La Puerta Santa se cierra, pero la misericordia permanece abierta de par en par
7:00 p m| 23 nov 16 (VATICAN INSIDER/BV).- El Papa puso fin al Jubileo Extraordinario de la Misericordia al cerrar la pesada puerta de bronce de la Basílica del Vaticano -un gesto simbólico- y con un llamado a mantener la actitud de compasión, perdón y esperanza que caracterizó el Año Santo. “Pidamos la gracia de no cerrar nunca la puerta de la reconciliación y del perdón, sino de ir más allá del mal y de las divergencias, abriendo cualquier posible vía de esperanza”, pidió Francisco en la misa de cierre del Jubileo. El Año Santo fue inaugurado en noviembre de 2015 en la catedral de Bangui, capital de República Centroafricana.
Además se difundió la carta apostólica Misericordia et misera, el documento de conclusión del Jubileo, que también mantiene abiertas muchas “puertas”. Entre las decisiones concretas están la de mantener en servicio a los “misioneros de la misericordia”, seguir concediendo a todos los sacerdotes la facultad de absolver a las personas que hayan cometido el pecado del aborto, seguir reconociendo válidas y lícitas las absoluciones impartidas por los sacerdotes lefebvrianos y la de instituir una Jornada mundial de los pobres.
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“Aunque se cierre la Puerta Santa, permanece abierta de par en par para nosotros la verdadera puerta de la misericordia, que es el corazón de Cristo”. Lo dijo Francisco en la homilía de la misa para la fiesta de Cristo Rey, después de haber cerrado, al inicio de la celebración, la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro, por la que pasaron millones de peregrinos durante este año. El Papa invitó a “volver a descubrir el rostro joven y bello de la Iglesia, que resplandece cuando es acogedora, libre, fiel, pobre en los medios y rica en el amor, misionera”.
Francisco, que concelebró con los nuevos cardenales “creados” en el tercer consistorio el sábado 19 de noviembre, recordó cuál es la verdadera “realeza” de Jesús, quien en la cruz se muestra “sin poder y sin gloria”, y “parece más un vencido que un vencedor”. La grandeza de su reino, explicó, “no es la potencia según el mundo, sino el amor de un Dios, un amor capaz de alcanzar y resanar cualquier cosa. Por este amor Cristo se abajó hasta nosotros, habitó nuestra miseria humana, sintió nuestra condición más ínfima”.
De esta manera, siguió Francisco, “nuestro Rey se empujó hasta los confines del universo para abrazar y salvar a cada ser vivo. No nos condenó, ni siquiera nos conquistó, nunca violó nuestra libertad, sino que se hizo camino con el amor humilde que perdona todo, que espera todo, que soporta todo. Solo este amor venció y sigue venciendo a nuestros grandes adversarios: el pecado, la muerte, el miedo”.
Bergoglio explicó que sería muy poco “creer que Jesús es Rey del universo y centro de la historia, sin que lo convirtamos en Señor de nuestra vida”, sin acogerlo y sin hacer propio su modo de reinar. Después recordó las diferentes actitudes frente al Nazareno: la del pueblo que se queda viendo mientras lo condenan, la tentación de quedarse en la ventana, de tomar distancias de la realeza de Jesús frente a las circunstancias de la vida o a nuestras esperanzas no realizadas, sin “aceptar hasta el fondo el escándalo de su amor humilde, que inquieta a nuestro yo, que incomoda”.
Después está la actitud de los jefes del pueblo, de los soldados y de uno de los ladrones crucificados, que se ríen de Jesús. “Le dirigen la misma provocación: “¡Sálvate a ti mismo!”. Es una tentación peor que la del pueblo. Aquí tientan a Jesús, como hizo el diablo al principio del Evangelio, para que renuncie a reinar a la manera de Dios, y que lo haga según la lógica del mundo: ¡que descienda de la cruz y derrote a los enemigos!”. Es decir que prevalezca el yo con su fuerza, con su gloria, con su éxito. Es la tentación más terrible.
“¡Cuántas veces —comentó Bergoglio refiriéndose a la actitud de la Iglesia—, también entre nosotros, se han buscado las satisfactorias seguridades que ofrece el mundo! Cuántas veces hemos sido tentados de descender de la cruz. La fuerza de atracción del poder y del éxito ha parecido una vía fácil y rápida para difundir el Evangelio, olvidando de prisa cómo actúa el Reino de Dios”. Y Francisco invitó a volver a descubrir “el rostro joven y bello de la Iglesia, que resplandece cuando es acogedora, libre, fiel, pobre en los medios y rica de amor, misionera”.
“La misericordia, llevándonos al corazón del Evangelio —continuó el Papa— nos exhorta también a renunciar a costumbres y hábitos que pueden obstaculizar el servicio al Reino de Dios; a encontrar nuestra orientación solo en la perenne y humilde realeza de Jesús, y no en la adecuación a las precarias realezas y a los cambiantes poderes de cada época”.
El último de los ejemplos de actitud frente a Jesús es el del buen ladrón. “Creyó en su Reino. Y no se encerró en sí mismo, sino que con sus errores, con sus pecados y sus problemas se dirigió a Jesús. Pidió ser recordado y sintió la misericordia de Dios: ‘Hoy estarás conmigo en el Paraíso’. Dios, si apenas le damos la posibilidad, se acuerda de nosotros. Él está listo para cancelar completamente y para siempre el pecado, porque su memoria no registra el mal hecho y no tiene siempre en cuenta los entuertos sufridos, como la nuestra. Dios no tiene memoria del pecado, sino de nosotros, de cada uno de nosotros, sus amados hijos. Y cree que siempre es posible volver a comenzar, volver a levantarse”.
Francisco concluyó agradeciendo por lo que ha suscitado el Jubileo en el mundo, y recordó que “permanece siempre abierta de par en par para nosotros la verdadera puerta de la misericordia, que es el corazón de Cristo”. “Agradezcamos por esto y acordémonos de que hemos sido investidos de misericordia para revestirnos de sentimientos de misericordia, para convertirnos también en instrumentos de misericordia”.
Durante el Ángelus, Francisco agradeció de manera particular al Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización. Al final dedicó un “grato recuerdo” a todos los que contribuyeron espiritualmente con el éxito del Jubileo: “Pienso en muchas personas enfermas y ancianas, que han rezado incesantemente, ofreciendo también sus sufrimientos por el Jubileo. De manera especial, quisiera agradecer a las monjas de clausura”, e invitó a todos “a tener un particular recuerdo por estas hermanas nuestras que se dedican totalmente a la oración y necesitan solidaridad espiritual y material”.
Al final de la ceremonia, el Papa firmó la Carta apostólica “Misericordia et misera”, dirigida a toda la Iglesia para seguir viviendo la misericordia con la misma intensidad con la que se vivió durante el Jubileo. Recibieron la carta de las manos del Papa el cardenal Luis Antonio Tagle, arzobispo de Manila (una de las tres mayores metrópolis del mundo), monseñor Leo William Cushley, arzobispo de Saint Andrews y Edimburgo, dos sacerdotes Misioneros de la Misericordia, de la República Democrática del Congo y de Brasil, un diácono permanente de la diócesis de Roma (con su familia), dos monjas de México y Corea del Sur, una familia estadounidense, una pareja de jóvenes prometidos, dos madres catequistas de una parroquia de Roma, una persona con discapacidad y una persona enferma.
La Gendarmería Vaticana calcula que participaron alrededor de 70.000 fieles en la clausura del Jubileo Extraordinario de la Misericordia en la Plaza San Pedro.
Otros puntos clave que revela la carta del Papa, además del perdón al aborto
Sin dudas, el punto más destacado es el 12, en que da libertad a los sacerdotes para que puedan absolver el pecado del aborto, algo que hasta ahora solo podían autorizar los obispos o el mismo pontífice.
En el texto completo son muchos más los temas en los que profundiza el Sumo Pontífice, entre ellos la negativa a poner condiciones a la misericordia; la necesidad de vivir con fidelidad, alegría y entusiasmo; la esperanza que proviene de la fe; la complejidad de la realidad familiar actual; la banalización de la muerte; la falta de un salario justo, un hogar, una tierra; la discriminación por la fe, la raza, la condición social.
Pero son otros cuatro los que, a la par del que llama a perdonar el aborto, consolidan un giro de la Iglesia.
Sobre el adulterio
“Ella, adúltera y, según la Ley, juzgada merecedora de la lapidación; él, que con su predicación y el don total de sí mismo, que lo llevará hasta la cruz, ha devuelto la ley mosaica a su genuino propósito originario. En el centro no aparece la ley y la justicia legal, sino el amor de Dios que sabe leer el corazón de cada persona, para comprender su deseo más recóndito, y que debe tener el primado sobre todo. En este relato evangélico, sin embargo, no se encuentran el pecado y el juicio en abstracto, sino una pecadora y el Salvador. Jesús ha mirado a los ojos a aquella mujer y ha leído su corazón: allí ha reconocido el deseo de ser comprendida, perdonada y liberada”.
Llamado de atención a los religiosos
“A los sacerdotes renuevo la invitación a prepararse con mucho esmero para el ministerio de la Confesión, que es una verdadera misión sacerdotal. Os agradezco de corazón vuestro servicio y os pido que seáis acogedores con todos; testigos de la ternura paterna, a pesar de la gravedad del pecado; solícitos en ayudar a reflexionar sobre el mal cometido; claros a la hora de presentar los principios morales; disponibles para acompañar a los fieles en el camino penitencial, siguiendo el paso de cada uno con paciencia; prudentes en el discernimiento de cada caso concreto; generosos en el momento de dispensar el perdón de Dios. Así como Jesús ante la mujer adúltera optó por permanecer en silencio para salvarla de su condena a muerte, del mismo modo el sacerdote en el confesionario tenga también un corazón magnánimo, recordando que cada penitente lo remite a su propia condición personal: pecador, pero ministro de la misericordia”.
El sacramento del matrimonio
“En un momento particular como el nuestro, caracterizado por la crisis de la familia, entre otras, es importante que llegue una palabra de gran consuelo a nuestras familias. El don del matrimonio es una gran vocación a la que, con la gracia de Cristo, hay que corresponder con al amor generoso, fiel y paciente. La belleza de la familia permanece inmutable, a pesar de numerosas sombras y propuestas alternativas: «El gozo del amor que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia». El sendero de la vida lleva a que un hombre y una mujer se encuentren, se amen y se prometan, fidelidad por siempre delante de Dios, a menudo se interrumpe por el sufrimiento, la traición y la soledad. La alegría de los padres por el don de los hijos no es inmune a las preocupaciones con respecto a su crecimiento y formación, y para que tengan un futuro digno de ser vivido con intensidad”.
Los marginados
“Todavía hay poblaciones enteras que sufren hoy el hambre y la sed, y despiertan una gran preocupación las imágenes de niños que no tienen nada para comer. Grandes masas de personas siguen emigrando de un país a otro en busca de alimento, trabajo, casa y paz. La enfermedad, en sus múltiples formas, es una causa permanente de sufrimiento que reclama socorro, ayuda y consuelo. Las cárceles son lugares en los que, con frecuencia, las condiciones de vida inhumana causan sufrimientos, en ocasiones graves, que se añaden a las penas restrictivas. El analfabetismo está todavía muy extendido, impidiendo que niños y niñas se formen, exponiéndolos a nuevas formas de esclavitud. La cultura del individualismo exasperado, sobre todo en Occidente, hace que se pierda el sentido de la solidaridad y la responsabilidad hacia los demás. Dios mismo sigue siendo hoy un desconocido para muchos; esto representa la más grande de las pobrezas y el mayor obstáculo para el reconocimiento de la dignidad inviolable de la vida humana”.
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Fuentes:
Vatican Insider / La Nación / Religión Digital
Gracias, Papa Francisco por este programa de renovación cristiana.