Taizé: cultivando el Vaticano II
11.00 a m| 23 abr 13 (VIDA NUEVA/BV).- El espíritu del Concilio Vaticano II se vive hoy día a día en las actividades inspiradas por la comunidad ecuménica de Taizé. En su colina de la Borgoña francesa y en sus encuentros internacionales, acogen a miles de jóvenes de diferentes confesiones cristianas y a todos los que advierten algo extraordinario en este encuentro impensable -o condenable- antes del Concilio.
Compartir la Palabra, dialogar y reunirse en la mesa entre tantos y tan diferentes se convierte en anticipo real de la unidad humana que, en Taizé, brota de la música y el silencio de la oración. Un anticipo que despierta las experiencias creativas de solidaridad donde los jóvenes de hoy buscan el rostro de Dios.
Una parábola de la comunión del Concilio
Roger Schutz, fundador de la comunidad de Taizé, nunca previó o planificó el “éxito” pastoral de su experiencia. Cuando el joven teólogo calvinista se estableció en ese pueblito francés en 1940 solo pensaba en acoger a los que necesitaban amparo en la guerra mundial. Otros compañeros, protestantes y católicos, se suman pronto a ese espíritu formando una “parábola de comunión”. Era una esperanza que ya latía en la iglesia del siglo XX, aunque aún no en sus documentos ni instituciones. Las Mortalium animus (1928) y Cum Compartum (1948) desalienta las reuniones ecuménicas en nombre de la “verdadera religión”. La De motiene Oecumenica (1949) ya reconoce el ánimo del Espíritu en las aspiraciones ecuménicas, pero solo las entiende en términos de “regreso” a la iglesia católica. En ese contexto, los hermanos de Taizé visitan diversas iglesias y eclesiásticos: no esconden las diferencias pero ponen en primer lugar lo que une cuando se busca responder a Cristo. Las sospechas, dudas y enemistades se van diluyendo -aunque no siempre- en la sinceridad y sencillez de la conversación con los hermanos. En 1948, el obispo de Autun consigue la autorización para que la comunidad de Taizé use el pequeño templo románico del pueblo para sus liturgias. Una pequeña para de la primavera del Concilio.
Hno. Roger Schutz
Ya como Papa, Juan XXIII cultiva la amistad con el hermano Roger. “Abrir las ventanas” no solo permite mirar fuera sino dejar entrar el aire fresco y renovador. Los hermanos Roger y Max son invitados al Concilio, junto con otros observadores ortodoxos y protestantes. Previamente, entre la convocatoria al Concilio y su inicio, la comunidad de Taizé había preparado un documento que planteaba tesis “que debían servir de base a la discusión y expresar la esperanza de los no católicos en el Concilio” (1959). Algunas de ellas alcanzarían el debate en el aula conciliar. La fineza teológica y el cuidado lenguaje del documento son, finalmente, una traducción de la vida cotidiana de su comunidad ecuménica: la unidad no se plantea como un objetivo institucional o un replanteamiento conceptual sino, en primer lugar, desde el llamado permanente a la conversión que comparten todos los cristianos. El lenguaje para dialogar en este horizonte de conversión es la Biblia, donde ya podían en ese momento sintonizar los exegetas católicos y protestantes, y, sobre todo, desde donde todos los cristianos pueden encontrar una historia común.
La contribución de Taizé fue importante y, como la historia del Concilio mismo, compleja en su esfuerzo por responder a la diversidad de posiciones y encontrar caminos comunes para avanzar. Participaron, por ejemplo, con el teólogo dominico Yves Congar en la comisión que rehizo el De fontibus revelationis (sobre la tradición y la Escritura) que se convertiría en la renovadora Dei Verbum, y con Gustave Thils (teólogo del Secretariado Autónomo para la Unidad de los Cristianos, creado por Juan XXIII en 1960) en la redacción de un nuevo esquema para el documento sobre ecumenismo.
Pero la “influencia” más decisiva de Taizé fue el encuentro personal en la mesa. Cardenales –incluso los tenido por “conservadores”-, teólogos y observadores eran recibidos en el apartamento romano de los hermanos, donde no había estrategias o agendas ocultas; solo lo que se decía de corazón, algo de comida y una copa de vino (si bien, recordaría el hermano Roger, sabían que en Roma se comentaba que “Antes de ir a comer a la casa de los hermanos de Taizé, más vale comer algo”). Compartir la mesa y hablar cada uno desde su lenguaje buscando hacerse entender: la parábola de comunión se hizo, en verdad, una parábola de lo que Juan XXIII soñó para el Concilio.
Hno. Roger y el Papa Juan XXIII
Taizé no solo anticipó y participó en el Concilio. Tras su conclusión, lo mantuvo con toda naturalidad en su reflexión y vida. La Dei Verbum había aclarado el horizonte para la investigación teológica y el cultivo de la Palabra en la vida del pueblo de Dios. Para los hermanos de Taizé ese horizonte formulado en los lenguajes de la Biblia daba la palabra a todos los llamados al diálogo ecuménico. El comentario publicado por los hermanos Roger y Max a esta constitución dogmática es un ejemplo de cómo evitar reducir el ecumenismo -o cualquier otra “novedad” conciliar- en un slogan. El teólogo jesuita Henri de Lubac reconoce en su prólogo al comentario de los hermanos: “Uno podría temer al menos que el fervor ecuménico prevalente en Taizé podría influenciarlos inconscientemente a adoptar una interpretación extrema de un texto que ciertamente les permite un nuevo apoyo. Pero ese no es el caso. Es un comentario perfectamente objetivo, cuya gravedad, claridad y equilibrio lo convierte en un excelente instrumento de trabajo”. El estudio, el debate teológico y la revisión histórica pueden emprenderse con confianza y paciencia cuando se cultivan en la sencilla oración que Taizé ha sabido compartir como el horizonte de silencio y escucha que disponen la verdadera comprensión y reconciliación.
Cosechar las nuevas semillas
La oración en Taizé sigue atrayendo a miles de jóvenes y no tan jóvenes. Un pequeño texto bíblico, largos silencios y sus característicos cantos -dos o tres versos cantados sucesivamente en diferentes idiomas- son su sencillo y profundo camino espiritual. Es lo que ofrecen a quienes los visitan y en su “Peregrinación de la confianza a través de la tierra” (encuentros juveniles anuales en Europa y periódicamente en otros continentes). Nunca han querido fundar un movimiento sino acoger a todos y compartir lo que puedan encontrar valioso en su experiencia. Juan Pablo II comentó al visitarlos “se pasa por Taizé como se pasa junto a una fuente. El viajero se detiene, bebe y continúa su ruta. Los hermanos de la comunidad, ya lo sabéis, no quieren reteneros. Ellos quieren, en la oración y el silencio, permitiros beber el agua viva prometida por Cristo (…) después volver a partir para testimoniar su amor y servir a vuestros hermanos”. El Espíritu acredita su paso por estos encuentros de Taizé moviendo a estos jóvenes a un servicio que abre pacíficamente las fronteras políticas, culturales y religiosas.
Jóvenes orando
En el Concilio, el hermano Roger conoció a Dom Hélder Câmara, entre otros obispos del llamado Tercer Mundo. Estas amistades animaron nuevos pasos de esa sensibilidad hacia la pobreza, la exclusión y la injusticia en la que había nacido la comunidad de Taizé y que el Concilio también había hecho suya. Su apoyo a iniciativas de desarrollo local en Sudamérica y luego en los otros continentes a través de la “Operación Esperanza” son un signo de que, en palabras del hno. Roger, “un ecumenismo que solo se propusiera el encuentro de las cristiandades occidentales estaría condenado al fracaso, porque nos haría recaer en el proceso de repliegue sobre uno mismo que caracteriza a toda sociedad vieja. Pero si cooperamos con miras a aportar una nueva promoción humana a los más pobres, nos distanciaremos considerablemente de nuestro pasado, de nuestras sordas luchas de influencia, de nuestro apetito inconfesado de llevar razón: estaremos realmente comprometidos en la ecumene, esa realización de la unidad visible de los cristianos y, a través de ella, de la unidad de todos los hombres”. En los encuentros de Taizé, orando en cantos y silencios, muchos jóvenes escuchan en ellos mismos ese llamado. Dejan sus países como voluntarios y voluntarias para compartir sus talentos con los más excluidos y, a menudo, recibir de ellos a un Jesús más encarnado y cercano que les llena de esperanza.
En nuestros tiempos llenos a la vez de novedad y cansancio, vivir el Espíritu del Concilio corre el riesgo de reducirse a una restauración de lo nuevo de hace 50 años. El gran aporte de Taizé, como el de muchas otras discretas experiencias eclesiales, es cultivar hoy aquellas semillas con la misma fe, esperanza y autodesprendimiento de los primeros cristianos que, temerosos del mundo y sus propias diferencias, se dejaron llenar del Espíritu que solo se percibe desde el silencio de la oración que busca el rostro de Dios en el mundo. Un silencio que los y las jóvenes de la era de los iPads descubren en estos cantos que comenzaron en una colina francesa y ahora son el sencillo tesoro de todos los cristianos.
Videos:
Jóvenes sobre los cantos de Taizé
El hermano Roger sobre la confianza
Encuentro de Taizé – Santiago de Chile 2010
Enlaces de interés:
– Web de Taizé
– Taizé sobre el hermano Roger
Texto de Víctor Casallo.
Fuente: Encarte “Taizé, resonancias del Concilio Vaticano II” de José M. Sánchez Haro en Vida Nueva.
Hola, en Uruguay tenemos una comunidad inspirada en Tezé fundada por Mme Ivonne Galland que se llama Centro Emmanuel. Seguimos haciendo retiros espirituales aunque en el presente se ha volcado más a la promoción de la agroecología, saludos pstora araceli Ezzatti