El Papa ‘replantea’ el celibato del clero. Para reforzarlo

20100615-celibato.jpg

1.00 p m| ROMA, 15 jun. 10 (CHIESA/BV).- La tarde del jueves 10 de junio, en la plaza San Pedro, en la vigilia de clausura del Año Sacerdotal, el Papa Benedicto XVI, respondió a cinco preguntas de sendos sacerdotes de los cinco continentes, donde dedicó una respuesta precisamente a ilustrar el significado de la castidad de los sacerdotes. Y lo ha hecho en forma original, separándose de la literatura histórica, teológica y espiritual corriente.

La trascripción completa y autenticada de la respuesta del Papa, difundida por el Vaticano dos días después y reproducida más abajo, permite entender en profundidad su razonamiento.

Aquí un extracto del artículo del periodista Sandro Magister:

El celibato – ha dicho el Papa – es una anticipación “del modo de la resurrección”. Es el signo de “que Dios existe, que Dios entra en mi vida, que puedo fundar mi vida en Cristo, en la vida futura”.

Por esto – ha continuado – el celibato “es un gran escándalo”. No sólo para el mundo de hoy “en el cual Dios no tiene entrada”. Sino para la misma cristiandad, en la cual “ya no se piensa más en el futuro de Dios y parece suficiente sólo el presente de este mundo”.

Es suficiente esto para entender que un bastión de este pontificado no es el ablandamiento del celibato del clero sino su reforzamiento. Estrechamente conectado con la que Benedicto XVI ha señalado varias veces como la “prioridad” de su misión:

“En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos […] en Jesucristo crucificado y resucitado”.

Lo afirmó el Papa en la memorable carta abierta escrita por él a los obispos de todo el mundo el 10 de marzo del 2009 y también el 22 de diciembre del 2006, Benedicto XVI, explícitamente vinculó el celibato del clero a la “prioridad” de conducir a los hombres hacia Dios, y explicó el por qué de este vínculo.

A propósito de su viaje a Alemania de tres meses atrás, el de la célebre lección de Ratisbona, el Papa inició de la siguiente manera:

“El gran tema de mi viaje a Alemania fue Dios. La Iglesia debe hablar de muchas cosas: de todas las cuestiones relacionadas con el ser del hombre, con su estructura y su ordenamiento, etc. Pero su tema verdadero, y en varios aspectos único, es ‘Dios’… “Al hablar de Dios, también tocamos precisamente el tema que constituyó el interés central de la predicación terrena de Jesús. El tema fundamental de esa predicación es el dominio de Dios, el ‘reino de Dios’… Este reino se desarrolla donde se realiza la voluntad de Dios. Está presente donde hay personas que se abren a su llegada y así dejan que Dios entre en el mundo. Por eso Jesús es el reino de Dios en persona: el hombre en el cual Dios está en medio de nosotros y a través del cual podemos tocar a Dios, acercarnos a Dios.

Dicho esto, Benedicto XVI prosiguió vinculando a la cuestión de Dios precisamente la del sacerdocio y del celibato sacerdotal:

“San Pablo llama a Timoteo —y en él al obispo, y en general al sacerdote— ‘hombre de Dios’ (1 Tm 6, 11). La misión fundamental del sacerdote consiste en llevar a Dios a los hombres. Ciertamente, sólo puede hacerlo si él mismo viene de Dios, si vive con Dios y de Dios… Los sacerdotes no vivían, como las demás tribus, del trabajo de la tierra, sino de las ofertas. Sin embargo, la afirmación es aún más profunda: Dios mismo es el verdadero fundamento de la vida del sacerdote, la base de su existencia, la tierra de su vida. La Iglesia, en esta interpretación veterotestamentaria de la vida sacerdotal ha visto con razón la explicación de lo que significa la misión sacerdotal en comunión con Jesús mismo. El sacerdote puede y debe decir también hoy: Dios mismo es mi lote de tierra, el fundamento externo e interno de mi existencia. Esta visión teocéntrica de la vida sacerdotal es necesaria precisamente en nuestro mundo totalmente funcionalista, en el que todo se basa en realizaciones calculables y comprobables. El sacerdote debe conocer realmente a Dios desde su interior y así llevarlo a los hombres: este es el servicio principal que la humanidad necesita hoy. Si en una vida sacerdotal se pierde esta centralidad de Dios, se vacía progresivamente también el celo de la actividad.

