El sueño del Papa para Europa
11:00 a m| 13 may 16 (LA NACIÓN/BV).- Una Europa impregnada de un nuevo humanismo basado en su capacidad de integrar, dialogar y producir es la que ha pedido el Papa en el discurso pronunciado, en el Palacio Apostólico, con motivo de la concesión del Premio Carlomagno, que otorga la Fundación del mismo nombre, a quien se distingue a lo largo del año por su labor en favor de la integración y de la unión en Europa. El galardón al Papa, cuyo anuncio tuvo lugar el 23 de diciembre de 2015 en Aquisgrán (Alemania), obedece a su mensaje de paz y comprensión.
Francisco subrayó la identidad dinámica y multicultural europea, y exhortó a “armar” a los jóvenes con la cultura del diálogo y del encuentro. También evocó a los padres fundadores de Europa que “supieron buscar vías alternativas e innovadoras en un contexto marcado por las heridas de la guerra”. Y aludió, aunque no directamente, a la crisis migratoria, al lamentar que en los últimos tiempos “estamos tentados de caer en nuestros egoísmos, mirando lo que nos es útil y pensando en construir recintos particulares”.
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“Sueño una Europa, donde ser emigrante no sea un delito, sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todo ser humano. Sueño una Europa que promueva y proteja los derechos de cada uno, sin olvidar los deberes para con todos. Sueño una Europa de la cual no se pueda decir que su compromiso por los derechos humanos ha sido su última utopía”.
Con estas palabras, Francisco volvió a sacudir la dirigencia política europea, a la que llamó a construir puentes y a derribar muros y a impulsar un “nuevo humanismo europeo”, basado en la integración, el diálogo y una economía social de mercado.
“El tiempo nos enseña que no basta solamente la integración geográfica de las personas, sino que el reto es una fuerte integración cultural”, aseguró, en un discurso que quedará en la historia como uno de los más importantes de su pontificado, que pronunció tras recibir el premio Carlomagno de Aachen, el más prestigioso de Europa.
La distinción fue otorgado en el pasado a figuras de la estatura de Konrad Adenauer, Winston Churchill, Juan Pablo II , entre otros. ¿El motivo del galardón? “Por su extraordinario compromiso en favor de la paz, de la comprensión y de la misericordia en una sociedad europea de valores”.
Al regresar de México, en febrero pasado, el mismo Jorge Bergoglio había recordado en la conferencia de prensa en el avión que él, a lo largo de su vida, nunca aceptó recibir distinciones. Pero que para el Premio Carlomagno había decidido hacer una excepción debido al momento crítico que está atravesando el continente. La peor crisis migratoria desde la Segunda Guerra Mundial, el euroescepticismo y la división de los 28 miembros de la Unión Europea y falta de consenso, de hecho, están amenazando los cimientos mismos del bloque, así como los valores que le dieron vida.
El Papa había dicho entonces que era necesaria una “refundación” de Europa. Hace unas semanas, en su viaje relámpago a la isla griega de Lesbos -símbolo del drama que viven miles de refugiados que escapan de la guerra, pero que son tratados como criminales-, en otro mensaje desafiante a la dirigencia política europea, había llamado a Europa a no olvidar que era la patria de los derechos humanos. Además, en otro gesto que valió mis palabras, se llevó de regreso en su avión a 3 familias sirias (ver al final el testimonio de estas personas).
Al principio de su discurso, tal como había adelantado en el vuelo de regreso de México, el Papa recordó su intención de ofrecer a Europa el prestigioso premio. “No hagamos un mero gesto celebrativo, sino que aprovechemos esta ocasión para desear todos juntos un impulso nuevo y audaz para este amado continente”, dijo. “La creatividad, el ingenio, la capacidad de levantarse y salir de los propios límites pertenecen al alma de Europa”, agregó, al recordar que las dos trágicas guerras mundiales del siglo pasado no impidieron a los padres fundadores dar vida a un proyecto común. “Ellos pusieron los cimientos de un baluarte de la paz, de un edificio construido por Estados que no se unieron por imposición, sino por la libre elección del bien común, renunciando para siempre a enfrentarse”.
Refiriéndose indirectamente a la crisis migratoria, lamentó que en los últimos tiempos “esta familia de pueblos parece sentir menos suyos los muros de la casa común, tal vez levantados apartándose del clarividente proyecto diseñado por los padres”. “Aquella atmósfera de novedad, aquel ardiente deseo de construir la unidad, parecen estar cada vez más apagados; nosotros, los hijos de aquel sueño estamos tentados de caer en nuestros egoísmos, mirando lo que nos es útil y pensando en construir recintos particulares”, denunció.
“Sin embargo, estoy convencido de que la resignación y el cansancio no pertenecen al alma de Europa y que también las dificultades puedan convertirse en fuertes promotoras de unidad”, aseguró.
Evocó su fuerte discurso al Parlamento Europeo, de noviembre de 2014 en Estrasburgo, cuando habló de una “Europa anciana”, “cansada” y “envejecida”, “no fértil ni vital”. Una Europa que se va «atrincherando» en lugar de privilegiar las acciones que promueven dinamismos capaces de involucrar y poner en marcha todos los actores sociales en la búsqueda de nuevas soluciones a los problemas actuales, que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos; una Europa que, lejos de proteger espacios, se convierta en madre generadora de procesos.
“¿Qué te pasó, Europa?”
“¿Qué te pasó Europa humanista, defensora de los derechos humanos, de la democracia y de la libertad? ¿Qué te pasó Europa, tierra de poetas, filósofos, artistas, músicos, escritores? ¿Qué te pasó Europa, madre de pueblos y naciones, madre de grandes hombres y mujeres que fueron capaces de defender y dar la vida por la dignidad de sus hermanos?”, se preguntó.
Citando luego al escritor Elie Wiesel, superviviente de los campos de exterminio nazis, llamó a realizar una “transfusión de memoria” y a evocar a los padres fundadores de Europa. “Ellos supieron buscar vías alternativas e innovadoras en un contexto marcado por las heridas de la guerra. Ellos tuvieron la audacia no sólo de soñar la idea de Europa, sino que osaron transformar radicalmente los modelos que únicamente provocaban violencia y destrucción. Se atrevieron a buscar soluciones multilaterales a los problemas que poco a poco se iban convirtiendo en comunes”.
Mencionó al francés Robert Schuman, al italiano Alcide De Gasperi, al alemán Konrad Adenuauer, sus ideas de “solidaridad de hecho y generosidad concreta”, más que necesarias en nuestro mundo desgarrado por conflictos. Y aseguró que “los proyectos de los padres fundadores, mensajeros de la paz y profetas del futuro, no han sido superados: inspiran, hoy más que nunca, a construir puentes y derribar muros”.
Llamó a aggiornar la idea de Europa, que pueda alcanzar “un nuevo humanismo basado en tres capacidades: la capacidad de integrar, capacidad de diálogo y la capacidad de generar”. Al hablar sobre la necesidad de integración, destacó que “las raíces de Europa se fueron consolidando en el transcurso de su historia, aprendiendo a integrar en síntesis siempre nuevas las culturas más diversas y sin relación aparente entre ellas” y que “la identidad europea es, y siempre ha sido, una identidad dinámica y multicultural”. “No basta solamente la integración geográfica de las personas, sino que el reto es una fuerte integración cultural”, advirtió.
Por otro lado, subrayó que “si hay una palabra que tenemos que repetir hasta cansarnos es esta: diálogo”. “Estamos invitados a promover una cultura del diálogo, tratando por todos los medios de crear instancias para que esto sea posible y nos permita reconstruir el tejido social. La cultura del diálogo implica un auténtico aprendizaje, una ascesis que nos permita reconocer al otro como un interlocutor válido; que nos permita mirar al extranjero, al emigrante, al que pertenece a otra cultura como sujeto digno de ser escuchado, considerado y apreciado”, indicó.
“La paz será duradera en la medida en que armemos a nuestros hijos con las armas del diálogo, les enseñemos la buena batalla del encuentro y la negociación. De esta manera podremos dejarles en herencia una cultura que sepa delinear estrategias no de muerte, sino de vida, no de exclusión, sino de integración. Esta cultura de diálogo, que debería ser incluida en todos los programas escolares como un eje transversal de las disciplinas, ayudará a inculcar a las nuevas generaciones un modo diferente de resolver los conflictos al que les estamos acostumbrando”, agregó.
Recordó después que en la situación actual no permite meros observadores de las luchas ajenas, sino, al contrario, es un firme llamamiento a la responsabilidad personal y social. Destacó, en este marco, el papel de los jóvenes: “Ellos no son el futuro de nuestros pueblos, son el presente; son los que ya hoy con sus sueños, con sus vidas, están forjando el espíritu europeo”, dijo. “No podemos pensar en el mañana sin ofrecerles una participación real como autores de cambio y de transformación”.
Nuevos modelos económicos
En una nueva denuncia del sistema económico actual, llamó enseguida a la búsqueda de “nuevos modelos económicos más inclusivos y equitativos, orientados no para unos pocos, sino para el beneficio de la gente y de la sociedad”. Y señaló, concretamente, como solución, a la economía social de mercado, “alentada también por mis predecesores”.
“Tenemos que pasar de una economía líquida, que tiende a favorecer la corrupción como medio para obtener beneficios, a una economía social que garantice el acceso a la tierra y al techo por medio del trabajo como ámbito donde las personas y las comunidades puedan poner en juego muchas dimensiones de la vida: la creatividad, la proyección del futuro, el desarrollo de capacidades, el ejercicio de los valores, la comunicación con los demás, una actitud de adoración”, aseguró.
“Si queremos mirar hacia un futuro que sea digno, si queremos un futuro de paz para nuestras sociedades, solamente podremos lograrlo apostando por la inclusión real: esa que da el trabajo digno, libre, creativo, participativo y solidario”, sentenció.
Recordó que la Iglesia puede y debe ayudar al renacer de una Europa cansada, pero todavía rica de energías y de potencialidades. “Sólo una Iglesia rica en testigos podrá llevar de nuevo el agua pura del Evangelio a las raíces de Europa. En esto, el camino de los cristianos hacia la unidad plena es un gran signo de los tiempos”, aseguró.
Finalmente, cerró un discurso memorable proclamando nueve sueños. “Como un hijo que encuentra en la madre Europa sus raíces de vida y fe, sueño un nuevo humanismo europeo; sueño una Europa joven, capaz de ser todavía madre; sueño una Europa que se hace cargo del niño, que como un hermano socorre al pobre y a los que vienen en busca de acogida; sueño una Europa que escucha y valora a los enfermos y a los ancianos, para que no sean reducidos a objetos improductivos de descarte; sueño una Europa donde ser emigrante no sea un delito, sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todo ser humano; sueño una Europa donde los jóvenes respiren el aire limpio de la honestidad, amen la belleza de la cultura y de una vida sencilla, no contaminada por las infinitas necesidades del consumismo, donde casarse y tener hijos sea una responsabilidad y una gran alegría, y no un problema debido a la falta de un trabajo suficientemente estable”, dijo.
“Sueño una Europa de las familias, con políticas realmente eficaces, centradas en los rostros más que en los números, en el nacimiento de hijos más que en el aumento de los bienes. Sueño una Europa que promueva y protega los derechos de cada uno, sin olvidar los deberes para con todos. Sueño una Europa de la cual no se pueda decir que su compromiso por los derechos humanos ha sido su última utopía”, concluyó, provocando un fuerte aplauso y una ovación de las más de 500 personas presentes.
Sobre el Premio Internacional Carlomagno de Aquisgrán
Se concede desde 1950 por los trabajos realizados en favor de la unificación europea. El premio debe su nombre a Carlomagno, rey de los francos, en el siglo IX, considerado como el “padre de Europa” por sus contemporáneos. El actual presidente del Parlamento de la Unión Europea, Martin Schulz, fue el galardonado con el premio el pasado año. El Premio 2016 fue fallado el 23 de diciembre en Aquisgrán (Alemania), por el comité ejecutivo del galardón, en favor del Papa Francisco, por su mensaje de paz y comprensión, por su compasión, su tolerancia, su solidaridad y su integridad y por ser voz conciencia de Europa.
Dejar el horror atrás: los refugiados sirios que rescató Francisco rehacen su vida en Italia
La sonrisa de Rama, de 51 años, es la de un sobreviviente. Docente de Historia de un secundario de Deir Ezzor hasta que el grupo jihadista Estado Islámico conquistó su ciudad, es uno de los 12 refugiados sirios que, hace una semana, el Papa rescató del agujero negro de la isla griega de Lesbos.
Junto a su mujer, Shaila (49), y sus tres hijos -Rachid (18), Abdel Majid (16) y Al Quds (que significa Jerusalén en árabe, de 7)-, hasta hace una semana dormía en el gélido piso de una carpa del campo de refugiados de Kara Tepe, en la isla de Lesbos.
Allí, estaba atrapado en una pesadilla, como el resto de los más de 52.000 refugiados bloqueados en Grecia desde que el 20 de marzo la Unión Europea selló un controvertido acuerdo con Turquía para frenar la oleada migratoria.
Hoy, para su familia, todo cambió. Pasó a vivir en el Palazzo Leopardi, un centro de acogida para inmigrantes que se levanta en un antiguo y señorial edificio del barrio romano de Trastevere. Y contra todos sus pronósticos, empezó una nueva vida en Italia. Como los otros 11 refugiados que Francisco se llevó de Lesbos a Roma, Rama aún no puede creer la suerte que tuvo.
“Cuando, el viernes a la noche de la semana pasada, nos dijeron que al día siguiente nos íbamos con el Papa a Italia, nuestra felicidad fue máxima. El Papa es un ángel que nos salvó”, dice lleno de entusiasmo.
“¡Estábamos en el fondo del mar y hoy estamos en la cima, en el Everest!”, ilustra, en árabe, traducido por Daud, un joven egipcio que vive desde hace cuatro años en Italia y que trabaja como “mediador cultural” en la comunidad de San Egidio. Este movimiento católico laico nació en Roma en 1968, y se ocupa de las tres familias de sirios salvadas por Francisco.
“Ahora estamos trabajando para su integración y el primer paso es que aprendan el idioma. Todos los adultos ya comenzaron a tomar clases en nuestra escuela para inmigrantes, que funciona desde hace 30 años y tiene 1900 inscriptos”, cuenta Daniela Pompei, de la Comunidad de San Egidio. Fue ella quien, en el secreto más absoluto, viajó a Lesbos cuatro días antes de la visita del Papa, con una misión más que difícil: entrevistar a familias del campo de refugiados de Kara Tepe, verificar quiénes tenían los papeles en regla y cumplían con los requisitos básicos -ser personas vulnerables, con hogares destruidos en Siria, llegados a Lesbos antes del 20 de marzo-, y seleccionar a los afortunados que regresarían con Francisco a Roma.
Entre los seis adultos hay dos ingenieros, una peluquera, un docente (Rama), una costurera (Shaila) y un tipógrafo.
“En verdad, ninguno de ellos aspiraba a irse a Italia, país que no está entre los mitos de los refugiados. Por lo general, apuntan hacia Alemania u otros países nórdicos, ya que se sabe que aquí hay menos perspectivas de trabajo”, admite Pompei. “Pero ahora están felices y agradecidos con el Papa, al que ven como un padre”, agrega. El Vaticano se está haciendo cargo de todos sus gastos, destaca.
Al margen de haber comenzado a tomar clases de italiano, en su primera semana en Roma los 12 afortunados, que fueron recibidos con una cena siria, sin contar el acoso mediático, se lo pasaron haciendo trámites. Dejaron sus huellas digitales en el departamento policial, hicieron el pedido formal de asilo político, y completaron los papeles burocráticos para el permiso de residencia y para el código fiscal, que les permite acceder a la tarjeta sanitaria. Todavía no tuvieron tiempo de hacer turismo, y sólo pudieron ver el Coliseo al pasar, cuando regresaban de la oficina para inmigrantes de la policía.
Emoción
Con el pelo tapado con un pañuelo, robusta y costurera de profesión, a Shaila, la mujer de Rama, se le iluminan los ojos negros al recordar cuando le dijeron que había sido seleccionada para irse con el Papa.
“No lo pudimos creer hasta que nos llevaron al aeropuerto y subimos al avión. Durante el vuelo el Papa comió con nosotros lasaña y jugó con los chicos. Es un hombre con un gran corazón y espero que los líderes del mundo árabe lo imiten”, dice. ¿Cómo se sintió frente a los otros refugiados que se quedaron en Lesbos? “Fue muy difícil; conocíamos gente que viajó con nosotros desde Siria y otra en Grecia. Espero que ellos tengan la misma suerte que tuvimos nosotros con el Papa”.
¿Qué espera de Italia? “Inshallah [si Dios quiere], queremos recuperar los años perdidos por la guerra, que nuestros hijos retomen sus estudios y poder vivir en paz”, dice Shaila, quien no le suelta la mano a Al Quds, que ostenta una típica sonrisa desdentada de 7 años.
¿Qué recuerda de su última noche en Siria? “Los bombardeos, la sangre”, contesta Rama, que cambia de expresión y casi se quiebra al contar que nueve hermanos suyos se quedaron en Deir Ezzor. “Por ahora están bien”, dice, con una expresión de preocupación y sin ocultar, ante las preguntas, el terror que le provoca Estado Islámico.
“Son feroces, son monstruos. No son humanos”, denuncia, aunque también critica, por otro lado, al presidente sirio, Bashar al-Assad, “que es también un terrorista”.
Además de vivir en paz en Italia -quizá trabajando como entrenador de boxeo, uno de sus primeros trabajos, confiesa- y poder educar a sus hijos, Rama tiene otro deseo. “Quiero transmitir una imagen verdadera de los musulmanes a quienes no nos conocen. La nuestra es una religión de paz y amor; somos como los cristianos”, afirma.
Llegó al momento de ir a la clase de italiano. Rama y Shaila se despiden, con sonrisa de sobrevivientes. Y agradecen: “Shukran [gracias] al papa Francisco, shukran a la Comunidad de San Egidio, shukran a Italia”.
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Fuentes:
La Nación / Oficina de prensa del Vaticano