Ver a la persona. Para comprender las declaraciones del Papa Francisco sobre la homosexualidad
9.00 p m| 20 mar 14 (AMERICA/BV).- Descifrar la mente de un Papa es peligroso, especialmente cuando está abordando un tópico altamente controversial tanto en la vida de la Iglesia como en la vida civil. Una forma de interpretar lo que el Papa está haciendo es decir que está provocándonos a pensar sobre cómo debería ser la postura de la Iglesia en relación a la homosexualidad, en vez de enfatizar cómo ha sido antes. Reflexión de John Langan, profesor de Filosofía y Teología, especialista en temas de Pensamiento Social Católico de la Universidad de Georgetown.
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Hasta hace poco el lugar en que la Iglesia Católica se encontraba acerca de la homosexualidad era considerado obvio. La postura de la Iglesia para con la comunidad de gays y lesbianas, y con sus actividades distintivas, era vista como negativa, llevando a juicios y condenas. De peso decisivo es el juicio moral negativo sobre los actos homosexuales calificados como intrínsecamente malos. A pesar de que el magisterio distinguiera entre los actos homosexuales y una inclinación homosexual, el mal moral intrínseco de los hechos significaba que, aunque la orientación sexual no constituyera un pecado en sí, representaba una inclinación para cometer cosas pecaminosas y, así, necesitaba ser combatida.
Recientemente la Iglesia en los EE.UU. resistió fuertemente al movimiento de legalización de las bodas homosexuales, argumentando que eso iría a legitimar actos homosexuales intrínsecamente malos, traería efectos muy negativos para la institución del matrimonio y representaría graves amenazas a la libertad religiosa. Comentarios recientes hechos por el Papa Francisco publicados en esta revista [América] y en otras implican que este asunto puede ser más complejo de lo que parece. En diversas ocasiones Francisco declaró no tener deseo de desafiar o alterar la doctrina moral católica sobre sexualidad o de innovar la doctrina de la Iglesia. Probablemente no quiere contradecirse, ni contradecir la larga tradición de la doctrina católica sobre este asunto, que posee raíces bíblicas y que ha formado las normas jurídicas en la mayoría de los países occidentales hace mucho tiempo. Entonces, ¿que pretende el Papa?
Lo que un filósofo moral, amigo y admirador, puede hacer es leer sus palabras y sus actos, y ofrecer sugerencias sobre cómo interpretarlos de modo que formen una imagen coherente. Eso es algo que debería ser hecho antes que de que las personas conmemoraran o condenaran lo que el Papa viene diciendo. Es importante tener presente que sobre este asunto el Papa no está usando los medios comunes de presentar y desarrollar la doctrina de la Iglesia, lo que normalmente sería hecho vía discursos formales, comunicados por autoridades vaticanas y, en una forma más duradera, vía cartas encíclicas.
Una forma de caracterizar lo que el Papa está haciendo es decir que está provocándonos a pensar sobre cómo debería ser la postura de la Iglesia en relación a la homosexualidad, en vez de enfatizar cómo ha sido antes. Ahora bien, la palabra “postura”, aunque usada bastante en el día a día, no es un término teológico. Los teólogos y la mayoría de los obispos hablan sobre enseñanzas y doctrina de la Iglesia, normas y principios, juicios y conclusiones morales. Basándose en el raciocinio jurídico y en la filosofía moral, visan conclusiones que puedan ser aplicados, de forma consistente, en una amplia gama de casos.
Un punto de partida inmediato es la condena de los actos homosexuales como intrínsecamente malo. Este abordaje es racionalista en vez de ser experiencial, aunque aquellos que la emplean puedan recurrir a la experiencia para sostener sus argumentos. Para el racionalista moral, no hay necesidad de encontrarse con las personas que realizan estos actos a fin de saber lo que ellas vivencian / experimentan, o lo que estos actos significan para ellas mismas. Eso no quiere decir que no existen factores emocionales en juego en la condena que hacen. Estos factores pueden ser mantenidos en segundo plano, sin embargo pueden ser bastante poderosos.
Durante toda una generación un conjunto poderoso de fuerzas dio forma al abordaje racionalista. Hubo prohibiciones jurídicas contra la actividad homoafectiva; especialistas en psicología veían este asunto como una forma de desarrollo bloqueado o incompleto; las personas se rehusaban a reconocer esta inclinación en ellas propias o en las familias y entre amigos. La homosexualidad era considerada vergonzosa, deshonrada, peligrosa y pecaminosa. Era algo a ser evitado, marginalizado y condenado. Durante una generación, este conjunto severamente negativo de juicios sociales y de prácticas fue atacado. Ahora se aproxima un colapso en grandes regiones del mundo, aunque esté vivo y dinámico en muchas otras partes. En una inversión casi completa, la opinión pública en Estados Unidos y en muchos países occidentales se modificó hasta tal punto que la homofobia se hizo, ahora, la realidad a ser ocultada y negada. La visión tradicional es ahora ampliamente considerada como vulnerable, engorrosa y poco convincente. Ella ya no sirve como norma que necesita solamente de aplicación rigurosa y de compromiso para alcanzar la plena aceptación.
