¿Qué viene tras la renuncia de Benedicto XVI? (Parte III)

Preguntas y respuestas. Votaciones cónclave.

6.00 p m| 19 feb 13 (AMERICA MAGAZINE/BV).- En este post Buena Voz presenta preguntas y respuestas que cualquier persona se puede formular sobre el periodo de transición en la Santa Sede, el cónclave y la elección del nuevo Papa. Tomado de un texto de Thomas J. Reese, SJ, autor de la obra “Inside the Vatican” y exeditor del semanario católico “America Magazine”. En esta tercera y última parte el tema central es el proceso de votación.

¿Cómo se llevará a cabo la votación?

El reglamento de votación es muy detallado de modo que evita cualquier sospecha de fraude electoral. Tres escrutadores (contadores de votos) se eligen por sorteo entre los electores. Es el diácono cardenal superior quien realiza el sorteo. Luego sortea tres nombres adicionales de cardenales (llamados infirmarii) que recogerán las papeletas de cualquier cardenal en el cónclave que esté demasiado enfermo para llegar a la Capilla Sixtina. Finalmente se sortean tres nombres más con la labor de revisar el trabajo de los contadores de votos. Cada mañana y cada tarde, escrutadores, nuevos infirmarii y revisores son seleccionados por sorteo.

Los electores utilizan tarjetas rectangulares como papeletas, con la frase Eligo en summum Pontificem (Elijo como Sumo Pontífice) impreso en la parte superior. Cuando se pliega por la mitad es de solo una pulgada de ancho. Cada cardenal, en secreto, imprime o escribe el nombre de su elección en las urnas, pero lo hace de manera que oculta su puño y letra. Uno a la vez, en orden de prioridad, los cardenales se acercan al altar con su papeleta doblada y en el aire para que pueda ser vista. Después de arrodillarse en oración por un breve periodo de tiempo, el cardenal se levanta y jura, “Yo llamo por testigo a Cristo Señor, será juez de que mi voto se otorga a la persona que ante Dios, creo que debe ser elegido”. Entonces coloca la papeleta en una urna de bronce y plata bañada en oro, con forma de wok con tapa. Hay una segunda urna más pequeña para los votos emitidos en la Domus Sanctae Marthae por cardenales demasiado enfermos para ir a la Capilla Sixtina.

El primer escrutador sacude la urna para mezclar las papeletas de votación. El último escrutador las cuenta antes de ser desplegadas. Si el número de papeletas no corresponde al número de electores, se queman y se vota otra vez inmediatamente. Si el número de papeletas coincide con el número de electores, los escrutadores, quienes están sentados en una mesa frente al altar, inician el conteo de los votos.

El primer escrutador desdobla la papeleta, anota el nombre en un papel y pasa la papeleta al segundo escrutador, quien también anota el nombre y pasa la papeleta al tercer escrutador, quien lo lee en voz alta para que todos los cardenales puedan oír. Si hay dos nombres en una sola papeleta, el voto no se contará. El último escrutador atraviesa cada papeleta de votación con una aguja enhebrada a través de la palabra “Eligo” y la coloca en el hilo. Después de que todos los votos han sido leídos, se unen los extremos del hilo y así todas las papeletas se colocan en una tercera urna. Los escrutadores se encargan de sumar los totales de cada candidato. Por último, los tres revisores comprueban tanto las papeletas y las notas de los escrutadores para asegurarse de que llevaron a cabo su tarea con fidelidad y exactitud.

Para ser elegido, se necesita dos tercios de los votos, calculado sobre la base del número total de electores presentes. En el supuesto caso de que sea imposible dividir el número de cardenales presentes en tres partes iguales, para la validez de la elección es necesario un voto adicional. Por lo tanto, si votaran los 120 cardenales electores presentes, 80 votos serían necesarios para elegir a un nuevo Papa.

Las papeletas y notas (incluyendo las realizadas por cualquier cardenal) se queman luego, a menos que sea necesaria una nueva votación inmediatamente. Las papeletas son quemadas por los escrutadores, con la asistencia del secretario del cónclave y el maestro de ceremonias, quien añade productos químicos especiales para hacer que el humo sea blanco o negro. Desde 1903, el humo blanco es la señal de que un nuevo Papa ha sido elegido y el humo negro indica una votación inconclusa. El único registro escrito permitido de la votación es un documento preparado por el camarlengo y aprobado por los tres Cardenales Asistentes, que se prepara al final de la elección y se presentan los resultados de cada sesión de votación. Este documento se entrega al nuevo Papa y luego se coloca en los archivos en un sobre cerrado, y solo podrá ser consultado con el permiso del Papa.

¿Cuánto dura un cónclave?

El cónclave dura hasta que un nuevo Papa es elegido. El último cónclave que se extendió por más de cinco días fue en 1831 y duró 54 días. En el siglo 13 el papado estuvo vacante durante un año y medio antes de la elección de Inocencio IV y por tres años y medio antes de la instalación de Gregorio X. Desde entonces, 29 cónclaves han durado un mes o más. A menudo, las guerras o disturbios civiles en Roma causaron estos largos interregnos. A veces, los retrasos fueron causados por los propios cardenales, que disfrutaban del poder y las recompensas financieras al gobernar sin un Papa. Estos abusos llevaron a la creación de normas que rigen un interregno y exigir la convocatoria cuanto antes de un cónclave. Por otro lado, el cónclave de 2005 concluyó dentro de las primeras 24 horas, cuando Benedicto XVI fue elegido en la cuarta votación.

¿Qué sucede después del primer día?

Si nadie recibe los dos tercios de los votos en el proceso de la tarde del primer día, los cardenales se reúnen de nuevo a la mañana siguiente. Si la votación tampoco tiene éxito, de inmediato votan de nuevo. A partir de entonces, pueden haber dos votaciones por la mañana y dos por la tarde. Cada mañana y cada tarde, se eligen por sorteo nuevos escrutadores, infirmarii y revisores. Si se realiza una segunda votación, los materiales de ambas se queman al mismo tiempo. Así, dos veces al día habrá humo negro hasta que un Papa es elegido.

Si después de tres días, los cardenales aún no logran elegir al nuevo Papa, las sesiones de votación pueden ser suspendidas por un máximo de un día para la oración y discusión entre los electores. Durante este intervalo, el diácono cardenal mayor ofrece una exhortación espiritual a modo de orientación. A continuación, se pueden tener siete procesos de votación más, seguido de una suspensión y una exhortación por el sacerdote cardenal mayor. A continuación, siete procesos más tendrán lugar, seguido de una suspensión y una exhortación por el obispo cardenal de mayor jerarquía. Luego se reanuda la votación con siete procesos más si fuera necesario.

Si ningún candidato recibía una mayoría de dos tercios después de esta votación, Universi Dominici Gregis de Juan Pablo II permitía que a través de una votación con mayoría absoluta de los electores (más de la mitad) decidan renunciar a la exigencia de una mayoría de dos tercios. Por lo tanto, la mayoría absoluta de los electores podrían decidir la elección del Papa por mayoría absoluta.

Esta nueva mecánica fue criticada, por mí y por otros, como contrarias a siglos de tradición. Hemos señalado que si la mayoría absoluta de los electores favorecen a un candidato en la primera vuelta del primer día del cónclave, prácticamente la elección ya estaría definida, porque esa mayoría podría extender la votación los días que sean necesarios hasta poder recurrir al recurso de mayoría absoluta y elegir a su candidato. En el pasado, el requisito de los dos tercios era un incentivo para que los electores miren o consideren a otros candidatos. Bajo las reglas de Juan Pablo II, la mayoría no tiene por qué que ceder. Podría esperar, mientras que la minoría es presionada a ceder, ya que todo el mundo sabe que a la larga la mayoría prevalecerá.

Cardenales que asistieron al cónclave del 2005, le contaron a John Allen del National Catholic Reporter que eran muy conscientes del hecho de que cualquier candidato cercano a tener una mayoría que lo respalde sería difícil de detener.

Juan Pablo II no explicó en Universi Dominici Gregis por qué hizo este cambio. Quizá temía por un cónclave largo. Al dar a los cardenales cuartos más cómodos, redujo el factor de incomodidad que desalienta cónclaves largos. Permitir a los cardenales elegir a un Papa con una mayoría absoluta reduce la probabilidad de un cónclave que dure meses.

En 2007 el Papa Benedicto XVI revocó la mecánica de votación por mayoría absoluta de Juan Pablo II y regresó a la exigencia de una mayoría de dos tercios. En cambio, el Papa ordenó que si los cardenales están estancados después de 33 ó 34 procesos de votación (en función de si hubo una votación el primer día), lo que serían 13 días, se llevarán a cabo procesos tipo “segunda vuelta” entre los dos candidatos más favorecidos. Este procedimiento es problemático, porque si ninguno de los candidatos es capaz de obtener el voto de dos tercios, el cónclave quedaría en un punto muerto, sin posibilidad de elegir a un tercer candidato. Los dos cardenales más favorecidos no pueden votar en los procesos tipo “segunda vuelta”, pero sí pueden quedarse en la Capilla Sixtina. Las nuevas reglas de Benedicto XVI no dicen qué hacer si dos candidatos están empatados en el segundo lugar.

¿Quién puede ser elegido?

En teoría, cualquier hombre que esté dispuesto a ser bautizado, ordenado sacerdote y obispo puede ser elegido. No tiene que estar en el cónclave. El último Papa elegido que no era cardenal fue Urbano VI (1378). El último cardenal elegido Papa, que era sacerdote, pero no obispo fue Gregorio XVI (1831). Calixto III (Alfonso Borgia [o Borja] 1455) fue el último en ser elegido que no era sacerdote. Lo más probable es que un cardenal elector será elegido, todos los cuales hoy son obispos.

¿Cuál sería el perfil de un candidato favorito?

Hay que recordar que antes de la muerte de Juan Pablo II, nadie en los medios de comunicación predijo la elección del cardenal Ratzinger. Su nombre apareció sólo después de la muerte de Juan Pablo II. Por ende, los que quieren fungir de profetas deben ser modestos en sus proyecciones. Es mejor hablar de las cualidades que queremos ver en el próximo Papa, y luego, al menos, alguno podría estar cerca del perfil.

El próximo Papa será probablemente un cardenal entre 63 y 73 años de edad que hable Italiano e Inglés y que refleje las posturas ideológicas de Benedicto XVI y Juan Pablo II (liberal en la justicia social, tradicional en la enseñanza de la Iglesia, y ecuménicos, pero convencido de que la iglesia tiene la verdad), pero con una personalidad muy diferente a cualquiera de los dos.

¿Qué temas se debaten en el cónclave?

El político Tip O’Neil tenía razón: “Toda política es local”, incluso en la Iglesia Católica. Los cardenales del tercer mundo tienen gente que muere de hambre y que sufren los efectos negativos de la globalización de la economía. Ellos quieren un Papa que respalde la justicia social y el perdón de la deuda del tercer mundo y que esté dispuesto a hacer frente a la superpotencia norteamericana. Cardenales de África y Asia se enfrentan además a un creciente fundamentalismo islámico. Ellos quieren un Papa que entienda el Islam y que no utilice palabras incendiarias como “cruzada”, como lo hizo el presidente George W. Bush. Ellos quieren un Papa que, al igual que Juan Pablo, apoye el diálogo con los musulmanes, pero al mismo tiempo defienda los derechos de los católicos.

Por otra parte, en América Latina hay pocos musulmanes. Ahí la preocupación es que los evangélicos y pentecostales están “robando sus ovejas”. En América del Norte y Europa, los cardenales quieren un Papa que continúe con la lucha de Benedicto contra el secularismo y el relativismo, pero que también apoye el diálogo ecuménico con protestantes y judíos. Dada la creciente alienación de mujeres educadas, también les gustaría que alguien proyecte una comprensión de las preocupaciones de las mujeres. Lo último que quisieran, por ejemplo, es un Papa que decidiera deshacerse de las niñas acólito. Los cardenales estadounidenses también quieren a alguien que comprenda y apoye lo que están haciendo para hacer frente a la crisis del abuso sexual. Los europeos están preocupados por el creciente número de musulmanes en Europa.

¿Qué pasa después de la elección?

El decano del colegio cardenalicio le pregunta al hombre elegido, “¿Aceptas tu elección canónica como Sumo Pontífice?”. Como el cardenal Ratzinger era el decano, se lo preguntó por el vicedecano. Dado que el decano y vicedecano sobrepasan la edad para asistir al cónclave, el cardenal obispo de mayor rango, el cardenal Giovanni Battista Re, tiene la misión de hacerlo.

Rara vez alguien dijo que no. Cuando se le ofreció el papado a San Felipe Benicio en el cónclave en Viterbo en 1271, huyó y se escondió hasta que otro candidato fue elegido. Asimismo San Carlos Borromeo, uno de los pocos cardenales que han sido canonizados, rechazó el papado. Cuando el cardenal Giovanni Colombo, arzobispo de Milán de 76 años de edad, comenzó a recibir votos durante el cónclave en octubre de 1978, dejó en claro que él se negaría al papado si era elegido. Si el elegido dice que sí, entonces se convierte en Papa inmediatamente si ya es un obispo. El resto es simplemente ceremonia. Si no es obispo, ha de ser ordenado inmediatamente por el decano del colegio cardenalicio y se convierte en Papa. 

Luego se le pregunta por qué nombre quiere ser llamado. El primer Papa que cambió su nombre fue Juan II en 533. Su nombre de pila, Mercurio, se consideró inadecuado ya que era el nombre de un dios pagano. Otro Papa en 983 tomó el nombre de Juan XIV porque su nombre era Pedro. La reverencia por el primer Papa impidieron llamarlo Pedro II. Al final del primer milenio un par de Papas no italianos cambiaron sus nombres, de modo que fuera más fácil de pronunciar para los romanos. La costumbre de cambiar el nombre llegó a ser común en torno al año 1009. El último Papa en mantener su nombre fue Marcelo II, elegido en 1555.

Inmediatamente después los cardenales se acercan al nuevo Papa y ofrecen un acto de homenaje y obediencia. Luego se ora a modo de acción de gracias, y el diácono cardenal mayor informa a las personas en la Plaza de San Pedro que la elección ha tenido lugar y anuncia el nombre del nuevo Papa. El Papa entonces puede hablar con la multitud y conceder su primera bendición solemne “urbi et orbi“, a la ciudad y al mundo. Juan Pablo I y Juan Pablo II prolongaron el cónclave hasta la mañana siguiente para que pudieran reunirse y cenar con los cardenales. Tras su elección, Benedicto XVI también invitó a todos los cardenales a cenar en el Domus Sanctae Marthae.

Texto publicado en America Magazine.

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