El Patio de los Gentiles, primera reunión.
¿Qué interrogantes me ha suscitado esta intuición del presidente del Consejo Pontificio de la Cultura?
El problema de Dios, declinado como relación entre fe y razón, ¿no es más que una ocupación “diurna” de filósofos y teólogos, psicólogos y antropólogos, o afecta a la reflexión diurna de cada uno de nosotros?
El diálogo creyentes/no-creyentes, además de demostrar la compatibilidad entre religiosidad y laicidad, ¿puede asumir formas y tonos que contribuyan a aclarar y enriquecer la originalidad y nobleza de las respectivas posiciones?
Una Universidad pública y laica, al acoger la confrontación entre el creer y el comprender, ¿abdica a su propia autonomía o más bien desempeña su propia función de institución orientada, por naturaleza e historia, a la formación y la investigación?
Estas preguntas, que pueden resumirse en el interrogante polémico de Tertuliano –“¿qué tienen en común Jerusalén y Atenas?”–, hoy están cargadas de nuevas contribuciones, nuevas dificultades, y nuevas perspectivas, sobre todo después de la llegada de dos inesperados “bárbaros”: la globalización, con su profeta, Internet, y las “otras” culturas, que no pueden quedar reducidas a nuestros cánones clásicos.
Yo pienso que hablar del hombre equivale ante todo a hablar de Dios, y hablar de Dios equivale ante todo a hablar del hombre: digo esto para no para reclutar a todos en la gran tropa de los creyentes ni para limitar el discurso al Dios-hecho-hombre del cristianismo: lo digo simplemente porque ser hombres de verdad significa plantearse cuestiones últimas e interpretar la vida como un continuo interrogante y búsqueda de esa verdad que nunca es cómoda ni consoladora. Preliminarmente hay que distinguir los fines de los medios: estos últimos tan invasivos y agresivos llegan a oscurecer y sofocar a los primeros.
Las respuestas pueden ser múltiples y divergentes e incluso abiertas: el intelectual griego se resignará con el Dios desconocido; Pablo y Agustín, en medio de una vida desordenada, se convertirán al Deus patiens cristiano, puente entre el abismo del pecado y el abismo de la gracia; Marx e Nietzsche negarán a Dios por ser enemigo de la libertad y de la dignidad del hombre; Dostoyevski, considerando insoportable el sufrimiento del inocente, blasfema´a contra el nombre de Dios y le restituirá la entrada de un espectáculo indecente; Pascual, en una competida teoría de las ventajas comparadas, apostará por la existencia de Dios. Cada uno de nosotros, a su manera, por voluntad o por casualidad, acaba encontrándose cara a cara con e problema: aunque sólo sea cuando choca contra el escoyo de esa “realidad dura y contra la naturaleza que no es un bien para nadie” y que se llama muerte (Agustín, La ciudad de Dios 13, 6 “habet enim asperum sensum et contra naturam … nulli bona est”).
Y a propósito del interrogante religioso ayudará recordar también la verdadera y confortante etimología de “religio” (re-legere), que hace referencia a la “recogida paciente de las ideas”, a la “evaluación continua”, a la “reflexión escrupulosa”, en vez de esa etimología popular y ambigua (re-ligare), que hace referencia al “lazo”, al “vínculo”, a la “cautividad” entre el hombre y Dios: etimología, ésta, sorprendentemente apreciada, por motivos opuestos e interesados, tanto por paganos como por los mismos apologistas cristianos.
En segundo lugar, el diálogo, es decir, “la utilización compartida (dia-) de la razón (logos)” entre creyentes y no creyentes, debe ser visto como una oportunidad recíproca. Abrirse a las razones de los demás, reflejarse en el prójimo al mismo tiempo igual y diferente, aceptar el desafío de terrenos desconocidos: todo esto constituye un homenaje y un servicio a nuestra naturaleza de seres pensantes, itinerantes, orientados a la expectativa. La ausencia de confrontación, por el contrario, hace áridos la mente y el corazón, y genera incomprensiones, pseudo-certezas, fantasmas, hasta llegar a negar y contradecir precisamente aquello en lo que se cree: ya sea la fe religiosa o laica.
En este sentido, utilizando un término utilizado a partir de la filosofía de Platón, puede haber varias “navegaciones”: la natural de los científicos, la racional de los filósofos, la religiosa de los creyentes.
Con el Atrio de los Gentiles el diálogo sube a la “cátedra”. Yo creo que el diálogo, sólo el diálogo, nos salvará.
Imagen: Antiguo Templo de Jerusalén rodeado por el Patio de los Gentiles