“El celibato, vigente para los obispos en toda la Iglesia oriental y occidental, y para los sacerdotes en general, sólo se puede comprender y vivir, en definitiva, sobre la base de este planteamiento de fondo. Las razones puramente pragmáticas, la referencia a la mayor disponibilidad, no bastan. Esa mayor disponibilidad de tiempo fácilmente podría llegar a ser también una forma de egoísmo, que se ahorra los sacrificios y las molestias necesarias para aceptarse y soportarse mutuamente en el matrimonio; de esta forma, podría llevar a un empobrecimiento espiritual o a una dureza de corazón. El verdadero fundamento del celibato sólo puede quedar expresado en la frase: ‘Dominus pars’, Tú eres el lote de mi heredad. Sólo puede ser teocéntrico. No puede significar quedar privados de amor; debe significar dejarse arrastrar por el amor a Dios y luego, a través de una relación más íntima con él, aprender a servir también a los hombres.

“El celibato debe ser un testimonio de fe: la fe en Dios se hace concreta en esa forma de vida, que sólo puede tener sentido a partir de Dios. Fundar la vida en él, renunciando al matrimonio y a la familia, significa acoger y experimentar a Dios como realidad, para así poderlo llevar a los hombres. Nuestro mundo, que se ha vuelto totalmente positivista, en el cual Dios sólo encuentra lugar como hipótesis, pero no como realidad concreta, necesita apoyarse en Dios del modo más concreto y radical posible. Necesita el testimonio que da de Dios quien decide acogerlo como tierra en la que se funda su propia vida.

“Por eso precisamente hoy, en nuestro mundo actual, el celibato es tan importante, aunque su cumplimiento en nuestra época se vea continuamente amenazado y puesto en tela de juicio. Hace falta una preparación esmerada durante el camino hacia este objetivo; un acompañamiento continuo por parte del obispo, de amigos sacerdotes y de laicos, que sostengan juntos este testimonio sacerdotal. Hace falta la oración que invoque sin cesar a Dios como el Dios vivo y se apoye en él tanto en los momentos de confusión como en los de alegría. De este modo, contrariamente a la tendencia cultural que trata de convencernos de que no somos capaces de tomar esas decisiones, este testimonio se puede vivir y así puede volver a introducir a Dios en nuestro mundo como realidad”.

Confirmando esto, el pasado 10 de junio se dio la respuesta del Papa al sacerdote que le preguntó sobre el significado del celibato, completamente trascrita a continuación.

Imagen: El Papa Benedicto XVI en la plaza de San Pedro el 10 de junio

DEL DIÁLOGO DE BENEDICTO XVI CON LOS SACERDOTES

Roma, Plaza San Pedro, 10 de junio del 2010

SOBRE EL “ESCÁNDALO” DEL CELIBATO

P. – Padre Santo, soy el sacerdote Karol Miklosko y vengo de Europa, específicamente Eslovaquia, y soy misionero en Rusia. Cuando celebro la santa misa me encuentro a mí mismo y entiendo que allí encuentro mi identidad y la raíz y la energía de mi ministerio. El sacrificio de la cruz me revela al Buen Pastor que da todo por su rebaño, por cada oveja, y cuando digo: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre” dado y derramado en sacrificio por vosotros, entonces entiendo la belleza del celibato y de la obediencia, que libremente he prometido al momento de la ordenación. Aún con las naturales dificultades, el celibato me parece obvio, mirando a Cristo, pero me encuentro confundido al leer tantas críticas mundanas a este don. Le pido humildemente, Padre Santo, que nos ilumine sobre la profundidad y sobre el sentido auténtico del celibato eclesiástico.

R. – Gracias por las dos partes de la pregunta. La primera, donde muestra el fundamento permanente y vital de nuestro celibato; la segunda que muestra todas las dificultades en las cuales nos encontramos en nuestro tiempo.

La primera parte es importante, es decir: el centro de nuestra vida realmente debe ser la celebración cotidiana de la santa eucaristía; y aquí son centrales las palabras de la consagración: “Este es mi cuerpo, esta es mi sangre”; es decir: hablamos “in persona Christi”. Cristo nos permite usar su “yo”, hablamos en el “yo” de Cristo, Cristo nos “jala dentro sí” y nos permite unirnos, nos une con su “yo”. Y así, a través de esta acción, el hecho de que él nos “jala” a sí mismo, de modo que nuestro “yo” se une al suyo, realiza la permanencia, la unicidad de su sacerdocio: así él es realmente siempre el único sacerdote, y sin embargo muy presente en el mundo, porque nos “jala” a nosotros a sí mismo y así hace presente su misión sacerdotal. Esto quiere decir que somos “jalados” al Dios de Cristo: es ésta unión con su “yo” que se realiza en sus palabras de la consagración.

También en el “yo te absuelvo” – porque ninguno de nosotros podría absolver de los pecados – es el “yo” de Cristo, de Dios, el único que puede absolver. Esta unificación de su “yo” con el nuestro implica que estamos “jalados” también a su realidad de Resucitado, vamos hacia la vida plena de la resurrección, de la cual Jesús habla a los saduceos en Mateo, capítulo 22: es una vida “nueva”, en la cual ya estamos más allá del matrimonio (cfr. Mt 22, 23-32). Es importante que nos dejemos siempre penetrar de nuevo por esta identificación del “yo” de Cristo con nosotros, de este ser “jalados fuera” hacia el mundo de la resurrección.

En este sentido, el celibato es una anticipación. Trascendemos este tiempo y vamos adelante, y así nos “jalamos” a nosotros mismos y a nuestro tiempo hacia el mundo de la resurrección, hacia la novedad de Cristo, hacia la nueva y verdadera vida. Por lo tanto, el celibato es una anticipación hecha posible por la gracia del Señor que nos “jala” a él, hacia el mundo de la resurrección; nos invita siempre de nuevo a trascendernos a nosotros mismos, a trascender este presente, hacia el verdadero presente del futuro, que se hace presente hoy.

Y aquí nos encontramos en un punto muy importante. Un gran problema de la cristiandad del mundo de hoy es que no se piensa más en el futuro de Dios: parece suficiente sólo el presente de este mundo. Queremos tener sólo este mundo, vivir sólo en este mundo. Así cerramos las puertas a la verdadera grandeza de nuestra existencia. El sentido del celibato como anticipación del futuro es precisamente abrir estas puertas, hacer más grande el mundo, mostrar la realidad del futuro que debe ser vivido por nosotros ya como presente. Vivir, por lo tanto, así un testimonio de la fe: creemos realmente que Dios existe, que Dios entra en mi vida, que puedo fundar mi vida en Cristo, en la vida futura.

Y conocemos ahora las críticas mundanas de las cuales usted ha hablado. Es verdad que para el mundo agnóstico, el mundo en el que Dios no tiene entrada, el celibato es un gran escándalo, porque muestra precisamente que Dios es considerado y vivido como realidad. Con la vida escatológica del celibato, el mundo futuro de Dios entra en las realidades de nuestro tiempo. Y eso debería desaparecer.

En un cierto sentido, puede sorprender esta crítica permanente contra el celibato, en un tiempo en el cual se vuelve cada vez más de moda el no casarse. Pero este no casarse es una cosa totalmente, fundamentalmente, diferente al celibato, porque el no casarse está basado en la voluntad de vivir solo para sí mismo, en no aceptar ningún vínculo definitivo, en tener la vida en todo momento con plena autonomía, decidir en todo momento cómo hacer, qué tomar de la vida; y por lo tanto, un “no” al vínculo, un “no” a lo definitivo, un tener la vida sólo para sí mismo. Mientras que el celibato es exactamente lo contrario: es un “sí” definitivo, es un dejarse tomar en las manos de Dios, darse a las manos del Señor, en su “yo”, y por lo tanto es un acto de fidelidad y de confianza, un acto que supone también la fidelidad del matrimonio; es precisamente lo contrario de este “no”, de esta autonomía que no quiere obligarse, que no quiere contraer un vínculo; es precisamente el “sí” definitivo que supone, confirma el “sí” definitivo del matrimonio. Y este matrimonio es la forma bíblica, la forma natural del ser hombre y mujer, fundamento de la gran cultura cristiana, de grandes culturas del mundo. Y si desaparece esto, será destruida la raíz de nuestra cultura.

Por ello el celibato confirma el “sí” del matrimonio con su “sí” al mundo futuro, y así queremos ir adelante y hacer presente este escándalo de una fe que pone toda la existencia en Dios. Sabemos que junto a este gran escándalo, que el mundo no quiere ver, existen también los escándalos secundarios de nuestras insuficiencias, de nuestros pecados, que oscurecen el verdadero y grande escándalo y hacen pensar: “Pero no viven realmente sobre el fundamento de Dios”. ¡Pero hay tanta fidelidad! El celibato, precisamente las críticas lo muestran, es un gran signo de la fe, de la presencia de Dios en el mundo. Oremos al Señor para que nos ayude a hacernos libres de los escándalos secundarios, para que haga presente el gran escándalo de nuestra fe: la confianza, la fuerza de nuestra vida, que se funda en Dios y en Cristo Jesús.

Puntuación: 0 / Votos: 0

Buena Voz

Buena Voz es un Servicio de Información y Documentación religiosa y de la Iglesia que llega a personas interesadas de nuestra comunidad universitaria. Este servicio ayuda a afianzar nuestra identidad como católicos, y es un punto de partida para conversar sobre los temas tratados en las informaciones o documentos enviados. No se trata de un vocero oficial, ni un organismo formal, sino la iniciativa libre y espontánea de un grupo de interesados.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *