Francisco y el desafío post-brexit

8:00 p m| 8 jul 16 (CRUX/BV).- En dos perceptivos discursos, uno en Estrasburgo el 2014 y otro cuando recibió el Premio Carlomagno a principios de este año, Francisco anticipó que tratar a las personas como simples “engranajes de una máquina” tiene consecuencias desastrosas – y el resultado del referéndum por el brexit muestra cuánta razón tenía. Incluso cuando declaró que sabía poco de por qué los británicos habían optado por abandonar la Unión Europea, los comentarios del Papa -en el vuelo de regreso desde Armenia- son algunos de los más sensibles, considerando lo dicho por otros líderes mundiales en respuesta al brexit. Análisis del escritor y comunicador británico Austen Ivereigh, publicado en el portal de noticias católicas Crux.

—————————————————————————
“Dar más independencia, dar más libertad a los países de la Unión. Pensar en otra forma de unión, ser creativos”, dijo el Papa a los periodistas, añadiendo que “hay algo que no va en esa Unión masiva”. Pero no es que el Papa apoya una salida de la UE, más bien tiene un pensamiento reformador. La crisis en la UE no significa que “tiremos por la ventana al niño con el agua sucia”, como agregó luego. Sin embargo, señaló al aumento de los movimientos secesionistas en todo el continente como un síntoma de un malestar más profundo que debe abordarse urgentemente.

Y ha identificado ese malestar en dos importantes discursos que ahora, a la luz del brexit, parecen tristemente proféticos.

El día siguiente a la votación, que acumuló una gran cantidad de análisis y comentarios, puso al descubierto una nación profundamente dividida. La población joven, educada y urbana -sobre todo en Londres y el sureste, pero también en ciudades como Liverpool y Manchester- votaron para quedarse en la UE, bremain (así como el término brexit se refiere a la salida de la UE, bremain se refiere a la permanencia). Pero en otros lugares, en las ciudades y pueblos de toda la Inglaterra rural, especialmente entre los ancianos y los menos educados, y abrumadoramente en las ciudades abatidas del norte, se optó por salir de la UE.

Los que apoyaron la salida cruzaron líneas políticas, e hicieron caso omiso a los líderes de sus partidos. Los votantes de edad avanzada y rurales del partido Conservador, así como los de la clase trabajadora del partido Laborista votaron por un brexit, lamentando que su país ya no era de ellos y que era hora de retomar el control, especialmente de las fronteras de Gran Bretaña.

La inmigración es una problemática muy real en las ciudades deprimidas de Gales y el norte de Inglaterra, donde desde la adhesión de los estados del este de Europa en 2004 trabajadores de bajos ingresos se han visto compitiendo con dedicados y ambiciosos polacos y rumanos.

Pero en la mayor parte del país los menos afectados por la inmigración han sido los que se han mostrado más reacios; y por el contrario, ciudades transformadas por los recién llegados de Europa, así como de otros lugares -encabezados por Londres, donde uno de cada tres son nacidos en el extranjero- estaban más entusiasmados por permanecer en la Unión.

En otras palabras, no fue sólo ni principalmente el efecto directo de la inmigración en las comunidades el factor crucial para la elección del brexit, sino la sensación de ser “dejado atrás”.

Para los descontentos, todas las instituciones, no sólo aquellas en Bruselas y Estrasburgo, parecían distantes y sin poder contactarlas.

Recordar las palabras de Francisco en su discurso de 2014 en Estrasburgo: “En el curso de los últimos años, junto al proceso de ampliación de la Unión Europea, ha ido creciendo la desconfianza de los ciudadanos respecto a instituciones consideradas distantes, dedicadas a establecer reglas que se sienten lejanas de la sensibilidad de cada pueblo, e incluso dañinas”.

En sus últimas semanas, la conversación en torno al referéndum no era sobre la UE en absoluto, sino sobre el país en que Gran Bretaña se ha convertido, sobre el “distanciamiento” entre el norte y el sur, los ricos y los pobres, sobre el exceso de presión sobre los recursos públicos, la escasez de hogares y la precariedad en la oferta de trabajo.

Pero en lugar de encarar y proponer directamente sobre esos problemas, la campaña pro brexit vendió la idea de que el abandono de Europa los resolvería.

Hombres blancos de mediana edad, de clase media trabajadora que una vez tuvieron orgullo de su identidad como mineros u obreros y que ahora se sienten minimizados por contratos de cero horas y salarios lamentables determinados ​​por entusiastas inmigrantes rumanos entusiastas, votaron por abandonar la UE.

“El ser humano corre el riesgo de ser reducido a un mero engranaje de un mecanismo que lo trata como un simple bien de consumo para ser utilizado”, dijo Francisco en Estrasburgo, “de modo que –lamentablemente lo percibimos a menudo–, cuando la vida ya no sirve a dicho mecanismo se la descarta sin tantos reparos”.

Esa amargura ha impulsado en los últimos años cada vez más el nacionalismo, que ha barrido con el apoyo al partido Laborista en el norte de Inglaterra al igual que el año pasado lo hizo en Escocia.

La clase media-baja y la clase trabajadora de Gran Bretaña están furiosos con los bancos y las corporaciones por la crisis del 2008, están irritados con los inmigrantes por ser factores que han empeorado sus salarios y tomado sus puestos de trabajo, y están indignados con los principales partidos políticos por no escucharlos.

