Santo Tomás de Aquino y el estado ‘secular’

11.00 p m| 12 feb 15 (THINKING FAITH/BV).- El 28 de enero, se celebró la Fiesta de Santo Tomás de Aquino, el gran teólogo y doctor de la Iglesia. La perspectiva Tomista sobre la religión y la oración puede proporcionar una base de unidad para una sociedad que se encuentra dividida por varios motivos, dice Joe Egerton, quien además aplica el pensamiento de Santo Tomás a una cuestión sumamente relevante en la sociedad contemporánea: el derecho del Estado a legislar en materia de religión.

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Hay muchos puntos de vista sobre la situación de la religión en el Estado contemporáneo. Unos ven las creencias religiosas como perjudiciales y proponen desalentarlas; otros dicen que la religión es un asunto completamente privado y que debe (como el sexo) ser practicada en privado entre adultos que consienten; varios la ven como un potencial elemento unificador de nuestra sociedad; y otros más podrían permitir la imposición de la ley religiosa.

Estas posiciones parecen incompatibles. Seguramente cualquier compromiso requeriría que otros renuncien a sus creencias, ¿no? Si la respuesta a esa pregunta es “Sí”, entonces estamos en graves dificultades. Pero supongamos que es “No”. Supongamos que podríamos discutir el lugar de la religión en nuestra sociedad sin tener que afirmar o negar cualquier creencia en particular -entonces contaríamos con una base para el diálogo constructivo.

Santo Tomás de Aquino nos ofrece una salida. En su Suma Teológica, nos encontramos con una noción de religión que no descansa en un acto de fe. Religión, según Santo Tomás es una virtud natural, una excelencia de carácter, a veces llamada “una virtud moral”; de hecho, para Santo Tomás, la religión es la más grande de tales virtudes.

¿Qué entiende Santo Tomás por “virtud”? Virtudes (o ‘excelencias’ – la palabra griega Areté se puede traducir tanto como “virtud” y como “excelencia”) son las disposiciones que impulsan nuestras acciones. Tomás las divide en tres categorías. Dos de ellas se han extraído de Aristóteles, las virtudes del carácter y las virtudes de la inteligencia. Estas virtudes se adquieren como hábito: primero las aprendemos de nuestros padres o maestros; y tal vez más tarde de libros o películas. Al adquirirlas, alcanzamos la capacidad de tomar buenas decisiones. Así aprendemos a ser justos, veraces, valientes, sobrios, y así sucesivamente. Poseemos la capacidad de reflexionar sobre nuestras acciones para ser más virtuosos o incluso adquirir una virtud que nos ha faltado anteriormente.

La definición que Santo Tomás da a la virtud de la religión no viene de la Sagrada Escritura, sino de un filósofo y estadista romano, Marco Tulio Cicerón (‘Tully’ para Tomás), nacido en 106 a.C. proscrito y asesinado en 43 a.C. Dice Tulio (Ret. ii, 53) que “la religión consiste en ofrendar un servicio y ritos ceremoniales a una naturaleza superior que los hombres llaman divina”. La religión -que para Tomás acoge la oración- es una práctica a la que nos habituamos, que aprendemos primero de los demás, y es por tanto una virtud del carácter.

La fe es algo diferente, dice Tomás de Aquino. Mientras que la religión es la ofrenda de alabanza y oración a Dios, la fe es acercarse a Dios, por lo cual no nos limitamos a creer que “hay un Dios, sino que creemos en Él”. La fe, para Aquino, es una de las tres grandes virtudes que no encajan cómodamente en las categorías de Aristóteles. Las otras dos son la esperanza y la caridad. Estas, argumenta Santo Tomás, se ‘infunden’ por acción del Espíritu Santo; son dones de Dios -las virtudes teologales.

Al ubicar la religión como una virtud natural, Santo Tomás nos permite establecer un debate sobre lo que es y lo que no es admisible en una actividad religiosa sin ser acusado de interferir en un asunto de fe. Existe una estrecha vinculación en el pensamiento de Santo Tomás entre las virtudes naturales y la ley natural. El primer precepto de la ley natural es hacer el bien y evitar el mal; y la religión, como virtud, se dirige hacia nuestro fin último: necesariamente nos va a inclinar a hacer el bien y evitar el mal. El Estado, entonces, puede decretar que toda acción que aleja del bien -como el terrorismo, o incitar y reclutar para ello- es un abuso de la religión; y la legislación para evitar este tipo de corrupción peligrosa (de la religión-virtud) estaría justificada. Conviene notar que este argumento no da licencia estatal para interferir en el contenido o la formulación de la creencia religiosa.

Aparte de las cuestiones sobre leyes y Estado, adoptar la postura Tomista de que la religión es el ofrecimiento de alabanza y oración a Dios y por lo tanto es independiente de las creencias teológicas específicas, nos ofrece una valiosa lección: los argumentos teológicos pueden dividir; pero la oración sólo puede unir. Las diferencias en el contenido de las creencias no tienen cabida en la perspectiva Tomista sobre lo que sucede cuando los musulmanes van a sus mezquitas, los judíos a sus sinagogas, los cristianos a sus iglesias, e hindúes y sikhs a sus templos.

Si nos abocáramos totalmente a adquirir la virtud de la religión como la describe Santo Tomás, reconoceríamos inmediatamente el valor de lo que ocurre en todas las mezquitas, sinagogas y en todos los templos -y nuestra respuesta sería de alegría. Esto no niega las diferencias de creencias, pero establece una base para que podamos convivir en el reconocimiento honesto de nuestras diferencias. Como escribió el Arzobispo de Canterbury respecto de la reconciliación en la Iglesia de Inglaterra: “La reconciliación no significa que todos estemos de acuerdo. Significa que encontramos maneras de no estar de acuerdo -quizá muy apasionadamente- pero con profundo amor mutuo, y compromiso de unos con otros”.


Fuente:

Thinking Faith

Joe Egerton se “encontró” por primera vez con Santo Tomás hace cuarenta años, cuando un jesuita en Stonyhurst le recomendó  su biografía por GK Chesterton (“The Dumb Ox”).

La inspiración original para este artículo fue una homilía por El Rev. Nicholas Papadopulos, Canónigo Tesorero de la Catedral de Canterbury, dada en Completas en el Tercer Domingo de Adviento.

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Un pensamiento en “Santo Tomás de Aquino y el estado ‘secular’

  • 4 marzo, 2015 al 8:26 pm
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    La nitidez del razonamiento es admirable. El reconocimiento de Dios desde las profundidades de la mente y el corazón, desde el sentido mismo de la propia identidad frente y en la realidad, es un tema para reflexionar permanentemente; y también para aplicar en otros campos, como el de la Ética o como el de la Ética en el Derecho. Creo que aquí estamos en el mundo de la buena voluntad natural no contaminada…

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