Bill Cunningham: Apasionado y reconocido fotógrafo de moda que vivió su fe

5:00 p m| 22 jul 16 (AMERICA/BV).- Pionero de la fotografía de “moda callejera”, Cunningham, quien falleció el 25 de junio a los 87 años, fue calificado más de una vez como el antropólogo visual de la moda del último medio siglo, por su experiencia y relevancia. Trabajó en Manhattan y asistía regularmente a los desfiles de zapatos en París, sin embargo, ese tipo de vida no fue impedimento para que la humildad sea uno de los rasgos sobresalientes de su persona.

Y si nos referimos a su fe, no la vivió solamente desde la modestia, sino más bien quedó expuesta desde un modo de vivir entregado al llamado de su vocación. Su dedicación y amor por la fotografía de moda lo llevó a tomar decisiones y actuar en concordancia con principios como la honestidad, la rectitud y el respeto hacia el prójimo por encima de todo. Su desapego por el dinero le permitió ejercer su vocación con libertad, como dijo él mismo “si no coges el dinero, no pueden decirte qué hacer… el dinero es lo más barato, la libertad es lo más caro”.

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Cunningham, quien era responsable de una sección sobre moda callejera y sociedad en el New York Times Style cada domingo, escogió una vida de simplicidad. Durante años, durmió en un catre en una pequeña habitación. Sin cocina, sin baño. Se movilizaba por la ciudad en una bicicleta.

Al ver a Miley Cyrus en un evento, le preguntó a su asistente si era Madonna. Después de tomar una foto de Katy Perry le preguntó: “¿Es ella una de las Kardashian?” No es solo que era indiferente a la fama. Para él, cualquier persona bien vestida o con aporte a la moda -viejo o joven, hombre o mujer, homosexual o heterosexual, rico o pobre- era una celebridad.

El sacerdote Kevin Madigan, pastor del templo Santo Tomás Moro en Manhattan, dijo: “Al decidir qué galas cubrir para el Times, lo que era más importante para Bill era el carácter benéfico, antes que la lista de celebridades invitadas. Bill siempre fue respetuoso y agradecido con la persona a quien estaba fotografiando, así fuera un chico de la calle o una dama de la alta sociedad.

Madigan describió a Cunningham como “limpio de corazón”.

Desde su muerte el 25 de junio a los 87 años, se ha originado un flujo constante de admiradores que recuerdan lo duro que trabajaba y lo que logró. Más importante aún, lo recuerdan por su bondad, modestia e integridad. Pero mientras la mayoría de la gente lo evoca tomando fotos entre la 57 y la Quinta Avenida, pocos han comentado sobre dónde estaba cada domingo por la mañana… en misa.

Cunningham no hablaba de ello tampoco. En un documental que le hicieron en el 2010, responde cada pregunta que le hacen con una risa alegre, una broma o una historia, excepto una. Cuando se le preguntó acerca de su asistencia a la misa dominical, guarda silencio y mira al suelo durante mucho tiempo antes de responder. Cuando lo hace, recuerda con una sonrisa que de niño su interés principal en la iglesia era observar los sombreros que llevaban las mujeres. Luego, después de otra larga pausa, lo que dice es que su religión es importante para él.

Sin embargo, a pesar de que no argumenta sobre su fe, queda la certeza de que la vivió. “Las personas más cercanas a él darían fe de que era una persona espiritual,” dijo el padre Madigan.

“De domingo a domingo se le podía encontrar a Bill en una de las bancas de atrás, era tan discreto aquí como lo era en cualquier gala en el Met o en el Pierre o en una pasarela de moda”, dijo el sacerdote en la homilía por el funeral de Cunningham el 30 de junio.

“La crianza irlandesa que recibió Bill en Boston podría haber inclinado que sea reticente a anunciar sus creencias religiosas, pero sin duda fueron esos cimientos de su fe lo que le permitió ser el individuo único que hemos conocido”, continuó.

Y con su trabajo, dijo el padre Madigan, el fotógrafo encontró su vocación.

“Una vocación es vista como una especie de llamada de Dios, que empareja los intereses, las aptitudes y la pasión de una persona por un emprendimiento honrado, con la promesa de que siguiendo ese camino será de servicio a los demás y que ofrecerá a la persona que contesta el llamado, plenitud genuina y felicidad”, dijo el sacerdote. “Fue la misión de Bill Cunningham el capturar y celebrar la belleza donde quiera que la encontró. Toda su vida la dedicó a esa única búsqueda”.

“Al igual que cualquier verdadero artista,” dijo el sacerdote, Cunningham “ayudó a la gente a ver desde una nueva perspectiva… a ver lo que de otro modo podría haber pasado desapercibido por el ritmo acelerado de la vida de la ciudad. Y el disfrute, el placer y la alegría que Bill encontró en la realización de su vocación era innegable”.

