Benedicto XVI en Líbano: ‘Servir a la justicia y a la paz es una urgencia’
Estas palabras, insólitas en un hombre como Joseph Ratzinger, que administra parsimoniosamente la comunicación de sus sentimientos personales, las pronunció el Papa en el aeropuerto internacional de Beirut Rafiq Hariri, minutos antes de subir al avión de la Middle East Airways que le devolvería a Roma en poco menos de cuatro horas. Había en su rostro una extraña mezcla de alegría y de melancolía que pocas veces hemos visto.
En su último encuentro con los periodistas en tierras libanesas, el director de la Sala de Prensa de la Santa Sede tampoco se quedó corto a la hora de calificar las 60 horas que ha durado este 24º desplazamiento internacional del Papa: “Ha sido un viaje maravilloso -nos dijo Federico Lombardi-, unas jornadas históricas con un balance absolutamente positivo. Cuando salimos de Roma en las difíciles circunstancias en que lo hicimos no podíamos imaginar que todo se iba a desarrollar tan bien. Ahora solo queda esperar que esta estancia bastante excepcional del Papa en el Líbano produzca frutos de paz”.
Es evidente que en los tres días de esta visita pontificia al país de los cedros el clima se fue caldeando: de la mitigada acogida popular del primer día -causada en buena parte por las excepcionales y drásticas medidas de seguridad- se pasó a una participación cada vez más calurosa de las gentes, que culminó en una apoteosis multitudinaria y festiva.
Esa fue la atmósfera en que se celebró la misa del domingo 16 de septiembre en el City Center Waterfront de Beirut, la inmensa explanada robada al mar con los centenares de miles de toneladas de los edificios destruidos durante la guerra civil de 1975-1990.
Es difícil calcular el número exacto de personas presentes. El padre Lombardi, siempre cauto al dar cifras, dijo que “al menos eran 350.000”; otras fuentes lo elevaban hasta 400.000 e incluso hasta el medio millón. La mayoría de ellos eran libaneses, pero había también una nutrida representación de refugiados sirios e iraquíes, así como peregrinos llegados de Turquía, Jordania y otros países de Oriente Medio. Las hostias consagradas fueron 100.000.
En su homilía (pronunciada en francés, como todos sus otros discursos), Benedicto XVI dijo a todos los presentes que “en un mundo donde la violencia no cesa de extender su rastro de muerte y destrucción, servir a la justicia y a la paz es una urgencia para comprometerse en aras de una sociedad fraterna, para fomentar la comunión”.
Pero fue en sus palabras a la hora del Angelus donde el Papa explicitó de forma luminosa y contundente lo que había ido repitiendo en días anteriores.
“Conocéis bien la tragedia de los conflictos y de la violencia que genera tantos sufrimientos. Desgraciadamente, el ruido de las armas continúa escuchándose, así como el grito de las viudas y de los huérfanos. La violencia y el odio invaden sus vidas, y las mujeres y los niños son las primeras víctimas. ¿Por qué tanto horror? ¿Por qué tanta muerte?”.
“Apelo a toda la comunidad internacional. Apelo a los países árabes de modo que, como hermanos, propongan soluciones viables que respeten la dignidad de toda persona humana, sus derechos y su religión. Quien quiere construir la paz debe dejar de ver en el otro el mal que debe eliminar. No es fácil ver una persona que se debe respetar y amar, y sin embargo es necesario, si se quiere construir la paz, si se quiere la fraternidad. Que Dios conceda a vuestro país, a Siria y a Oriente Medio el don de la paz de los corazones, el silencio de las armas y el cese de toda violencia. Que los hombres entiendan que son hermanos”.
Como si quisiera martillar su mensaje, en su discurso de despedida pronunciado ante el presidente de la República, el general Michel Sleiman (que le acompañó en todos los actos públicos de estos tres días), y las más altas autoridades políticas y religiosas del país (incluidos los líderes de las cuatro comunidades musulmanas dominantes), el Santo Padre dijo: “Pido a Dios por el Líbano, para que viva en paz y resista con valentía todo lo que pueda destruirla o minarla”.
“Deseo que el Líbano siga permitiendo la pluralidad de las tradiciones religiosas, sin dejarse llevar por la voz de aquellos que lo quieren impedir. Le deseo que fortalezca la comunión entre todos sus habitantes cualquiera que sea su comunidad o su religión, rechazando absolutamente todo lo que pueda llevar a la desunión y optando con determinación por la fraternidad”, finalizó.
Todos los discursos y el itinerario completo del Papa Benedicto XVI en su viaje al Líbano los pueden ver aquí.
Por Antonio Pelayo. Artículo publicado en Vida Nueva.