La respuesta de la Iglesia
¿Frente a un cambio tan perturbador en la sociedad, que es lo que hará la Iglesia Católica? Si la oposición inflexible a la homosexualidad probablemente no producirá resultados positivos en una época en que la influencia de la Iglesia en la sociedad en general está en declive, ¿debería ser abandonada la doctrina tradicional? Eso sería cobardía, especialmente ante el carácter muchas veces admirable de la respuesta crítica de la Iglesia a muchas actitudes y prácticas predominantes en la sociedad al largo de los siglos. Los obispos están correctos al insistir que la doctrina de la Iglesia no debe ser determinada por investigaciones de opinión o por resultados electorales.
Sin embargo, sería equivocado pensar que tales cambios en la percepción pública no levanten dificultades serias, lo que sería peligroso si es ignorado por los cristianos. Es poco probable que algo duradero pueda salir de alguna postura acerca de cuestiones humanas que en efecto, dice: “Sabemos lo que sabemos; lo que no sabemos no vale la pena aprender; y no vale la pena quedarse pensando sobre lo que contradice lo que pensamos saber”. Tal postura es incompatible con la colaboración armoniosa entre la fe y la razón que el Papa Benedicto XVI vio como una fuerte característica del catolicismo.
Lo que parece ser necesario es tener un tiempo de reflexión crítica sobre la tradición para dejar claro cuáles fuerzas deben ser preservadas y cuáles continuidades deben ser reafirmadas, aún durante la búsqueda por las fuentes de las limitaciones en la enseñanza, en la doctrina, y en el reconocimiento del desarrollo de nuevas cuestiones y problemas. Reflexiones críticas también deben ser dirigidas a la opinión pública y a aquellos que la amoldarían rumbo a una nueva dirección, los cuales muchas veces abrigan visiones ingenuas, incoherentes e inmaduras, aun cuando se consideran bien informados y progresistas.
Estos dos tipos de reflexión crítica requieren tiempo y apoyo para investigación y diálogo cuidadoso, evaluando lo que se sabe y lo que no se sabe, lo que se espera y lo que se teme. Hay una gran necesidad de coordinar investigaciones e informaciones en los campos de la biología, medicina, ciencias sociales, ética, así como es necesario observar seriamente el desarrollo de doctrinas cristianas, y de otras religiones, sobre este asunto a lo largo de los siglos.
Una “postura”, en contraste con creencias o posiciones teóricas, normalmente trae consigo la percepción de que otros factores están en juego. Esta implica una respuesta a las posiciones o movimientos en el mundo social e intelectual más amplio, y no meramente respuestas a argumentos y críticas publicadas en revistas académicas. Adoptar o modificar una postura brinda una oportunidad para evaluar otros factores además de un juicio específico sobre la corrección o error moral de un acto. Se puede considerar alternativas a una postura y pensar sobre cómo los otros responderán a ella. Se puede considerar los factores de cambio en el contexto social. Se puede reconocer los límites del conocimiento y de los argumentos que alguna vez se consideraron persuasivos.
Hay señales de que el Papa Francisco esté en el proceso de pensar en este sentido. Al asumir una opinión crítica de la postura anterior, no se necesita abandonarla. Al cambiar de postura, aunque sea una que fuera sostenida ampliamente y que es profundamente persistente, no necesariamente se estará cambiando o revirtiendo la doctrina de la Iglesia. En realidad, Francisco dijo repetidas veces, que él no pretende cambiar la doctrina de la Iglesia. Eso frustra muchos periodistas y defensores del cambio; pero ignorar lo que él afirma llevará a frustraciones más serias y duraderas.
Hay también el riesgo de que tanto aquellos que ansían por una transformación radical de la doctrina católica sobre la homosexualidad cuanto los que temen un cambio en ese sentido pueden perder de vista la postura más perspicaz y compasiva que el Papa parece estar decidido a introducir. Pueden juzgarlo por criterios que sean apropiados para actividades jurídicas, políticas y periodísticas, pero que irían a distorsionar el carácter de la relación pastoral de la Iglesia con aquellos a quien ella es llamada a servir.
La humildad importa
Cuatro nuevos elementos deberían marcar una nueva postura para con la comunidad homosexual y la homosexualidad.
En primer lugar está la humildad. Debemos reconocer lo que no sabemos y lo que no entendemos sobre la situación contemporánea de los homosexuales. Esta es una cuestión importante tanto para los defensores de estilos alternativos de vida como para los tradicionalistas sociales y religiosos. La humildad es especialmente necesaria en la medida en que exploramos las cuestiones difíciles sobre cómo entender las causas de las inclinaciones y acciones homosexuales y como la herencia biológica, las experiencias históricas y elecciones personales se relacionan en la formación de la orientación sexual.
Se encuentran también cuestiones difíciles en las consecuencias sociales de aceptar jurídicamente uniones homosexuales, especialmente los efectos de tal política en la institución “matrimonial” en las sociedades occidentales. La humildad es pertinente no sólo en el debate sobre asuntos sociales en general, pero también en los ambientes familiares y de amigos así como en los lugares de decisión para buscar y ofrecer acompañamiento, consejo y cuidado a individuos que están inciertos y angustiados sobre la homosexualidad en sí mismos y en los otros.
En segundo lugar, tenemos que mostrar respeto por la dignidad de los individuos homosexuales como criaturas del único Dios y Padre de todos nosotros, como miembros de la comunidad de los redimidos y como ciudadanos conterráneos de la ciudad y del mundo. La afirmación de las opiniones tradicionales necesitan acontecer dentro de una ética de diálogo y debe ser marcada por civilidad, compasión y caridad. Los antojos de que los homosexuales dejen de existir, o de que ellos deberían desaparecer del espacio público, o aún de que leyes deberían ser promulgadas de forma a negar sus derechos humanos, son simplemente inaceptables.
Exactamente porque las divergencias sobre las evaluaciones morales de los actos homosexuales y sobre el futuro de las instituciones sociales relevantes son reales y profundamente sentidas es que se hace necesario practicar actitudes morales que sostendrán el diálogo a lo largo del tiempo. Eso ayudará a aproximar los defensores de los cambios y los tradicionalistas. Esa actitud también contendría la burla y la difamación de las personas que, en un espíritu de honestidad y fidelidad, honran valores sociales tradicionales. Pues en la Iglesia somos llamados a mostrar caridad y tolerancia mutua en lugar de que nos presentemos como los maestros victoriosos en la guerra cultural.
El fardo mayor se queda con aquellos que, conscientemente o no, han sido influenciados en sus actitudes y reacciones por homofobia, por el miedo y odio de los individuos y de los actos homosexuales. Eso puede manifestarse por el bullying en el patio de la escuela, en bromas maliciosas o en la violación de privacidad, en chantajes y en violencias psicópatas. Muchos de los críticos de la doctrina de la Iglesia sobre la sexualidad sufrieron heridas a partir de la homofobia practicada, a veces con la connivencia de miembros de la Iglesia o, lo que es peor, con la aprobación de ellos. Por todas estas ofensas contra nuestros hermanos y hermanas, hay la necesidad de arrepentimiento y conversión. En la medida en que nos volvemos hacia el futuro, hay la necesidad correspondiente de una mirada crítica para con aquellos que se ofrecen como aliados contra las agendas pro-gays y lésbicas.
En tercer lugar, todas las partes necesitan mostrar realismo al reconocer los problemas de percepción y confianza que complican nuestros esfuerzos en comprender y colaborar unos con los otros. Debemos estar atentos a los desafíos del comportamiento maduro y responsable que la sexualidad presenta a todos nosotros, independientemente de nuestra orientación. Hay una necesidad profunda por el realismo al reconocer las ambigüedades que marcan nuestras historias, tanto personales cuanto sociales. El juicio de Dios probablemente no irá a definirse en una simple división entre ovejas heterosexuales y chivos homosexuales, ya que la creación no produce individuos que permanecen constantemente en un lado de esta división. La expulsión de los recintos sagrados Iglesia de aquellos y aquellas con diferencias sexuales, y el expurgar sus actos y dones de nuestra memoria institucional pueden expresar un odio del mal intrínseco, pero también carga consigo una negación efectiva de la humanidad común.
No debemos sólo ser caritativos con los otros, pero también honestos con nosotros mismos. El autoentendimiento realista lleva al abandono de la hipocresía; el autoentendimento realista de los otros prepara el camino para la aceptación en comunidad. Considerar seriamente las comunidades en las cuáles participamos irá a revelar una tapicería compleja donde las líneas multicolores del arco-iris capturan y reflejan la luz, aumentan en esplendor y en extensión, y que debe ser recibida con gratitud.