La muerte de Cunningham fue anunciada en la primera página del Times, y la semana siguiente el periódico dedicó cinco páginas del espacio editorial a su memoria. Ralph Lauren, Saks Fifth Avenue, Bloomingdales y Macy, todos sacaron anuncios de página completa en su memoria.

Cunningham, al parecer, no sólo logró vivir una vida cristiana, sino ser respetado y admirado por ello.

“Él dejó una tremenda impresión en las personas que parecen aburrirse fácilmente en la industria de la moda”, dijo el padre Madigan. Citó la creencia de Dostoievski que “la belleza salvará el mundo”, pero agregó, “de hecho, será la gente como Bill Cunningham la que va a salvar al mundo”.

“Que las cualidades que exhibió -su genuina bondad, su sencillez, su integridad, su sentido de la alegría, su entusiasmo por el trabajo de su vida, su seriedad- no sean olvidadas, sino más bien emuladas en cualquier grado en nuestra propia vida”.


La pasión de Cunnigham siempre fue la fotografía
(Tomado de El País)

Cunningham no era ni un paparazzi ni un fotógrafo de estilo al uso. Tampoco era un simple retratista de street style. Él ha sido el antropólogo visual de la moda del último medio siglo. El hombre que provenía de una “familia católica y trabajadora” se pasaba el día a lomos de su bicicleta por las calle de la ciudad, bajándose para retratar todo aquello que le impresionaba. Labor que combinaba con cubrir los eventos sociales de las altas esferas de la ciudad. La calle y el lujo.

Si existe un ojo democrático que ha sabido captar la efervescencia de la moda de una ciudad ha sido él, que enseñó al mundo cuando se puso de moda enseñar el calzoncillo por encima del pantalón de las bandas juveniles, la cadena colgando entre bolsillos de los skaters, las riñoneras o la invasión de los bolsos Birkin entre las ricachonas.

“Él ve cosas de las que ni yo ni mi equipo de Vogue nos damos cuenta”, decía de él Anna Wintour: “si Bill fotografía una tendencia, sabes que en seis meses estará de moda en todo el mundo”. No se avanzaba a las modas por qué las masas le obedeciesen con fe ciega, si Cunningham sabía leerlas era porque captaba el latir de las calles y de las altas esferas a base de patearse sin descanso los dos mundos. Lo mismo fotografiaba a mujeres de Harlem que a aristocrátas con casa en los Hamptons.

Su devoción por la riqueza visual de la moda contrastaba con su vida personal. Vivió como un asceta en su diminuto estudio sin baño pero repleto de archivadores con sus fotografías (dormía en un colchón sobre un tablón de madera cuyas patas eran más cajas repletas de negativos) en el mítico Carnegie Hall, hasta que lo echaron.

Cuando se mudó, pidió que le retirasen la cocina para tener más espacio para sus archivadores (“en mi vida he comido en casa y tampoco lo voy a hacer ahora”, la comida no lo preocupaba, se alimentaba a base de bocatas a tres dólares). Un hombre que comenzó diseñando sombreros (llegó a tener como clientas a Marilyn Monroe o Joan Crawford), pasó por las páginas del Women’s Wear Daily pero tendría que acabar retratando el latir de la moda después de que David Montgomery le regalase un Olympus de cuadro medio a mediados de los 50.

Lo hizo en el Times y lo hizo (sin cobrar) en Details, la revista que sirvió de trampolín para los talentos emergentes y donde se pasaba trabajando las madrugadas insomne hasta que fue adquirida por Condé Nast. Vivía por su profesión y el gremio se lo reconocía.

Aquí algunas lecciones que nos deja:

  • No mires las revistas, deja que la calle te hable.

“El mejor desfile de moda es la calle. La calle me habla. Yo no decido nada y para que eso pase tienes que estar ahí. A mí no me dicen que se van a llevar las faldas por la rodilla. Lo veo. Aquí no hay atajos. Tienes que quedarte en la calle y que la calle misma te lo diga”.

  • Sé independiente. Tu libertad es lo más caro

“Si no coges el dinero, no pueden decirte qué hacer. Es la clave de todo. No toques el dinero, es lo peor que puedes hacer”. La profesionalidad de Cunningham es intachable. Trabajó gratis en Details para poder tener libertad creativa total (llegó a romper religiosamente los cheques que cada mes le llegaban).

“Ellos no son mis dueños, el dinero es lo más barato, la libertad es lo más caro”, decía al respecto. Tampoco comía o bebía una gota de alcohol en los pomposos eventos a los que acudía a trabajar, pese a la insistencia de los organizadores. “Cuando estuve en el Women’s Wear Daily vi que todo eran comidas y regalos, decidí que no lo haría cuando me comprometí con el Times. Ni siquiera tomaría un vaso de agua. Se trata de mantener la distancia de lo que haces para ser más objetivo”.

Click aquí para leer la nota completa de “El País”

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Fuentes:

America Magazine / El País (texto y fotos)

Puntuación: 5 / Votos: 1

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