En lugar de abordar los problemas de esta población en una conversación sobre cómo Europa podría servirlos mejor, la campaña que impulsó la permanencia en la UE buscó “enseñarles” los peligros para la economía que causaría el brexit. Las reacciones variaron desde un “eso es lo que a ellos les parece ¿no?” hasta los “¿Y qué? No he visto ningún beneficio de pertenecer a la UE”.

Fue el lenguaje de la desafección, la cólera de la exclusión.

El Papa en su discurso por el premio Carlomagno habló de la necesidad de crear modelos económicos que no solo sirvan a unos pocos, sino a la gente común en su conjunto, y que procuren una transición de “una economía líquida, que tiende a favorecer la corrupción como medio para obtener beneficios, a una economía social que garantice el acceso a la tierra y al techo por medio del trabajo”.

Luego pasó a hablar de la justa distribución de la riqueza y el trabajo, de la necesidad de crear “empleos dignos y bien remunerados, especialmente para nuestros jóvenes”.

Nada de eso sucedió, y los afectados de la economía líquida se volvieron contra sus gobernantes. La campaña pro brexit, a pesar de sus propias contradicciones internas ahora a un primer plano, creó con éxito una narrativa que persuadió a la izquierda olvidada de que podían “tomar el control”, tener su país de vuelta, reducir la inmigración, e invertir millones en servicios locales que no parecen recordar los distantes burócratas.

“Mantener viva la realidad de las democracias es un reto de este momento histórico”, advirtió Francisco en Estrasburgo.

“No se debe permitir que la verdadera fuerza de nuestras democracias –fuerza política expresiva de los pueblos– sea desplazada ante las presiones de intereses multinacionales no universales, que las hacen más débiles y las transforman en sistemas uniformadores de poder financiero al servicio de imperios desconocidos. Este es un desafío que hoy la historia nos ofrece”.

Sin embargo es un desafío que ni Estrasburgo ni Bruselas encararon. Como resultado de ello, la UE se ha visto como parte del sistema global que convirtió a Londres y el sureste en un país “extranjero”.

Visto desde Castle Point en Essex (73% de apoyo al brexit), Camden en Londres (75% apoyó la permanencia) es otro país, con descabellados precios de vivienda y restaurantes que cuestan $100 dólares por cabeza con meseros y clientes que hablan euro-Inglés.

En su discurso por el premio Carlomagno en mayo, el Papa dijo que lo que Europa debe hacer ahora es “promover una integración que encuentra en la solidaridad el modo de hacer las cosas, el modo de construir la historia”.

La solidaridad, dijo, no es caridad, sino “la generación de oportunidades para que todos los habitantes de nuestras ciudades —y de muchas otras ciudades— puedan desarrollar su vida con dignidad”.

Es la falta de esa solidaridad que el brexit ha expuesto de manera tan cruel. En lugar de incluir a los descontentos y marginados, el resto del país supone que los beneficios de ser parte de una comunidad global, tarde o temprano va a “chorrear” a todos.

La cultura de la exclusión sustituyó a la cultura del encuentro. En lugar de comprometerse con las periferias, los líderes políticos y económicos reforzaron el centro.

En lugar de acoger a los extranjeros, elogiarlos por su contribución a la economía y la sociedad, barrimos el tema de la inmigración bajo la alfombra, y le dimos el “encargo” a los indignados trabajadores británicos que terminaron compitiendo con los trabajadores polacos en el fondo de la escala salarial.

Francisco habló en el mismo discurso por el premio Carlomagno sobre la necesidad de una cultura del diálogo en el que las personas aprenden a ver a los demás como un interlocutor válido, “que nos permita mirar al extranjero, al inmigrante, al que pertenece a otra cultura como sujeto digno de ser escuchado, considerado y apreciado”.

Tal diálogo “nos recuerda que nadie puede limitarse a ser un espectador ni un mero observador, y que todos, desde el más pequeño hasta el más grande, tiene un papel activo en la creación de una sociedad integrada y reconciliada”.

Leer esto ahora es darse cuenta de cuánta razón tenía.

El presidente de las conferencias episcopales de la Comunidad Europea (COMECE) en Bruselas, el cardenal Reinhard Marx, dijo el voto por el brexit “confronta a la Unión Europea y a sus estados miembros con preguntas sobre sus metas y sus tareas”.

Marx dijo que la UE “necesita un nuevo punto de partida” y debe ser repensada “sobre una base social amplia”.

Si no es así, lo que ocurrió en Gran Bretaña podría suceder una y otra vez, a lo largo de toda Europa.


Referencias en el texto:


Enlace recomendado:


Fuente:

Crux

Puntuación: 0 / Votos: 0

Buena Voz

Buena Voz es un Servicio de Información y Documentación religiosa y de la Iglesia que llega a personas interesadas de nuestra comunidad universitaria. Este servicio ayuda a afianzar nuestra identidad como católicos, y es un punto de partida para conversar sobre los temas tratados en las informaciones o documentos enviados. No se trata de un vocero oficial, ni un organismo formal, sino la iniciativa libre y espontánea de un grupo de interesados.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *