Estoy leyendo La cifra de Jorge Luis Borges quien en el Prólogo escribe: “El ejercicio de la literatura puede enseñarnos a eludir equivocaciones, no a merecer hallazgos. Nos revela nuestras imposibilidades, nuestros severos límites. Al cabo de los años, he comprendido que me está vedado ensayar la cadencia mágica, la curiosa metáfora, la interjección, la obra sabiamente gobernada o de largo aliento. Mi suerte es lo que suele denominarse poesía intelectual. La palabra es casi un oxímoron; el intelecto (la vigilia) piensa por medio de abstracciones, la poesía (el sueño), por medio de imágenes, de mitos o fábulas.”
Y lo que he pensado es que cada uno hace de la literatura lo que bien quiere. Para algunos la literatura es su vida, su vocación o el sentido de su existencia. Para otros un medio de expresión, de comunicación o trascendencia (ontológica, filológica). No han faltado quien la haya visto como un pasatiempo, un hobby, un divertimento. Para Borges la literatura quizá fue alguna de éstas pero en este prólogo ha mostrado que también ha sido una forma de conocimiento de sí mismo y sobre todo de un aspecto difícil para todos: sus propias limitaciones.
¿Por qué ceñirse a las viejas formas y temáticas? ¿Por qué acomodarse a las tradiciones literarias? Borges explora una forma distinta: la poesía intelectual. Leyendo su poemario me tope con dos poemas memorables que pasaré a transcribir y compartir impresiones.
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