Francisco y los principios de su pensamiento
5:00 p m| 27 may 16 (UCA/BV).- El Papa Francisco se ha convertido en un personaje del que las personas hablan y opinan, y como líder de la Iglesia católica, en ocasiones tiene abrumadora presencia en los medios. Por ello es importante considerar un texto como el del Arzobispo Víctor Manuel Fernández, que al comentar el pensamiento pastoral que Bergoglio trasmitió y aplicó siendo Arzobispo, -a partir de cuatro principios que luego como Pontífice explicó en su magisterio-, resulta un aporte en la comprensión de sus palabras y gestos. Estos cuatro “pilares” son: la unidad es superior al conflicto, el tiempo es superior al espacio, el todo es más que la suma de las partes y la realidad es superior a la idea.
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Según el mismo Francisco en Evangelii Gaudium (n. 221), esos cuatro principios “brotan de los grandes postulados de la Doctrina Social de la Iglesia, los cuales constituyen ‘el primer y fundamental parámetro de referencia para la interpretación y la valoración de los fenómenos sociales’… y orientan específicamente el desarrollo de la convivencia social y la construcción de un pueblo donde las diferencias se armonicen en un proyecto común”. Tener en cuenta que cada principio es comentado por Fernández, pero desde la perspectiva de un Bergoglio como Arzobispo, para luego pasar a las menciones en la Encíclica Lumen Fidei (LF) y en las Exhortaciones Evangelii Gaudium (EG) y Amoris Laetitia (AL).
Primer principio: La unidad es superior al conflicto
(V.F.) “La educación, como una de las prioridades de una Iglesia ‘pobre y para los pobres’ como la quiere Francisco, es uno de los temas que más desarrolló en sus escritos y discursos. Sin embargo eso no significó un descuido de los sectores medios y profesionales, porque el hecho es que como arzobispo recibía permanentemente en su despacho a intelectuales, profesionales de la cultura, artistas, filósofos, educadores, jueces, etc. Dialogaba con gusto y estaba siempre abierto a escuchar opiniones diversas. Dedicó mucho, muchísimo tiempo a conversar con no católicos.
No es frecuente que alguien que esté lleno de compromisos dedique a los ‘diferentes’ tanto tiempo de calidad en encuentros tan gratuitos. Se mezcló con la gente en el encuentro de grupos pentecostales (CRECES), recuerdo además, por mencionar algo bien conocido, sus prolongadas conversaciones con el rabino Skorka y el gusto con que le confirió el doctorado honoris causa en la UCA a pesar de las críticas que esto le ocasionaba. Es un rostro abierto y dialogante de la Iglesia.
Esto no responde a un mero oportunismo, sino a un principio pastoral que siempre ha enseñado y aplicado en situaciones diversas: ‘la unidad es superior al conflicto’. Siempre ha dicho que el conflicto no puede ser ignorado o disimulado, sino asumido, pero que al mismo tiempo hay que evitar quedar atrapado en él, con lo cual se pierden perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada. La contribución al bien común implica meterse en el conflicto, sufrirlo, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso”.
Este principio fue enunciado por primera vez en la encíclica Lumen Fidei (n. 55):
“La fe afirma también la posibilidad del perdón, que muchas veces necesita tiempo, esfuerzo, paciencia y compromiso; perdón posible cuando se descubre que el bien es siempre más originario y más fuerte que el mal, que la palabra con la que Dios afirma nuestra vida es más profunda que todas nuestras negaciones. Por lo demás, incluso desde un punto de vista simplemente antropológico, la unidad es superior al conflicto; hemos de contar también con el conflicto, pero experimentarlo debe llevarnos a resolverlo, a superarlo, transformándolo en un eslabón de una cadena, en un paso más hacia la unidad”
Luego en Evangelii Gaudium (nn. 226-230):
“El conflicto no puede ser ignorado o disimulado. Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada. Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad… es posible desarrollar una comunión en las diferencias, que sólo pueden facilitar esas grandes personas que se animan a ir más allá de la superficie conflictiva y miran a los demás en su dignidad más profunda. Por eso hace falta postular un principio que es indispensable para construir la amistad social: la unidad es superior al conflicto. La solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierte así en un modo de hacer la historia, en un ámbito viviente donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida”.
Y en Laudato Si (n.198):
“La política y la economía tienden a culparse mutuamente por lo que se refiere a la pobreza y a la degradación del ambiente. Pero lo que se espera es que reconozcan sus propios errores y encuentren formas de interacción orientadas al bien común. Mientras unos se desesperan sólo por el rédito económico y otros se obsesionan sólo por conservar o acrecentar el poder, lo que tenemos son guerras o acuerdos espurios donde lo que menos interesa a las dos partes es preservar el ambiente y cuidar a los más débiles. Aquí también vale que la unidad es superior al conflicto”.
