Un aporte a la Ecología desde la espiritualidad Ignaciana
6.00 p m| 2 may 14 (ECOJESUIT/BV).- El cuidado de la tierra es tan importante para el futuro de la humanidad que todas las tradiciones humanistas, científicas o espirituales que tengan algo que aportar a él, deberían hacerlo. De esa convicción surge la pregunta: ¿tiene la espiritualidad ignaciana alguna inspiración propia que poner al servicio del movimiento ecologista? Creemos que sí. El objetivo de esta publicación es ponerlo de manifiesto. Tal vez la raíz más honda de esa afirmación la tengamos en el comienzo y el final de los Ejercicios, en el Principio y Fundamento y en la Contemplación para alcanzar amor: Las “cosas” son más que cosas. Son criaturas y dones de Dios en los que Dios mismo habita y nos espera.
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El proceso de los Ejercicios queda enmarcado en una doble afirmación. La del Principio y Fundamento: que no sólo el hombre sino “las otras cosas sobre la haz de la tierra”, todas ellas, son creadas por Dios, es decir provienen de su amor originante. Y la de la Contemplación para alcanzar amor: que toda realidad es lugar de encuentro con ese Dios que es y se manifiesta: a) dándonos las cosas y dándosenos en ellas; b) habitándolas; c) trabajando en ellas por nosotros; d) descendiendo a ellas.
Desde sus experiencias espirituales en Manresa el mundo es para Ignacio una gran teofanía. En él se manifiesta Dios y en él quiere ser encontrado, adorado, amado y servido. Esa es su nueva mística, la que le trasforma de eremita en jesuita. A partir de entonces la pasión de Ignacio no se focalizará ya en ayunos, penitencias y oraciones sino en amar y servir a Dios, amando y sirviendo a su mundo. Cuando más tarde escriba las Constituciones de la Compañía de Jesús pedirá a cada uno de sus miembros algo que vale para todos porque define el horizonte más precioso de su espiritualidad: “Es preciso buscar y hallar a Dios en todas las cosas, a Él en todas amando y a todas en Él, conforme a su santísima voluntad”.
¿No existe ahí un principio inspirador de esa triple relación con Dios, con los demás y con la tierra en la que se mueve la vida de la humanidad? ¿Podremos acaso, una vez situados en esa cosmovisión, separar a Dios de lo que él tanto ama, el mundo? ¿Podremos responder a su amor sin expresárselo en el cuidado del hábitat de todos los seres vivos? Decididamente no. Cuando nos relacionamos horizontalmente con las cosas –viene a decir Ignacio– es preciso encontrar y amar en ellas a su Fuente y su Dador: ser “místicos horizontales”, contemplativos en la acción. Cuando nos relacionamos “verticalmente” con Dios, es preciso descubrir y amar en Él al mundo: ser activos en la contemplación.
En esta visión ignaciana del mundo como realidad transida de Dios, y de Dios como Alguien que nos regala el mundo y se da en él, una cosa es de notar. Que hombres y mujeres, naturaleza, cosmos, acontecimientos históricos, etc, no son para nosotros una “ocasión” a partir de la cual nos elevamos a Dios. No. Que no encontramos a Dios a través de ellos sino en ellos. ¿Cómo, entonces, si la naturaleza es don de Dios y lugar en el que Él se nos da, podríamos no interesarnos por ella?
En el movimiento ecológico convergen de hecho muchas tradiciones, cada una con su propio acento. El nuestro es éste: las “cosas” son criaturas, son don de Dios, no propiedad nuestra. No son de uso libre. Al acercarnos a ellas lo primero que tendríamos que hacer es dar un paso atrás, porque “el suelo que pisamos es santo”, no nos pertenece. Sólo después podríamos dar un paso adelante cuando hayamos visto las cosas como hermanas de creación. ¿No tenemos todos alguna experiencia de que sin ese primer paso atrás, de adoración y acción de gracias, nuestra relación con las cosas se pervierte fácilmente, se convierte en autobúsqueda?
La espiritualidad ignaciana lleva pues en sus entrañas esa cosmovisión según la cual Dios y el mundo no son la misma cosa, no pueden ser pensados en clave panteísta, antigua o moderna, pero tampoco dos realidades desvinculadas entre sí como querría un falso dualismo. En este punto Ignacio se aleja por igual de ambos extremos. Más cerca parece estar de Pablo cuando en el areópago de Atenas proclama que todo es en Dios, que todo recibe de Él la vida, el aliento y todas las cosas. En términos cultos, a esta visión paulina, que es también la ignaciana, suele llamársela pan-en-teísmo, término griego que significa “todo existe y vive en Dios”.
¿Qué derivaciones nacen de esta visión con respecto a nuestra implicación en el cuidado del medio ambiente? Se nos ocurren estas cuatro:
1. La preocupación por el cuidado de la tierra no es opcional para quien desee vivir el seguimiento de Jesús desde la espiritualidad ignaciana. Nos atañe a todos y todos tendríamos que pensar el modo de contribuir a él, militemos o no en algún movimiento ecológico.
2. En cualquiera de los dos casos, pero mucho más en el caso de la militancia ecológica, la implicación en el cuidado de la tierra no es un añadido a nuestra espiritualidad. El reto está en que esa implicación sea, ella misma, espiritual, es decir, ‘ecología con Espíritu’, motivada por Él que tiene su casa en la tierra, alentada e inspirada por Él y su proyecto de cielos nuevos y tierra nueva. Los análisis científicos y técnicos son imprescindibles, pero necesitamos vivirlos desde esta espiritualiadad que sostiene la motivación a largo plazo y permite identificar este tipo de iniciativas como parte de nuestra tradición espiritual.
3. Ignacio es muy realista con respecto a nuestro instinto de posesión. Como instinto no es malo, lo malo es tu tendencia a convertirse en obsesión. Jesús nos avisó muchas veces de esa tendencia arcaica del ser humano y, a su zaga, también Ignacio en la meditación de Dos banderas. La mayor parte de las veces, nos dice, la tentación más radical del ser humano se dirige a la ‘codicia de riqueza’, bien sea material o espiritual. Es decir, al intento de salvarse a sí mismo a través de la acumulación, del uso desordenado de las cosas. Quien paga el pato de esa obsesión son siempre la naturaleza y los hermanos y, dentro de estos, los más desprotegidos y pobres.
4. Queda un tema harto difícil de plantear, pero también insoslayable: ¿puede el acento cristiano-ignaciano de la preocupación por el medio ambiente formar parte explícita del debate ecológico al lado de otros acentos y tradiciones humanistas o científicas? ¿debe hacerlo? Uno piensa que sí, pero el cuándo y el cómo son muy complejos y exceden las dimensiones de este espacio. Los modos concretos necesitan ser más pensados.
José Antonio “Toño” García, SJ, es director de la Revista Manresa, formador de muchos jesuitas y tiene un profundo conocimiento de los Ejercicios Espirituales.
Fuente:
Me encantó el artículo. Lo voy a utilizar en mis clases en la Universidad, cuando veamos la relación de la persona humana con el mundo que le rodea.