Lectura personal y en asociación libre.

Estoy leyendo La cifra de Jorge Luis Borges quien en el Prólogo escribe: “El ejercicio de la literatura puede enseñarnos a eludir equivocaciones, no a merecer hallazgos. Nos revela nuestras imposibilidades, nuestros severos límites. Al cabo de los años, he comprendido que me está vedado ensayar la cadencia mágica, la curiosa metáfora, la interjección, la obra sabiamente gobernada o de largo aliento. Mi suerte es lo que suele denominarse poesía intelectual. La palabra es casi un oxímoron; el intelecto (la vigilia) piensa por medio de abstracciones, la poesía (el sueño), por medio de imágenes, de mitos o fábulas.”
Y lo que he pensado es que cada uno hace de la literatura lo que bien quiere. Para algunos la literatura es su vida, su vocación o el sentido de su existencia. Para otros un medio de expresión, de comunicación o trascendencia (ontológica, filológica). No han faltado quien la haya visto como un pasatiempo, un hobby, un divertimento. Para Borges la literatura quizá fue alguna de éstas pero en este prólogo ha mostrado que también ha sido una forma de conocimiento de sí mismo y sobre todo de un aspecto difícil para todos: sus propias limitaciones.
¿Por qué ceñirse a las viejas formas y temáticas? ¿Por qué acomodarse a las tradiciones literarias? Borges explora una forma distinta: la poesía intelectual. Leyendo su poemario me tope con dos poemas memorables que pasaré a transcribir y compartir impresiones.

Las dos catedrales
EN ESA BIBLIOTECA de Almagro Sur
compartimos la rutina y el tedio
y la morosa clasificación de los libros
según el orden decimal de Bruselas
y me confiaste tu curiosa esperanza
de escribir un poema que observara
verso por verso, estrofa por estrofa,
las divisiones y las proporciones
de la remota catedral de Chartres
(que tus ojos de carne no vieron nunca)
y que fuera el coro, y las naves,
y el ábside, el altar y las torres.
Ahora, Schiavo, estás muerto.
desde el cielo platónico habrás mirado
con sonriente piedad
la clara catedral de erguida piedra
y sabrás que las dos,
la que erigieron las generaciones de Francia
y la que urdió tu sombra,
son copias temporales y mortales
de un arquetipo inconcebible.
Dirán que hace buen tiempo hemos superado los esencialismos. Yo preferiría tomar la imagen de Borges para hablar de ideas platónicas. Al mismo tiempo he pensado en el maravilloso mundo de los ideales. Aplíquelo a cualquier aspecto de su vida: a su trabajo, a sus relaciones personales, al amor mismo. Sin querer, inconscientemente diría desde mi formación psicoanalítica, tenemos ideales de todo. Esperamos que las cosas sean de un modo y, al ver que no es así, nos desilusionamos.
Para Schiavo eso ya no importa. Está muerto. Pero no ha de preocuparnos. Borges es un maestro en encontrar la belleza en lo más triste (¿Quizá la belleza de la esencia de la tristeza?). Sino recordemos estos versos: “Ya no seré feliz / tal vez no importe” (en: “1964”). De hecho, Schiavo a través de la muerte accede al mundo de las ideas platónicas y, quizá, el mismo se transforma en una de ellas.
Mas otra interrogante viene a mí. Si Schiavo procura reproducir en sus versos la catedral de Chartres, ¿Cuál es la sombra? ¿Acaso el poema de la catedral? ¿Quizá la catedral de la esencia? ¿o tan solo el poema de la esencia, siendo la catedral otra sombra más?
¿Significa esto que vivimos en sombras? A veces tengo esa sensación, como el personaje de Niebla de Miguel de Unamuno.
Les dejo con este otro poema. Pensé comentarlo pero creo que con uno alcanza.
La dicha
El que abraza a una mujer es Adán. La mujer es Eva.
Todo sucede por primera vez.
He visto una cosa blanca en el cielo. Me dicen que es la luna, pero
qué puedo hacer con una palabra y con una mitología.
Los árboles me dan un poco de miedo. Son tan hermosos.
Los tranquilos animales se acercan para que yo les diga su nombre.
Los libros de la biblioteca no tienen letras.
Cuando los abro surgen.
Al hojear el atlas proyecto la forma de Sumatra.
El que prende un fósforo en el oscuro está inventando el fuego.
En el espejo hay otro que acecha.
El que mira el mar ve a Inglaterra.
El que profiere un verso de Liliencron ha entrado en la batalla.
He soñado a Cartago y a las legiones que desolaron Cartago.
He soñado la espada y la balanza.

Loado sea el amor en el que no hay poseedor ni poseída, pero los dos se entregan.
Loada sea la pesadilla, que nos revela que podemos crear el infierno.
El que desciende a un río desciende al Ganges.
El que mira un reloj de arena ve la disolución de un imperio.
El que juega con un puñal presagia la muerte de César.
El que duerme es todos los hombres.
En el desierto vi la joven Esfinge, que acaban de labrar.
Nada hay tan antiguo bajo el sol.
Todo sucede por primera vez, pero de un modo eterno.
El que lee mis palabras está inventándolas.

Puntuación: 0 / Votos: 0

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *