Todo lo que dijo Benedicto. Pasajes anticipados por el diario vaticano
La alegría del cristianismo
Toda mi vida ha estado siempre atravesada por un hilo conductor, que es este: el cristianismo da alegría, amplía los horizontes. En definitiva, una existencia vivida siempre y sólo “en contra” sería insoportable.
Un mendigo
En lo que se refiere al Papa, también él es un pobre mendigo frente a Dios, aún más que los demás hombres. Naturalmente rezo, en primer lugar, siempre al Señor, al cual estoy vinculado, por así decir, por una antigua amistad. Pero invoco también a los santos. Soy muy amigo de Agustín, de Buenaventura y de Tomás de Aquino. Por tanto, les digo: “¡Ayudadme!”. La Madre de Dios es siempre y de todos modos un gran punto de referencia. En este sentido, me integro en la comunión de los santos. Junto a ellos, reforzado por ellos, hablo, luego, también con el buen Dios, sobre todo mendigando, pero también agradeciendo; o simplemente porque estoy contento.
Las dificultades
Las había tenido en cuenta. Pero en primer lugar habría que ser muy cautos con la valoración de un Papa, si es significativo o no, cuando está todavía en vida. Sólo en un segundo momento se puede reconocer qué lugar, en la historia en su conjunto, tiene una determinada cosa o persona. Pero que la atmósfera no habría sido siempre alegre era evidente. dada la actual constelación mundial, con todas las fuerzas de destrucción que existen, con todas las contradicciones que se dan en ella, con todas las amenazas y los errores. Si hubiese continuado recibiendo sólo aprobaciones, habría debido preguntarme si estaba realmente anunciando todo el Evangelio.
El shock de los abusos sexuales
Los hechos no me han tomado totalmente de sorpresa. En la Congregación para la Doctrina de la Fe me había ocupado de los casos norteamericanos; había visto aumentar también la situación en Irlanda. Pero las dimensiones, de todos modos, fueron un shock enorme. Desde mi elección a la Sede de Pedro, me había encontrado repetidamente con víctimas de abusos sexuales. Hace tres años y medio, en octubre de 2006, en un discurso a los obispos irlandeses, les había pedido “establecer la verdad de lo ocurrido en el pasado, tomando todas las medidas necesarias para evitar que se repita en el futuro, asegurar que los principios de justicia sean plenamente respetados y, sobre todo, curar a las víctimas y a todos aquellos que han sido afectados por estos crímenes abominables”.
Ver el sacerdocio improvisamente ensuciado de este modo, y con esto a la misma Iglesia católica, ha sido difícil de soportar. En ese momento era importante, sin embargo, no apartar la vista del hecho que en la Iglesia el bien existe, y no sólo estas cosas terribles.
Los medios y los abusos
Era evidente que la acción de los medios no sólo estaba guiada por la pura búsqueda de la verdad, sino que había también una complacencia en ridiculizar a la Iglesia y, si fuera posible, en desacreditarla. Y, sin embargo, era necesario que esto quedara claro: desde el momento en que se trata de llevar a la luz la verdad, debemos dar las gracias. La verdad, unida al amor correctamente entendido, es el valor número uno. Y los medios no habrían podido dar aquellos informes si en la misma Iglesia no hubiera dado el mal. Sólo porque el mal estaba dentro de la Iglesia, los otros han podido larnzarlo contra ella.
El progreso
Surge el carácter problemático del término “progreso”. La modernidad ha buscado el propio camino guiada por la idea de progreso y por la de libertad. Pero, ¿qué es el progreso? Hoy vemos que el progreso puede ser también destructivo. Por eso debemos reflexionar sobre los criterios que hay que adoptar para que el progreso sea realmente progreso.
Un examen de conciencia
Más allá de los diferentes planes financieros, es absolutamente inevitable un examen de conciencia global. Y la Iglesia ha tratado de contribuir a esto con la encíclica “Caritas in veritate”. No da respuestas a todos los problemas. Quiere ser un paso adelante para mirar las cosas desde otro punto de vista, según el cual existe una normatividad del amor por el prójimo que se orienta a la voluntad de Dios y no sólo a nuestros deseos. En este sentido deberían darse impulsos para que realmente ocurra una transformación de las conciencias.
La verdadera intolerancia
La verdadera amenaza ante la que nos encontramos es que la tolerancia sea abolida en nombre de la tolerancia misma. Está el peligro de que la razón, la así llamada razón occidental, sostenga haber reconocido finalmente lo que es correcto y avance así en una pretensión de totalidad que es enemiga de la libertad. Considero necesario denunciar con fuerza esta amenaza. Nadie está obligado a ser cristiano. Pero nadie debe ser obligado a vivir según la “nueva religión”, como si fuese la única y verdadera, vinculante para toda la humanidad.
Mezquitas y burkas
Los cristianos son tolerantes y, como tales, permiten también a los demás su peculiar comprensión de sí. Nos alegramos por el hecho de que en países del Golfo Árabe (Qatar, Abu Dabi, Dubái, Kuwait) haya iglesias en las cuales los cristianos pueden celebrar la Misa y esperamos que ocurra así en todas partes. Por ello es natural que también en nuestras tierras los musulmanes puedan reunirse en oración en las mezquitas.
Por lo que se refiere al burka, no veo razones de una prohibición generalizada. Se dice que algunas mujeres no lo llevan voluntariamente sino que, en realidad, es una suerte de violencia que se les impone. Está claro que con esto no se puede estar de acuerdo. Sin embargo, si quieren usarlo voluntariamente, no veo porqué habría que impedirlo.
Cristianismo y modernidad
Ser cristiano es en sí mismo algo vivo, moderno, que atraviesa toda la modernidad, formándola y plasmándola, y por lo tanto, en cierto sentido realmente la abraza.
Aquí se necesita una gran lucha espiritual, como he querido mostrar con la reciente institución de un Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización. Es importante que tratemos de vivir y concebir el cristianismo de tal modo que asuma la modernidad buena y correcta, y al mismo tiempo se aleje y se distinga de aquella que está convirtiéndose en una contra-religión.
Optimismo
Podría contemplarse con superficialidad y restringir el horizonte sólo al mundo occidental. Pero si se observa con más atención, y es esto es lo que puedo hacer gracias a las visitas de los obispos de todo el mundo y también a tantos otros encuentros, se ve que el cristianismo en este momento está desarrollando también una creatividad del todo nueva […]
La burocracia está desgastada y cansada. Son iniciativas que nacen desde dentro, desde la alegría de los jóvenes. El cristianismo quizá asumirá un nuevo rostro, un aspecto cultural diverso. El cristianismo no determina la opinión pública mundial, otros están a la guía. Y, sin embargo, el cristianismo es la fuerza vital sin la cual las otras cosas tampoco podrían continuar existiendo. Por eso, en virtud de lo que veo y de lo que logro hacer experiencia personal, soy muy optimista respecto al hecho de que el cristianismo se encuentra frente a una dinámica nueva.
La droga
Muchos obispos, sobre todo los de América Latina, me dicen que allí donde pasa el camino del cultivo y del comercio de la droga, y esto ocurre en gran parte de esos países, es como si un animal monstruoso y malvado extendiera su mano sobre el país para arruinar a las personas. Creo que esta serpiente del comercio y del consumo de droga, que envuelve el mundo, es un poder del cual no siempre logramos hacernos una idea adecuada. Destruye a los jóvenes, destruye a las familias, lleva a la violencia y amenaza el futuro de naciones enteras.
También esta es una terrible responsabilidad de Occidente: tiene necesidad de drogas y así crea países que le ofrecen aquello que luego terminará por consumirlos y destruirlos. Ha surgido un hambre de felicidad que no logra saciarse con aquello que hay; y que luego se refugia, por así decir, en el paraíso del diablo y destruye completamente al hombre.
En la viña del Señor [en referencia a sus primeras palabras como pontífice]
En efecto, tenía una función directiva; sin embargo, no había hecho nada solo, trabajé siempre en equipo; precisamente como uno de los muchos trabajadores en la viña del Señor que probablemente ha hecho el trabajo preparatorio pero, al mismo tiempo, no está hecho para ser el primero y para asumir la responsabilidad de todo. He entendido que junto a los grandes Papas deben estar también pontífices pequeños que dan la propia contribución. De este modo, en aquel momento dije lo que sentía realmente […]
El Concilio Vaticano II nos ha enseñado, con razón, que la colegialidad es constitutiva de la estructura de la Iglesia; es decir, el Papa es el primero entre varios y no un monarca absoluto que toma decisiones en soledad y hace todo por su cuenta.
El judaísmo
Tengo que decir que, desde el primer día de mis estudios teológicos, me quedó clara de algún modo la profunda unidad entre Antigua y Nueva Alianza, entre las dos partes de nuestra Sagrada Escritura. Había comprendido que sólo podríamos leer el Nuevo Testamento junto con lo que le ha precedido, de otra manera no lo habríamos entendido. Además, naturalmente, lo ocurrido en el Tercer Reich nos impresionó como alemanes y nos impulsó aún más a contemplar al pueblo de Israel con humildad, vergüenza y amor.
En mi formación teológica estas cosas se han entrelazado y han marcado el camino de mi pensamiento teológico. Por lo tanto, me quedaba claro, y también en este punto en absoluta continuidad con Juan Pablo II, que en mi anuncio de la fe cristiana debía ser central esta nuevo entrelazamiento, amoroso y comprensivo, de Israel y la Iglesia, basado en el respeto del modo de ser de cada uno y de la respectiva misión […]
De todos modos, en ese punto, también en la antigua liturgia me ha parecido necesario un cambio. De hecho, esa fórmula hería realmente a los judíos y ciertamente no expresaba de modo positivo la grande y profunda unidad entre Antiguo y Nuevo Testamento.
Por este motivo, pensé que en la liturgia antigua era necesaria una modificación, en particular, como decía, en referencia a nuestra relación con los amigos judíos. La modifique de manera que estuviese contenida nuestra fe, es decir que Cristo es salvación para todos. Que no existen dos caminos de salvación y que, por lo tanto, Cristo es también el Salvador de los judíos, y no sólo de los paganos. Pero al mismo tiempo de modo que no elevara una oración directamente por la conversión de los judíos en sentido misionero sino para que el Señor apresure la hora histórica en la que todos nosotros estaremos unidos. Por esto, los argumentos utilizados polémicamente por una serie de teólogos contra mí son irresponsables y no hacen justicia a lo que se ha hecho.
Pío XII
Pío XII hizo todo lo posible para salvar personas. Naturalmente siempre es posible preguntarse: “¿Por qué no protestó de manera más explícita?”. Creo que comprendió cuáles habrían sido las consecuencias de una protesta pública. Sabemos que, por esta situación, personalmente sufrió mucho. Sabía que habría debido hablar, pero la situación se lo impedía.
Ahora, personas más razonables admiten que Pío XII salvó muchas vidas, pero sostienen que tenía ideas anticuadas sobre los judíos y que no estaba a la altura del Concilio Vaticano II. Ahora bien, este no es el problema. Lo importante es lo que hizo y lo que trató de hacer, y creo que es necesario reconocer realmente que fue uno de los grandes justos y que, como ningún otro, salvó a muchos, muchos judíos.
La sexualidad
Concentrarse sólo en el preservativo quiere decir banalizar la sexualidad y esta banalización representa precisamente el motivo por el que muchas personas ya no ven en la sexualidad la expresión de su amor, sino sólo una especie de droga, que se suministran por su cuenta. Por este motivo, también la lucha contra la banalización de la sexualidad forma parte del gran esfuerzo para que la sexualidad sea valorada positivamente y pueda ejercer su efecto positivo en el ser humano en su totalidad.
Puede haber casos justificados singulares, por ejemplo, cuando una prostituta [ndr. el original alemán presenta el término masculino] utiliza un preservativo, y éste puede ser el primer paso hacia una moralización, un primer acto de responsabilidad para desarrollar de nuevo la conciencia sobre el hecho de que no todo está permitido y de que no se puede hacer todo lo que se quiere. Sin embargo, este no es el verdadero modo para vencer la infección del VIH. Es verdaderamente necesaria una humanización de la sexualidad.
La Iglesia
Pablo no entendía la Iglesia como institución, como organización, sino como organismo viviente, en el cual todos trabajan el uno por el otro y el uno con el otro, unidos a partir de Cristo. Es una imagen, pero una imagen que permite profundizar y que es muy realista aunque sólo sea por el hecho de que nosotros creemos que, en la Eucaristía, realmente recibimos a Cristo, el Resucitado. Y si cada uno recibe al mismo Cristo, entonces realmente todos nosotros estamos reunidos en este nuevo cuerpo resucitado como el gran espacio de una nueva humanidad. Es importante entender esto y, por tanto, concebir a la Iglesia no como un aparato que debe hacer de todo, también el aparato le pertenece, pero dentro de los límites– sino más bien como organismo viviente que proviene del mismo Cristo.
La encíclica “Humanae Vitae”
Las perspectivas de la “Humanae Vitae” siguen siendo válidas, pero otra cosa es encontrar caminos humanamente practicables. Creo que habrá siempre minorías íntimamente convencidas de la exactitud de esas perspectivas y que, viviéndolas, quedarán plenamente satisfechas de modo que podrán ser para otros un fascinante modelo a seguir. Somos pecadores. Pero no deberíamos asumir este hecho como una instancia contra la verdad, cuando esa alta moral no es vivida. Deberíamos buscar hacer todo el bien posible, y apoyarnos y soportarnos mutuamente. Expresar todo esto también desde el punto de vista pastoral, teológico y conceptual, en el contexto de la actual sexología e investigación antropológica, es una gran tarea a la cual es necesario dedicarse más y mejor-
Las mujeres
La formulación de Juan Pablo II es muy importante: “La Iglesia no tiene, de ningún modo, la facultad de conferir a las mujeres la ordenación sacerdotal”. No se trata de no querer sino de no poder. El Señor ha dado una forma a la Iglesia con los Doce y luego con su sucesión, con los obispos y los presbíteros (los sacerdotes). No hemos sido nosotros quienes creamos esta forma de Iglesia, más bien, se constituye a partir de Él. Seguirla es un acto de obediencia, en la situación actual tal vez uno de los actos de obediencia más gravosos. Pero esto es importante: la Iglesia no muestra ser un régimen del arbitrio. No podemos hacer lo que queremos. Hay, en cambio, una voluntad del Señor para nosotros, a la cual nos atenemos, aunque sea fatigoso y difícil en la cultura y en la civilización de hoy.
Por otro lado, las funciones confiadas a las mujeres en la Iglesia son tan grandes y significativas que no puede hablarse de discriminación. Sería así si el sacerdocio fuese una especie de dominio, mientras que, por el contrario, debe ser completamente servicio. Si se echa una mirada a la historia de la Iglesia, nos damos cuenta de que el significado de las mujeres –desde María a Mónica, hasta la Madre Teresa– es tan eminente que las mujeres definen de muchas maneras el rostro de la Iglesia más que los hombres.
Los novísimos
Es una cuestión muy seria. Nuestra predicación, nuestro anuncio, efectivamente está ampliamente orientado, de modo unilateral, a la creación de un mundo mejor, mientras que el mundo realmente mejor ya casi no se menciona. Aquí debemos hacer un examen de conciencia. Ciertamente, se busca ir al encuentro del auditorio, hablar de aquello que está en su horizonte. Pero nuestra tarea es, al mismo tiempo, traspasar este horizonte, ampliarlo, y mirar a las realidades últimas.
Los novísimos son como pan duro para los hombres de hoy. Les parecen irreales. En su lugar, querrían respuestas concretas para el hoy, soluciones para las tribulaciones cotidianas. Pero son respuestas que se quedan a mitad de camino si no permiten presentir y reconocer que yo me extiendo más allá de esta vida material, que existe el juicio, y que existe la gracia y la eternidad. En este sentido, debemos también encontrar palabras y modos nuevos para permitir al hombre de hoy traspasar la barrera del sonido de lo finito.
La venida de Cristo
Es importante que cada época esté cerca del Señor. Que también nosotros mismos, aquí y ahora, estemos bajo el juicio del Señor y nos dejemos juzgar por su tribual. Se discutía sobre una doble venida de Cristo, una en Belén y una al final de los tiempos, hasta que Bernardo de Claraval habló de un Adventus medius,de una venida intermedia, a través de la cual Él siempre entra periódicamente en la historia.
Creo que encontró el tono adecuado. Nosotros no podemos establecer cuándo terminará el mundo. Cristo mismo dice que nadie lo sabe, ni siquiera el Hijo. Debemos, sin embargo, permanecer, por así decir, siempre ante su venida, y sobre todo estar seguros de que, en las penas, Él está cerca. Al mismo tiempo, deberíamos saber que en nuestras acciones estamos bajo su juicio.
[Traducción de la versión italiana publicada por “L’Osservatore Romano” realizada por Jesús Colina]
Imagen:(Reuters) Benedicto XVI posa junto al libro: “Luz del Mundo” acompañado por el periodista alemán Peter Seewald y el arzobispo Rino Fisichella