Como ya lo habíamos señalado no hace mucho tiempo desde estas mismas páginas, la consolidación de nuestra democracia constitucional pasa, entre varios aspectos, por la urgente necesidad de que la Presidencia de la República cuente con una vocería oficial, tal como ocurre en muchos países (Chile, para no ir muy lejos) de manera que las comunicaciones oficiales se canalicen por allí, institucionalmente, protegiendo al presidente de los diarios diálogos con la comunidad política haciéndole incurrir en dislates, yerros y metidas de pata que no solo afectan innecesariamente a su figura y gobierno, sino que logran un efecto paradojal y una perversión política: la discusión va por los detalles y la anécdota y se pierden los grandes mensajes o importantes anuncios de la línea de gobierno o de las relaciones con los demás poderes del Estado.
Ahí están los resultados. En menos de una semana de gobierno el Presidente ya ha tenido que disculparse, por sí o interpósita persona, por sus excesos verbales en la política (que serían nimiedades u obvias verdades si fuera un político común y corriente) adquiriendo mayúsculas dimensiones cuando se trata nada menos que del Jefe de Estado.
A contramano, en el estrenado gobierno se han decantado varios voceros(as) oficiales y oficiosos(as) que hablan de todo, que traducen todo y que todo explican. Son un número indeterminado, logrando que -del otro lado- siempre haya una múltiple respuesta en una suerte de mata-gente con la figura presidencial al medio, a quien suben y bajan a su regalado gusto ya que sus propios adláteres, y su clamorosa falta de tacto político, le exponen como piñata.
A ello hay que sumarle el natural figuretismo que conlleva el ser “vocero” oficioso. Todos los medios los llaman, la agenda de presentaciones siempre estará recargada y sus labores arrancarán muy temprano con los madrugadores noticieros, continúan al medio día con los despachos, avanzan en la tarde con el resumen del día y culminan en la late show con las entrevistas nocturnas. Total, dicen lo mismo y a cada rato, y se los puede ver todo el día desfilando de set en set, maquilladitos, creyéndose que así hacen la patria. Y cuando se les acabe el rollo político, contarán sus intimidades, reales o ficticias, como para la ocasión.
Un importante productor periodístico se quejaba de dos personajes de la farándula política que todos los días le repasaban la plana antes de las 8 am, luego de revisar la prensa, autoinvitándose cotidianamente para comentar la noticia del día. Ese es el síndrome que embarga la vocería oficial u oficiosa. En verdad, flaco favor político y de imagen le hacen a quien creen representar. Serán los que tengan la ultimita, que siempre despacharán “con el hombre”, el oráculo de la voluntad presidencial, los únicos que sabrán lo que pasa y los que siempre dirán: “mira, yo te voy a explicar cómo es la nuez…”
…la urgente necesidad de que la Presidencia de la República cuente con una vocería oficial, tal como ocurre en muchos países…
Muy cierto y transparente el hecho de tener un vocero oficial. No solo le alivia al Presidente del hecho de tener que agazaparse de la persecución de los reporteros, sino que también le evitan las repreguntas, que las más de las veces solo buscan que el mandatario “pise el palito”.