San Alberto Hurtado: Un santo, un legado

5:00 p m| 14 oct 15 (MENSAJE/BV).- El 23 de octubre se cumplen diez años de la canonización de san Alberto Hurtado S.J. quien ofreció un modelo profundamente significativo para el hombre y la mujer de hoy. Vivió una santidad encarnada que supo encarar los problemas de su tiempo; muchos de ellos, problemas actuales. El Padre Hurtado fue profundamente sensible a las dificultades en la educación, a la situación de los trabajadores y del mundo sindical, y a la justa distribución de las riquezas; todas cuestiones que hoy golpean nuestra conciencia como sociedad. Es así que lo más valioso de su legado es su testimonio de que la pasión por estar al servicio del otro, con los propios talentos, es la forma concreta y segura de vivir conforme a la fe que se profesa.

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¿Qué significa la santidad?

La Iglesia enseña que declarar la santidad de una persona es proclamar solemnemente que ella ha practicado heroicamente las virtudes y ha vivido en fidelidad a la gracia de Dios, y por eso es propuesta como modelo de vida cristiana e intercesora delante de Él (1). La santidad es la perfección de la caridad (2), o la caridad es el alma de la santidad (3).

Así, la Iglesia reconoce en la vida de Alberto Hurtado un modelo concreto de entrega y de amor hacia el prójimo, nacido de su amor hacia Dios, según la realidad propia de su historia. Amar a Dios en el otro y amar al otro en Dios es el resumen de la vida cristiana.

En palabras del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal chilena sobre el Padre Hurtado: “Nos dijo que Chile debía ser un país solidario, y creó el Hogar de Cristo. Nos dijo que los trabajadores debían ser dignificados, y creó la Asociación Sindical Chilena (ASICH). Nos dijo que los jóvenes eran semilla de cambio y de esperanza, y dirigió la Acción Católica. Nos dijo que debíamos reflexionar y compartir los sueños que teníamos para Chile, y creó la revista Mensaje. Nos dijo que los católicos tenían que tomar en serio su papel en la sociedad, y escribió “¿Es Chile un país católico?”. Nos dijo que ante la adversidad solo cabía la alegría de saberse bendecido por Dios, con su “Contento, Señor, contento”, y enfrentó la muerte con paz y sencillez. Pero lo más importante que nos dijo es que el secreto de su vida era la persona del Señor Jesucristo y nos enseñó a hacer en todo momento “lo que Cristo haría en su lugar” (4).

Este hombre sigue interpelándonos con lo que dijo y con lo que hizo. Pero lo más valioso de su legado es su testimonio de que la pasión por estar al servicio del otro con los propios talentos es la forma concreta y segura de vivir conforme a la fe que se profesa.


La centralidad en la educación

El Padre Hurtado, siempre preocupado por la dignidad de los más vulnerables en el país, daba una importancia decisiva a la educación. “El problema social chileno tiene una honda raíz educativa. Es necesario clamar: Gobernar es educar” (5). Por tanto, es preciso “cambiar el rumbo de nuestra enseñanza libresca, enciclopédica, en una formación que prepare más para la vida, que dé más sitio al desarrollo de la personalidad” (6).

En el año 1935, el Padre Hurtado aprobó su examen de Doctorado en Ciencias Pedagógicas en la Universidad de Lovaina (Bélgica), siendo uno de los primeros chilenos en obtener ese grado con una tesis sobre el sistema pedagógico de John Dewey, un pensador no cristiano. La influencia de este autor sobre su pensamiento es evidente, especialmente cuando distingue entre la educación y la instrucción en el campo de la pedagogía. Es que la instrucción se reduce al enseñar bien la ciencia y preparar para un buen examen. Pero “eso no es educar, sino instruir, y lo que valoriza la vida no es la instrucción, sino la educación. Porque, después de todo, la instrucción da algo al hombre, pero no lo hace mejor y lo que importa en la vida no es tener algo, sino ser alguien” (7).


Mensaje vigente

Han pasado los años, pero la intuición del Padre Hurtado mantiene toda su vigencia: el auténtico desarrollo de un pueblo y la erradicación de la pobreza pasan por la educación. Aún más, la carencia de esta es una de las raíces más profundas de la pobreza.

Uno de los temas nacionales de mayor importancia en la actualidad es, justamente, la reforma educacional. Existe consenso social con respecto a la necesidad de mejorar la calidad de la educación y favorecer su acceso universal, ya que el poder adquisitivo no puede ser lo que determine la posibilidad de educarse bien y tener un futuro asegurado. Ella no ha de ser un medio de discriminación, sino, por lo contrario, tiene que ser una oportunidad de integración. El desarrollo social está en la base de un auténtico progreso nacional.

El Padre Hurtado, en una conferencia a los universitarios (1945) subrayaba que un alumno “debe conocer la realidad chilena y debe tener una preocupación especial por estudiar su carrera en función de los problemas sociales propios de su ambiente profesional”. Por ello, “la Universidad debe ser el cerebro de un país, el centro donde se investiga, se planea, se discute cuanto dice relación al bien común de la nación y de la humanidad… El universitario debe llegar a adquirir la mística de que en el campo propio de su profesión no es solo un técnico, sino el obrero intelectual de un mundo mejor”. En conclusión, desarrollar el sentido social en los alumnos, insiste el Padre Hurtado, es la misión propia de la Universidad, de tal manera que “cada problema debe aparecer en su aspecto humano… Que el médico no vea solo cuerpos, ni el abogado solo pleitos, ni el ingeniero solo número de operarios y de costos, sino problemas humanos” (8).

Sin embargo, esta perspectiva está ausente en el debate nacional, lo cual es grave porque es el fin que da sentido y fundamenta los medios. Por ello es necesario situar adecuadamente la discusión, teniendo como horizonte el bien del país. La finalidad de la educación es la formación de ciudadanos responsables, preocupados por el bien común y entendiendo su profesión como un servicio a la ciudadanía para fortalecer la convivencia respetuosa y justa en una sociedad plural. Así, la gratuidad es un medio necesario para superar la segregación social, pero no es condición suficiente para garantizar la calidad de la educación. A la vez, la formación de ciudadanos responsables implica que la solidez de un proceso advierte contra lo efímero del inmediatismo, porque una reforma entraña un cambio cultural.

Cualquier debate nacional resulta incompleto si no se toma en cuenta la totalidad del contexto, es decir, la relación de los medios con los fines que se desea conseguir. Entonces, surge la interrogante clave: ¿qué tipo de educación se desea implementar? ¿Qué se pretende como resultado final de la etapa de la educación formal? ¿Instruir o formar? ¿Conocimiento enciclopédico o preparación para la vida? Las respuestas a estas preguntas definirán el contenido de la palabra “calidad”.


Un desafío comprometedor

San Alberto Hurtado fue un hombre de reflexión y de acción: descubría el problema y proponía una solución.

En nuestros días hace falta tener un sentido crítico, entendido como la capacidad de apreciar lo que más conviene para el bien de toda la ciudadanía. La descalificación, el aprovechamiento político y la creación de falsas alarmas son simplemente irresponsabilidades sociales. Citando a Monseñor Fulton Sheen, el Padre Hurtado decía que “la única razón para ser crítico, es ser constructivo, como la única razón para echar abajo una casa es construir otra en su lugar”; justamente, este principio “debe siempre tenerse en cuenta al hacerse una crítica” (9).

El cristianismo no puede limitarse a la denuncia. Es preciso actuar en consonancia con los propios principios, participando activamente como ciudadanos, promoviendo siempre el bien del otro y de la comunidad. Así como la búsqueda de la justicia es inseparable de la fe que se proclama, una permanente disposición al servicio a la sociedad resulta inseparable de nuestra pertenencia a la Iglesia. San Alberto Hurtado es, en ese sentido, un ejemplo inspirador que se puede tener a la vista al cumplirse diez años de su canonización.


Fuente:

Editorial de la edición de octubre 2015 de la Revista Mensaje.


Referencias:

(1) Cf. Catecismo de la Iglesia católica, 1992, no 828.
(2) Juan Pablo II, Christifideles Laici, 1988, no 16.
(3) Catecismo de la Iglesia católica, 1992, no 826.
(4) Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile, El Padre Hurtado: un don de Dios para Chile, 18 de octubre de 2005.
(5) “Puntos de educación” (1942) en Padre Hurtado: Obras completas, Tomo I (Santiago: Ediciones Dolmen, 2003), p. 203.
(6) “Humanismo social” (1947) en Padre Hurtado: Obras completas, Tomo II (Santiago: Ediciones Dolmen, 2001), p. 301.
(7) “La vida afectiva en la adolescencia” (1937) en Padre Hurtado: Obras completas, Tomo I (Santiago: Dolmen Ediciones, 20032), p. 89.
(8) Un fuego para la Universidad. Páginas escogidas de san Alberto Hurtado (Centro de Estudios San Alberto Hurtado, Pontificia Universidad Católica de Chile, 2011), pp. 64, 65, 69.
(9) “Humanismo social” (1947) en Padre Hurtado: Obras completas, Tomo II (Santiago: Ediciones Dolmen, 2001), p. 323.

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