Lecciones de teología para todos
9.00 p m| 14 nov 13 (BUENA VOZ).- Conociendo la importancia de mantenernos al día en temas trascendentes de teología actual, recordamos a nuestros lectores la existencia del nutrido repertorio que nos ofrece la revista “Selecciones de Teología”, cuya colección completa se encuentra publicada en Internet. Es una revista trimestral que, desde 1962, selecciona y condensa los mejores artículos de teología publicados en más de 500 revistas de todo el mundo, recibidas por el “Instituto de Teología Fundamental” en Barcelona.
Para facilitar la navegación entre la colección completa de estas revistas, la página web dispone de un buscador por materias y autores. A modo de muestra de los temas que podemos encontrar, ofrecemos en este post un texto que describe una panorámica de lo que fue la elaboración del sustento teológico de nuestra fe en el Dios uno y trino, en la coyuntura de los Concilios de Nicea y Constantinopla.
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¿Cómo se llegó a la Fe en el Dios Uno y Trino?
Acostumbrados a los temas al uso en nuestros medios de comunicación nos parecería imposible que en otras épocas, incluso las “verduleras” discutieran de cuestiones teológicas y que los hooligans lo fueran de tal o cual formulación teológica. Sin embargo, los cristianos de la época estaban convencidos de que la corrección doctrinal influía sobre las grandes decisiones de su vida. Los dos Concilios, en que se elabora el esquema fundamental de la teología trinitaria, son los de Nicea (325) y I de Constantinopla (381). Podríamos resumir los temas tratados en el siguiente esbozo: a) Nicea: si el Hijo de Dios posee o no la misma divinidad del Padre; b) Constantinopla: afirmada la divinidad del Hijo se plantea la divinidad del Espíritu Santo, que tiene características distintas a las del Padre y del Hijo.
El Concilio de Nícea (325): La divinidad de Jesucristo, Hijo de Dios
El conflicto entre Arrio y su obispo, Alejandro de Alejandría, en 318 puede hacer olvidar la elaboración doctrinal anterior con figuras señeras como Ireneo de Lyon y Orígenes. A riesgo de simplificar se puede caracterizar la evolución teológica en dos trazos:
La “monarquía divina”
La teología anterior a Nicea había dejado claro que Dios es principio absoluto, sin causa ni origen, explicación y razón única de su propia existencia y principio único de todo lo que existe. Por tanto, la realidad se articula en dos sectores: Dios, por un lado, y, por el otro, el resto de lo existente.
Esto supuesto, ¿en qué lugar hay que situar a Jesucristo? Parece que como Hijo de Dios engendrado o generado por el Padre debería englobarse en lo creado y, por tanto, de categoría inferior a Dios. Pero, entonces, ¿cómo puede ser garantía de salvación? Por otro lado, la divinidad de Cristo parece ser el rasgo fundamental que contrapone el cristianismo al judaísmo. Sin embargo, si se admite la divinidad de Cristo parece que se atenta contra el monoteísmo. Se trata de interrogantes que afectan a la comprensión y la imagen de Dios con relación a los hombres y a la propuesta de salvación cristiana.
El primer intento de solución atiende a la defensa de la “monarquía divina”. El Padre es principio único no originado. Pero posee una doble capacidad de producción de otros seres. Por una parte, puede crear de la nada todos los seres que se distinguen radicalmente de él, rechazando todo panteísmo, emanatismo o dualismo. Pero también puede donar su propio ser, generando otro ser, el Hijo, de idéntica sustancia que el Padre pero distinto de él por individualidad propia. Se mantiene de esta forma el principio monoteísta y la divinidad del Hijo que posee, como recibida, la misma sustancia del Padre. Queda así afirmada la divinidad del Hijo y también su diferencia con todo lo creado. Veremos que esta concepción será luego cuestionada.
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