Segundo principio: El tiempo es superior al espacio
(V.F.) “Es un principio que le ha permitido trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos, y soportando con paciencia situaciones difíciles y adversas. Es una invitación a asumir la tensión entre plenitud y límite, dando prioridad al tiempo. Darle prioridad al espacio llevaría a enloquecerse procurando tener todo resuelto en el presente, intentando tomar posesión de todos los espacios de poder y autoafirmación.
Darle prioridad al tiempo es ocuparse de ‘iniciar procesos más que poseer espacios’. Se trata entonces de priorizar las acciones que generan procesos, y por eso mismo involucran a otras personas y grupos que las irán desarrollando, hasta que cristalicen en importantes acontecimientos históricos y pastorales. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad”.
Es enunciado por primera vez en la encíclica Lumen Fidei (n. 57):
“En unidad con la fe y la caridad, la esperanza nos proyecta hacia un futuro cierto, que se sitúa en una perspectiva diversa de las propuestas ilusorias de los ídolos del mundo, pero que da un impulso y una fuerza nueva para vivir cada día. No nos dejemos robar la esperanza, no permitamos que la banalicen con soluciones y propuestas inmediatas que obstruyen el camino, que ‘fragmentan’ el tiempo, transformándolo en espacio. El tiempo es siempre superior al espacio. El espacio cristaliza los procesos; el tiempo, en cambio, proyecta hacia el futuro e impulsa a caminar con esperanza”.
Luego en Evangelii Gaudium (nn. 222-225):
“Hay una tensión bipolar entre la plenitud y el límite. La plenitud provoca la voluntad de poseerlo todo, y el límite es la pared que se nos pone delante. El «tiempo», ampliamente considerado, hace referencia a la plenitud como expresión del horizonte que se nos abre, y el momento es expresión del límite que se vive en un espacio acotado. Los ciudadanos viven en tensión entre la coyuntura del momento y la luz del tiempo, del horizonte mayor, de la utopía que nos abre al futuro como causa final que atrae. De aquí surge un primer principio para avanzar en la construcción de un pueblo: el tiempo es superior al espacio.
Este criterio también es muy propio de la evangelización, que requiere tener presente el horizonte, asumir los procesos posibles y el camino largo. El Señor mismo en su vida mortal dio a entender muchas veces a sus discípulos que había cosas que no podían comprender todavía y que era necesario esperar al Espíritu Santo”.
En la encíclica Laudato Si (n. 178):
“El drama del inmediatismo político, sostenido también por poblaciones consumistas, provoca la necesidad de producir crecimiento a corto plazo. Respondiendo a intereses electorales, los gobiernos no se exponen fácilmente a irritar a la población con medidas que puedan afectar al nivel de consumo o poner en riesgo inversiones extranjeras. La miopía de la construcción de poder detiene la integración de la agenda ambiental con mirada amplia en la agenda pública de los gobiernos. Se olvida así que ‘el tiempo es superior al espacio’,que siempre somos más fecundos cuando nos preocupamos por generar procesos más que por dominar espacios de poder. La grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo. Al poder político le cuesta mucho asumir este deber en un proyecto de nación”.
Por último en la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia (nn. 3 y 261):
“Recordando que el tiempo es superior al espacio, quiero reafirmar que no todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales. Naturalmente, en la Iglesia es necesaria una unidad de doctrina y de praxis, pero ello no impide que subsistan diferentes maneras de interpretar algunos aspectos de la doctrina o algunas consecuencias que se derivan de ella. Esto sucederá hasta que el Espíritu nos lleve a la verdad completa…
La obsesión no es educativa, y no se puede tener un control de todas las situaciones por las que podría llegar a pasar un hijo. Aquí vale el principio de que ‘el tiempo es superior al espacio’.Es decir, se trata de generar procesos más que de dominar espacios. Si un padre está obsesionado por saber dónde está su hijo y por controlar todos sus movimientos, sólo buscará dominar su espacio. De ese modo no lo educará, no lo fortalecerá, no lo preparará para enfrentar los desafíos”.
Tercer principio: El todo es más que la suma de las partes
(V.F.) “No hay que obsesionarse demasiado por cuestiones particulares, limitadas, demasiado personales. Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. ‘Ni la esfera global que anula ni la parcialidad aislada que castra’. Por eso, el modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, sino el poliedro ‘que es la unión de todas las parcialidades que en la unidad conservan la originalidad de su parcialidad’.
Una característica de la acción pastoral del Cardenal Bergoglio fue procurar recoger en ese poliedro lo mejor de cada uno. Aun las personas que pueden ser cuestionadas o despreciadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse. Siempre que formó equipos, ha sorprendido incluyendo personas que desde el punto de vista de la imagen o de la aprobación externa podían ser inconvenientes. Lo ha hecho porque ha mirado el todo más que las partes aisladas”.
Expuesto en Evangelii Gaudium (nn. 234-237):
“Entre la globalización y la localización también se produce una tensión. Hace falta prestar atención a lo global para no caer en una mezquindad cotidiana. Al mismo tiempo, no conviene perder de vista lo local, que nos hace caminar con los pies sobre la tierra. Las dos cosas unidas impiden caer en alguno de estos dos extremos: uno, que los ciudadanos vivan en un universalismo abstracto y globalizante, admirando los fuegos artificiales del mundo, que es de otros, con la boca abierta y aplausos programados; otro, que se conviertan en un museo folklórico de ermitaños localistas, condenados a repetir siempre lo mismo, incapaces de dejarse interpelar por el diferente y de valorar la belleza que Dios derrama fuera de sus límites.
El todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas. Entonces, no hay que obsesionarse demasiado por cuestiones limitadas y particulares. Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos”.
Después en Laudato Si (n. 141):
“Por otra parte, el crecimiento económico tiende a producir automatismos y a homogeneizar, en orden a simplificar procedimientos y a reducir costos. Por eso es necesaria una ecología económica, capaz de obligar a considerar la realidad de manera más amplia. Porque ‘la protección del medio ambiente deberá constituir parte integrante del proceso de desarrollo y no podrá considerarse en forma aislada’.
Pero al mismo tiempo se vuelve actual la necesidad imperiosa del humanismo, que de por sí convoca a los distintos saberes, también al económico, hacia una mirada más integral e integradora. Hoy el análisis de los problemas ambientales es inseparable del análisis de los contextos humanos, familiares, laborales, urbanos, y de la relación de cada persona consigo misma, que genera un determinado modo de relacionarse con los demás y con el ambiente. Hay una interacción entre los ecosistemas y entre los diversos mundos de referencia social, y así se muestra una vez más que ‘el todo es superior a la parte’.
Cuarto principio: La realidad es superior a la idea
(V.F.) “La idea –las elaboraciones conceptuales– está ‘en función de la captación, la comprensión y la conducción de la realidad’. La idea desconectada de la realidad origina idealismos y nominalismos ineficaces, que a lo sumo clasifican o definen, pero no convocan. Porque ‘lo que convoca es la realidad iluminada por el razonamiento’. De otro modo estamos en el reino del sofisma que trampea la verdad, y suplanta la gimnasia por la cosmética”.
Expuesto en Evangelii Gaudium (nn. 231-233):
“Existe una tensión bipolar entre la idea y la realidad. La realidad simplemente es, la idea se elabora. Entre las dos se debe instaurar un diálogo constante, evitando que la idea termine separándose de la realidad. Es peligroso vivir en el reino de la sola palabra, de la imagen, del sofisma. De ahí que haya que postular un tercer principio: la realidad es superior a la idea. Esto supone evitar diversas formas de ocultar la realidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los nominalismos declaracionistas, los proyectos más formales que reales, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría…
El criterio de realidad, de una Palabra ya encarnada y siempre buscando encarnarse, es esencial a la evangelización. Nos lleva, por un lado, a valorar la historia de la Iglesia como historia de salvación, a recordar a nuestros santos que inculturaron el Evangelio en la vida de nuestros pueblos, a recoger la rica tradición bimilenaria de la Iglesia, sin pretender elaborar un pensamiento desconectado de ese tesoro, como si quisiéramos inventar el Evangelio”.
Y en Laudato Si (n. 201):
“Es imperioso también un diálogo entre las ciencias mismas, porque cada una suele encerrarse en los límites de su propio lenguaje, y la especialización tiende a convertirse en aislamiento y en absolutización del propio saber. Esto impide afrontar adecuadamente los problemas del medio ambiente. También se vuelve necesario un diálogo abierto y amable entre los diferentes movimientos ecologistas, donde no faltan las luchas ideológicas. La gravedad de la crisis ecológica nos exige a todos pensar en el bien común y avanzar en un camino de diálogo que requiere paciencia, ascesis y generosidad, recordando siempre que la realidad es superior a la idea”.
Fuentes:
Pontificia Universidad Católica de Argentina (Prensa) / Vatican.va