El realismo también implica reconocer que el desarrollo moral, personal y espiritual a lo cual todos somos llamados en Cristo no es idéntico a algunos tipos de consistencia jurídica o filosófica o aún con la ortodoxia doctrinaria. Por otro lado, tampoco debe ser definida como la resolución de la orientación sexual de alguien. Estas dos distorsiones implican una reducción de la persona humana a uno o más aspectos favorecidos cuando es una realidad más rica y más compleja.
En cuarto lugar, durante este periodo de examen detallado y de reválidación, necesitamos ser pacientes con nosotros mismos, con el otro y con los amigos y apoyadores de los grupos contestadores tanto en el escenario público cuanto en la vida de la Iglesia. Las tareas de discernir argumentos, modificar leyes y arreglos institucionales, remodelar las expectativas personales y sociales, y examinar los efectos de los cambios cuando fueran propuestos, y que entren en vigor, son cosas que suceden a lo largo del tiempo.
El proceso de aprendizaje, de escucha, de revisión, de comenzar de nuevo y animar los participantes de todos los lados, en todos los niveles, consume cantidad enorme de tiempo y energía. En Estados Unidos y en otros países, el proceso entero será conducido a la sombra de la crisis de abusos sexuales, que continuará siendo una fuente continua de sospechas, miedo y acrimonia. El antojo marcadamente americano por resultados rápidos y sin ambigüedades acortará la paciencia necesaria que se debe tener, así como dificultará su sustentación. Tenemos que tener en mente que el derecho y la opinión pública en Estados Unidos ahora entienden y tratan las relaciones homosexuales entre adultos y el abuso sexual de menores y de personas vulnerables como realidades significativamente diferentes.
Valores sexuales
La nueva postura acerca del tema de la homosexualidad debería abrir posibilidades para la afirmación de la dignidad humana de los homosexuales. Debería también de reconocer la necesidad de gays y lesbianas de una forma adecuada de ministerio pastoral y afirmar una continuidad de valores fundamentales en una situación social grandemente modificada. Por ejemplo, la enseñanza y la práctica tradicional de la Iglesia presentan la fidelidad y la fecundidad como dos de los grandes bienes estrictamente relacionados con la actividad sexual. Los críticos de la homosexualidad han sido honestamente incapaces de ver el lugar de continuidad para estos valores en uniones como estas. El deseo de algunos homosexuales por adoptar hijos, así como el deseo de otros de establecer uniones permanentes pueden ser vistos como pruebas del poder de atracción de estos valores tradicionales, aún si ellos están siendo alcanzados de maneras anteriormente inaceptables.
Evaluar la posibilidad de que los homosexuales alcancen estos valores de forma sustentable nos obliga a que vayamos más allá de los actuales argumentos sobre derechos y protección igualitaria según las preferencias personales y a que miremos cuidadosamente las vidas reales y el modo como los valores están siendo articulados y practicados. Puede ser una forma de defender el matrimonio tradicional. Pero también una forma de obligar a los proponentes del matrimonio del mismo sexo a que reconozcan el carácter incompleto de este abordaje y de sus argumentos. Buenas intenciones o declaraciones sinceras no constituyen garantías efectivas de fidelidad duradera. El cambio principal no estaría en la doctrina de la Iglesia sobre la aceptabilidad moral de la actividad homosexual, pero en la afirmación y práctica del ministerio pastoral a individuos comprometidos en uniones irregulares y cuestionables. El ministerio sería conducido en un espíritu más cauteloso y perspicaz; estaría más interesado en suministrar cuidado y en animar el crecimiento de las personas que implementar políticas dentro de estructuras burocráticas y jurídicas.
Aquí podemos aplicar la metáfora favorita del Papa Francisco: aquellos que conducen el ministerio harían como los médicos en un hospital de campaña. Ellos procederían con un deseo genuino de comprender las aspiraciones personales y espirituales de los individuos en vez de repetir simplemente el equivalente a un diagnóstico fatal, que es como la confianza repetida en la noción del “mal intrínseco” será probablemente percibida.
No se trata de una propuesta para juzgar las incontables cuestiones que hoy están abiertas a la discusión, ni de un programa teológico para resolverse los problemas con la implementación de cambios en esta región problemática de la teología y de la práctica católica. Lo que aquí presentamos puede más bien servir como un modelo parcial para abordar problemas semejantes en áreas donde los cristianos católicos vienen colocando más energía en la denuncia que en el diálogo, donde las disyunciones y fracturas vienen creciendo en escala y en niveles letales.
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