21 de los países de la UE se opusieron (España entre ellos), 2 se abstuvieron y sólo 5 estuvieron a favor (Austria, Chipre, Irlanda, Malta y Suecia). En la votación final del 7 de julio, la Unión Europea mostró su falta de consenso y vergonzosamente pidió a sus miembros que se ausentasen de la votación, cosa que hicieron 22 (entre ellos España), repitiéndose los países a favor del tratado y encima Holanda votó en contra.

Fuentes:

America Magazine / Radio Vaticana / Namlebee / La Haine / Naciones Unidas

Puntuación: 5 / Votos: 3

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